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  El Basilisco (Oviedo), nº 21, 1996, páginas 25-27
  Actas de las II Jornadas de Hispanismo Filosófico (1995)

La utopía solucionista
de Jovellanos


Amable Fernández Sanz
Madrid
 

En el pensamiento de Jovellanos, reformismo y utopía son dos caras de la misma moneda: la creencia en la idea de progreso indefinido. Así, lo utópico no es algo añadido o un recurso meramente literario, sino la culminación de su actitud ilustrada.

1. Claves de comprensión

El tema que nos ocupa requiere algunas precisiones previas, que consideramos claves, para el análisis y comprensión del pensamiento utópico de Jovellanos.

1.1. Jovellanos ha sido muy estudiado desde el punto de vista literario e histórico, pero es todavía hoy una figura a recuperar para la filosofía. Ello ha sido debido al estrecho concepto de filosofía imperante hasta hace bien poco. En este sentido no se ha tenido en cuenta lo que constituye una característica básica de los ilustrados: el intento de socializar la cultura; aspecto, éste, imprescindible para valorar en su justa medida la aportación de Jovellanos. Se amplia el concepto de filosofía y literatura incluyendo en ellas todos los campos del saber. Junto a valores estéticos adquieren tanta o mayor relevancia los aspectos políticos y sociales. Por ello, no debe extrañar que los textos más significativos de autores como Jovellanos sean Informes, Planes o Proyectos. De ahí que la filosofía de Jovellanos, más que un sistema estructurado de ideas abstractas, sea un esfuerzo, un impulso constante por transformar la anquilosada sociedad española. En este intento trata de armonizar la tradición humanista nacional con las «luces» extranjeras, constituyendo este rasgo lo más característico de su pensamiento. Pero aun este equilibrio conseguido en su vida y en su obra no le libró de las críticas, la intriga y los procesos. Ello hizo que sufriera en algunos momentos, y sobre todo en la última etapa de su vida, el desencanto y la duda existencial ante la injusticia y la falta de racionalidad de los hombres, y al ser consciente que la España ilustrada y progresista a que él aspiraba no acababa de despegar, cuando no volvía a posturas claramente tradicionalistas que pretendían nuevamente sumir a España en las «tinieblas».

1.2. Con demasiada frecuencia ha planeado de forma continua la imagen de nuestros ilustrados como apegados meramente al carácter utilitario y práctico. Pero la realidad es más compleja y puede demostrarse que en la ilustración española utopía y realidad no son dos polos opuestos, sino complementarios. Así, España no es ajena al profundo utopismo que caracteriza a la Ilustración europea. Junto a las utopías explícitas, hay un fondo de utopismo que recorre a todos nuestros ilustrados. Esto, en principio, parece más patente en autores como Olavide, Cabarrús o Meléndez Valdés, pero aquí quiero demostrar que también lo es en Jovellanos. Sobre todo si se va a sus textos con el único fin de «querer saber», evitando los estereotipos, los prejuicios y las opiniones preformadas.

1.3. En Jovellanos, utopía y reformismo se complementan y se funden. Se trata de hacer asumible lo imposible en la posible, lo ideal en lo real. Utopía y reformismo como dos caras de una misma moneda: la creencia en la idea de progreso indefinido. Estamos ante el reformismo como utopía, aunque esto requiere que hagamos algunas precisiones.

El reformismo de los siglos medievales, –en España se prolonga hasta bien avanzado el XVI–, está fundamentado en una concepción providencialista de la historia. El éxito de la reforma de los asuntos humanos viene condicionado por las buenas relaciones que mantienen con Dios quienes las llevan a cabo. El reformista es así un mero instrumento divino. La quiebra de este tipo de reformismo suele situarse en los años próximos a la derrota de la Armada Invencible, dando paso a un nuevo modelo reformista, en el cual no se rechaza explícitamente la intervención divina, pero en la práctica se prescinde de ella. Se pasa así a un reformismo más racionalista en que las soluciones están condicionadas a la capacidad y a los medios humanos.

Este reformismo humanista se canaliza hacia dos fenómenos, a veces, concomitantes: el arbitrismo y el utopismo. A pesar de esta connivencia, puede matizarse que el arbitrismo tuvo en España su auge máximo en el siglo XVII y el utopismo en el siglo XVIII.

El arbitrismo, también llamado proyectismo, sustituye en España al reformismo providencialista. Se abandonan las soluciones fideistas y se intentan buscar soluciones urgentes a los problemas de la monarquía española mediante arbitrios, o proyectos fáciles para ganar dinero. El desprecio por el arbitrismo llegó a convertirse en tópico y la palabra misma tuvo un carácter peyorativo. El origen literario de la misma se sitúa en el Coloquio de los perros (1613) de Cervantes, donde éste no escatimó burlas con los arbitristas. Por lo general esta consideración negativa fue la más común entre los escritores de la época.

En la actualidad, si bien parece que muchos de los arbitristas no establecieron una relación racional entre los problemas planteados y las soluciones ofrecidas, en cuanto que faltaba esa dimensión totalizadora de la racionalidad que liga las soluciones al contexto de los problemas y sus consecuencias, los estudiosos del tema han revalorizado su papel de economistas. En este sentido, el profesor Abellán considera que «en los arbitristas encontramos los antecedentes de un pensamiento económico de carácter científico y muchas veces claramente socialista, que servirá de inspiración y renovación a los grandes ilustrados del siglo XVIII»{1}.

Con la Sinapia{2}, se inicia un reformismo totalizador, que no tiende a operar sobre aspectos aislados del sistema, sino que busca soluciones racionales globales. Estamos, pues, ante una utopía que nos ofrece un modelo distinto de concebir la realidad total. Se intuye que ya no son eficaces las medidas parciales. Se amplia el horizonte reformista estableciendo una España nueva que sea la antítesis de la España real; se busca así un arbitrio universal como señal de la conciencia de crisis.

Este sentido de globalidad marca, en principio, la diferencia fundamental entre reformismo y utopía. Así lo considera José Antonio Maravall cuando afirma: «Los utopistas colocan en el horizonte un modelo general de sociedad que remueva profundamente la situación, que ofrezca un cambio general de la misma, aunque se dé por descontada la imposibilidad de una aplicación total y empírica. Los reformadores, en cambio, proponen remedios, sin apelar a una visión previa de conjunto sobre la sociedad. Para los utopistas les es necesario partir del supuesto de una buena disposición natural del hombre para que su mensaje sea recibido. Los reformadores no cuentan con la natural buena condición humana, de la que ordinario se consideran autorizados a partir los utopistas.»{3}

A pesar de estas diferencias, el mismo Maravall reconoce que la separación entre los llamados utopistas y reformadores es muy relativa, por cuanto, también, la reforma supone una profunda disconformidad con un sistema social y por cuanto se juzga que en él los más desfavorecidos tienen pocas oportunidades y, por consiguiente, se produce una reflexión crítica sobre estos males, proponiéndose una serie de reformas diversas y parciales, aunque conjuntas, con el fin de invertir la situación{4}.

En el siglo ilustrado, las diferencias entre utopistas y reformadores es, todavía, más relativa. A este respecto debemos tener en cuenta que, junto al ideal de emancipación, el uso metódico de la crítica y el pedagogismo, la concepción utópica de la realidad es una de las características básicas del pensamiento ilustrado. Por ello, reformismo y utopismo terminan por complementarse, cuando no fundirse, en una meta común: la felicidad construida por el propio hombre y más inmediata que futura.

El carácter ilustrado de Jovellanos y su intento de armonizar el humanismo cristiano con la modernidad le llevan a apostar por una utopía solucionista. Un intento por aunar los ideales de una España nueva y transformada con las posibilidades reales de resolver los problemas, mediante una continua reforma, sin tener que recurrir a la revolución.

2. Ideales utópicos

Los ideales utópicos pueden entenderse como «lo que aún no es», o bien, como «lo que no puede ser». En este sentido podemos afirmar que hay realidades utópicas e ilusiones utópicas.

El pensamiento utópico jovellanista se sitúa, creemos, en el contexto de las realidades utópicas: de lo que aún no es, pero puede ser y es deseable que pueda ser, es decir, en lo que solemos llamar utopías realizables. Así, la meta última de Jovellanos es la realización de unos ideales que posibiliten la construcción de un mundo mejor. Es evidente que los efectos del pensar utópico pueden ser dobles. Imaginar situaciones ideales, sin un deseo real de transformación, puede ser un mero mecanismo de defensa compensatorio, que sirve de refugio y paraliza la acción. Pero hay otro efecto, en el cual insertamos el utopismo jovellanista, que está más en consonancia con el dinamismo y la evolución histórica al tratar de construir y proponer unos ideales con el fin de orientar y estimular la acción sobre el mundo real, en aras de transformarlo. Sólo en este sentido el pensamiento utópico es progreso.

Por otra parte, como ya hemos delimitado en una publicación anterior{5}, al pensar utópico propiamente dicho es inherente una triple función: 1) Debe traslucir una crítica de los males que se consideran relevantes en la sociedad presente; 2) debe proponer unos ideales alternativos a esta sociedad; 3) y, finalmente, si pretende ser realizable, debe proponer los caminos de realización, ya sea a través de la reforma-evolución o de la revolución.

En el pensar utópico de Jovellanos, creemos, se dan estas tres condiciones. La crítica a la España de su tiempo, en múltiples aspectos, nos parece evidente y suficientemente demostrado por los estudiosos jovellanistas. En cuanto a los ideales utópicos alternativos y la apuesta por una vía de realización, también, como mostraremos a continuación.

Cuatro serán los ideales básicos que se entrelazan en el utopismo jovellanista: abolición de la propiedad privada, igualdad, unión entre las naciones, paz universal.

2.1. Superación del «tuyo-mío» e igualdad

Para Jovellanos la propiedad privada no es anterior a la sociedad, como ocurría en Locke, sino que más bien deriva de las leyes sociales. Más aun, en el progreso del espíritu humano «es de esperar que el hombre abrace la primitiva comunión de bienes»{6}. Este es el ideal; por ello no es contradictorio que, dadas las circunstancias de su tiempo, Jovellanos, defienda en numerosos textos la propiedad privada e incluso la desigualdad social. Pero junto a ellos, están otros en que defiende abiertamente los principios de una utopía socialista, como metas a conseguir a medida que se van derrumbado los obstáculos, gracias, fundamentalmente, a la instrucción.

Algunos de estos textos son muy relevantes y conocidos. En el Informe sobre la ley agraria, un tratado eminentemente técnico y que no puede ser tachado de pura ensoñación poética o literaria, afirma: «Es preciso confesar que el derecho de transmitir la propiedad en la muerte, no está contenido ni en los designios ni en las leyes de la naturaleza (...) En el estado de naturaleza los hombres tienen una idea muy imperfecta de la propiedad, y ¿ojalá que jamás la hubieran entendido.»{7}

En la Epístola a Inarco (Moratín), una utopía en sí misma, y que merecería un estudio separado, aparecen más explícitamente estos ideales, al afirmar que llegará un día en que la propiedad privada, causa de todas las discordias en el género humano, desaparecerá y todo será común, reinando la igualdad y el amor.

«(...) Pero vendrá aquel día, vendrá, Inarco,
a iluminar la tierra y los cuitados
mortales consolar. El fatal nombre
de propiedad,
primero detestado,
será por fin desconocido.
(...) Todo será común; será el trabajo
pensión sagrada para todos; todos
su dulce fruto partirán contentos.
Una razón común, un solo, un mutuo
amor los atarán con dulce lazo.»{8}

Por otra parte, aunque las desigualdades sociales sean un hecho, el hombre constitutivamente aspira a la igualdad, pues ella dimana de su propia naturaleza. No es extraño, pues, afirma Jovellanos, que el «hombre suspire siempre por su natural igualdad»{9}.

2.2. Paz perpetua y unión entre los pueblos.

Estos ideales están presentes en muchos ilustrados y aunque Jovellanos no redacta ningún escrito específico, al modo del Abate Saint-Pierre o de Kant, no por ello deja de prestar suma importancia, en algunas de sus obras más significativas, a esta dimensión utópica.

En el Tratado teórico-práctico, la obra más filosófica y académica, después de abogar por estrechar los vínculos de comunicación y fraternidad entre los pueblos, concluye con un texto que, por sí sólo, bastaría para comprobar el utopismo progresivo jovellanista: «¿Quién no ve que el progreso mismo de la ilustración conducirá algún día, primero las naciones ilustradas de Europa y al fin las de toda la tierra, a una confederación general, cuyo objeto sea mantener a cada una en el goce de las ventajas que debió al cielo, y conservar entre todas una paz inviolable y perpetua, y reprimir, no con ejércitos ni cañones, sino con el impulso de su voz, que será más fuerte y terrible que ellos, al pueblo temerario que se atreva a turbar el sosiego y la dicha del género humano? ¿Quién no ve, en fin, que esta confederación de las naciones y sociedades que cubren la tierra es la única sociedad general posible en la especie humana?»{10}

En la Epístola a Inarco, anteriormente citada, se expresan también estos ideales, aspirando a un mundo sin guerras y donde los pueblos se unan como una gran familia, reinando la armonía universal. Así mismo, en el Oración sobre el estudio de las ciencias naturales, muestra una concepción muy distante de los nacionalismos en boga y sueña con el enlazamiento de todos los pueblos que habitan la tierra. Cuando los conocimientos, las artes, las riquezas y las virtudes sean comunes a todos los pueblos y cuando hayamos logrado perfeccionar la razón y la naturaleza estaremos preparados «para aquel día tan suspirado de las almas» donde el género humano será como una gran familia asentada en la paz y la amistad, «estableciéndose el imperio de la inocencia»{11}. La realización de esta utopía, concluye Jovellanos, estará posiblemente reservada a otra generación que esté más preparada y menos corrompida que la actual.

En el Discurso sobre el estudio de la geografía histórica, aboga por el conocimiento mutuo de los pueblos como medio de allanar el camino para una paz universal. El recto conocimiento de las ciencias, como la geografía, disipará errores y prejuicios, posibilitando el camino «hacia la época que debe reunir todos sus individuos en paz y amistad»{12}.

3. Cambio social y acción histórica

Los ideales utópicos jovellanistas orientan la sociedad hacia el cambio. Tienen la pretensión de transformar la organización social en su conjunto o en algunas de sus partes. Esto puede tratar de conseguirse de un modo inmediato o a largo plazo, es decir, por vía revolucionaria o progresiva. Veamos cuál es la apuesta de Jovellanos.

3.1. Vía revolucionaria

La revolución viene marcada por una ruptura total con una realidad presente que se considera inadmisible y viene casi siempre acompañada de un alzamiento violento contra el poder establecido.

La experiencia vital y el temperamento de Jovellanos le incitan a poner en cuestión la revolución como alternativa de realización de sus ideales. Ello es patente en numerosos textos, que no es posible analizar aquí; baste con citar el que, creemos, resume mejor su postura: «Lo he dicho ya; jamás concurriré a sacrificar la generación presente por mejorar las futuras. Usted aprueba el espíritu de rebelión; yo no: lo desapruebo abiertamente, y estoy muy lejos de creer que lleve consigo el sello del mérito. Entendámosnos. Alabo a los que tienen valor para decir la verdad, a los que se sacrifican por ella, pero no a los que sacrifican otros entes inocentes a sus opiniones, que por lo común no son mas que sus deseos personales, buenos o malos. Creo que una nación que se ilustra puede hacer grandes reformas sin sangre, y creo que para ilustrarse tampoco sea necesaria la rebelión. Prescindo de la opinión de Malby, que autoriza la guerra civil, sea la que fuere; yo la detesto, y los franceses la harán detestar a todo hombre sensible.»{13}

3.2. Vía progresiva

Es el camino escogido por Jovellanos. Los ideales utópicos se conseguirán partiendo de lo que cada nación ha adelantado ya, a través de la evolución y la ilustración de los hombres. La felicidad no se consigue de golpe y de forma inmediata, sino de forma progresiva como ocurre en la naturaleza: «Si el espíritu humano es progresivo, como yo creo(aunque esta sola verdad merece una discusión separada), es constante que no podrá pasar de la primera a la última idea. El progreso supone una cadena graduada, y el paso será señalado por el orden de sus eslabones. Lo demás no se llamará progreso, sino otra cosa. No sería mejorar, sino andar alrededor; no caminar por una línea, sino moverse dentro de un círculo. La Francia nos lo prueba. Libertad, igualdad, república, federalismo, anarquía...y qué sé yo lo que seguirá, pero seguramente no caminarán a nuestro fin, o mi vista es muy corta. Es, pues, necesario llevar el progreso por sus grados.»{14}

Concluyendo, Jovellanos es consciente de que esta dinámica de acción social es lenta, pero no encuentra otra mejor para evitar caer en las consecuencias negativas de la revolución –nótese el impacto emocional que la Revolución francesa causó en nuestros ilustrados–. Algunos de sus ideales han ido plasmándose en la realidad, otros siguen ahí, como desafíos para el cambio. Su utopía solucionista no renuncia a la idea de una España mejor, para la que él nos adelantó aportaciones significativas.


{1} J.L. Abellán, Historia crítica del pensamiento español, vol. III (Del Barroco a la Ilustración), Espasa-Calpe, Madrid 1988 (2ª edición), pág. 328.

{2} Según Stelio Cro hay que ubicar la composición de esta utopía alrededor de 1682, ya que junto a Sinapia ha hallado tres manuscritos más que, por sus características, no ofrecen duda de que son del mismo anónimo autor. Uno es un Discurso de la educación; otro, fundamental para fechar Sinapia, son una serie de anotaciones traducidas del Journal des Savans de 1682, y el último lo constituye una lista de libros. (Cfr. «La utopía en España; Sinapia», en Cuadernos para la Investigación de la Literatura Hispánica, 2-3 (1980), pág. 32 y nota uno).

{3} J.A. Maravall, Utopía y reformismo en la España de los Austrias, Siglo XXI, Madrid 1982, pág. 26.

{4} Ibid., pág. 25.

{5} A. Fernández Sanz, «Utopía, progreso y revolución como categorías explicativas en la historia del pensamiento», en Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, nº 12, Servicio de Publicaciones UCM, Madrid 1995, pág. 172.

{6} Informe sobre la ley agraria, en Obras de Jovellanos, BAE, tomo 50, Madrid 1952, págs. 136-137.

{7} BAE, tomo 50, pág. 103.

{8} BAE, tomo 46, Madrid 1963, pág. 47.

{9} Diario, BAE, tomo 85, Madrid 1956, pág. 60.

{10} BAE, tomo 46, Madrid 1963, pág. 255 (el subrayado mío).

{11} BAE, tomo 46, pág. 341.

{12} BAE, tomo 46, pág. 326.

{13} A desconocida persona (Hardings), BAE, tomo 50, pág. 366 (subrayado mío).

{14} Ibid., BAE, tomo 50, pág. 366 (el subrayado mío).

 

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