El Basilisco EN PAPEL
Revista de filosofía, ciencias humanas,
teoría de la ciencia y de la cultura
Versión digital
Versión papel
Suscripciones
Redacción
Índices
 
El Basilisco DIGITAL
  El Basilisco (Oviedo), nº 21, 1996, páginas 46-48
  Actas de las II Jornadas de Hispanismo Filosófico (1995)

Los orígenes del PSOE:
mercancía, positivismo y socialdemocracia


Enrique P. Mesa García
Madrid
 

Buenos días señoras y señores. Mi nombre es Enrique Mesa García y soy estudiante de Tercer Ciclo de la UAM. Voy a hablar de lo que va a ser mi tesis doctoral, titulada «Los orígenes del PSOE: mercancía, positivismo y socialdemocracia».

Mi tesis doctoral está dirigida por el profesor Pedro Ribas, a quien desde aquí agradezco su apoyo, y en esta ponencia me dispongo a resumir sus puntos fundamentales. Para dicho resumen me permitiré prescindir de todo aparato crítico así como de citas originales que puedan apoyar mis palabras con vistas a poder expresar esquemáticamente las ideas que en ella pienso defender.

En el capitalismo nos encontramos, para los fundadores del PSOE, con una explotación del obrero por parte del capitalista. Apenas aparece la idea de producción de capital en un sentido general, de reproducción del sistema y acrecentamiento del mismo, sino que siempre se trata de una relación de explotación particularizada, es decir: los dos protagonistas son el obrero, que vende su fuerza de trabajo en el mercado, y el empresario, que se la compra al mínimo precio posible.

Por ningún lado, aparece el Capitalismo como algo diferente del mero beneficio económico del capitalista. El Capitalismo, lejos de tener una realidad propia que se impone, incluso, sobre la clase burguesa, aparece como un producto constreñido a su forma social. Efectivamente, el capitalismo, una vez descubierta que su célula fundamental es la relación de la compra-venta injusta de trabajo, pasará a ser un organismo multicelular a costa de generalizar dicho proceso. Así, el capitalismo pasará a ser un número más o menos considerable de burgueses que en la compra de trabajo producen capital a través del sueldo de los obreros.

Es una importancia concedida al trabajo en cuanto trabajo remunerado, y no como traición de algo que es la Praxis. Los socialistas españoles hablan del trabajo del obrero desde el punto de vista del mismo capitalismo, y por eso deben acabar concluyendo que lo más importante de todo esto es el pago que se da a dicho trabajo. Sin pretender la noción de la praxis traicionada, la única fuente para juzgar el trabajo realizado se convierte en el salario. Sitúan así el capitalismo como una cuestión meramente económica, pero económica tal y como la propia economía capitalista, a la cual pretenden combatir, presenta lo económico. Se transforma la economía en un cálculo de beneficios y deudas, de salarios justos y de retribuciones injustas, entrando en la parcelación de la realidad.

La individualización de las relaciones sociales, y con ella, la reducción del capitalismo a un mero marco de relaciones laborales injustas, lleva necesariamente a admitir que la justicia o injusticia de la relación socio-comercial efectuada entre un comprador y un vendedor es la base de toda el conglomerado social y de la propia crítica a dicha sociedad. Parece así como que si realmente hubiera una justicia en la retribución del precio pagado por la fuerza de trabajo, el Capitalismo no sería injusto. El mismo Capitalismo, queda presentado como una parcialidad de la misma vida, como una realidad que aparece sólo vinculada a la producción económica concreta y cuyo máximo representante es el salario. Al quedar todo supeditado a la relación establecida de compra-venta de trabajo, la clave del capitalismo queda reducido a la relación entre el que compra y el que vende. Y por tanto, y como veremos a continuación, la medida de la justicia para dicha relación queda supeditada a esa idea de comprar y vender de forma tal que la relación comercial sea equitativa.

De acuerdo al análisis previamente apuntado, el salario cobra una importancia capital a la hora de analizar el propio sistema capitalista. Y la cobra por dos fenómenos característicos de la socialdemocracia: la ley férrea de los salarios y la devolución al trabajador del producto íntegro de su trabajo. No es aquí importante ver que relación guarda la ignorancia de la obra de Marx con la defensa de estos dos principios. El hecho de desconocer de forma más o menos completa la obra de Marx no exime que el socialismo español muestre una coherencia en su discurso. De lo que se trata es de ver y analizar dicha coherencia.

La Ley Férrea de los salarios no sólo se presenta como una realidad social sino como una ley de inexorable valor científico. Evidentemente, parece claro que el sueldo de los obreros no puede crecer por encima del mínimo de subsistencia. Pero la Ley férrea de los salarios no sólo explica que no se den en la actualidad sueldos por encima de la mera subsistencia del obrero y su prole, sino también que es imposible que esto se produzca. La Ley férrea de los salarios, el salario de subsistencia, implica pues un criterio de injusticia, una crítica muy estricta y limitada. Aparece la injusticia en la propia relación mercantil establecida entre un comprador y un vendedor.

La relación que así aparece no es, en ningún momento, generadora de contradicciones reales, no crea nada que haga realmente imposible la existencia humana, como tal, en el interior del sistema capitalista, sino, si acaso, la necesidad de una reforma en una parcela exclusiva de la producción social. Será esta una de las claves de la imposición de un paulatino reformismo político. Efectivamente, al fijarse exclusivamente en las relaciones comerciales de compra-venta, lo que quedará como criterio de justicia o injusticia del sistema será la elevación o no del salario sobre lo que se considera un nivel de subsistencia. Al considerar dicha subida imposible, se impone la revolución. Pero debe quedar claro que es únicamente como consecuencia de la imposibilidad de dicha elevación, debido a la Ley férrea de los salarios, por lo que se debe realizar el cambio de sistema. Es así una protesta sobre unas condiciones de vida y no sobre la vida tal y como ésta se manifiesta y se produce.

Por esto, la necesidad de la medida concreta y particular de la restitución del producto íntegro del trabajo,como medida de justicia evidente ante lo anteriormente expuesto, no es únicamente un tema, pues, que caiga en el error económico y por eso haya que despreciarlo sino que detrás suyo esconde una determinada ideología. Los socialistas españoles se ven obligados a defenderlo por ese análisis previo del cual parten como criterio real de justicia frente a la realidad injusta del capitalismo.

La emancipación de la clase obrera, estructurada de acuerdo a un criterio economicista de la realidad del sistema capitalista, convierte al propio sistema en una especie de patrón limitado a un estrecho campo de la realidad social. El Capitalismo solamente aparece en tanto en cuanto existe una relación económica de por medio, es un mero sistema productivo exclusivamente, y de forma excesiva, limitado a una realidad únicamente económica. La emancipación obrera aquí planteada es algo de un contenido puramente económico.

Surge así el tema de la división antagónica de la sociedad en sólo dos clases. Efectivamente, si la base de todo el edificio capitalista era la cuestión de la compra-venta de trabajo, es lógico pensar que una parte fundamental del análisis socialista se refiera a aquellas clases que actúan en dicha realidad de compra-venta. Una, como la compradora del trabajo ajeno; y, otra, como la clase que debe vender su fuerza de trabajo para garantizar su propia subsistencia.

El antagonismo de clases cobra así una trascendencia en el esquema de los socialistas. La reducción de la sociedad a dos clases realmente existentes, procede precisamente de ese afán de positivización, de factualización, de buscar hechos que amparen las ideas acerca de la esencia ya enunciada del Capitalismo. La necesidad de encontrar un principio que se dé realmente, entendiendo por real sólo lo positivo, en la sociedad ha llevado a los socialistas españoles a fijarse en el salario, y éste a su vez obliga a tomar el hecho de las clases sociales como decisivo. Y al no comprender verazmente el Capitalismo, al no situar lo concreto del mismo en su abstracción más aparente, la mercancía en cuanto su trabajo apropiado sin racionalidad, por algo ajeno a lo humano, deben buscar actores de carne y hueso, y no es ninguna metáfora, para poder explicar al sistema. Los socialistas necesitan, pues, situar en su análisis a gentes que realicen las condiciones de existencia del sistema capitalista. Al mantener la tesis del capitalismo como el resultado del capital expropiado por la burguesía en la compra del trabajo al obrero, necesitan ese conjunto de personajes que intervienen en esa relación, como si dijéramos que necesitan los factores para poder llegar al producto, para poder demostrar de forma eficaz y positiva que el Capitalismo es eso. Y dicho sumatorio, de un lado los capitalistas dueños de los medios de producción, y, del otro, los proletarios desposeídos de toda la riqueza que no sea su fuerza de trabajo, da como resultado final las relaciones de compra-venta de trabajo, o lo que es lo mismo: el capitalismo.

Volvemos a ver aquí una vieja visión más cercana a la economía política liberal que al propio Marx. Resulta que la sociedad tal y como está constituida no es el fruto de la existencia de un proceso productivo que se impone sobre los mismos hombres, que produce su vida, sino que es el resultado de las relaciones que los hombres ya formados entablan entre sí: como un comprador y un vendedor en un mercado. Así, la creencia es que al ser el capitalismo el resultado de la compra-venta del trabajo, de los capitales, está formado por la clase burguesa y la clase proletaria, los que participan, y por nada más. Es decir, las clases que forman el sistema asalariado del capitalismo. La suma de dichas partes, pues, forma la compra-venta, y ésta el propio capitalismo, pero no existe la inversa. El capitalismo como objetividad no existe como algo por encima de las relaciones sociales entre los grupos, sino que viene conformado por dichas relaciones. El Capitalismo es la relación social entre la burguesía y el proletariado.

Se consigue así que el sumatorio de la sociedad sea efectivamente el sistema social concreto que representa al Capitalismo. Efectivamente, conseguir un resultado positivo es básico, es lo primordial, del análisis. Si el capitalismo no es nada más que la relación establecida de la compra-venta de trabajo, entonces, para que exista el propio Capitalismo, deben existir los elementos que le conforman. Es esa visión estática la que da como uno de sus resultados la idea de la necesidad de la exclusiva existencia de dos clases sociales: capitalista y obrera.

Las consecuencias resultantes de los dos análisis anteriormente expuestos, sobre los temas de la idea del salario (capitalismo) y del antagonismo de clases, señalan bien a las claras que la intervención política en forma de partido que participa en las instituciones, va a unirse a los otros elementos analizados.

Lo primero que nos llama la atención en el estudio del problema de la política es, precisamente, el desprecio que hacia todo aquello que sea político se encuentra inmerso en el discurso socialista. Observamos como los socialistas españoles mantienen una relación estrecha entre el propio interés económico de una clase y sus actuaciones políticas. Pero, no se trata de una unión entre las condiciones productivas concretas, el sistema productivo, y una conciencia determinada. Efectivamente, al igual que el capitalismo se ha personalizado en las propias figuras sociales, lejos de plantearse su existencia como algo superior a dichas personalidades, la ideología va a ser reducida a una razón personalizada y meramente ideal, a una serie de pensamientos que, de mala fe, sostienen los burgueses. La ideología no se enraiza en el sistema como parte integrante del mismo, sino que consiste en un aditamento externo que se introduce en aquel para lograr preservarlo. Esta idea de la ideología, más cercana a los planteamientos maquiavélicos que a los marxistas, desvela una vez más la idea que sobre el capitalismo domina en la socialdemocracia española.

El sistema, de carácter estrictamente económico, carece de cualquier realidad que no pertenezca a dicha esfera, se trata única y exclusivamente de un hecho producido entre un vendedor y un comprador, puros ambos en cuanto a dicho ejercicio y que nunca aparecen como elementos sociales completos. De esta forma, que la ideología vaya por un lado y la realidad económica y productiva por otro, tiene como consecuencia el hecho de que los fundadores del partido socialista no sean capaces de situar correctamente el análisis social, colocando una serie de compartimientos estanco que muy a su pesar niegan las características reales de dicho sistema productivo. El capitalismo se convierte en un elemento negativo para el desarrollo de los seres humanos, en cuanto que lleva en sí la explotación del hombre, pero, y no es una paradoja, el Capitalismo es ideológicamente neutral.

Se produce así una subjetivización de un problema como el de la ideología que en principio debía de ser tratado objetivamente. La ideología es un proceso guiado por la «astucia y la fuerza», en concreto de la clase burguesa, pero no algo desarrollado desde el sistema sino desde fuera. Al colocar el problema en las personas concretas y además en su mala fe se le da a la realidad, por pasiva, el título de verdadera, de ser lo que verdaderamente tiene que ser. Y una vez más se ve ese pensamiento en cuanto que lo que pretende el sujeto es una adecuación a una realidad que ya está ahí o que ha de venir, un pensamiento que está, indudablemente, influido por el objeto, pero que no influye en el mismo más que desde la posición de verlo de otro modo. La verdad la marca el objeto, y lo que debe hacer el sujeto es relacionarse correctamente con él. Al ser esto así, la realidad no puede ser en sí misma ideológica, es algo que ni se plantea, pues el criterio de verdad entonces sería exclusivamente el de la propia falsedad de la realidad, es decir: la adecuación con la realidad debería, pues no se aceptaría la Praxis, ser la mentira si la propia realidad fuera falsa.

De esta manera, la realidad es neutral, ni verdadera ni falsa, y el desprecio hacia la acción humana es una consecuencia lógica de este criterio de verdad. El mero reflejo de las condiciones sociales como criterio de verdad sitúa esta en un terreno aparentemente científico, sin contenido moral.

La vieja disputa filosófica entre la relación del ser y el deber ser se resuelve entre los socialistas españoles a través de la aceptación del ser como única realidad, como lo positivo y verdadero, siendo tachado todo lo demás de quimérico. Pero al unir, precisamente, el Ser, lo que hay, a la verdad final, se encuentran con la imposibilidad de hallar algún argumento favorable para cambiar lo que hay, como no sea precisamente lo que de forma positiva ya hay. El análisis se pretende realizar como científico, sólo atento a los hechos que se están dando y nada más que a ellos, pero precisamente al estar atentos a los hechos que se dan positivamente, y a nada más, no pasa de ser una descripción falsa que el propio capitalismo hace de sí mismo a través de su propia, y por esto mismo ideológica, representación social. Es captar, como consecuencia lógica de todo el proceso seguido, el fetichismo como realidad positiva, es decir: verdadera, y deslindar así los dos campos, el social por un lado y el económico, el capital, por otro, de forma tan clara que al final el social apenas tiene que ver con el económico, y éste es solamente la relación establecida en el propio proceso de trabajo asalariado. Y es precisamente éste un problema que arrastrará el socialismo a la hora de situar los elementos que hacen necesaria una revolución. Efectivamente, y como ya veremos, ésta sólo puede realizarse echando mano de un trascendente, pues la realidad no indica ninguna causa, ninguna contradicción que lleve a la necesidad del derrocamiento.

Como este trascendente aparece el Mercado, el lugar, darwiniano, de la libre concurrencia de mercancías donde el desarrollo y expansión capitalista se enfrenta a un muro infranqueable. El Mercado es un lugar que el Capitalismo no controla, es un producto que aparece como ajeno a él y en el que, sin embargo, el modo de producción capitalista no tiene más remedios que acudir para conseguir un beneficio. Unido a esto está el ya conocido aumento constante de la producción y, al tiempo, un aumento proporcionalmente inmenso de las mercancías producidas. Si el Capitalismo no quiere agotar sus días en una crisis de innumerables consecuencias el consumo debe crecer también de forma proporcionalmente inmensa. Luego, el capitalismo, si quiere sobrevivir, debe poder poner las condiciones para que dicho consumo se realice. Pero, el consumo de las mercancías está condenado a ser algo más bien escaso, reservado a las clases privilegiadas. La ley férrea de los salarios impide a la clase trabajadora comprar productos por encima del límite de subsistencia. De esta forma, continúa el análisis, el exceso de producción tiene necesariamente que ir en aumento aún cuando ya sea conocido que no tiene ningún tipo de salida.

La consecuencia de todo esto es que, necesariamente, la crisis potencial, provocada por dicho proceso, debe cumplirse más tarde o más temprano y cada vez con más violencia. El capitalismo cava su propia fosa. Con esto, y de forma casi paradójica, el Capital se presenta como incapaz de satisfacer las necesidades básicas de la gran mayoría de la población. Precisamente, por esos grados de pobreza a los cuales la población está condenada, la revolución social, realizada y acuciada por el hambre, está servida.

Es una, otra, ley inexorable que anuncia, sin ningún género de dudas, la necesaria caída del sistema de producción capitalista. La reducción del capitalismo juega, pues, aquí un papel fundamental a la hora de estudiar el Mercado. El Capitalismo es injusto en su relación de compra-venta de trabajo. A su vez, él mismo es esa relación de compra-venta personificada, de acuerdo al esquema general que se pretende corresponder fielmente con la propia realidad del modelo de la producción capitalista.

Pero, el Capitalismo sólo aparece en el mercado, es incapaz de constituirlo, de darle forma. El Capitalismo no presenta, ni tan siquiera, una pretensión de totalidad. Exclusivamente busca un beneficio económico inmediato que se encuentra personificado en la propia clase burguesa. Va a morir necesariamente arrastrado por su exceso productivo en comparación a la limitación que él mismo, necesariamente, ha impuesto al mercado. La zona de libre concurrencia de mercancías no es libre por la pobreza de la población, y no porque se halle dominado por el Capitalismo. Esa necesidad de un lugar que se presente por encima del capitalismo, pero a la vez limitado por el capitalismo es el trascendente de las teorías socialistas.

El mercado, aún sin pretenderlo, cobra una importancia de primera magnitud dentro del esquema revolucionario socialista. Y es un esquema revolucionario que se gesta desde fuera, en ningún momento desde el núcleo de la propia entidad capitalista del trabajo. La distinción entre formas de trabajo capitalistas, donde el proceso productivo de explotación parece surgir con gran fuerza, y formas de distribución y comercialización de las mercancías, que aparentemente es libre de cualquier condición de sumisión al sistema, será la clave, al menos una de las principales, para entender el reformismo defendido posteriormente. Dicha distinción llevará necesariamente a la paradoja de tener que defender el mercado como fórmula revolucionaria, pero que lo es por la propia limitación del capitalismo como realidad no totalitaria. El capitalismo va a morir, necesariamente y arrastrado por su exceso productivo en comparación a la limitación que él, necesariamente, ha impuesto al mercado. Un estado social capaz de garantizar el consumo y de producir científicamente sería así justo. El reformismo, como defensa del capitalismo de mercado, está servido.

 

www.filosofia.org Proyecto filosofía en español
© 1996 www.filosofia.org
Revistas El Basilisco