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  El Basilisco (Oviedo), nº 21, 1996, páginas 62-63
  Actas de las II Jornadas de Hispanismo Filosófico (1995)

Ortega y el nacimiento
de la posmodernidad


Jacinto Sánchez Miñambres
Salamanca
 

Esta espinosa cuestión de las posibles conexiones de nuestro paisano con la corriente contemporánea denominada «Posmodernidad» surgió en mí de una forma espontánea, como un chispazo. Me encontraba leyendo la obra de Ortega que es objeto de mi investigación, El tema de nuestro tiempo (1923), cuando la propia obra me sugirió varios puntos de encuentro con dicha corriente suscitando de tal forma mi interés que me obligó a replantearme los objetivos iniciales de mi tesina.

De momento mis aspiraciones se limitan a establecer las posibilidades que este pequeño ensayo tiene de poder considerarse como uno de los textos de referencia de la incipiente posmodernidad, aunque a largo plazo, «si las circunstancias me lo permiten», pretendo elaborar mi tesis doctoral en torno a la idea de que la filosofía orteguiana puede ser analizada como antecedente de dicho movimiento.

Por otro lado, parece bastante evidente que algo tendrá que aportar nuestro autor a dicha corriente si nos fijamos en un hecho incuestionable; Ortega mamó, filosóficamente hablando, hasta la saciedad de los dos autores que son considerados canónicamente como introductores de la posmodernidad: Nietzsche y Heidegger. Del primero es obvio; basta con reparar en las referencias de que es objeto en varias de las obras del filósofo madrileño; con respecto a Heidegger de todos es conocida la polémica que mantuvo con él a partir de la publicación de Ser y Tiempo en 1927. Al respecto, pueden ser ciertas o no las afirmaciones de Regalado en su controvertida obra{1}, pero tales enfrentamientos entre los dos autores se deben más a la viabilidad de las soluciones que a los problemas.

Añadamos a lo dicho la afirmación de Vattimo en su obra El fin de la modernidad que reza «Nietzsche y Heidegger y junto con ellos todo ese pensamiento que se remite a los temas de la ontología hermenéutica son considerados aquí -aún más allá de sus propias intenciones- como los pensadores que echaron las bases para construir una imagen de la existencia en estas nuevas condiciones de no historicidad o, mejor aún, de poshistoricidad.»{2} Si esto es así, permitiéndome incluir a Ortega entre estas coordenadas, poseo un argumento de peso en favor de mi investigación.

No obstante sigue siendo muy osada esta afirmación, pero mi punto de partida adquiere más consistencia gracias a la problemática intrínseca de la posmodernidad. El propio Vattimo afirma en la introducción del texto citado: «Sólo en relación con la problemática nietzscheana del eterno retorno y con la problemática heideggeriana del rebasamiento de la metafísica adquieren, en verdad, rigor y dignidad filosófica las dispersas y no siempre coherentes teorizaciones del período posmoderno»; y continúa «como se verá, todos estos problemas, aun a través del carácter en modo alguno sistemático y definitivo de este libro, están más bien ilustrados y profundizados y no resueltos»{3}. En otras palabras, el propio autor es consciente de las dificultades que plantea este movimiento, sobre todo porque no está resuelto; pues bien, este problema es un punto más a mi favor para afirmar decididamente que Ortega puede aportar su granito de arena para contribuir a la plenitud de dicho movimiento, ya que las líneas de investigación están muy abiertas. Cuestión a discutir será la importancia real de su papel.

Pero no quiero hacer de adivino, por lo que voy a intentar abrir algunas puertas remitiéndome a la obra anteriormente citada, El tema de nuestro tiempo.

La primera pregunta que debo contestar es la siguiente: ¿Por qué El tema de nuestro tiempo? ¿Qué tiene de especial dicha obra para que sea objeto de tal investigación?

Como ya he reconocido, en principio no fue un objetivo consciente. Pretendía simplemente analizarla porque me parecía una obra trascendental de nuestro insigne autor. Sólo cuando entré a fondo en ella aparecieron las consideraciones que actualmente me asaltan. Podría citar una cantidad de textos interminable, pero en aras de la brevedad y la simplicidad me limitaré a algunos de especial relevancia.

En uno de los artículos de dicho ensayo llamado «Relativismo y racionalismo» Ortega nos propone una superación de ambas formas de filosofía, lo que pienso personalmente es una de las aspiraciones fundamentales de la posmodernidad (aunque hoy en día se manifiesta mediante multitud de fórmulas). Concretamente Ortega se expresa en ese texto de la siguiente manera: «Es inconsecuente guillotinar al príncipe y sustituirle por el principio. Bajo éste, no menos que con aquél, queda la vida supeditada a un régimen absoluto. Y esto es precisamente lo que no puede ser: ni el absolutismo racionalista -que salva la razón y nulifica la vida-, ni el relativismo, que salva la vida evaporando la razón. La sensibilidad de la época que ahora comienza se caracteriza por su insumisión a ese dilema. No podemos satisfactoriamente instalarnos en ninguno de sus términos.»{4}

Dos son los rasgos que me interesa destacar del texto. El primero es su referencia a la imposibilidad actual de aferrarnos a legados irracionales (príncipe) o racionales (principio) en el sentido tradicional, lo que nos acerca a posiciones pragmáticas u ontológicamente débiles en el sentido de Vattimo, y a una decadencia de los metarrelatos en palabras de Lyotard. El segundo es consecuencia de lo anterior y se manifiesta como consciencia de que el pensamiento está viviendo un cambio inconmensurable respecto del pensamiento moderno, revelándose Ortega como uno de los autores que más pronto y de forma más insistente afirman el agotamiento de esta forma de sensibilidad, cosa que hoy día es un incuestionable axioma posmoderno, como su propio prefijo indica. Así comienza el ensayo de Vattimo: «Este libro se propone aclarar la relación que vincula los resultados de la reflexión de Nietzsche y Heidegger, por un lado, reflexión a la que constantemente se remite, con los discursos más recientes sobre el fin de la época moderna y sobre la posmodernidad, por otro lado.»{5} Análogamente, el mismo título de la obra orteguiana es bastante elocuente; El tema de nuestro tiempo significa implícitamente que hay un tiempo que nos pertenece y un tema que será la cuestión básica en lo que dicho tiempo perdure, y coincidirán ustedes conmigo en que todavía seguimos en tal disyuntiva.

Para acabar me referiré de pasada a un par de temas que son objeto de debate central en el texto de Ortega y que nos sirven de orientación para afrontar la posmodernidad.

El primero de ellos es la quiebra del concepto absoluto de verdad. «Se trata antes bien -sostiene Vattimo- (y éste es uno de los constantes temas del presente libro) de abrirse a una concepción no metafísica de la verdad, que la interprete, no tanto partiendo del modelo positivo del saber científico como (de conformidad con la proposición característica de la hermenéutica), partiendo de la experiencia del arte y del modelo de la retórica por ejemplo.»{6} Dicho aspecto se muestra en Ortega, probablemente en una forma rudimentaria, como perspectivismo historicista tal y como podemos apreciar en este texto: «Con heroica audacia, Descartes decide que el verdadero mundo es el cuantitativo, el geométrico; el otro, el mundo cualitativo e inmediato, que nos rodea lleno de gracia y sugestión, queda descalificado y se le considera, en cierto modo, como ilusorio. Ciertamente que la ilusión está tan sólidamente fundada en nuestra naturaleza, que no basta reconocerla para evitarla. El mundo de los colores y los sonidos nos sigue pareciendo tan real como antes de descubrir su tramoya... Pero se comprende que una inversión tan completa de la perspectiva espontánea no fue en Descartes y en las generaciones siguientes un resultado imprevisto a que súbitamente se llega en vista de ciertas pruebas. Al contrario, se comienza por desear, más o menos confusamente, que las cosas sean de una cierta manera, y luego se buscan las pruebas para demostrar que las cosas son, en efecto, como nosotros deseábamos.»{7}

Así pues quiebra el concepto de verdad. El segundo tema está relacionado directamente con esta tesis. Si la ciencia pierde terreno la historia y las ciencias humanas en general asumen un papel fundamental, aunque sea como revisión de los propios postulados metahistóricos. En Lyotard tal revisión se muestra como crítica de los metarrelatos; como leemos en su libro La posmodernidad (explicada a los niños), «En estas condiciones, ¿cómo pueden seguir siendo creíbles los grandes relatos de legitimación? Esto no quiere decir que no hay relato que no pueda ser ya creíble. Por metarrelato o gran relato, entiendo precisamente las narraciones que tienen función legitimante o legitimatoria. Su decadencia no impide que existan millares de historias, pequeñas o no tan pequeñas, que continúen tramando el tejido de la vida cotidiana.»{8} Por otro lado, Vattimo lo expresa como fin de la historia mientras que en Ortega puede hablarse de una auténtica «redención del error» a tenor de afirmaciones como las siguientes: «Pero no se comprende por qué la razón no ha descubierto, desde luego, el universo de las verdades. ¿Cómo es que tarda tanto? ¿Cómo permite que la humanidad se entretenga milenariamente en sestear abrazada a los más variados errores? ¿Cómo explicar la muchedumbre de opiniones y de gustos que, según las edades, las razas, los individuos han dominado la historia? Desde el punto de vista del racionalismo, la historia, con sus incesantes peripecias, carece de sentido, y es propiamente la historia de los estorbos puestos a la razón para manifestarse. El racionalismo es antihistórico.»{9}

Habría mucho más que decir, pero creo que mi planteamiento ha quedado claro. No obstante, antes de finalizar he de hacer referencia a un hecho relevante. Me sorprende sobremanera el que hayan sido muy pocos los estudiosos que se han dedicado hasta la fecha a esta cuestión concreta; no se si porque el tema no es interesante o porque no ha sido aún tematizado. Se cuentan con los dedos de una mano los artículos que he encontrado referidos a esta cuestión y solo la aportación de Javier San Martín me parece realmente ilustrativa en la relación Ortega-Posmodernidad{10}; la sorpresa proviene de que esta sería una buena línea para poner a nuestro autor de candente actualidad a nivel incluso supranacional. Personalmente así lo creo, y por ello pretendo continuar abriendo brecha en este sentido. Sin embargo es muy pronto para hacer afirmaciones más concretas; mi única intención con estos breves apuntes ha sido descubrir como factible la relación Ortega-posmodernidad, sobre todo en la medida en que permite conjugar tesis radicales de dos autores tan diversos en su cercanía como Lyotard y Vattimo. En la medida que les haya convencido de ello será un buen principio para continuar con entusiasmo esta labor que, por otro lado, será larga y ardua.


{1} Antonio Regalado García, El laberinto de la razón: Ortega y Heidegger, Alianza, Madrid 1990.

{2} G. Vattimo, El fin de la modernidad, Planeta-De Agostini, Barcelona 1994, pág. 13.

{3} Ibíd. págs. 9 y 20 respectivamente.

{4} J. Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo, Revista de Occidente en Alianza Editorial, Madrid 1987, págs. 96-97.

{5} Vattimo, Op. cit., pág. 9.

{6} Ibíd, pág. 19.

{7} Ortega, Op.cit., pág. 94.

{8} J.F. Lyotard, La posmodernidad (explicada a los niños), Gedisa, Barcelona 1995, pág. 31.

{9} Ortega, Op.cit., pág. 92.

{10} En su artículo «Ortega, filosofía alemana y posmodernidad», Agora, nº 10 (1991), págs. 13-33, y en su libro Ensayos sobre Ortega, UNED, Madrid 1994.

 

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