Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 1
páginas 94-95

Alma
IV. Sobre el alma y nuestras ignorancias

Fundándonos en los conocimientos adquiridos, nos hemos atrevido a cuestionar si el alma se creó antes que nosotros, si llega de la nada a introducirse en nuestro cuerpo, a qué edad viene a colocarse entre una vejiga y los intestinos, si allí recibe o aporta algunas ideas, y qué ideas son estas; si después de animarnos algunos momentos, su esencia, luego que el cuerpo muere, vive en la eternidad; si siendo espíritu, lo mismo que Dios, es diferente a éste o es semejante. Esas cuestiones que parecen sublimes, como dijimos, son las cuestiones que entablan los ciegos de nacimiento respecto a la luz.

¿Qué nos han enseñado los filósofos antiguos y los modernos? Nos han enseñado que un niño es más sabio que ellos, porque éste sólo piensa en lo que puede conseguir. Hasta ahora la naturaleza de los primeros principios es un secreto del Creador. ¿En qué consiste que los aires arrastran los sonidos? ¿Cómo es que algunos de nuestros miembros obedecen constantemente a nuestra voluntad? ¿Qué mano es la que coloca las ideas en la memoria, las conserva allí como en un registro y las saca cuando queremos y también cuando no queremos? Nuestra naturaleza, la del universo y la de las plantas, están escondidas en un abismo de las tinieblas. El hombre es un ser que obra, que siente y piensa: he aquí todo lo que sabemos; pero ignoramos qué es lo que nos hace pensar, sentir y obrar. La facultad de obrar es tan incomprensible para nosotros como la facultad de pensar. Es menos difícil concebir que el cuerpo de barro tenga sentimientos e ideas que concebir que un ser tenga ideas y sentimientos

Comparad el alma de Arquímedes con el alma de un imbécil: ¿son las dos de una misma naturaleza? Si es esencial en ellas el pensar, pensarán siempre con independencia del cuerpo, que no podrá obrar sin ellas; si piensan por su propia naturaleza, ¿será de la misma especie el alma que no puede comprender una regla de aritmética, que el alma que midió los cielos? Si los órganos corporales hacen pensar a Arquímedes, ¿por qué un idiota, mejor constituido y más vigoroso que Arquímedes, dirigiendo mejor y desempeñando con más perfección las funciones corporales, no piensa? A esto se contesta que su cerebro no es tan bueno; pero eso es una suposición, porque los que así contestan no lo saben. No se encontró nunca diferencia alguna en [95] los cerebros disecados; y es además verosímil que el cerebelo de un tonto se encuentre en mejor estado que el de Arquímedes, que lo usó y lo fatigó prodigiosamente.

Deduzcamos, pues, de esto lo que antes dedujimos, que somos ignorantes ante los primeros principios.


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