Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 1
páginas 107-108

Alma
IX. De la antigüedad del dogma de la inmortalidad del alma

El dogma de la inmortalidad del alma es la idea más consoladora y al mismo tiempo más reprimidora que el espíritu humano pudo concebir. Esta agradable filosofía fue tan antigua en Egipto como sus pirámides; y antes que los egipcios, la conocieron los persas. He referido ya en alguna parte la alegoría del primer [108] Zoroastro, que cita el Sadder, en la que Dios enseña a Zoroastro el sitio destinado para recibir el castigo, sitio que se llamaba Dardarot en Egipto, Hades y Tártaro en Grecia, y nosotros hemos traducido imperfectamente en nuestras lenguas modernas por la palabra infierno. Dios enseña a Zoroastro en el sitio destinado a los castigos, a todos los malos reyes, a uno de los cuales le faltaba un pie, y Zoroastro preguntó por qué razón. Dios le contestó que ese rey sólo había hecho una buena acción en toda su vida, y esta acción consistía en haber acercado con el pie una gamella que no estaba bastante próxima a un pobre borrico que se moría de hambre. Dios llevó al cielo el pie del rey malvado, y dejó en el infierno el resto de su cuerpo.

Dicha fábula, que nunca se repetirá bastante, demuestra la remota antigüedad de la opinión sobre la segunda vida. Los indios también tenían esta opinión, y su metempsícosis lo prueba. Los chinos reverenciaban las almas de sus antepagados; y esos pueblos fundaron poderosos imperios mucho tiempo antes que los egipcios.

Aunque es antiguo el imperio de Egipto, no lo es tanto como los imperios del Asia; y en aquel y en éstos, el alma subsistía después de la muerte del cuerpo. Verdad es que todos esos pueblos, sin excepción, supusieron que el alma tenía forma etérea, sutil, y era imagen del cuerpo. La palabra soplo la inventaron mucho después los griegos pero no se puede negar que creyeron que era inmortal una parte de nosotros mismos. Los castigos y las recompensas en la otra vida, formaron los cimientos de la antigua teología.

Ferecides fue el primer griego que creyó que las almas vivían una eternidad, pero no fue el primero que dijo que las almas sobrevivían a los cuerpos. Ulises, que vivió mucho tiempo antes que Ferecides, había ya visto las almas de los héroes en los infiernos; pero que las almas fuesen tan antiguas como el mundo, fue una opinión que nació en Oriente y que Ferecides difundió en el Occidente. No creo que exista un solo sistema moderno que no se encuentre en los pueblos antiguos. Los edificios actuales los hemos construido con los escombros de la antigüedad.


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