Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano
Montaner y Simón Editores, Barcelona 1887
tomo 2
página 390

Apercepción

(del lat. ad y percipere, percibir para sí, o interiormente): f. Filosofía. Esta palabra fue usada la primera vez por Leibniz. Distingue la percepción de la apercepción. Para Leibniz la percepción es simplemente el hecho representativo, interno o psicológico y la apercepción no es sólo, como se ha creído, la reflexión o el estado del espíritu que vuelve sobre percepciones conscientes para conocerlas mejor, refiriéndolas a ideas o principios generales, sino que es más bien la conciencia en el sentido que hoy se la atribuye o el estado del espíritu que conoce lo que pasa en él. «El estado pasajero, dice Leibniz, que envuelve y representa una multitud en la unidad o en la sustancia simple es lo que se llama la percepción, que se debe distinguir de la apercepción o de la conciencia, que es lo que han olvidado los cartesianos, no teniendo en cuenta para nada las percepciones, de que no tenemos conciencia» (V. su Principia Philosophiæ). Y en otra parte (V. sus Principios de la Naturaleza y de la gracia), añade: «También importa distinguir la percepción, que es el estado interior de la mónada, representando los objetos exteriores, de la apercepción, que es la conciencia o conocimiento ref1exivo de este estado interior, que no es propio de todas las almas, ni siempre de la misma alma». Dejando a un lado la cuestión de las percepciones indistintas e inconscientes de Leibniz, en las cuales halla Hartmann uno de los precedentes que señala a su doctrina de lo inconsciente, resulta que Leibniz toma la palabra apercepción en el doble sentido de conciencia de nosotros mismos y además de conciencia reflexiva o conocimiento del estado interior, que en nosotros producen las percepciones exteriores. Así resulta que en las que denomina percepciones obscuras o inconscientes, lo que desaparece es el conocimiento reflexivo, o en otros términos que persiste la percepción y desaparece la apercepción. Pudiera quizá en tal sentido descubrirse en esta distinción más que un precursor de Hartmann en Leibniz, un pensador que se hace eco de la ya establecida por los escolásticos de conciencia actual y habitual. Mayor alcance tiene aún en Leibniz esta idea de la apercepción, pues se enlaza con aquella advertencia que ha servido para corregir el empirismo de Locke, latente en la misma filosofía de Aristóteles. Cuando Locke repetía, tomándolo de Aristóteles: Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu, y Leibniz añadía: nisi intellectus ipse, daba a entender que la inteligencia en su naturaleza y en sus propias leyes y con ellas en su actividad, concurre y colabora a la formación de todo conocimiento, en el cual hay que reconocer, por consiguiente, sea su índole la que quiera, un cierto elemento ideal. Para Leibniz la reflexión (la conciencia actual) es algo más que la conciencia, puesto que supone un trabajo del espíritu. «Mediante el conocimiento de las verdades necesarias, dice Leibniz en sus Principia Philosophiæ, y sus atracciones nos elevamos a los actos reflexivos que nos hacen pensar en lo que se llama yo, y considerar su realidad en nosotros, y así es como pensando en nosotros, pensamos en el ser, en la sustancia, en lo simple, en lo compuesto, en lo inmaterial, en Dios mismo, induciendo que lo que es limitado en nosotros, es en él sin límites.» (V. Antropomorfismo.) Kant también empleó en su Crítica de la Razón pura la palabra apercepción en el mismo sentido que Leibniz, refiriéndola, según su concepto especial del conocimiento, a aquellos elementos ideales, a priori, o formales que el entendimiento añade a la materia de la experiencia. Ambos distinguen implícitamente la apercepción empírica (de los fenómenos que ofrece la sensibilidad que, una vez percibidos, constituyen materia para el ejercicio de la conciencia reflexiva) de la apercepción pura o unidad sintética de la conciencia (esencia pura del pensamiento, o fondo común de las categorías). Existe, sin embargo, una diferencia muy acentuada entre el sentido y alcance atribuidos respectivamente a la apercepción por Leibniz y Kant. Para el primero, que la considera desde el punto de vista psicológico como cualidad de la mónada, la apercepción es la percepción misma en su estado más perfecto de conocimiento reflexivo, que presta, mediante el trabajo y elaboración intelectuales, precisión y luz a la idea del yo y a la de los objetos percibidos. Para Kant, fiel a su idealismo crítico y subjetivo, desde el punto de vista lógico y ontológico o formal y real, la apercepción es el acto fundamental del pensamiento, la concepción primaria de las formas a priori, subjetivas e independientes de la sensibilidad (de cuyo dualismo hace surgir después sus antinomias. V. Antinomia) que nada enseña acerca de la realidad del yo y de los objetos sensibles. Muy distintas y a veces opuestas significaciones ha recibido después, en el transcurso de la historia del pensamiento contemporáneo, la palabra apercepción y entre ellas una de las más dignas de tenerse en cuenta es la que le atribuyó Maine de Birán, llamando a la conciencia la apercepción inmediata interna. El concepto sintético y compositivo que late en el pensamiento de Maine de Birán, que une a la concepción fundamental del pensamiento el sentimiento del esfuerzo, ha servido a algunos espiritualistas franceses (Janet, Pressensé y otros) para intentar la prueba de la objetividad de nuestros conocimientos sensibles. Otros pensadores (señaladamente Wundt) atribuyen a la palabra apercepción el significado de todos aquellos elementos ideales, que, latentes en la tendencia unificadora del entendimiento, surgen con la percepción sensible y sirven como síntesis y soporte para la objetivación del conocimiento empírico.


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