Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano
Montaner y Simón Editores, Barcelona 1887
tomo 2
página 393

Apetito

Filosofía. Esta palabra usada primero por Aristóteles y después por la Filosofía escolástica, designa el deseo y a la vez la voluntad, confusión que procede ya de Aristóteles para el cual, según expresa en su Tratado del alma «el apetito es deseo, pasión y voluntad». Toma en efecto Aristóteles la facultad apetitiva (así la llaman los escolásticos) en esta confusión de elementos o excitantes sensibles, que aún siendo impulsores para la acción, conservan su carácter afectivo, con los elementos dinámicos y prácticos propios de la voluntad y que son después regidos por la inteligencia. Así dice el mismo Aristóteles: «el apetito no es únicamente el dueño de la locomoción, porque las gentes sensatas no ejecutan sin más lo que desean, sino que se esfuerzan por seguir lo que prescribe la inteligencia» (nueva fase del apetito, que es la denominada por los escolásticos apetito racional o voluntad). Llaman los escolásticos, siguiendo a Aristóteles, apetito la inclinación de una cosa al bien real o aparente que le conviene. En su afán de distinciones, los escolásticos diferencian el apetito natural, inclinación de las cosas al bien sin conocerlo, del sensitivo, que se inclina al bien conocido pero sin saber la razón porqué este objeto es apetecible, y del racional que se inclina al objeto conocido entendiendo la razón de ser este objeto apetecible. Subdividen el apetito sensitivo en concupiscible, facultad con que el alma codicia los bienes que percibe con los sentidos y huye de los males contrarios, e irascible, potencia con que el alma es excitada a conseguir algún bien arduo o a remover los obstáculos que impiden la consecución o turban la posesión del bien apetecido. El primero, según Santo Tomás, es pasivo, y el segundo activo. A ambos se refieren las pasiones, once las primarias según el mismo Santo Tomás, seis correspondientes al apetito concupiscible (amor, odio, deseo, aversión, alegría y tristeza) y cinco al irascible (esperanza, desesperación, audacia, temor e ira). Los movimientos propios del apetito racional se llaman afectos. Distinguidas hoy merced a un análisis psicológico más campleto y a la vez menos diluido en divisiones y subdivisiones, las esferas propias (aunque no contradictorias) de los fenómenos sensibles, intelectuales y volitivos, no se emplea la palabra apetito sino para significar las inclinaciones positivas (las negativas se expresan con las palabras repugnancia y asco) de nuestra sensibilidad orgánica o que tienen su origen en las necesidades corporales y especialmente en los dos instintos primarios, esto es, en el instinto de conservación del individuo (nutrición) y en el de conservación de la especie (generación). El apetito se refiere por tanto a la vida instintiva. Todas aquellas inclinaciones del amor propio (V. Amor) que tienen por objeto nuestro bien particular, encaminándose a la satisfacción de las necesidades corporales, se llaman apetitos comunes al hombre y al animal, más visibles en este último, que no los disimula y rara vez los domina. Arraigan en la constitución orgánica, pudiendo existir también apetitos ficticios, como el alcoholismo, la necesidad del tabaco para los fumadores, el opio, &c., apetitos que son tanto más insaciables cuanto más se ejercitan y satisfacen. El carácter general de los apetitos, salvo siempre, al menos para el hombre, del auxilio y asociación de su poder imaginativo, consiste en que determinan o producen sólo sensaciones. Claro es que el sentimiento adherido a tales sensaciones, por ejemplo, ante una mesa bien servida y con comensales que nos son agradables, procede de que la imaginacion, y con ella toda nuestra realidad espiritual, concretan en la causa ocasional de la satisfacción del apetito (sensación) la aparición y manifestación de múltiples y muy complejos sentimientos.


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