Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 3
páginas 100-101

Clero
I

Quizá quede algo que decir sobre el clero, después de lo mucho que se ha dicho en el Diccionario de Ducanje y en el de la Enciclopedia. Por ejemplo, podemos notar que en los siglos X y XI se introdujo la costumbre, que tuvo fuerza de ley en Francia, Alemania e Inglaterra, de perdonar de la horca a los criminales que sabían leer. ¡Tan útil creyeron que era para el Estado tener erudición! Guillermo el Bastardo, conquistador de Inglaterra, introdujo en esa nación esa costumbre, que se llamó beneficio de clerecía. Dijimos en la Historia del Parlamento, que viejos usos, perdidos en todas partes, se vuelven a encontrar en Inglaterra, como, por ejemplo, se encontraron en la isla de Lamotracia los antiguos misterios de Orfeo. Aun en la actualidad el beneficio de clerecía subsiste en la nación inglesa con toda su fuerza en los casos de cometer una muerte sin deseo de causarla, y de robar por primera vez, con tal que el hurto no exceda de quinientas libras esterlinas. No se puede negar el beneficio de [101] clerecía al criminal que, sabiendo leer, lo pide. El juez, que las antiguas leyes consideraban que tampoco sabía leer, se vale todavía del capellán de la cárcel para que presente un libro al acusado. En seguida pregunta al capellán: «¿Legit? ¿sabe leer?» Si el capellán le contesta: «Legit ut clericus, lee como un clérigo», el juez se satisface con marcar la palma de la mano del criminal con un hierro candente, pero se tiene cuidado de cubrirlo con grasa endurecida. El hierro humea y lanza un silbido sin hacer daño al paciente, que es considerado como clérigo.


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