Diccionario de ciencias eclesiásticas
Imprenta Domenech, Editor, Valencia 1886
tomo cuarto
páginas 270-272

Espíritu privado

Sistema fundamental del protestantismo, que teniendo la Sagrada Escritura como regla única de su fe, pretende que debe ser interpretada según la razón individual de cada uno, no existiendo autoridad infalible para determinar el sentido de la Sagrada Escritura, ni juez alguno con derecho de fallar acerca de las controversias que puedan suscitarse sobre su inteligencia.

En varios lugares queda ya demostrado lo desatinado y absurdo de este sistema, y todavía lo habremos de refutar en otros varios artículos al tratar de la interpretación de [271] la Biblia y del Protestantismo. Aquí únicamente haremos ver las funestas consecuencias de este sistema, y que es destructor de toda religión. Habiéndose Dios dignado dar la revelación, es natural y necesario haber instituido una autoridad pública y externa, para guardar el depósito de la revelación y proponerlo a los hombres, a fin de que siempre constase, no solamente la existencia de la doctrina revelada, sino también su pureza e integridad. De lo contrario el hombre no podría estar seguro del hecho de la revelación en un punto tan importante y necesario, del cual pende su religión y su destino eterno. Por otra parte, siendo la revelación para las necesidades de la humanidad, en todos los siglos, debe estar al cuidado de una institución perpetua e indeficiente para que pueda ser preservada de toda novedad, corrupción o falsificación. Esto es lo que dicta la razón considerada la naturaleza de la misma doctrina revelada. Además, la fe debe ser divina e infalible, tanto por su objeto y motivo como por el medio, por el cual se nos comunica: lo cual prueba la necesidad de una autoridad infalible.

Esto mismo consta por la índole de los hombres, en cuyo beneficio se ha dado la revelación. Son todos desiguales en la inteligencia, e ideas, sentimientos , y por consiguiente en apreciar el sentido y alcance de las verdades reveladas, y más todavía de los preceptos. Cada uno tiene diversos modos de entender una cosa, un precepto o un consejo, y por lo tanto es necesaria una autoridad que presente a todos la verdad de un modo uniforme y constante. Jesucristo instituyó esta autoridad al fundar su Iglesia para que enseñase a todos los hombres la doctrina que él mismo había enseñado. Desde su origen la Iglesia cumplió esta divina misión, y si se presentaba alguna duda o se levantaba algún error, juzgaba según los Libros Sagrados que tenía en depósito. De ella hemos recibido el canon de las Sagradas Escrituras, y por consiguiente de ella misma debemos recibir su interpretación. Efectivamente, sus doctores han dado brillantes comentarios sobre todos los Libros Sagrados, y sus Concilios han fijado el verdadero sentido de la doctrina contra todas las herejías.

Así se evitan los inconvenientes ya indicados de la interpretación privada, y la regla de fe es única y segura. Por el contrario, el protestantismo, por el diverso modo de ver las cosas, que tienen todos los hombres, se ve precisado admitir tantas verdades, tantos símbolos o reglas de fe, como cabezas. Por otra parte, un mismo hombre aprecia y juzga las cosas y doctrinas de diverso modo en un tiempo que en otro, según las circunstancias y conocimientos que va adquiriendo con el tiempo. Luego el mismo hombre variaría a cada paso la regla de fe. Y como la interpretación privada se aplica al culto lo mismo que a la moral, se infiere que no habrá una moral y un culto obligatorio, sino cada uno podrá formarse el que le de la gana según el espíritu privado.

De aquí provienen en el protestantismo tantos errores, opiniones y delirios como vemos en esta secta, y la multitud de sectas en que se ha dividido y se divide cada día, las cuales están en contradicción unas con otras. La libertad inmoderada de pensar, es causa de que no pueda saberse cuál es entre ellos la verdadera religión, porque cada secta tiene el mismo derecho de opinar y creer lo que el espíritu privado o la razón individual dicten que debe ser creído. A esto se añade que entre los protestantes ninguno puede ser doctor o maestro, ni tiene derecho de imponer su opinión a los demás, ni siquiera de corregir sus errores acerca del dogma o la disciplina. Inútil es, por consiguiente, la predicación, la catequesis, la enseñanza, &c., sino dejar que cada uno abunde en su propio sentido. De aquí, finalmente, vienen las contradicciones de sus símbolos y creencias, como ha demostrado cumplidamente Moehler, en su admirable obra La Simbólica, que es sin disputa una de las mejores de este siglo.

Más aún cuando no hubiera tantos y tan graves inconvenientes, y aun cuando todos hubieran de entender la Biblia de la misma manera, sería imposible el sistema del espíritu privado, por la oscuridad de la Escritura, aun en aquellos pasajes que parecen más fáciles de entender. Bien sabidas son las innumerables opiniones que ha habido solo acerca de las palabras de la consagración, que según Perrone llegan a 200. Todos los autores de tales opiniones creían ver claro el sentido de aquellas palabras, y sin embargo las interpretaban con tanta variedad.

Por otra parte, es imposible que pueda ser regla de fe la que no esté al alcance de todas las inteligencias, aun las más vulgares, puesto que todos necesitan creer y salvarse. ¿Y quién dirá que es tal el sistema del espíritu privado, sabiendo que la interpretación de la Escritura es sumamente difícil, y exige una suma de conocimientos a la que no pueden llegar los hombres más sabios? Sólo la enumeración de las materias que es preciso poseer para interpretar la Escritura, asustaría a cualquiera que no se hallara dominado por la presunción, o mejor dicho, temeridad del protestantismo. Gramática, lenguas orientales, historia, geografía, costumbres y otra multitud de conocimientos apenas servirían para una mediana interpretación. Aun así esto no bastaría para fijar en todos casos el [272] verdadero sentido de la Escritura, y evitar toda discusión sobre ella. No solo se necesitaba un intérprete infalible, sino también dotado de indiscutible autoridad.

Luego el sistema del espíritu privado es absurdo, origen de divisiones y cismas, imposible e inútil para la generalidad de los hombres, para fundar sobre él una regla de fe. — Perujo.


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