Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 6
páginas 178-180

Universidad

Boulay, en el libro que titula Historia de la Universidad de París, acepta las antiguas tradiciones inseguras, por no decir fabulosas, que remontan su origen hasta la época de Carlomagno. Esta es también la opinión de Gagnin y de Gilles de Beauvais; pero además de que los autores contemporáneos Eginhard, Alemon, Reginon y Sigebert no se ocupan de la mencionada época, Pasquier y Tillet aseguran terminantemente que tuvo su origen en el siglo XII, durante los reinados de Luis el Joven y de Felipe Augusto.

Por otra parte redactó los primeros estatutos de la universidad Roberto de Corfeón, legado de la Santa Sede, el año 1215, y la prueba de que en sus comienzos tuvo la misma forma que en la actualidad, es que una bula de Gregorio IX, del año 1231, [179] menciona a los maestros en teología, a los maestros en derecho, a los físicos, como entonces se llamaban los médicos, y a los artistas. El nombre de universidad proviene de la suposición de que esos cuatro cuerpos, que se llaman facultades, constituían universidad de estudio, lo que equivale a decir que hacían todo lo que podían hacer.

Los papas, por medio de estos establecimientos, cuyas decisiones ellos juzgaban; se convirtieron en dueños de la instrucción de los pueblos, y el mismo espíritu que hacía considerar como un favor que los miembros del Parlamento de París obtuvieran el permiso para que los enterraran con hábitos de franciscano, dictó los decretos que publicó la curia romana contra los que se atrevieron a oponerse a la escolástica ininteligible, que según confesión del abad Trithemo, no era más que una ciencia falsa que perjudicaba a la religión. En efecto, lo que Constantino apenas insinuó respecto a la sibila de Cumas, lo dijo claro y expresamente Aristóteles. El cardenal Pallavicini refiere la máxima de un fraile llamado Pablo, que decía irónicamente que, a no ser por Aristóteles, la Iglesia hubiera carecido de algunos de sus artículos de fe.

Por eso el célebre Ramus, que publicó dos obras en las que combatía la doctrina de Aristóteles que enseñaba la Universidad, hubiera sido víctima del furor de sus rivales ignorantes, si Francisco I no hubiera pedido para fallarlo el proceso, que estaba siguiéndose en el Parlamento de París entre Ramus y Antonio Govea. Uno de los principales cargos que hacían a Ramus era el modo como enseñaba a sus discípulos a pronunciar la Q.

No fue Ramus el único perseguido por semejantes pamplinas. El año 1624 el Parlamento de París desterró del término de su jurisdicción a tres hombres que se atrevieron a sostener públicamente tesis contra la doctrina de Aristóteles, prohibiendo a todo el mundo publicar y vender las proposiciones que sostenían dichas tesis, bajo la pena de castigo corporal, prohibiendo además enseñar máximas contra los antiguos autores aprobados por la universidad, bajo pena de la vida.

Las exposiciones de la Sorbona, en favor de las que el Parlamento publicó un decreto contra los químicos, el año 1629, decidieron que no se podía chocar contra los principios de la filosofía de Aristóteles, sin chocar contra los de la teología escolástica, admitidos por la Iglesia. Sin embargo, habiendo publicado la facultad un decreto en 1666 para prohibir el uso de la antimonía, cuyo decreto confirmó el Parlamento, Paunier de Caen, gran químico y célebre médico de París, que no se conformó ni con el decreto de la facultad ni con el del Parlamento, fue únicamente degradado en 1609. Más tarde, cuando se ingirió la antimonía en el libro de los medicamentos, que [180] escribieron por orden de la facultad el año 1637, dicha facultad permitió su uso el año 1666, un siglo después de haberlo prohibido, y el Parlamento lo autorizó por otro decreto. De este modo, la Universidad siguió el ejemplo que le dio la Iglesia, que proscribió la doctrina de Arrio, bajo pena de muerte, y luego aprobó la palabra consubstancial, que en tiempos anteriores había condenado, como hemos visto en el artículo titulado Concilio.

Lo que acabamos de decir respecto a la Universidad de París puede darnos la idea de lo que serían las otras universidades, que tomaron aquélla por modelo. En efecto, ochenta universidades, imitando a la de París, reprodujeron el decreto que la Sorbona publicó en el siglo XIV, y que dispone que cuando se entregue el birrete a los doctores les hagan jurar que defenderán el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen, no considerando esto como un artículo de fe, sino como una opinión religiosa y católica.


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