Enciclopedia de la Cultura Española
Editora Nacional, Madrid 1966
tomo 3
páginas 409-410

Antonio Gómez Pereira

Filósofo y médico español del s. XVI, nacido seguramente en Medina del Campo hacia el año 1500. Su nombre y patria, dice Menéndez y Pelayo, andan en controversia. Llámanle casi todos los que de él escriben Antonio; algunos extranjeros mal informados y de poca autenticidad, entre ellos el abate Advocat, le apellidan Jorge. El jesuita Ulloa le llamó gallegus. Lo que de él consta es que vivió y escribió en Medina del Campo.

Estudió en Salamanca durante el período nominalista, doctrina que él transformó en un sentido sensualista.

El único libro filosófico de Gómez Pereira es la Antoniana Margarita, titulado así en homenaje a sus padres. Bajo este epígrafe se albergan, sin embargo, dos escritos más, independientes del cuerpo principal de la obra, uno que es exposición y comentario del tercer libro del tratado De Anima, de Aristóteles, y otro sobre la inmortalidad del alma humana, de cuño propio.

Gómez Pereira ejerció su profesión como médico en varias ciudades castellanas, reconociéndoselo en su época como una gran autoridad en el arte de curar. Felipe II le llamó para que asistiera a su hijo el príncipe don Carlos.

Tiene también una obra sobre medicina, la Novae veraeque medicinae, escrita en 1558. En ella se manifiesta como resuelto adversario de la piretología galénica, entonces en boga. Gómez Pereira sostiene, frente al galenismo, que el calor febril no se distingue del calor natural por su índole, sino sólo por su intensidad. La fiebre no sería otra cosa, según él, que consecuencia del esfuerzo que realiza la naturaleza del individuo que la padece para restablecer el equilibrio normal del organismo, teoría que enseñaría cien años después Sydenham. También combatió, aunque con poca fortuna, la transmisibilidad de las enfermedades contagiosas a través del aire. No carecen de interés sus observaciones clínicas sobre enfermedades como la lepra, fiebres intermitentes, el tifus y la viruela, entre otras,

Enemigo del criterio de autoridad, en las cosas observables, no admite más autoridad que la experiencia. «En no tratándose de cosas de religión –dice– no me rendiré al parecer y sentencia de ningún filósofo si no está fundado en razón.»

He aquí lo que pudiérase llamar su profesión de fe filosófica: «Sabed –dice– que sólo el celo de la verdad me mueve a divulgar esta obra y muchas otras que irán saliendo (si Dios quiere), unas especulativas, otras de medicina práctica, tan útiles como nuevas y singulares. Porque yo comencé a dudar de muchas opiniones que médicos y filósofos tenían por indubitables y seguras; probelas en la piedra de toque de la experiencia y resultaron falsas; al paso que mis doctrinas, confirmadas primero por la razón y luego por el éxito, más y más se arraigaron en mi ánimo. Entonces deliberé dar a la estampa estas primicias de mi labor, para que, difundidas por toda Europa (si no me engaña el amor propio) sean como anuncio de la verdad que sustento.»

Gómez Pereira no se engañó en su vaticinio. Su doctrina traspasó las fronteras y fue discutida y aceptada como novedad valiosa en las esferas de la Medicina y la Filosofía europeas. Se muestra como un claro precursor de las doctrinas de Descartes y de la psicología moderna, representada especialmente por los escoceses e ingleses. Claro que, en psicología, él tiene, a su vez, un predecesor glorioso en Vives, a quien no superó.

La tesis filosófica que le ha hecho famoso afirma el automatismo de las bestias y niega, por tanto, la capacidad de los animales para sentir: bruta sensu carent. Si el animal sintiese –razona– tendría forzosamente que juzgar, lo cual le equipararía al hombre (razonamiento parecido al de la estatua de Condillac). No puede ser, pues, sino una máquina, afirma como Descartes. Claro antecedente del «cogito» cartesiano es este silogismo de Gómez Pereira: «Conozco que yo conozco algo. Todo el que conoce es. Luego, yo soy.»

Partidarios y adversarios de Descartes discutieron largamente sobre hasta qué punto Descartes conoció o no las doctrinas del filósofo español. Huet, célebre contradictor del cartesianismo, fue el primero que señaló la coincidencia de la doctrina de Gómez Pereira con la de Descartes, al que acusa de plagiario. Lo mismo hizo Bayle.

Gómez Pereira se valió para exponer su doctrina, sobre todo, de argumentos racionales en forma de silogismos. Sin embargo, existe el intento de comprobación experimental de sus teorías.

Fue enconado enemigo del escolasticismo, combatiendo la doctrina aristotélica de la materia prima y de la forma sustancial, negando las especies «sensibles» y las «inteligibles» en el acto perceptivo. Según él no existe un sentido común; la memoria es orgánica y está localizada; la imaginación y la estimativa son facultades internas.

En la última parte de la Antoniana Margarita, en el estudio sobre De inmortalitate animorum, su prueba de la inmortalidad por la espiritualidad del alma y por la naturaleza del pensamiento, también parece presagiar el pensamiento cartesiano.

Menéndez y Pelayo llama a Gómez Pereira «reformador científico del siglo XVI».

Bibliografía: N. Alonso Cortés, Gómez Pereira y Luis de Mercado. Datos para sus biografías, en «Revue Hispanique», XXXI, 1914, 1-9; Eloy Bullón, Los precursores españoles de Bacon y Descartes, Madrid 1905; J.M. Guardia, Philosophes espagnols, Gómez Pereira, en «Revue Philosophique», XXVII (1899); Marcial Solana, Historia de la Filosofía Española. Epoca del Renacimiento (siglo XVI), t. 1 (1941), págs. 209-271; M. Menéndez Pelayo, La «Antoniana Margarita» de Gómez Pereira. Carta al señor don Juan Valera, en «Arch. Iberoamericano de Historia de la Medicina», 5 (1953), 432-89.; P. Laín Entralgo, Historia de la Medicina moderna y contemporánea, Madrid 1963; M. Sánchez Vega, Estudio comparativo de la concepción mecánica del animal y sus fundamentos en Gómez Pereira y Renato Descartes, en «Revista de Filosofía», 13 (1954), 359-508; L. Cuevas Zequeira, Vives, Fox, Morcillo, Gómez Pereira, La Habana, 1897.

José Luis Suárez
Doctor en Pedagogía, Madrid

[Nota del PFE] Sorprende que se mantenga el nombre de Antonio y aparezca esta entrada ordenada por la G, pues aunque desde el primer párrafo se sigue literalmente a Menéndez Pelayo se olvida sin embargo que éste concluye: «La verdad es que su nombre no fue Antonio ni Jorge, sino Gómez, y su apellido Pereira » En la bibliografía ofrecemos ya corregidos los siguientes errores: la publicación de Alonso Cortés de 1914 figuraba en la edición impresa como de 1954, Marcial Solana figuraba como Ezequiel Solana.


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