La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Inocencio María Riesco Le-Grand

Tratado de Embriología Sagrada
Parte Primera
/ Capítulo primero

§. II
El alma


La posición que conserva el hombre naturalmente a diferencia de los demás animales, indica muy bien que ha sido creado para un objeto superior y un fin sobrenatural, del cual no pueden participar los demás [30] seres que carecen de inteligencia; este pequeño mundo, este microcosmos como le llamaron los antiguos es el rey de la naturaleza; y caminando derecho sobre la tierra con frente erguida, indica claramente que manda sobre ella y que su esperanza está en el cielo.

El hombre camina derecho por necesidad, no por educación como han pretendido enseñar algunos filósofos. Sus manos que cada día manifiestan el poder de su inteligencia, están formadas para levantarse al cielo y bendecir al Supremo Hacedor. Cuando se pregunta ¿qué es el hombre? todos los naturalistas se encuentran embargados para definirle, porque siendo su naturaleza tan complicada, y encontrándose íntimamente unidas en él, la materia y el espíritu; desborda digamos así todas las formulas a que quiera circunscribirse. ¿Cómo podremos circunscribir a los límites de una definición a un ser que participa de lo finito, y lo infinito, que está sujeto a las vicisitudes del tiempo, y al mismo tiempo encierra en él, la idea de la eternidad a un ser que reúne en sí, o personifica todos los grados que separan el ángel del bruto; el bruto de la planta; la planta de la nada; la nada del Cielo? Por bien que se pretenda definirlo siempre encontramos en el hombre una cosa que no podemos explicar. Bonald, le definió diciendo que era una inteligencia servida por órganos; mas esta definición de ninguna manera comprende a todo el definido ni le explica. El hombre ve en el mundo lógico todas las verdades físicas, morales, y dialécticas, y tiene facultad para comunicarse con el verbo por excelencia. Desde la tierra puede decirse que es un habitante del Cielo, [31] porque tiene un alma espiritual que no se contenta con la posesión de este mundo materia.

La idea del alma no se ha introducido en el mundo por la ignorancia, y la preocupación; por que ésta para inventar esa quimera tenía que tomar tipos de seres existentes, y ¿qué se halla en el mundo material que tenga relación con el alma del hombre? ¿Podrá el examen de la materia conducirnos al conocimiento del espíritu? De ninguna manera. Es preciso confesar que la idea que tenemos del alma es una idea primordial, una idea ingénita si se permite la expresión, y por lo tanto que forma parte del sentido común del hombre.

Pero dicen algunos naturalistas, nosotros no tenemos dificultad en admitir la existencia de los espíritus, mas la tenemos en conformarnos con asegurar que el hombre es un espíritu encerrado en un cuerpo; por qué no concebimos qué necesidad tenga este espíritu de servirse de órganos materiales, para ver las cosas del mundo material. Además el espíritu de ningún modo puede recibir impresiones de la materia y en tal caso, vería la materia, y los espíritus; la materia por medio de los órganos del cuerpo, y los espíritus por su propia actividad.

El alma no hay que dudarlo existe encerrada en el cuerpo del hombre mientras vive sobre la tierra, y esta sujeción a que se la limita, la prohibe adquirir otras percepciones por más espirituales que sean que aquellas que se le comunican por medio de los órganos corpóreos; pudiendo decirse, que la inteligencia en el hombre, está sujeta a las vicisitudes del cuerpo. Los [32] que pretenden sutilizar la materia, y elevarla hasta la inteligencia, espiritualizan la materia; y los que deprimen el espíritu hasta igualarle con la materia, materializan el espíritu. Unos y otros se confunden y se contradicen y tanto más se separan de la verdad filosófica, cuanto más distan del dogma teológico.

Dios, según el teólogo, aislando el espíritu en el cuerpo del hombre, le ha unido íntimamente a él de un modo admirable, pero verdadero, para valernos de las expresiones de San Agustín, a esta unión singular, pero cierta, le ha dado sus leyes peculiares que rigen sus órganos materiales, y modifican su actividad. El feto en el seno de la madre desde el momento de su concepción, se halla con un alma en contacto con sus pequeños órganos, por las leyes, y fuerzas que el omnipotente le ha prescrito, y estas fuerzas tienen la facultad de dar vida y vegetación al cuerpo. El espíritu, ese soplo de la divinidad, es al mismo tiempo principio de movimiento, actividad, e inteligencia. Este espíritu dejando al cuerpo que obedezca las leyes de la mecánica, y la dinámica; lo rige, y lo dirige según es su voluntad, por una afinidad prodigiosa, mas con una inteligencia irregular, y desordenada, hasta que la experiencia, y el tiempo le enseñan.

Parece que el espíritu inteligente, y activo por su naturaleza, debiera conocer sin trabajo las leyes que rigen a todos los cuerpos, particularmente a el suyo, con quien tiene esa hipostática unión; mas no es así, porque las leyes físicas que rigen a los cuerpos organizados tienen un principio superior a todos ellos, y la idea [33] prototipa está en la mente divina, de la que el entendimiento del hombre se halla enteramente separado por la caída del protopadre del género humano. Mas aunque nuestro espíritu inteligente se halle privado de remontarse al origen de esas leyes, que rigen en la naturaleza entera, tiene la actitud suficiente para observar las consecuencias, y hacer las aplicaciones particulares de estas leyes. He aquí porqué el Señor dejó el mundo a la disputa de los hombres.

La acción más natural del hombre está sujeta al tiempo, y a la experiencia: así vemos que los niños a pesar de mover sus pies, y sus brazos no se ponen derechos, ni pueden andar hasta que adquieren el hábito de las leyes de estática, y del equilibrio, por el ejemplo, y por la propia experiencia. Lo mismo sucede con todas las demás facultades que le son peculiares; porque el espíritu sometido a las leyes del universo necesita conocerlas para ponerlas en ejecución.

Se nos preguntará por algunos fisiólogos ¿Cuál es el sitio de ese alma inteligente? Bien sabidas son las diversas opiniones que sobre esto ha habido. Se conviene en que los nervios, órganos de la sensibilidad, vienen a concluir sea en el cerebro, sea en la médula espinal que no es más que una prolongación del cerebro. Parece que el criador se propuso centralizar todos los órganos en esta parte más noble del cuerpo, por lo cual Platón colocaba el principio de inteligencia en la cabeza, el de cólera en el pecho, y el de concupiscencia en la región gástrica.

Otros filósofos han creído que el alma residía en el [34] corazón; y otros finalmente, que tenía su principio en el corazón y que terminaba en el cerebro. Bossuet admite una distinción que ha tenido bastante séquito. «Es necesario reconocer, dice, que la inteligencia, es decir el conocimiento de la verdad, no es como la sensación y la imaginación, una consecuencia del sacudimiento de cualquiera nervio, o de cualquiera parte del cerebro.

La sensación no depende solamente de la verdad del objeto, sino que sigue de tal suerte las disposiciones del medio, y del órgano, que el objeto por esto llega a nosotros distinto de lo que es. Una vara recta se presenta a nuestra vista curva en medio del agua. El sol y los demás astros, se presentan mucho más pequeños que lo que son en sí. No obstante nosotros estamos bien convencidos, de todas las razones, por las cuales se sabe que el agua, no ha torcido la vara, y que tal astro, que se nos presenta como un punto en el cielo, esconde con mucho a toda la magnitud de la tierra; mas a pesar de este convencimiento de nuestra inteligencia, la vara no se presenta más recta a nuestros ojos, ni las estrellas más grandes. Lo que demuestra que la verdad no se imprime por los sentidos, sino que todas las sensaciones son una consecuencia de las disposiciones de los cuerpos, sin que puedan jamas elevarse sobre su esfera.

El entendimiento se vería forzado al error si le sucediese otro tanto. Luego se sigue que nosotros no caemos en error, sino por culpa nuestra, por no querer prestar la atención necesaria al objeto que es necesario juzgar; porque luego que el alma se vuelve [35] directamente a la verdad resuelta a no ceder más que a ella sola, no recibe más impresión que de la verdad misma, de suerte que ella la abraza cuando la halla, y queda en suspenso cuando no la encuentra; exenta siempre de error en uno, y otro caso, o porque conoce la verdad o porque conoce al menos que no puede conocerla.

Por el mismo principio, sucede que así como los objetos más sensibles son más incómodos, e insoportables; por el contrario la verdad cuanto más inteligible más agrada. Porque no siendo la sensación más que una consecuencia de un órgano corporal, las más fuertes deben necesariamente ser más dañosas por el choque violento que recibe el órgano; tales son las sensaciones que reciben los ojos por los rayos del Sol, y los oídos por una gran detonación; de suerte que nos vemos obligados a volver la vista, y taparnos los oídos. Si el entendimiento tuviese la misma dependencia del cuerpo, no podía menos de ser herido por la verdad más fuerte; es decir la más cierta, y la más conocida: si pues esta verdad, lejos de herir, agrada y consuela es porque no mueve ni hiere, ninguna parte de nuestro cuerpo; sino que se une dulcemente a el entendimiento, en quien encuentra una entera correspondencia, siempre que no esté viciado por malas disposiciones.

De aquí proviene que en tanto el alma abraza la verdad, sin escuchar las pasiones, y las imaginaciones ve siempre la misma, lo que no podía suceder si siguiese el entendimiento el movimiento del cerebro siempre agitado, y del cuerpo siempre mudable.

He aquí, por qué, al modo que la sensación que se [36] suscita con el concurso momentáneo del objeto, y del órgano, tan rápidamente, como una chispa al choque de la piedra y del hierro, no nos permite percibir nada que no pase al instante; el entendimiento al contrario, ve cosas que no pasan porque está adherido a la verdad cuya sustancia es eterna.

Así no es posible mirar la inteligencia como una consecuencia de la alteración que se verifica en el cuerpo, ni por consiguiente a el entendimiento como pegado a un órgano corporal cuyos movimientos sigue.»

Nosotros respetamos mucho las opiniones de este célebre escritor, mas creemos que sino envuelven algún tanto de materialismo, conducen fácilmente a él; al menos que no se aclare que la materia por sí misma no tiene facultad de sentir, ni imaginar. La distinción que hace entre la sensación, imaginación de la inteligencia, y entendimiento está admitida, mas necesita explicarse bien esta teoría, para no incurrir en errores condenados hace tiempo.

La materia es insensible, de ningún modo puede resultar sensación de la aproximación de partes ni de su combinación, ni organización. Examinemos un cadáver, y veremos que teniendo todos los órganos necesarios para verificar la visión, y la audición, no puede ver, ni oír, ha desaparecido con el alma, la condición espiritual de la sensación, y los esfuerzos del arte son infructuosos para producirla. Los médicos no pueden menos de confesar que se verifican lesiones orgánicas, en algunas partes del cuerpo sin ser sentidas por los enfermos en varias parálisis, que tienen su asiento en la médula [37] espinal, o en el cerebro. En las heridas causadas por un balazo sucede que no se siente dolor, hasta después de algún tiempo. La materia pues, es insensible por sí misma, el espíritu es por lo tanto el principio de la sensibilidad, y el único inteligente.

Se repite hasta el fastidio, que el alma sufre las vicisitudes del cuerpo, que es débil en la niñez, fuerte y vigorosa en la edad viril, decrépita y achacosa, en la ancianidad. Cuanto se diga sobre este punto, no prueba más que la íntima relación que existe entre las dos sustancias, aunque en realidad el alma conserva siempre la misma lozanía, con la diferencia de no poder usar de un instrumento, o demasiado gastado, o que no ha adquirido aún, la debida perfección. El alma responde a las excitaciones del cuerpo; y el cuerpo obedece a la fuerza que el alma ejerce sobre él; ¿cómo se verifican estas operaciones? Aún no lo ha demostrado la filosofía. San Agustín dijo: Modus, quo corporibus adhoerent spiritus, et animalia fiunt, omninomirus est, nec comprehendi ab homine potest et hoc ipse homo est.

De que el alma sea espiritual no se sigue que sea inmortal, porque vemos a la materia, que jamas desaparece, y probablemente jamás será aniquilada, así como los demás seres que existen en la naturaleza; y si la materia jamás será destruida, por qué el universo se conservará eternamente, por qué la suprema inteligencia no destruirá la obra de su eterna sabiduría en el orden natural, ¿cuánto más imposible, es que aniquile el alma del hombre, cuyo fin sobrenatural, es más noble y más grato, a la divina voluntad? [38]

Verdaderamente nuestra alma no puede terminar sobre la tierra todas sus funciones; no puede realizar, digámoslo así, completamente el objeto de su creación. Hay para ella fuera de este planeta que habitamos, otro mundo lleno de esperanzas, donde todo es inteligencia, donde habita la verdad, y esta ansiedad que experimentamos por conseguir esa suprema dicha, y conocer la verdad claramente sin formas, ni restricciones, sino pura, sencilla, eterna, e inmutable; es la mejor prueba de la espiritualidad de nuestra alma.

Concluiremos repitiendo aquellos versos del célebre Young.

¡Yo tiemblo de mí mismo, si me escucho!
¡Si mi ser examino, en él me pierdo!
Extranjero en su casa, sorprendido,
Como espantado a vista de un espectro,
Pasmado de su propia maravilla,
Atónito vacila el pensamiento.
¡Y viene a ser el hombre para el hombre
El milagro mayor, mayor portento!


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Inocencio María Riesco Le-Grand, Tratado de Embriología Sagrada (1848)
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