André Lalande, Vocabulario técnico y crítico de la filosofía [1926]
Librería El Ateneo, Buenos Aires 1953
tomo 1
páginas 395-402

Espíritu, G. pneu<ma y nou<V; L. Spiritus y mens; D. Geist; E. Spirit; F. Esprit; I. Spirito.

A. Soplo, gas, producto de destilación. Conserva este sentido etimológico en Bacon: «Spiritus vitalis» [espíritu vital (ver Aura) ], y en Descartes y sus sucesores: «Los espíritus animales.» Ver Alma sensible.

B. Principio de la vida, y, por consiguiente, alma individual. Ha conservado este sentido, pero sobre todo en el lenguaje teológico o místico. «Los Espíritus o almas racionales» son «imágenes de la Divinidad, o del Autor mismo de la naturaleza; es lo que hace que los Espíritus sean capaces de entrar en una especie de Sociedad con Dios, &c.» Leibniz, Monadologie, 82, 83 y sig. – Dios, los ángeles, los demonios, las almas de los hombres desencarnadas después de la muerte son espíritus.

C. En sentido impersonal, el Espíritu es la realidad pensante en general, el sujeto de la representación con sus leyes y su actividad propia, en cuanto se opone al objeto de la representación. Ver Alma, Crítica y Observaciones. Este último sentido es el más general en el lenguaje filosófico contemporáneo. Comprende varias acepciones:

1º El Espíritu se opone a la Materia; la antítesis es entonces esencialmente la del pensamiento y el objeto del pensamiento, de la unidad intelectual y la multiplicidad de los elementos que sintetiza.

2º El Espíritu se opone a la Naturaleza; la antítesis es entonces, sea la del principio productor y la producción, sea la de la libertad y la necesidad, sea la de la reflexión y la actividad espontánea.

3º El Espíritu se opone a la Carne, en cuanto ésta representa el conjunto de los instintos de la vida animal; primitivamente, en el lenguaje teológico: «La carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu tiene deseos contrarios a los de la carne.» San Pablo, Epístola a los Gálatas, V, 17; – y, por consiguiente, en el lenguaje filosófico, por ejemplo, cuando Gassendi y Descartes se llamaban irónicamente ambos: O mens, O caro [Oh espíritu, oh carne] (Cinquièmes Objections et Réponses).

D. En sentido más particular, el Espíritu se opone a la sensibilidad, y

se convierte en sinónimo de inteligencia. «El espíritu no podría representar por mucho tiempo el papel del corazón.» La Rochefoucauld, Maximes, 108.

Se llaman espíritus débiles [F. Esprits faibles]: 1º los que no son capaces de razonar con coherencia y justedad; 2º (en sentido bastante diferente) los espíritus fácilmente sugestionables.

La palabra hasta se restringe a menudo más aún, pasando de la función general a una de sus cualidades; el espíritu filosófico; el espíritu de sutilidad; el espíritu de geometría (la oposición usual de estas dos expresiones proviene de Pascal: ver Pensées, peq. ed. Brunschvicg, sec. I, págs. 317-319); el espíritu de agudeza (o esprit [ingenio] simplemente), &c.

E. En sentido figurado, idea central, principio (de una doctrina, de una institución): «El Espíritu de las leyes». – El espíritu, en este sentido, se opone frecuentemente a la letra.

Rad. int.: C. Spirit (Boirac).

 

Espíritus fuertes [F. Esprits forts], espíritus extraños o hasta hostiles a las creencias religiosas. El origen de esta expresión se encuentra probablemente en Charron: «[La religión] es mucho más fácil y cómoda, de mayor ostentación y exhibición, propia de los espíritus simples y populares; [la probidad] es de realización mucho más difícil y laboriosa, porque se ostenta menos y es propia de los espíritus fuertes, generosos.» De la Sagesse, II, cap. V, § 27. Cf. Pascal: «Ateísmo, señal de fuerza de espíritu, pero hasta cierto punto solamente.» Pensées, peq. ed. Brunschvicg, sec. III, pág. 431, y La Bruyère: «¿Saben los espíritus fuertes que se los llama así por ironía?... El espíritu fuerte es el espíritu débil...», &c.

 

Espiritual, D. Geistig (en sentido religioso, Geistlich); E. Spiritual; F. Spirituel; I. Spirituale.

A. Opuesto a material, corporal: que pertenece al espíritu en el sentido C; que es espíritu, y no cosa perceptible en el espacio. «Es fácil juzgar igualmente que el alma es un autómata espiritual.» Leibniz, Théodicée, 3ª parte, § 403.

B. Opuesto a carnal: que concierne al espíritu como opuesto a la carne, a la vida animal.

C. Que pertenece a un orden de cosas o de ideas religiosas. «Ejercicios espirituales».

Opuesto, en ciertas expresiones, a temporal: que pertenece a la vida (sobre todo a la vida religiosa) del espíritu, por oposición a los intereses prácticos, mundanos. «El poder temporal, el poder espiritual.» – «El régimen positivo hará al gobierno cada vez más espiritual y cada vez menos temporal, al sistematizar la marcha natural de la asociación humana.» A. Comte, Polit. positive, IV, 306-307.

Rad. int.: Spiritual.

 

Espiritualidad, D. Geistigkeit; E. Spirituality; F. Spiritualité; I. Spiritualita.

A. Carácter de lo que es espiritual (y no material, o relativo a los instintos biológicos). «La espiritualidad del alma.»

B. Vida del espíritu (en general, en el sentido religioso de esta expresión).

Empleado en el siglo XVII, y a veces aún en nuestros días, con un matiz peyorativo. Ver Littré, sub vº, que señala igualmente en el siglo XVII un empleo correspondiente de espiritualismo.

Rad. int.: A. Spirituales.

 

Espiritualismo, D. Spiritualismus; E. Spiritualism; F. Spiritualisme; I. Spiritualismo.

A. Doctrina que consiste en sostener: 1º Desde el punto de vista psicológico, que las representaciones, las operaciones intelectuales y los actos de voluntad no son enteramente explicables por los fenómenos fisiológicos, 2º desde el punto de vista ético y sociológico, que hay en el hombre y en las sociedades dos sistemas de fines diferentes y hasta parcialmente en conflicto: uno que representa los intereses de la naturaleza animal; otro que representa los intereses de la vida propiamente humana.

«El hombre es doble: alma y cuerpo, el alma superior al cuerpo por las facultades, por el destino: tal es la creencia fundamental del espiritualismo... ¿Entendemos negar con ello que si se pudiera ir hasta el fondo, comprender la naturaleza, la esencia de los últimos elementos en que se resuelven las cosas materiales, se llegaría hasta un elemento simple, una mónada, una fuerza? De ningún modo. No entendemos negarlo ni afirmarlo tampoco. Descartes y Leibniz son contrarios en eso: ¿quién se atrevería a acusar a Leibniz de ser materialista?» E. Bersot, Matérialisme, en Franck, 1048a, 1049b.

B. Ontología. Doctrina según la cual existen dos substancias, radicalmente distintas por sus atributos, de las cuales una, el espíritu, tiene como caracteres esenciales el pensamiento y la libertad; otra, la materia, tiene como caracteres esenciales la extensión y la comunicación completamente mecánica del movimiento (o de la energía).

C. Raramente (por lo menos en francés) : doctrina según la cual todo es espíritu, en el sentido C. – Cf. Idealismo, A; Inmaterialismo. Este sentido es mucho más usual en alemán. Ver Eisler, sub vº.

D. Impropiamente, por espiritismo. Se dice a veces, en este caso. «nuevo espiritualismo», «espiritualismo experimental». Esta acepción es bastante frecuente en inglés, en el cual pertenece, según Jastrow, al lenguaje popular. (Baldwin's Dictionary, vº Spiritism, 585 B.). Sin embargo, el artículo de la Encyclopaedia Britannica, consagrado al espiritismo, y debido a la Sra. de Henry Sidgwick, se titula «Spiritualism». – Imm. Hermann Fichte escribió una obra sobre el espiritismo que tiene como título: Der neuere Spiritualismus.

Ver al pie, Observaciones.

Crítica

Parece necesario mantener una oposición marcada entre el sentido A y el sentido B. ¿Cuál es, en efecto, la antítesis del «espíritu»? La tradición cartesiana pretende que sea la extensión con los fenómenos geométricos, mecánicos, sin finalidad, a los que está especialmente adaptado nuestro cálculo (en particular, puede decirse hoy, nuestro cálculo diferencial, para el cual toda acción es elemental). ¿Qué es, en esta oposición, la vida biológica, el conjunto de los instintos y de los impulsos orgánicos, en cuanto se distingue del espíritu y se opone a él? Para Descartes, pertenece íntegramente al orden de la substancia extensa y del mecanismo; nuestras necesidades y nuestras pasiones no expresan más que los movimientos de los espíritus animales. Para Leibniz, en quien la extensión ya no es una substancia, la concepción de la vida se opone a la vez a la vista puramente monadológica por una parte, y por la otra a la representación del mundo por fenómenos mecánicos y geométricos. Es el resultado del hecho de que ciertas mónadas «dominantes» tienen un cuerpo «compuesto por una infinidad de otras mónadas» cuya mónada central expresa las relaciones con el resto del universo (Principes de la Nature et de la Grâce, § 3-4). – Ravaisson, en su tesis De l'Habitude, opone al espíritu, por una parte la espontaneidad de la naturaleza, por la otra el mecanismo del reino inorgánico, que aparecen como tres términos bien distintos; en el Rapport sur la Philosophíe en France, parece más bien reducirlos por grados al primero de ellos. – Para Bergson, contrariamente a Descartes, la vida es, en el fondo, de la misma naturaleza que el espíritu; no se opone a él más que accidentalmente, cuando toma el carácter de un impulso (élan) vital entumecido por el hábito, oprimido por el juego de los mecanismos que ha creado; de manera que, sin embargo, en definitiva, para él como para Descartes, la antítesis esencial del espíritu se encuentra en la necesidad geométrica y la espacialidad (L'Évolution créatrice, cap. III). Todas estas doctrinas son indiscutiblemente espiritualistas; pero no se lo sería menos si se admitiera que la oposición fundamental está entre el espíritu y la vida biológica, de la manera cómo el cristianismo opone la carne y el espíritu. Y se califica igualmente de espiritualista la concepción de Durkheim, quien opone las representaciones y los intereses individuales a las representaciones y los intereses colectivos. El espiritualismo ético y psicológico es, pues, muy distinto de la oposición cartesiana entre el pensamiento y la extensión; no depende de una distinción entre la representación y lo representado o lo representable; y hasta lo que evoca esta palabra «espiritualismo», con las asociaciones de ideas que se adhieren a ella, ¿no es sobre todo el sentido A, es decir, la oposición de la vida animal y de la vida espiritual más bien que la del mecanismo y el pensamiento vivo?

Rad. int.: Spiritualism.

Sobre Espiritualismo.

Puede llamarse, de una manera general, espiritualismo, toda doctrina que reconoce la independencia y la primacía del espíritu, es decir, del pensamiento consciente. Hay un espiritualismo, en cierto modo, de primer grado, que consiste en colocar simplemente el espíritu por encima de la naturaleza, sin establecer relación entre uno y otra. Pero hay un espiritualismo más profundo y más completo, que consiste en buscar en el espíritu la explicación de la naturaleza misma, en creer que el pensamiento inconsciente que trabaja en ella es el mismo que se hace consciente en nosotros, y que no trabaja más que para llegar a producir un organismo que le permita pasar (por la representación del espacio) de la forma inconsciente a la forma consciente. Este segundo espiritualismo era, según creo, el de Ravaisson.

Desde el punto de vista puramente especulativo, la oposición más profunda es tal vez la que existe entre el mecanismo y la vida; desde el punto de vista moral y práctico (que es al mismo tiempo el de la más elevada especulación), es el que existe entre la naturaleza y el espíritu; y la conclusión de su Crítica me parece enteramente verdadera. – Además, ni una ni otra de estas dos oposiciones es absolutamente irreductible: la naturaleza está preñada de espíritu; y el mecanismo es lo que queda de la naturaleza cuando se ha prescindido de toda vida y de toda realidad.

No puede hablarse demasiado severamente del mal que ha hecho Descartes a la filosofía al substituir con su doctrina la de Aristóteles. Es verdad que la suya es, como explicación general de la naturaleza, y hecha la reserva a favor de las conciencias humanas, un verdadero y puro materialismo. Es verdad que es un materialismo abstracto, e idealista a su manera, muy diferente del de Epicuro y Gassendi. Pero no deja de ser un materialismo, en el sentido de que es un mecanicismo; y Descartes puede ser considerado en gran parte como responsable del triunfo del materialismo sin epíteto en el siglo XVIII. (J. Lachelier).

Su crítica encierra muchas cosas interesantes en torno de una idea que me parece justa, pero demasiadas cosas, y que terminan por obscurecer esta idea.

1º ¿La vida depende de la materia sola o del alma? Esta cuestión, muy importante para el desarrollo y la aplicación del espiritualismo, no es decisiva para el principio mismo de la doctrina.

2º Del mismo modo la conexión del espiritualismo y del sociologismo me parece que deriva del nuevo espiritualismo que ocupó cada vez más lugar en el pensamiento de Comte; pero ¿no es la expresión, como sucede tan a menudo en Comte, propia de una terminología muy caprichosa?

3º No veo en forma alguna que haya la menor razón para eliminar el espiritismo como una de las significaciones propias del espiritualismo. Desconocería usted así la influencia profunda y persistente de las creencias y de las prácticas espiritistas en las creencias y prácticas religiosas, desde las más lejanas o rudimentarias hasta las más recientes. Si los comentadores de W. James no hubieran velado la franca confesión que termina la Experiencia Religiosa, habrían visto que la evolución del nuevo espiritualismo de Comte hacia el neo-fetichismo guarda simetría con la evolución del neo-espiritualismo de W. James hacia lo que él llama, según creo, supernaturalismo grosero.

Por mi parte, creo que la distinción de las dos formas fundamentales del espiritualismo, A y B, debe ser precisada con ayuda de la historia.

A. La concepción filosófica del espiritualismo como psiquismo se introduce con Anaxágoras. Ahora bien, la inteligencia no es más que una propiedad secundaria del nou<V; es ante todo la causa del movimiento, y esto porque es lo que hay de más ligero, leptótaton (Fouillée traduce, Phil. de Platon, 1869, t. II, pág. 20, de más sutil, lo que manifiesta de una manera divertida el equívoco clásico). El nou<V anaxagórico, es, pues, el alma, es decir, el aliento. La oposición del espíritu y la materia se determina así como oposición de dos naturalezas igualmente dadas: la una fluida y moviente, la otra sólida e inerte. La acción de la naturaleza superior sobre la inferior resuelve un problema de orden físico.

B. En germen en Sócrates y en Platón, la concepción B es la que usted llama cartesiana. Pero no se la expresa exactamente cuando se la hace consistir en una distinción entre la representación y lo representado o lo representable. Esta terminología traiciona al espiritualismo cartesiano; está tomada de Renouvier, que a su vez la tenía del realismo psicológico de Berkeley y de Hume, e implica esa transposición imaginativa de la inteligencia de la que Renouvier no se desembarazó jamás y que, después, ha sido explotada por los pragmatistas en su polémica contra lo que creen que es el intelectualismo. Para Descartes, más explícitamente para los cartesianos, Espinosa y Malebranche, el espíritu es la unificación interna cuyo contrario es la multiplicidad desplegada partes per partes. El espíritu es conciencia; pero la conciencia ya no es dada, como en la concepción A, ya no es un soplo o una llama encerrada en el recinto de la caja craneana o del organismo: es un principio de conocimiento adecuado, en principio, al universo entero y que se hace espontáneamente, por la sola expansión de los lazos intelectuales, testigo de todos los lugares, contemporáneo de todos los tiempos.

A y B no son ciertamente inconciliables; ya Plotino, luego Leibniz y más tarde Cousin y Ravaisson los conciliaron: pero es necesario también, para que su eclectismo sea entendido como tal, que las dos concepciones del espiritualismo, A (psiquismo naturalista), B (idealismo intelectualista), sean claramente distinguidas. – Sin esta distinción la historia de la filosofía y de la religión sería incomprensible. Por una parte, ¿cómo hubieran podido los cartesianos identificar intelectual y espiritual? ¿Cómo hubiera podido Malebranche concebir en Dios la extensión inteligible? ¿Cómo hubiera podido establecer Espinosa la unidad interna de la extensión indivisible como exactamente paralela a la unidad interna del pensamiento percibido en su forma de actividad pura? Por otra parte, desde ese punto de vista en el que el universo extenso es él mismo espiritualizado, la oposición del mecanicismo y el dinamismo no da lugar más que a una subdivisión en las filosofías de la naturaleza, si no de la materia. El spiritus fiat ubi vult (El espíritu sopla donde quiere), el influjo de la gracia y tantas expresiones semejantes, no pueden ser metáforas; pues entonces no les quedaría absolutamente ninguna significación. La verdad es que recubren una imaginación tan realista, tan material como la noción de los espíritus animales. Con ello se ve aparecer en toda su claridad lo que la literatura clásica de la filosofía se toma tanto trabajo en borrar: el parentesco secular del espiritualismo en el sentido A y del espiritismo.

Añado que en la práctica estas dos concepciones A y B se reconocen fácilmente en la oposición de su doctrina sobre la inmortalidad: A. supervivencia en el tiempo, acompañada de la resurrección del cuerpo o de la persistencia de una especie de hiperorganismo; – B. eternidad del pensamiento, sin relación con el tiempo. (L. Brunschvicg).

Las dificultades de determinación de los sentidos A y B, relativos a las oposiciones diversas: espíritu y materia, espíritu y vida, espíritu social y espíritu individual, espíritu ideal y espíritu natural, provienen de que no se considera y no se define el espiritualismo más que por una oposición, es decir, relativamente, e indirectamente, de que la noción de espíritu puede entrar en vanas oposiciones diferentes.

Ahora bien, esta identificación del espiritualismo con el dualismo, históricamente frecuente, no tiene nada de esencial; parece provenir sobre todo de que la existencia o el valor propio de lo espiritual han sido al principio afirmados como limitación de la tendencia más bien materialista o vitalista del pensamiento empírico: el espiritualismo se ha convertido así en la doctrina que insiste sobre la irreductibilidad del espíritu, o de una fuerza real de acción que sobrepasa en valor a la realidad comúnmente admitida.

En una definición, parecería más racional hacer resaltar por lo contrario ante todo y directamente los caracteres propios de la idea: el espiritualismo es ante todo, desde este punto de vista, la doctrina que se dedica a desarrollar el lugar del espíritu en el ser; particularmente la que no reconocerá otro absoluto que el espíritu. Es lo que se ha llamado a veces el espiritualismo absoluto o puro. El sentido C debería, pues, ser colocado a mi parecer antes que los otros.

Este espiritualismo es, en efecto, la doctrina positiva de Berkeley; pero no es el inmaterialismo, que no es en Berkeley más que su preparación negativa. Y está igualmente mal expresado con la palabra idealismo, que no expresa la idea del voluntarismo racional implicada en la noción del espiritualismo (Descartes, Leibniz son espiritualistas, el uno relativo, el otro absoluto; Platón, Aristóteles no son espiritualistas). (Marcel Bernès).

Se observará la oposición entre esta aplicación de la palabra y la que de ella hacen anteriormente los señores Lachelier y Brunschvicg. Estaría, ciertamente, de acuerdo con la etimología de espiritualismo, si el término fuera nuevo, atribuirle como privativo el sentido que analiza el señor Bernès. Pero, en realidad, esta palabra no se ha hecho usual más que en el siglo XIX, en circunstancias históricas que han determinado su empleo y su valor; y esto no era en el sentido C. No podemos sino aceptarla tal como el uso la ha hecho; o si la encontramos impropia y equívoca, renunciar a servirnos de ella. Es esta última resolución la que había tomado decididamente el señor Maurice Blondel: «Apenas se encuentra este término en el siglo XVII, dice, en la lengua de los teólogos, en un sentido peyorativo, para designar un abuso de la espiritualidad y una falsa mística. Puesto en boga por el eclecticismo para designar su dualismo superficial, evoca, por natural asociación de ideas, el recuerdo de esta escuela, y comparte el descrédito bastante justificado en que ésta ha caído. He aquí ahora que, por casualidad, este término de origen equívoco y de sentido sospechoso parece confiscado por algunos de los que comercian con los «espíritus» y ya no se contentan con ser espiritistas, tal vez porque el título de espiritualistas ha sido mejor llevado. Se había prescindido de esta palabra hasta Cousin para designar cosas mejores que las que resumía en ella. Es tiempo de ver que no es más que un rótulo de escuela.» Maurice Blondel, Lettre sur l'Apologétique, 1896, pág. 26. Nos escribe que piensa siempre de la misma manera. Esta solución radical habría reunido, sin duda, en el momento en que el señor Blondel escribía su Lettre, a muchos filósofos. G. Séailles me contó que hacia 1880, encontrándose en una reunión semifilosófica, se le había preguntado «si era materialista o espiritualista». Él se había negado enérgicamente a adoptar para sí mismo una u otra de esas designaciones, y había sostenido, no sin vivacidad, que constituían categorías filosóficas artificiales y accidentales: lo que parecía haber impresionado a sus oyentes. – Hoy, por diversas influencias, la palabra ha vuelto a tener auge; podemos alegrarnos de ello o lamentarlo: pero únicamente el uso que se ha hecho de ella anteriormente y los intereses filosóficos que representa en nuestros días pueden determinar su significación. (A. L.).


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