Alférez
Madrid, 31 de marzo de 1947
Año I, número 2
[páginas 6-7]

Carta de Pablo Antonio

Uno de nosotros ha recibido carta de Pablo Antonio Cuadra. Desde Méjico, este gran capitán de hispanidad alza su voz contra la injusticia internacional que trata de nublar el destino de España. Reproducimos un fragmento:

...Con tu poesía y con la poesía juvenil de ese nuevo ardor que yo conocí en la nueva generación de España, elaborad la palabra necesaria para que España se penetre de esta posición ejemplar, única y universal, que ahora ocupa, y que de ella, y en ella, extraiga el Mensaje que está obligada a darnos. Que sienta –con todo su pueblo otra vez en misión– esta imperialidad por la negación del mundo, así como ayer la sintió por su afirmación sobre el mundo. Todo lo que esas naciones no son o han dejado de ser por su traición a Occidente, lo comienza a ser España por contraposición. Si ellas hipócritas: España sincera. Si ellas falsamente democráticas: España exactamente España, porque España es pueblo, democracia real anterior a Juan Jacobo, popular sin guillotina, pueblo de personas, no pueblo de masas. Eso. Si ellos anticristianos, cristianos hipócritas (como aquella pareja que murió en presencia de Pedro por simuladores de virtud), España cristiana de fondo, cristiana sin blasonar, pero dispuesta a jugarse la vida en el riesgo y la aventura de cristiana. Y así, si ellos quieren descubrir a la fuerza una España falsa, la España que haría, no España, sino la O. N. U., esa España roja y maximalista, que España se descubra a Sí misma. La antigua y nueva que no es ni la O. N. U. ni la otra, sino la de ustedes.

* * *

Petrificación de los Ismos

Si examinamos la cultura inquieta y vanguardista –la española y, según creo, también la de otros países de Europa– nos encontrarnos con un fenómeno notable: la postguerra actual repite, con variaciones muy leves, las mismas actitudes de la postguerra pasada. Podría hablarse de una especie de petrificación de los «ismos». El período de 1920 a 1930 los ha acuñado indeleblemente, y hoy salen a luz con un antiguo aire, de moneda gastada.

Sin entrar al análisis cercano de lo que cada uno de estos movimientos representa, no hay duda de que bajo ellos opera una savia de humanidad desgarrada o incompleta. El hombre respira aquí con un solo pulmón, con el pulmón del instinto puro o del cerebralista puro, pero nunca con ambos a la vez. Que, ahora la procesión se haya interrumpido para volver a girar como una tralla de caballitos de feria, indica, pues, que las posiciones parciales están agotadas, y que el hombre incompleto y desgarrado va no es hijo auténtico de los años que atravesarnos.

Naturalmente que el hombre recuperado todavía es infante, esto es, todavía carece de verbo histórico, y de ahí esa dolorosa pausa en la creación artística y literaria que hoy se observa en casi todas partes. Ha muerto el mundo de los «ismos» y no ha nacido el mundo del arte completo. El viejo payaso ha agotado su repertorio y repite mecánicamente las mismas gracias, pero aún no ha entrado en escena el número siguiente.

A todo el que tenga hoy algún olfato, el vanguardismo –incluso aquí la totalidad de las rebeldías artísticas vigentes– le huele a podrido. Por primera vez, desde hace muchos años, no es producto fresco, sino algo que se extrae ya casi amojamado de un frigorífico. Aunque esto temporalmente nos duela, creo que a la larga debe considerarse buen síntoma. La pena es ver a tantos jóvenes jugando a viejos, incapaces de «épater le bourgeois» ya de por sí escaldado y dispuesto a pasarlo todo, por medios distintos de los que usaban legítimamente–sus padres hacia el año 1925.

R. F. C.

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Invitación a lo concreto

Como en un gran saco en que todo cabe, muchos españoles de buena fe han echado sobre la religión católica todos nuestros posibles proyectos de acción futura y todas las justificaciones de la pasada. Cuando se les pregunta por algo responden diciendo que somos católicos, y que el catolicismo se encargará de determinar exactamente nuestra política, nuestra cultura y nuestra vida toda.

Al referirnos a los españoles de buena fe dejamos fuera a la turba de practicantes del catolicismo por motivos extrínsecos y bastardos. Porque en esta actitud se identifican dos tipos diversos; unos incurren en ella por beatería, esto es, por miope comprensión del hecho religioso, y otros la adoptan como modo de acallar críticas, acogiéndose al sagrado de la religión para que ella los defienda.

Estos hombres no se dan cuenta de que el catolicismo, antes que una receta para todos los problemas vitales, es una brújula que nos señala el camino de su solución y una espuela que nos ordena andar. La revelación ha descendido, efectivamente, sobre el hombre, pero no le sopla al oído cuál debe ser en cada caso su acción concreta. Entre la Verdad Eterna y la circunstancia de cada hora hay un mar en que es necesario arriesgarse. Y no nos servirá fingirnos en la otra orilla, porque allí sólo encuentran sitio los que tengan el respirar jadeante y la ropa gloriosamente mojada.

Esto, que es cierto en el plano individual, lo es también en el colectivo y político, y con mayor margen, incluso, de libre determinación, con más ancha distancia entre nuestra ribera y la otra. Consideremos, por ejemplo, la España de los siglos XVI y XVII. Entonces, las clases gobernantes y el pueblo ponían como clave de su acción histórica y como justificación de la comunidad un ideal religioso, al servicio del cual moldeaban su vida. Pero ésta crecía libremente, ceñida a los supuestos de hecho que deparaba el tiempo mismo. La política y sus medios no eran algo abstractamente encuadrado en el campo de la doctrina dogmática, sino que cumplían su desarrollo en el seno de una comunidad nacional con peculiaridades, virtudes y defectos propios. Era cristiana, pero también española e hija de su tiempo.

Hoy hemos de aprender esta lección en su totalidad, y no tan sólo parcialmente, como acostumbra la retórica beata; es decir, no tan sólo en la fijación del destino último, sino en la conciencia del afán que cada hora exige. Creer que el ideal católico ha de salvarnos, por el solo hecho de proclamarlo, sin que antes breguemos en la onda de lo concreto, es creencia tan ingenua como la del piloto que por fijar su ruta según la estrella pensara que ésta iba a atraer como un imán a su barco y no se preocupara de tender las velas. Lo que al punto parece heroísmo y santo abandono es, en el fondo, cobardía disfrazada y abstencionismo culpable.

Ideales católicos, o mejor, ideal, fuerza y causa operativa católica. Pero para lograr hacer carne todo esto, política española y actual. Nuestra circunstancia no nos alcanza en un intemporal séptimo cielo, sino en el siglo XX y entre Europa y América.

Alférez.


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