Alférez
Madrid, 31 de diciembre de 1947
Año I, número 11
[página 7]

Comentarios a una exposición

Han quedado ya un poco atrás, perdidos en la alegría de su pirueta, todos los intentos de renovación del arte. Aquellos movimientos exaltados, cargados de pasión, tensos, angustiados, fueron marchitándose e incorporándose a su cauce normal. Después de la riada se replegaron las aguas, dejando en las márgenes huellas de su paso. Pasó la furia, y a pesar de ser alto el vuelo y difícil la siembra, algo quedó. Por lo menos, la convicción de que más allá del precipicio sólo les queda, a las Artes Plásticas, el paraíso de la música, y que, alejando el objeto y quedándose con la emoción, se pierde toda clase de plasticidad. Valióles el experimento esta certeza y les señaló el límite exacto y justo, el campo apropiado donde hay que moverse. Les enriqueció grandemente la técnica, el estudio profundo del color, e intuyeron las inmensas y amplias fronteras de la composición.

A pesar de ello, cada día estamos más convencidos de que es necesaria una renovación del arte actual. Nuestro tiempo, nuestro estilo de vida, nuestro ambiente chocan, aun admirándolas en su justo valer, con las tendencias actuales.

Se nos antoja el arte actual anacrónico y decadente, de servidumbre, viviendo de las migajas de un glorioso pasado, sin fuerza, sin aliento, frío, carente de una pasión pura, vibrante. Estamos un poco cansados del impresionismo, sensual y efectista, de la escuela catalana y de la sequedad acartonada, rígida, envarada, huérfana de emoción, de la escuela castellana, caminos por los que se desenvuelve y pasea nuestro arte. La mayoría de los artistas, con condiciones extraordinarias, viven de la renta que les da un capital adquirido hace tiempo, de unos éxitos logrados en la tensión de la lucha, cuando era necesario subir e imponerse. Han encontrado, tiempo ha, la fórmula, se han hecho con la clientela, han cuajado su capillita y «de ahí no me muevo». En una palabra: se han mercantilizado, y esa mercantilización del arte actual es una de las causas de su decadencia. Y lo agrava todo la crítica, salvo contadas excepciones, con su posición vaga e indefinida, con la profusión de golpes de incensario derramados por doquier, sin la valentía suficiente, ante la figura consagrada, de señalar defectos, de orientar, de dar, lisa y llanamente, la opinión personal. Y así se nos va pudriendo el arte, se nos va «frivolizando», desnortado, sin agonía, sin un gesto rebelde, suavemente.

Sabemos las dificultades, los enormes problemas que surgen y trae consigo toda renovación, que no es obra de días, sino de años y de generaciones, tal vez. Pero no podemos presenciar más en una posición fría la actual desintegración, y por eso abogamos por un nuevo estilo, por una nueva comprensión, más sincera y honrada, del arte.

No creemos en un arte que haya de discurrir por los derroteros de lo subjetivo, alejado de la realidad, porque siempre quedará, aunque aparente lo contrario, pobre de recursos, y no plasmará el estilo de la época, como siempre han reflejado las grandes escuelas.

Creemos, más bien, en una vuelta a lo clásico, a las lecciones sublimes del arte con una técnica nueva, fruto de años de experiencia, con unos recursos que desconocían, con una honda preocupación espiritual –esa preocupación que nos duele y nos alienta– que infundirá al arte naciente la inquietud y el afán exacto de la época y le dará los medios de expresión adecuados. No hay que dejarse llevar por los delirios del subconsciente –uno de los narcóticos que más daño nos han hecho–, sino que el artista tiene que tamizar la realidad y darle su aliento, severamente, normalmente. Un arte alejado del cromo y del delirio, del cartón y de la borrachera de color. Arte que no sea fotografía, ni siquiera tapar sus deficiencias con pintura a todo meter. Arte sobrio, sincero, con una pasión clara, exacta, justa.

* * *

Nos hemos ido, sin darnos cuenta, del título de este artículo. Es hora de que aparezca la Exposición fuente y origen de todos estos comentarios, que serán atinados o disparatados, pero que son sentidos y dictados con el fondo del alma.

Se trata de una Exposición celebrada recientemente en Madrid y en las Galerías Buchholz por un grupo de pintores {(1) Forman el grupo los pintores Lago, Valdivieso, Palazuelo, Guerrero, Lara y el escultor Ferreira.} con tendencia a una unidad de estilo y de acción. Exposición interesante, llena de vida, oreada de aire puro, sin torres de marfil ni etiquetas de escuela, sin afán de dogmatizar. Exposición abierta a todos los horizontes, un poco o un mucho desenfadada, radicalmente desligada y alejada de cualquier convencionalismo, y que ha pasado desapercibida, se ha hecho pasar desapercibida, por la crítica madrileña. No se le ha dado el justo valor, la exacta apreciación que poseía. No se crea, con esto, que estemos seguros de haber descubierto algo extraordinario. Nada de eso. Sencillamente, llevamos tanto tiempo viendo siempre lo mismo, topándonos ante las mismas telas, contemplando idénticos paisajes y composiciones, que nos sorprendió agradablemente la juventud, la preocupación por unas formas nuevas, el ansia y la búsqueda de unos ideales artísticos desligados de todo fárrago y cursilería. Este grupo trae su bandera bien afirmada, bien asentada. Con sencillez, sin pretensiones, con una gran sinceridad. Hay una cohesión ideológica, una unidad de fondo muy notable, aunque la forma de realizarlo, de darle plasticidad, sea muy distinta. Enfrentados todos, plenamente, a las dificultades de creación en una lucha que se adivina tensa, crispada, latente en sus telas, sin concesiones a nada ni a nadie. Hay un cierto toque de primitivismo en el sentido rebelde y agreste de no reconocer nada. Su mensaje, equivocado o no, es sincero. Hay una fuerza interior, una necesidad absoluta de plasmar su mundo, de trazar su mensaje con un sentido elevado y una conciencia plena en la responsabilidad que esto implica. Si no tuvieran otras cualidades, lo anotado bastaría para hacerles merecedores de una cordial acogida.

Bien claras, aunque factibles de una posterior modificación, ya que se trata de una obra en plena evolución, se dibujan tres tendencias. Una visión amable, poética, alada de la Naturaleza. En este artista –Lago– hay una gran ternura y una suavidad deliciosa. Se percibe un gran esfuerzo para la construcción y plasmación de «su» paisaje. Un paisaje amplio, a grandes manchas de color discreto, apagado, hábilmente dispuestas y dispersas por la tela para darle una trabazón, una estructura. Un paisaje ideal, de ensueño. Un paisaje quizá excesivamente infantil. A fuerza de idealizarlo, de darle un tono emotivo, de alada poesía, se le pierde, en una divagación pictórica muy justa y entonada, que pugna por salir del marco para pedir espacios más amplios donde poder plasmarse. Hay en toda la obra, aunque el artista no se lo proponga, un sentido decorativo revelador de un gusto exquisito. Lo vemos claramente en una tela de mayores dimensiones. El fondo, un paisaje que recorre todas las gamas del verde sirve de marco a una procesión. Las figuras están muy bien ambientadas, y la disposición de las mismas, sabiamente cuidada. La luz tenue, tamizada, da calidades finísimas a la procesión, que, envarada, con un aire de engolamiento, avanza. El artista ha vertido en esta composición todo su mundo, al que debemos objetar que si le quitara un poco del excesivo candor que tiene, si frenara algo su infantilismo, cobraría reciedumbre y quedaría alejado el peligro de caer en una concepción «waltdisneyana» del paisaje.

Otra de las tendencias está opuesta del todo, en su forma, a la estudiada. Aquí el color es quien juega el papel más preponderante. Un color violento, brusco, seco, austero es quien da consistencia a la tela. El pintor –Valdivieso–, apoyado en un dibujo que nos hace recordar las formas bizantinas y las del primer período del románico, lo fía todo al color. Afianzado en él, se lanza a la búsqueda de contrastes para lograr el equilibrio de la composición. Sus telas son cálidas, violentas, angustiadas. Se ve una lucha tenaz árida, una tensión continuada, ascendente hasta lograr la violenta explosión final. Es una pintura trabajada en una constante preocupación, en una ágil finta para mantenerse en el equilibrio, en la ponderación. Lucha difícil de la que se salva el artista y saca de ella su obra purificada, sin contaminación. También tiene una tela de mayores ambiciones, cifra y pauta de su ideal artístico. Se trata de una Anunciación. Una Anunciación alejada de la amabilidad con que hasta hoy ha sido presentada. Encontramos este cuadro excesivamente preocupado, algo forzado en su composición. El deseo de darle una estructuración adecuada, sacando las figuras de su centro, colocándolas en los extremos, no deja de ser un atrevimiento, ya que desplaza el centro de gravedad de la composición. En esta tela tiene su apoteosis el color y es quien la salva. Grandes contrastes, violentos, dan una sensación de robustez, de plenitud y afirman sólidamente a su autor en la línea trazada. Esa línea de color cálida, torturada, que se presta a muchos comentarios.

Finalmente queda la tercera tendencia en una visión más subjetiva, aferrada a las últimas tendencias del movimiento cubista. El cubismo de Palazuelo –sería mejor llamarle neocubisbo– es amable, discreto. Recuerda las mejores telas de Miró cuando por ellas no apretaba muy seriamente la obsesión del subconsciente. No haya una excesiva preocupación para complicar las cosas. Existe la sensación de espacio, pero muy atenuada. En cambio, hay una exacta distribución, una composición cuidada y un toque de alada elegancia. Quizá sea esta su mejor característica. Una elegancia fina, sutil, desparramada por todos los cuadros, servida con una entonación suave, amable, insinuada, subiendo y cargando los colores cuando sólo es necesario para lograr el contraste. En suma, una elegancia equilibrada y discreta.

Creemos firmemente que si el pintor dejara a un lado su etapa cubista –el cubismo es algo ya muy superado– y orientara su pintura hacia un estilo de síntesis, esquemático –en línea de Mompou, por ejemplo–, sencillo, breve, ganaría su obra muchísimo. Condiciones no le faltan y la elegancia que posee brillaría plenamente.

Estas son las tendencias que vimos más acentuadas en la Exposición de Galerías Buchholz. Nada tenemos que añadir como no sea una advertencia global, para todos. Se ve un ansia, una unidad, un deseo de superación estupendo, y una huida de lo vulgar dignísima. Muy bien. Pero no hay que encerrarse en sí mismo, pues se corre el peligro de la torre de marfil, ni creer que se ha logrado la fórmula y, con ella, la solución.

A este grupo le es necesario, muy necesario, echar una amplia mirada a su alrededor, y, vueltos los ojos a «su mundo», quitarle esa envoltura, ese toque de agreste primitivismo que les rodea y que tiene el peligro de fosilizarlos en una prematura receta pictórica.

Juan Gich B. de Careda


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