Alférez
Madrid, 31 de enero de 1948
Año II, número 12
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Notas después de un viaje

Primera y breve nota.– Ya desde el comienzo, quede bien claro que estas notas escritas después de un viaje por las Antillas y Centroamérica, no son apuntes para una crónica de viajes. Queden aparte anécdotas y observaciones. Es tonto hablar de la importancia que para cualquiera de nosotros presenta la oportunidad de ponerse en contacto directo con la realidad hispanoamericana (ciudades, hombres y hechos). Lo que sigue no pretende sino fijar una serie de apreciaciones sobre otros tantos temas que han tenido para mí especial interés. No queda en estos temas lugar para los recuerdos turísticos.

No pase aquí quien...– Y, sin embargo... Sí, esta segunda nota debe ser encabezada con un aviso: «No pase aquí quien no sepa Geografía». Para que nuestra preocupación por los pueblos ultramarinos tenga una raíz eficaz, es necesario comenzar por un saber geográfico. Es urgente la edición y profusa difusión de buenos mapas. Tenemos que saber bien dónde queda Tegucigalpa, con quién limita Venezuela y cuál es el recorrido del Amazonas... Pero no sólo por esto es necesario el conocimiento geográfico, sino también para, a la vida de los mapas, comparar las proporciones de cada uno de los países con la de España y darnos cuenta de la inmensa tarea, del esfuerzo heroico desplegado por los descubridores y conquistadores. Cuando se vuela sobre Méjico sobrecoge pensar que aquellas montañas, aquellos valles, aquellas tierras fueron escenario de una extraordinaria hazaña realizada por Hernán Cortés y por un breve puñado de hombres.

El magnífico proyecto.– Después de recorrer ocho países hispanoamericanos, uno debe reconocer con sinceridad que sigue teniendo fuerza y razón aquella frase con que César E. Pico termina su ensayo «Hacia la Hispanidad»: «La forma de la Hispanidad es por ahora un magnífico proyecto de vida futura».

El que este proyecto vaya cada día cuajando en obra hecha, depende del empeño que en conseguirlo pongamos todos aquellos que con fe y esperanza nos hemos lanzado a la nueva empresa. A los hombres jóvenes nos corresponde un papel importante, que hemos de cubrir en función de nuestra juventud, con todas las características que la edad impone: autenticidad y sinceridad, entusiasmo y pasión, disconformidad y crítica por sinceros lanzamos los primeros la voz de alerta hacia el peligro de que pudiese caer la preocupación hispánica en manoseado tema para juego floral. Por sinceros hemos de avisar que tampoco puede ser bastardeada esta bandera, cubriendo con ello negocios. Que tampoco sirva lo hispánico para la «política del tanto». Que nadie dé un paso en este orden para «apuntarse un tanto». Que la generosidad y el ánimo de servicio empujen nuestras acciones.

Nota sobre una cita de Spengler.– Que la cuarta nota sea breve y precisa. Y directa y punzante como la flecha. Casi se reducirá a copiar una frase de Spengler sobre los románticos alemanes: «Eran verdaderamente heroicos y nobles y estaban en todo momento dispuestos a ser mártires; pero hablaban demasiado de la esencia alemana y demasiado poco de los ferrocarriles y convenios aduaneros.»

Que se apliquen el cuento los que olvidan que ideal y realidad deben estar siempre conjugados. Los que olvidan que la esencia nacional parece en muchas partes depender de los ferrocarriles y de los convenios aduaneros y que también éstos y aquéllos nada significan sin esa espiritual e imprecisa esencia, que sólo la especulación, en el más amplio sentido de este término, permite poner de manifiesto.

Quinta nota.– Hay que insistir en lo del conocimiento detallado de la realidad hispanoamericana y de los diversos aspectos que presenta. Hay que tener clara idea de lo que es aquello, de que formas presenta. Creo que existe mayor unanimidad de la que a primera vista se percibe en la discusión de lo que constituye el fondo o la esencia de la Hispanidad. Pasemos al conocimiento de las realidades. Ese magnífico proyecto de vida futura supone para su realización repetidas y cotidianas acciones, llevados a cabo en cada uno de los pueblos hispánicos, teniendo en cuenta las características peculiares de cada uno. Mala concepción de la Hispanidad sería aquella que no tuviese en cuenta las características de cada uno de los principios nacionales que la integran. El no tener esto presente puede llevar -y lo que es peor: ya nos ha llevado– a lamentables errores.

De los ocho países antillanos y centroamericanos que he visitado puedo decir que cada uno presenta variantes distintivas. Cada caso requiere fórmulas propias. Existen, casi innecesario es decirlo, constantes que les dan cierta unidad, pero para una labor eficaz es más urgente conocer los puntos de variedad.

Y que ese conocimiento sea lo más actual que se pueda. Hispanoamérica camina con prisa desde hace un cuarto de siglo. Su vida ciudadana ha conseguido avances insospechados. Su conformación social, su situación económica, su estado cultural.... todos los matices de la vida hispanoamericana requieren un estudio serio y concienzudo. Acabemos de una vez la alegre improvisación y el hablar de memoria.

Los españoles que se fueron.– De todos es sabido que durante y al terminar los años del Movimiento Nacional marcharon de España millares de hombres que habían estado en la parte roja. Tampoco de los exilados españoles se puede hablar de memoria. Hubo entre ellos políticos sin conciencia, traidores a su patria, delincuentes comunes, hombres que se mancharon en el crimen, en la violación, en la perfidia. Marcharon también en la hora confusa de la riada profesores, escritores, artistas, periodistas... La labor realizada por este grupo de signo intelectual necesita ser meditada. Se trata de una inmigración minoritaria realizada en una cantidad y calidad nada frecuente. Cuando llegaron a América se fueron desparramando por los diversos países. Los más prestigiosos no se establecieron en ningún sitio, sino que fueron y vinieron prodigando cursos, conferencias, escritos. Los más desconocidos, los que aquí no habían pasado de gacetilleros de «El Heraldo», plantaron sus tiendas en esta o en aquella Universidad. Fueron bien acogidos por todo lo que era contrario a la España vencedora.

Aquellos cientos de refugiados han realizado un esfuerzo colectivo que no se puede despreciar porque significa uno de los hechos de mayor trascendencia en los últimos años americanos. Llevaron consigo, indudablemente, cierto rigor y los mejores un buen amor a la cultura. Ahí están como pruebas, empresas editoriales como el «Fondo de Cultura Económica», en Méjico, o las colecciones filológicas y filosóficas que en Buenos Aires han visto la luz bajo la dirección de estudiosos españoles. Con todo esto se ha producido de pronto, un de pronto que puede abarcar los años que llevan allí y los inmediatamente venideros, un salto grande en el orden cultural. Promociones universitarias que aún estaban formándose en el positivismo, pasan a conocer la última hora de la filosofía. Los que ya estaban, por ejemplo, en Comte se encuentran con todo Dilthey traducido.

Ante estos hechos no podemos ni quedarnos atónitos ni despreciarlo con necios gestos de superioridad. Al fondo hay cuestiones graves. Así, dejando aparte las claras heterodoxias en que caen, la que encierra el hecho siguiente: En los últimos años españoles la cultura europea ha sido traducida principalmente a nuestro idioma o por «La España Moderna» o por la «Revista de Occidente». Ahora el centro de traducciones se ha desplazado de España a Méjico y a la Argentina. Eso requiere seria meditación. No olvidemos que una de las misiones de España en Hisparioamerica es la de ser portavoz y expresión de Europa. España tiene el deber de traducir la obra europea. Pero traducir es tarea que no puede reducirse a una simple versión idiomática, sino que va más allá: a toda una revisión y encuadramiento de la obra en función de nuestro espíritu y cultura.

Además hay por nuestra parte una exigencia de actualidad que debemos cumplir con caridad. Conviene citar a estos afectos aquello que Ortega escribe en El Espectador: «El hispanismo tradicional que infuso en la sangre llevan los pueblos de Centro y Suramérica, es, sin duda, una potencialidad aprovechable. Pero por si sólo no nos sirve de nada, porque con más vigor que su hispanismo sienten aquellos pueblos la necesidad de recibimientos –ideas y utensilios– con que afirmarse en la vida actual. Para que su potencialidad de hispanismo se convirtiese en actualidad sería menester que nosotros fuésemos ante ellos, no españoles, sino actuales.»

Servir a esta actualidad es parte de nuestra tarea que se vería completada, redondeada, si se realiza con ánimo misional y ofertivo.

Nota Final.– No falta quien pregunte: ¿Y cómo se podría plantear una labor de penetración cultural de España en América? Dios persone y los hispanoamericanos ignoren a quienes formulen estas interrogaciones, que, incluso, pueden ser ofensivas. No, no se trata de una penetración, ni puede hablarse de labores de captación. La razón es clara: España no necesita penetrar en América porque está dentro de ella. Lo que hay que hacer es, muy en contacto con los hombres hispanoamericanos, continuar la labor que quedó interrumpida por nuestra parte.

Ángel-Antonio Lago Carballo


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