Alférez
Madrid, 30 de abril de 1948
Año II, números 14 y 15
[página 10]

Del entusiasmo

De las cinco definiciones que de la palabra «entusiasmo» da el Diccionario de la Real Academia en su edición de 1925, me quedo con aquella, la última, que dice así: «Adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño.» Prefiero este modo de precisar el entusiasmo, y lo prefiero al intentar escribir en elogio suyo. ¿Está mal mover a los demás, y a uno mismo, a vivir «entusiasmados»? Para mí tengo que es la del entusiasmo una virtud que si no existiese en los individuos o en los pueblos, no habríamos de parar hasta inventarla. Entusiasmo, que es distinto a la pasión. (Y si aludo a esta distinción es porque a veces se confunden.) Pero como ella (aunque sea «fría», según pedía Hegel) es necesaria, para servir en las buenas empresas, esa «adhesión fervorosa» de que nos habla el Diccionario editado hace una veintena larga de años. (No sé, pero quizá en la última edición podría figurar «adhesión ardorosa».)

Ya no sé quien decía que para salvar a España era necesario la busca y hallazgo de grandes e inagotables manantiales de entusiasmo. Así es, y que los borbotones surgidos del manantial nos den un entusiasmo persistente, cotidiano, que evite fervores de hora inicial y desganas posteriores. Quizá no esté de más traer a colación aquello de Kierkegaard que tanto le gusta repetir a d’Ors: «Quien comienza con entusiasmo y abandona pronto, dilettante: quien continúa sin entusiasmo, filisteo; hombre es sólo aquel que continúa con entusiasmo renovado cada día.»

Conforme en que los españoles somos malos fingidores para caer en filisteos. Sí, en cambio, más fáciles para rondar dilettantismos. Y que conste que el término tiene un matiz de frivolidad que desvirtúa la idea. Porque lo grave es que nuestros abandonos tras los primeros y magníficos ardores suelen ser en materias importantes. Más de una vez se ha dicho que somos un pueblo que triunfa en el día difícil y heroico de 2 de Mayo y no sabe vencer en las pequeñas pero ¡ay? diarias batallas del 3, del 4, del 5...

Las tareas que tiene pendientes el hombre español exigen de él un entusiasmo renovado en cada hora. Si se predica como excelente ejercicio de perfección espiritual el de renovar la «presencia de Dios», séanos permitido pedir esta continua rectificación de conciencia patriótica que encerraría el realizar cada uno de nuestros actos avisando en nuestra alma la «presencia de España». Porque a cada momento asaltará a nuestro deseo de servir el desánimo, por eso mismo tenemos que procurar medre con nuestro hacer, el entusiasmo. Creo que esto quería decir José Antonio cuando señalaba la revolución como tarea para una minoría inasequible al desaliento.

A. L. C.


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