Alférez
Madrid, 30 de abril de 1948
Año II, números 14 y 15
[páginas 10-11]

«Plenitud»

¿Quién se ha asomado años atrás a las crónicas deportivas que no conociese a Lilí Alvarez por mil referencias? Casi todos sabíamos también que ésta no sólo había ganado campeonatos deportivos en competiciones internacionales diversas, sino que además sabía pensar y escribir. Ahora, cuando por voluntario retiro Lilí Álvarez va no corre tras la meta y la corona. nos ofrece este libro pulcro y grávido a la vez de pensamiento suyo, como si desde su rincón de la sierra de Navacerrada, dedicada a la oración y privadamente al deporte, quisiera enviarnos los ondas de su alma, espirituales y sencillas como el aire de los montes.

Plenitud es un libro de sinceridad. Es un soliloquio en alta voz. Un puñado de sugerencias y de temas. Una bocanada fresca de espiritualismo filtrándose por el mundo de suyo muscular del deporte. Pero el deporte como lo entienda la autora: no dilettantismo snóbico de última hora, ni medio utilitario y egoísta de lucha prosaica por apetencias las que sean de este mundo, ni cultivo sin más de la materia bruta para hacerla más fuerte y más dura... No, es el deporte en función del cultivo integral del hombre, alma y cuerpo, ciudadano del cielo, pero caminante de la tierra, unidad psiquico-somática con pies de barro y con alas angélicas. Es un capítulo de verdadero «humanismo» el que se escribe aquí. La autora conoce muy bien la realidad histórica de nuestra estirpe, caída en el pecado, pero redimible y divinizable por la gracia, y trata de convencer, a sus oyentes (mejor que lectores) de que el deporte –entendedlo en un amplio y generoso sentido– es un elemento que ha de tenerse en cuenta y aprovecharse convenientemente en cada caso para conseguir mejor esa plenitud, esa obra bella, que el Creador nos pide y nos señala para realizar en la vida.

¿Con quién habla preferentemente Lilí Alvarez en su libro, por tanto? Su intención está demasiado clara. No es quizá con los «deportistas» para que quieran animar su quehacer con el espíritu, y sepan mirar sonrientes al cielo esmaltado por estrellas. Aunque todo eso se dice y se repite suficientemente allí también. Es principalmente con los espirituales, a los que pide y hasta exige indulgencia y comprensión y estima del valor del deporte. Y ello es justo y hasta necesario a su vez. No es que Lilí ponga al deporte como un valor supremo y único. Conoce ella demasiado a San Juan de la Cruz. Pero sí que es un valor de esos que Dios regaló al hombre para que en su debida proporción le beneficie y use. Esta ha sido, si no me equivoco, la intencionalidad primaria de la autora. ¿Que parece su gesto agresivo a ratos, demasiado fuerte en otros, un poco desproporcionado más allá? La estimación de cada uno juzgará y matizará como le parezca. Los hombres no estamos recortados a molde con máquinas de precisión. Algunas frases, sin duda, se podrán discutir. Pero téngase en cuenta que es un pensar en alto, y que una defensa se esconde, por obligación en el pulso de esta mujer que mueve la pluma con las mismas manos con que maneja el squif o la raqueta, con las mismas manos que se juntan para hacer oración...

No hemos dicho que el libro se ha escrito con el pretexto de publicar unas máximas de J. Giradoux, pero que al lado del trabajo de Lilí Álvarez resultan lo menos interesante cuantitativamente y cualitativamente hablando del mismo.

Si el librito encontrase acogida favorable en muchos lectores, de esos que viven el deporte, y de esos que se preocupan por los problemas de la vida, creemos que su lectura les haría pensar saludablemente, provechosamente. Les haría, sin duda, un poco de bien. ¡Qué mayor ambición!

B. Jiménez Duque


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