Alférez
Madrid, 30 de abril de 1948
Año II, números 14 y 15
[página 11]

Nijinsky

Días atrás se publicó en la prensa diaria la noticia de la vuelta de Nijinsky. El formidable bailarín saludó al público desde el escenario de un teatro de Londres. Fue entusiástica, calurosamente aplaudido. Correspondió a estas muestras de afecto con una sonrisa hueca, vacía, apagada. Igual como ha sido su vida en estos últimos veinticinco años. Oscura, apagada; en una lucha, en un forcejeo constante para vencer su penosa enfermedad. Como en sus tiempos de triunfo, igual que en el largo itinerario por sanatorios y despachos de los especialistas, también le acompañó en Londres su esposa, Romola, en esta, al parecer, vuelta a la normalidad. La promesa hecha en Buenos Aires se ha cumplido con creces.

Nijinsky evoca la época más brillante del ballet. Actual genio creador de Diaghilew encontró en el bailarín la concreción y plasmación de sus ideas. Diaghilew supo rodearse de los mejores colaboradores para que no le fallara el éxito, y tuvo la valentía de lanzar nombres hasta entonces apenas conocidos y que ahora no vale la pena citar, pues su valía les ha dado ya un lugar en la historia de la música y de la pintura. Los ballets rusos alcanzaron entonces la plenitud y se encaramaron al máximo de su curva de ascenso. El momento del ballet, sus triunfos representan uno de los mejores momentos del espíritu europeo contemporáneo, en el que se funde lo más selecto de su arte para lograr la victoria más acusada.

Era un torbellino, un clamor triunfal su paso por los teatros, y la vuelta al mundo, bailando, fue una apoteosis. Las noches de estreno en París de las nuevas producciones era uno de los actos más impresionantes, uno de los espectáculos más deseados y el plato fuerte de aquella época. Y, por encima de todo, individualidades y conjunto. Nijinsky, el bailarín único, el artista extraordinario; en él se funden la gracia, la fuerza, el genio. Porque eso fue Nijinsky: un bailarín genial que logró lo que jamás nadie obtuviera. Un caso único, escuela y estilo, en toda la historia del ballet.

Imposibilitado Nijinsky, muerto Diaghilew, los ballets rusos fueron perdiendo altura, y aunque quedó la escuela y se conservaron las enseñanzas, empezaba ya el descenso de la curva que lograría, poco después, cierta estabilidad. Poco se avanzó. Y los ballets actuales cuentan aún entre sus mayores éxitos las creaciones que inmortalizó aquel bailarín excepcional.

Ha vuelto Nijinsky. Con una sonrisa apagada, fría; en una mirada tranquila; con el pelo canoso; con cincuenta y ocho años. Es una noticia agradable, simpática, que nos dio una gran alegría. Cosa que no nos causó la información de cierta agencia periodística norteamericana en la que se afirmaba que Nijinsky bailarla otra vez. No lo creemos. Han pasado demasiados años para que pueda tener la agilidad necesaria que le permita elevarse en un perfecto entrechat royal. No comprendemos cómo puede juzgarse tan a la ligera y sacar astutas conclusiones por una sencilla muestra de cortesía al público que tanto le aplaudió. Claro que desconocemos lo que vale una buena noticia, lanzada al mundo con el mayor desenfado. Porque si supiera lo que valió Nijinsky, si este periodista norteamericano se hubiera enterado lo que representó este bailarín, sus épocas de triunfo clamoroso, no le desearía que bailara otra vez, con cincuenta y ocho años y veinticinco de inactividad. Nijinsky ya no nos pertenece. Pasó. Queda su recuerdo de artista portentoso. Nosotros sólo conocemos, a un hombre de mirada tranquila, de sonrisa apagada, que después de veinticinco años de no vivir, renace otra vez y saluda desde un escenario londinense acompañado de quien jamás lo abandonó. Y sólo le deseamos paz y tranquilidad.

J. G.


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