Alférez
Madrid, junio de 1948
Año II, número 17
[página 3]

«Estar de vuelta»

Hasta 1936, con más o menos intensidad y retraso, recibía España las formas de arte y pensamiento de última hora, e incluso contribuía a crearlas. Esto es una simple constatación y no una añoranza. Porque en estas formas –piénsese en Picasso– había de todo: luz y sombra.

Por una parte, su sola actualidad y sincronía con el tiempo histórico les daba un valor muy grande, y hacía de ellas una red apta para captar los valores intelectuales y estéticos transeúntes. Por otra, esta actualidad misma las convertía en algo intrínsecamente turbio, algo que olía a pecado y a desintegración. No es que faltaran modos de pensar y de operar a la vez actuales y constructivos –por ejemplo, las tendencias del pensamiento católico remozado en todo el mundo desde 1900; pero eran, indudablemente, una minoría, y además reunían casi siempre de modo precario ambas cualidades. Lo que se presentaba como constructivo solía tener un trasfondo demasiado tradicional y ahistórico–. Lo que se presentaba como actual e histórico solía tener un trasfondo amargo y averiado.

El elemento positivo era, en última instancia, un determinado modo de ver las cosas; un modo auténtico y crudo, limpia de telarañas retóricas y de fantasmas pretéritos. El negativo era el resultado de que esta mirada desnuda y sincera no podía o no quería recibir la luz religiosa. Y el ideal a lograr, por consiguiente, hubiera sido conservar el elemento positivo y borrar el negativo: aprender a mirar las cosas con mirada a la vez actual y religiosa. Entiéndase este último adjetivo, naturalmente, en sentido propio y sin ribetes de beatería.

Pero en muchísima parte los españoles renunciamos a los dos elementos: al positivo y al negativo. Desde hace diez años se repite, sobre todo entre artistas e intelectuales, un estribillo muy torpe: «nosotros ya estamos de vuelta.» Está de vuelta el fabricante de horribles muebles isabelinos o «estilo español», el pintor sin inquietud, actual que perpetra cuadros burgueses, el neotomista de real orden.

Esta actitud es fariseísmo puro. Parte de considerar a la modernidad –a toda esa ola de turbia y tremenda inquietud del pensamiento y del arte actuales– como una broma sin trascendencia o como una fiebre pasajera. Y como es evidente que la modernidad no es ninguna de las dos cosas, hemos de deducir que el fariseo del «estar de vuelta» proyecta en ella sus defectos propios: su frivolidad fundamental. Sólo un pintor a quien la comezón de crear arte auténtico no la muerda el alma puede despreciar o desatender a Picasso. Sólo un filósofo facilón, recostado en un tomismo o un balmesianismo inacrecentable, puede desconocer a Heidegger o a Ortega. A ambos les es muy lícito –éste es otro cantar– rechazar las enseñanzas respectivas: pero siempre después de haber explorado la línea de problemas artísticos o filosóficos sobre la que estas enseñanzas se sitúan.

Estamos siendo víctimas, en estos campos, de una típica crisis de reacción: por salvar la Verdad hubimos de sacrificar algunas verdades parciales y algunos miradores sobre el ancho mundo. Esto, en su momento, fue absolutamente necesario. Pero ahora, ya rescatado lo esencial, debemos comenzar a persuadirnos de que toda verdad pertenece al Espíritu Santo. Y las verdades nunca se encuentran, en el camino de vuelta –como no sea el camino del pecado–, sino en el de ida.

Alférez


www.filosofia.org Proyecto filosofía en español
© 2001 www.filosofia.org
La revista Alférez
índice general · índice de autores
1940-1949
Hemeroteca