Alférez
Madrid, junio de 1948
Año II, número 17
[página 7]

Conversaciones

Siempre, después de todo diálogo, se nos viene a la mente un argumento nuevo o con forma nueva que no supimos manejar antes. A veces lo que se nos ocurre es toda una explicación. O una justificación con la que no dimos en el calor del diálogo. ¿No estará permitido usar de la letra impresa para poner apostillas, aunque sean torpes, a conversaciones sostenidas días atrás?

con Ismael Herráiz

(Lugar: «El Puchero», tasca donde se come bastante bien. Con Ismael está Jorge Uscatescu. Se habla de muchas cosas y también de Alférez. Entonces Herráiz me dice que «la revista está bien, pero que hay que llegar a públicos más numerosos. 27 millones de españoles están esperando que se les hable. Lo que escribís no puede quedar reducido a dos o tres mil lectores».)

—Ya el otro día te di la razón en esto, Herráiz. Es más, te conté que Castiella al aparecer Alférez me lanzo un alerta certero: «Ahora tenéis que evitar que se convierta en una revista confidencial». Hay siempre el peligro de lo confidencial, casi, casi de lo íntimo. Toda revista sale con el peligro de chocar contra este escollo. Son los amigos, los que más cerca de nosotros están quienes nos señalan aciertos o errores. Los que ellos perciben como tales quizá fuesen contradecidos por lectores más ajenos a nosotros mismos, menos «entre bastidores». En todo esto estamos conformes, Pero lo que yo quiero aclararte es que nuestro propósito no se cifra en ser «confidenciales y reservados» como informes de embajada, sino que por el contrario aspiramos a llegar a una amplia masa. (Masa aunque minoritaria.) Me refiero a los universitarios. Aquí, en nuestras páginas, hay lugar para todos los temas, y lo que se escribe va dirigido a todos los hombres jóvenes con ambición o profesión intelectual. Creo que se han planteado problemas de amplio y profundo interés. Si no han hallado más resonancia no creo sea tanto culpa nuestra como de un ambiente un tanto deslucido, cada vez menos en tensión. De esos 27 millones de españoles, según las últimas estadísticas oficiales unos 50.000 cursan estudios universitarios, y fuera de las aulas échale ceros a la cifra que quiera recoger el número de postuniversitarios que de un modo u otro pueden, mejor aún deben interesarse por nuestra Universidad, por la conservación del espíritu de los alféreces provisionales, por un mejor maridaje –entre la inteligencia y la acción, por la continuidad del pensamiento joseantoniano hecho diaria y actual lección y no muerta monserga.... y tantos y tantos temas que aquí hemos presentado. Nosotros creemos cumplir con lo nuestro, sin desconocer todas las deficiencias y limitaciones que como humanos encima llevamos. Lo que pedimos de los demás es comprensión e inteligencia. En vez de colgarnos sambenitos y adscribirnos a tales o cuales grupos y personas, todo ello hecho con mentalidad perezosa y estrecha, deseamos crítica y diálogo. En una palabra, lo que tú hacías la otra noche.

Y por otra parte, estate seguro, Ismael, que ninguno de nosotros nos negaremos nunca a ninguna nueva colaboración que se nos pida. No haríamos sino seguir en una línea nuestra de siempre. Y como tú, pido a Dios por que cuanto antes se inicie ese discurso largo, entrañable y directo dirigido a todos los habitantes de nuestra España.

con Pilar Primo de Rivera

(Lugar: El Instituto de Cultura Hispánica, donde se celebra un homenaje a un profesor paraguayo. Al saludar a Pilar me agradece el mensual envío de la de la revista. Yo le recuerdo que esperamos un artículo sobre «las chicas que hicieron la guerra». Ella me dice que se lo encargó a Tina Ridruejo y a Viki Eiroa, pero que a las dos les asusta escribir para Alférez, porque es muy difícil».)

—No, Pilar, mucho más difícil es bailar una danza, y miles de manos han chocado para aplaudiros. Ahí están vuestros triunfos en Argentina. Lo que os pedimos nosotros es una cosa muy sencilla. Mira: esa palabra tan traída y llevada que ya casi huele a puchero de enfermo y que es «generación» a nosotros se nos ocurre que lo que encierra tanto se refiere a los hombres como a las mujeres. Por lo tanto, queremos que desde estas páginas una de vosotras, cuente para los hombres y mujeres que por su niñez o extrema juventud no vivieron aquellas horas como fueron las muchachas que hicieron la guerra. La generación del 36 tiene también sus nombres femeninos, aunque vuestra humildad y sencillez los hagan desconocidos. No os pedimos pecados de vanidad, sino que saquéis un poco a la luz la lección de vuestra conducta. ¿No crees que es un deber explicar a las muchachitas de dieciséis y dieciocho años lo que hacían otras muchachitas de su edad cuando ellas aún no habían hecho la primera comunión? Hay que contar que aquella «tú» que bordó en rojo la camisa del himno poseyó virtudes heroicas y supo ser novia, hermana, camarada, enfermera, madrina. Que estuvo presta a todo sacrificio y que tuvo siempre la mejor sonrisa para su tarea. «Humildad es verdad», decía Santa Teresa. Contadnos vuestra verdad y aun el elogio propio será humilde.

con Santiago Magariños

(Lugar: Un despacho en la editorial «Epesa». Con los dos, el poeta Gerardo Diego. Se habla de las actuales emisiones de radio, tan abundantes en versiones radiofónicas de obras literarias. Magariños hace su elogio y cita el caso de determinada novela que desde que ha comenzado su «radiación» ha alcanzado enormes ventas. Por mi parte no acierto a resumir las razones de mi recelo ante estas emisiones. Días después un ensayo de Jean-Paul Sartre me da la clave.)

—Sí: ahora me doy cuenta que si yo rechazaba el tono actual de las emisiones de radio no era sólo por la mediocridad que las preside. Y eso que nadie me podrá discutir que no se está deformando el gusto popular con estos programas que de pronto han invadido las emisoras. Tanto «Camino hacia la fama», «Fiesta en el aire», «Usted triunfará», «Lo toma o lo deja». «Suba usted al escenario», o como se llamen, no hacen sino entontecer a la gente, amanerar los modos y los gustos. y hacer del «horterismo» estilo colectivo.

Pero aparte de estas razones tan claras que ni es preciso desplegarlas, están las otras en orden a la relaciones de la «radio» y la literatura. Si tú afirmas que, efectivamente, se venden más ejemplares de tal o cual libro en virtud de ser retransmitido una vez hecho guión radiofónico, por algo lo dirás. Pero yo creo que la gente que compra la obra no lo hace tanto por enfrentarse directamente con ella, incitados por el resumen oído, sino que en su ánimo hay un poco de deseo de encontrar en el libro el comentario, la ampliación más o menos fiel a la versión que el receptor le transmitió. O sea que se cambian los papeles y su importancia.

Hay otro aspecto aún en la cuestión y es el plantearse si el escritor debe usar para formar su público que ese gran instrumento que es la era «radio». A este propósito dice cosas muy interesantes Sartre en un ensayo cuya parte nuclear publica la revista argentina Realidad. Para el francés hay que recurrir a los actuales recursos, de que disponemos para conquistar al público: periódico, «radio», cine. Es preciso ahogar ciertos escrúpulos; desde luego, en el libro está la forma más noble, y siempre habrá que volver a él; pero hay un arte literario de la «radio» y del «film», del editorial y del reportaje. No es necesario vulgarizar: el cine, por esencia, habla a las multitudes, les habla de las multitudes y de su destino: la «radio» sorprende a las gentes en la mesa o en la cama, en el momento en que menos defensa tienen, en el abandono casi orgánico de la soledad; hoy aprovecha de eso para burlarlas, pero es también el instante en que mejor se podría apelar a su buena fe: todavía no están representando o ya han dejado de representar sus personajes. Tenemos un pie en la plaza: hay que aprender a hablar en imágenes, a transportar las ideas de nuestros libros a esos nuevos lenguajes.

Hasta aquí lo que dice Sartre. Al copiar las líneas finales, no he podido evitar el recuerdo de unas frases de Ortega puestas como prólogo a una edición de sus obras completas: «En nuestro país, ni la cátedra ni el libro tenían eficiencia social. Nuestro pueblo no admite lo distanciado y solemne. Reina en él puramente lo cotidiano y vulgar. Las formas del aristocratismo «aparte» han sido siempre estériles en esta Península. Quien quiera crear algo –y toda creación es aristocracia– tiene que acertar a ser aristócrata en la plazuela. He aquí por qué, dócil a la circunstancia, he hecho que mi obra brote en la plazuela intelectual que es el periódico.»

Aquí le duele: hay que saber ser aristócrata de la plazuela, llámese ésta «radio», periódico, cine. Dicho de otro modo –y refiriéndome al tema de nuestra conversación–, de lo que se trata en la «radio» no es de una tarea de adaptación, sino que el literato debe escribir directamente para las ondas. Y ello sin adulterar la obra propia, sin rebajarse para agradar, sino, por el contrario, revelar al público las propias exigencias y formarlo poco a poco, hasta que tenga necesidad de leer.

Pero basta ya, porque tú y yo apenas hablamos de esto tres minutos y la postdata ya es más larga.

A.


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