Alférez
Madrid, julio y agosto de 1948
Año II, números 18 y 19
[páginas 8-9]

Crónica del verano universitario

Lo que va de junio a octubre

La clausura del curso académico 1947-48 no ha supuesto para el universitario español un alejamiento del clima que le debe ser más caro. Corrieron, ya los tiempos en que la práctica estudiantil se constreñía, en su mayor parte, a los nueve meses de brega normal. Con el verano, cada estudiante recogía en sí el fuego sagrado del espíritu universitario, y lo dejaba apagar en el interregno estival. Hoy, lo que va de junio a octubre representa para nosotros una reafirmación en la esencia de que somos parte y un hermoso horizonte de posibilidades. El verano no debe traer tan sólo el veraneo, aunque sí con él el descanso. Descanso sin olvido, que nos apresta y disciplina para inmediatas empresas.

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A este nuevo horizonte abierto a los ojos del universitario español se ha llegado –en 1948– por tres caminos espiritualmente paralelos: el campamento, la peregrinación y los cursos estivales. Los grupos estudiantiles más jóvenes forjan, en el rigor de la milicia, las armas de la obediencia.

Otros han escogido para este verano jubilar las jornadas peregrinantes que conducen, bajo la Vía Láctea, a Santiago de Compostela. De todos los puntos de España, escuadras del S. E. U. –y luego la Acción Católica– van a la tumba de Santiago. Hombro con hombro, los universitarios caminaron junto a sus camaradas hispanoamericanos desde el desfiladero de Roncesvalles a la ciudad compostelana.

Y otros, en fin, hallan en las universidades y cursos de verano el clima de la intelectualidad hispánica, donde, sin escatimar experiencias foráneas, se realiza el más urgente aprendizaje: la lección de España en su diversidad física y espiritual.

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Una buena decena de localidades españolas brindan al hispánico y al extranjero la efusión de sus cátedras y la atmósfera de una juvenil convivencia. Puigcerdá, Jaca, Santiago, Segovia, Madrid, Santander... desarrollan distintos programas en sus conferencias y seminarios. Los cursos filosóficos de Puigcerdá, los de lengua y literatura castellanas en Santander, los de Madrid para estudiantes norteamericanos, &c., se han sucedido durante julio y agosto, continuándose en septiembre con los de la Universidad de Oviedo y los hispanoamericanos de Santa María de la Rábida, en Huelva, para terminar en octubre con los ya otoñales cursos de Málaga. Los acentos hermanos de Ultramar, las voces europeas amigas y también las reacias y las indiferentes hallan ocasión de diálogo y de mejor comprensión.

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Tomando como ejemplo a Santander, por ser su universidad de verano la mayor y, por tanto, la más rica en consecuencias, observamos que el español realiza tres tomas de contacto con gentes de diversidad indiscutible, pero también con suficientes coincidencias para asegurar un ayuntamiento ideológico en lo principal.

El español con el español consigue esto que ya definimos como descubrimiento y lección de España en toda su variedad e integridad físicas (paisaje) y espirituales (hombres, pueblos, costumbres...). El encuentro convoca al tuteo anímico de los estudiantes, al cambio de impresiones, relatos, sorpresas, divergencias, discusiones, acaso disputas... Y, por cima de todo, a la camaradería y, aún más, la compenetración.

El español y el hispanoameriacano: cada uno con su aporte peculiar. El español universitario aprende a conocer a Hispanoamérica a través de los universitarios trasmarinos. Esta es hora de confirmaciones, ratificaciones y revalidamientos. Sobre muchas cosas concordes y sabidas, se incorpora la novedad que acarrea el tiempo en su perpetuo cambiar. Muchísimo queda por aprender, pero al menos la ruta está iniciada.

El español y el europeo: problema vivo de concordia y discordia, de escoger y de renunciar. La Europa de hoy, en su crisis, trae a nuestro clima vientos distintos de muy varias atmósferas. En ellas encuentra el universitario español los eternos fermentos de la unidad y también los elementos disolventes de dolencias seculares. Por unos y contra otros lucha el español, y de la actual experiencia aflorará acaso una armonía futura.

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Entendidos los cursos de verano no como una prolongación oficial de los académicos, con su vida a toque de campana y sus exigencias de control, sino más bien como un descanso tras la carrera sin solución de continuidad por la nota o por el aprobado, los cursos de verano son acueducto que lleva las aguas ganadas en junio a los cauces más anchos y ambiciosos del octubre que se avecina. La corriente estudiantil se hace progresivamente rica en veneros que el contacto con otras experiencias le suministra con una riqueza que se hará ostensible a la apertura de los periplos normales.

Este enriquecimiento anímico del universitario se objetiva en una especial «trato de gentes», en un marchamo que sólo presta, inconfundiblemente, la atmósfera bien respirada de la buena universidad. Gimnasia respiratoria de esta clase se hace año por año más necesaria.

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Toca a su fin el verano universitario. Mucho se ha conseguido, y aún queda mucho por conseguir. Dos años apenas de experiencia han dado rica cosecha. Pero es insuficiente. Junto a los aciertos bien estaría repicar en las fallas habidas. Una de ellas, la necesidad inminente de un mayor número de universidades, fragmentando quizá las actuales en núcleos reducidos, propicios a una mejor y más fructífera convivencia. Grupos nacionales y no nacionales nucleados dentro de materias de su especialidad o interés. Pequeños grupos, en fin, que lleguen a soluciones concretas en cada circunstancia. Como excepción, y también como resumen unitivo, la Universidad «Menéndez Pelayo» asumiría el papel de conglomerado estival universitario, representado gráficamente por un gran triángulo que acogiese a varios círculos pequeños, inscritos por sus tres lados equiláteros: Hispanoamérica, Europa y España.

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Segovia en pie

En «Arriba» he dejado testimonio, creo que sincero y suficiente, de los cursos de verano en Segovia. Están demasiado cerca esas crónicas para hacer un resumen que sería más bien un «refrito». Quiero insistir, sin embargo, sobre lo apuntado en mi primera crónica, dirigido precisamente a Alférez: en estas columnas se ha escrito, hemos escrito, creo yo, de la «provincia», de la urgente necesidad de hacerlo en todos sus aspectos desde el político hasta el cultural. Si pedimos que una generación de universitarios sea capaz de enterrarse en la provincia, ha de ser con la preocupación por nuestra parte de que ellos, los enterrados, no vivan con la sensación de destierro. Nada como un verano para visitar, para alentar, todos estos esfuerzos. Yo, viajero impenitente por esos cursos, he querido más que la conferencia, más que el diálogo puertas adentro, el tomar el pulso a la vida provinciana, tan pecadoramente olvidada.

En este sentido, Segovia ha sido la gran experiencia. El acierto «clave» de Joaquín Pérez Villanueva se centra en organizar un perfecto curso para universitarios de la Sorbona, partiendo de una realidad provincial que él estimula desde la envidiable juntura de gobernador y de perfecto universitario. Visité Segovia antes de la inauguración de los cursos; pude seguir, paso a paso, desde una maravillosa exposición de grabados románticos sobre la ciudad hasta la conversión de un Instituto Provincial de Higiene en Residencia universitaria –una residencia de «estudiantes» alegre, sencilla y venturosamente enemiga del lujo–, el trajín interno de la ciudad entera. El universitario francés, acostumbrado a su histórico y rígido centralismo, quedaba absorto ante la vida cultural de una provincia. Una noche, una de esas noches castellanas con la luna a punto sobre el Alcázar, pudieron darse cuenta, por ejemplo, de lo que una pequeña ciudad como Segovia significa en la historia de la poesía española contemporánea: Segovia es una, buena parte, y cordialísima, de la obra de Antonio Machado; es, más tarde, la primer espuela para un poeta tan significativo como Dionisio Ridruejo. Más importante era que los estudiantes franceses viesen en los poetas vivos de Segovia –el marqués de Lozoya, Luis Felipe de Peñalosa, Mariano Grau– los más íntimos, cotidianos colaboradores del curso. Cuando el día de la clausura oíamos un paternal, un tiernísimo discurso del alcalde de Segovia, pensábamos en la llamada «redención de la provincia». Estas viejas ciudades castellanas están hechas para que todo, todo el paisaje, las cosas, la plaza, las, cigüeñas se inserten en un orden de viviente cultura. Y es significativo, bien significativo, que la voluntad gobernante que ha hecho posible todo esto, que ha buscado un limpio matiz de continuidad –las conferencias eran en la «Universidad Popular» fundada por Antonio Machado– sea voluntad de universitario y de falangista. Aquella generación que Alférez pedía de universitarios capaces de clausurarse en la provincia, tiene en Segovia su primer jefe y hermano, mayor.

Federico Sopeña.

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Séptima promoción

Este verano ingresó en los Campamentos de la Milicia Universitaria la séptima promoción de Caballeros aspirantes a Oficiales de complemento. Durante tres meses, ahora a punto de cumplirse, se han adiestrado en el ejercicio militar ellos y los sargentos de la promoción anterior. Los resultados, como no podía menos de esperarse, han sido espléndidos. Sin embargo la edad y circunstancias de esta promoción nueva obliga a hacer alguna consideración, más de prudencia y vigilancia que de temor, sobre ella.

Los nuevos sargentos son, en general, gente menor de veinte años, lo que quiere decir que el día de la Victoria no llegaban apenas a diez; esto es, que para ellos nuestra guerra es necesariamente un recuerdo borroso, no hincado en la inquietud de la adolescencia, sino en la placidez lejana de la infancia. Hemos de darnos cuenta de lo que significa este hecho. Los españoles mayores de veinte años tienen su raíz vital hundida en nuestra guerra, y de ella les llega un incentivo constante de seriedad y un modo típico de ver los problemas nacionales. Los menores de esa edad, en cambio, se han abierto al mundo en la gran calma que España vive desde hace ocho años, sin otra vivencia dramática que la demasiado lejana y turbia de la guerra mundial. Este ambiente de paz ha contribuido sin duda a hacer su formación, en muchos aspectos, más completa y perfecta que la de sus hermanos mayores en tres o cuatro años; pero les ha privado de conocer el precio de heroísmo con que la paz se paga. Los cantos de la guerra, que entre la juventud española de más de veinte años todavía despiertan una vibración cordial y honda, son en los que les siguen poco menos que el eco de un eco; algo ya recibido por vía mental, no revuelto en la sangre.

En los campamentos de este verano, no obstante haber dominado en ellos un perfecto clima de disciplina y servicio, ya se han palpado muchas de estas cosas. Las compañías cantan cada vez menos, o cantan cantos que no remueven ninguna fibra profunda y que no religan con su sonoro hilo a vivos y a muertos.

Quede anotado el hecho. Modos hay de remediarlo, pero modos que exigen nuevos métodos y nueva inteligencia creadora. Infundir a los universitarios de última hornada un espíritu de excombatientes sería artificial y arqueológico. Infundirles, simple y llanamente, espíritu vigilante y conciencia dramática de lo que en el mundo representa hoy España es en absoluto necesario. ¿Sabremos, individual y corporativamente, cumplir esta obra? Habrá que poner mente y manos a ella cuanto antes.

Juan Alfredo de Luis

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Peregrinación del S.E.U.

Las peregrinaciones implican dos caminos que recorrer. Uno, externo, en el que con privaciones y esfuerzo corporal se vence una distancia física. Y otro, interior, que conduce, pasando por el arco iris de la penitencia, de un estado de menor perfección espiritual a otro de mayor intimidad con Dios. Esto cuando Dios quiere darse. El primero es un instrumento del segundo; pero uno y otro son elementos indispensables en una peregrinación. Y ésta es, a la par que afirmación esperanzada de la perfectibilidad del hombre, búsqueda de un mejorado renuevo en el peregrino. Sin este sentido –eminentemente religioso y esencialmente humano– la peregrinación sería un puro acontecimiento turístico o deportivo.

En la peregrinación que en este verano realiza el S.E.U. se dieron con plenitud los elementos del auténtico peregrinar. Una distancia física que merodea el medio millar de kilómetros cubierta a pie, desde Roncesvalles hasta Compostela, por tierras de Navarra, Castilla, León y Galicia. Un espíritu de penitencia constantemente mantenido frente a la sed, al cansancio, al desaliento. Y un afán de saldar una etapa para abrir otra mejor, entre las que la peregrinación se extiende como escala de ascensión.

La presencia de estas notas conseguidas en su máximum, por sí sola, hubiera hecho plausible la peregrinación del S.E.U., de no haber otras circunstancias que la revisten de suceso universitario –quizá el más grande– de los últimos lustros.

Persiguió y logró en el marco de sus propios límites la unidad espiritual del universitario español. Unidad que nunca surge de las convenciones entre los dirigentes de los organismos juveniles, sino en pretender para los jóvenes la realización de una amplia y única concepción de vida, resultado de plegar las verdades invariables –terrenas y supraterrenas– a la forma variable de cada circunstancia.

Entre muchas otras cosas, cabe destacar ésta, como aportación necesaria, indispensable, realizada por el S.E.U. en su caminar hacia Santiago: búsqueda honda de la unidad para la juventud de España, para la universitaria, especialmente, y armonía entre la inquietud política y la aspiración religiosa.

Jorge Mencías

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Santander

Acaban de clausurarse, con agosto, los segundos Cursos de Verano de la Universidad Internacional «Menéndez Pelayo» de Santander. A lo largo de cuarenta días se han desarrollado cursos de Problemas Contemporáneos, Periodismo, Humanidades, Pedagogía, Ciencias Biológicas y Dirigentes Sociales.

Trescientos profesores y alumnos desfilaron sucesivamente por el Seminario de la Virgen del Mar, en Monte Corbán, constituido en residencia universitaria; otros tantos han asistido al curso de lengua y literatura castellanas para extranjeros en la ciudad de Santander, y un núcleo más reducido, a de Ciencias Biológicas en la Casa Salud Valdecilla.

Monte Corbán reunió un selecto grupo de profesores y alumnos hispánicos y europeos en los distintos cursos, entre los cuales estacó, por su importancia vital y por la viva actualidad de sus temas, el de Problemas Contemporáneos, dirigido por el doctor Ruiz-Jiménez. La incógnita de la unidad europea, a los pocos días de clausurarse el Congreso de La Haya, ha ocupado primerísimo plano en conferencias, seminarios y debates. Los aspectos político, religioso, económico, filosófico y cultural fueron objeto de detenidos estudios, destacando, entre otros, los profesores Gustave Thibon, Torcuato Fernández-Miranda, Ángel González Álvarez, Ángel López-Amo y Jorge Uscatescu. Igualmente ha funcionado un seminario hispanoamericano, con intervenciones de los nicargüenses Pablo Antonio Cuadra, Julio Ycaza Tigerino y José Coronel Urtecho.

El curso de Humanidades concretó sus estudios en el siglo XVII español, exponiéndose el arte, la literatura, la política y la filosofía de este gran siglo de tan elevada vigencia en la problemática universal de la época.

Al margen de las lecciones ex catedra y de los coloquiales seminarios, España ha dado a conocer –ya en la paz serenada de la noche norteña– la infinita gama de su arte popular, en recitales de coros y danzas venidos de los cuatro rincones de la Península: Galicia, León, Santander, Vasconia, Cataluña, Valencia, Andalucía.... con sus policromías sonoras y rítmicas, donde, por ejemplo, los hispanoamericanos encuentran la clave de tantos matices de su folklore.

C.

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Reunión nacional del A.C.I.

La Sección Universitaria de la Asociación Cultural Iberoamericana ha celebrado durante los días del 16 al 22 de agosto su primera reunión nacional, con objeto de examinar la tarea realizada en sus dos años de vida y de trazar un plan conjunto de actuación y trabajo para todos los centros creados o próximos a crearse en España.

La reunión ha tenido lugar en la Universidad Internacional «Menéndez Pelayo», de Santander, aprovechando la estancia en ella de numerosos universitarias miembros de la A. C. I. españoles e hispanoamericanos. El resto de los asistentes, hasta un número de unos cuarenta, se trasladaron a Monte Corbán, expresamente para asistir a la reunión.

Los trabajos de la reunión consistieron fundamentalmente en la discusión, estudio y redacción definitiva de las cuatro ponencias que figuraban en el programa: 1ª Fines del Instituto Cultural Iberoamericano, en su rama española (A. C. I.) y de la Sección Universitaria de ésta; 2ª Vinculación con Iberoamérica, Portugal y Filipinas; 3ª Actuación de la S. U. de la A. C. I. en sus locales, y 4ª Actuación externa. A estas ponencias se añadió sobre la marcha una 5ª, relativa a las actividades de la A. C. I. en ciudades no universitarias.

En la primera ponencia quedaron perfectamente claras y delimitadas las funciones de la organización, encaminadas –desde la fundación del l. C. I. en El Escorial el 4 de julio de 1946– a la defensa y propagación de la cultura común a toda la Hispanidad.

La Vinculación, con los distintos pueblos hispánicos, fundamental tarea para la Asociación, fue extensamente estudiada, sobre todo en el aspecto universitario. Se acordó que cada centro de la organización estuviera en permanente contacto con determinadas Universidades hispánicas.

En lo referente a la actuación interna, la reunión estudió preferentemente los medios conducentes a la formación de una minoría universitaria capacitada en los problemas americanos, examinándose el sistema de conferencias, conversaciones, relecciones y seminarios.

La presencia de numerosos hispanoamericanos –Gildardo, González, Coronel Urtecho, Gabriel Cuevas, P. Osvaldo Lira, Ycaza Tigerino, &c., &c., y especialmente del presidente internacional del I. C. I., Pablo Antonio Cuadra, dieron a la primera reunión nacional un verdadero calor y una auténtica vibración hispánicos.

José Luis Rubio


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