Alférez
Madrid, septiembre de 1948
Año II, número 20
[página 7]

Unidad

Vamos ya dándonos cuenta de que hay muchos más puntos de contacto entre la juventud actual que disidencias infranqueables. Y precisamente porque Alférez está abierto al diálogo con todos, y porque en las puntas de su estrella encuadra todo el firmamento, es para nosotros el mejor timbre de gloria proclamar esa unidad fundamental y fundamentante de la gente joven.

Y esto, que a muchos de los que sin querer comprendernos les puede sorprender y molestar, nos debe mover a nosotros a laborar en esta tarea sabiendo que de ella depende nada más y nada menos que el destino histórico de una generación, y grande pecado sería apartarnos de la empresa que en sus planes Dios nos tenía encomendada desde el principio.

Mucho hay que hablar aún, y casi todo esta por hacer, pero se nota en el fondo de las conciencias una tendencia al diálogo análoga a la de 1936. Ahora, como entonces, dejemos volar el alma alto (que sólo en las cimas encuentra sus nidos) y no nos enfrentemos en mezquindades de unos puntos transitorios haciendo dogmas de lo accidental. Estar de acuerdo en lo importante implica discutir lo relativo.

Pero, antes de todo, que nadie alardee demasiado de representar a tal o cual grupo. Porque la labor de gavillas, se hace también espiga a espiga y no tan sólo por manojos. Y así pensando, llegaremos lejos.

Porque es indispensable y porque sin ello traicionaríamos la verdad de nuestra postura, reconozcamos mérito ideológico de los que nos precedieron: continuidad. Que nuestra acción sea una referencia a ellos, y para hacer nuestro lo bueno y corregirles en lo malo. Sepamos ser sinceros con nosotros mismos, pero seamos nosotros. Es decir, vivamos y hagamos sangre de nuestra sangre esas ideas y esos modos de vivir.

Mas por encima de todo: fe. Esa fe que tantas veces hemos proclamado y que a fuerza de hacerlo puede quedar vacía de su verdadero contenido: amor. Nadie piense que hay entre los jóvenes hombres de mala fe, hasta que por sus propios frutos demuestren serlo.

Unidad y continuidad: ése es el principio. El final: Dios nos lo tiene reservado si sabemos ser fieles a nuestra misión.

José María Ruiz Gallardón

Æ

«Familia española»

Se viene hablando mucho de la virtud de la familia española. Se viene hablando de ello y bien sabe Dios que es cierto. Pero por lo mismo, y precisamente porque nada es perfecto en este mundo, es necesario puntualizar, señalar defectos para corregir o mejor aún para que no quepa nunca confundir la verdad con el error: nos referimos a ese afán de propio provecho –dinero, comodidad, lujo–, que por encima de todo se nota como principal preocupación en muchas de las familias de nuestra patria; sobre todo en aquellas que más se proclaman católicas. Y esto, que tiene una importancia extraordinaria, va transformándose lentamente en un estado de conciencia muy peligroso y de todo punto rechazable en buena doctrina de Cristo. Termina un muchacho sus estudios; y lo que la familia aconseja –cuando no lo ordena– es ir precisamente a aquello que «más dinero da», a veces aunque no sea muy honradamente. El «primero es vivir» del proverbio, no es precisamente «lo único es vivir». La verdad es que muchos padres de «famillas españolas» roban si pueden. Y empleamos este verbo porque es el más acorde con la realidad.

Las virtudes de una familia no son sólo el tener hijos y mandarlos a un colegio de religiosos o con toda pompa celebrar bodas de oro. No. Hay que ser cristiano en aquello que duele, antes que en aquello que agrada. Porque la esencia del cristianismo es el sacrificio. Y en aras de Cristo hay que seguir vocaciones y truncar facilidades, si ello redunda en gloria de Dios y bien de la Patria. Que «la caridad bien entendida empieza por uno mismo» quiere decir que hay que acabarla para entenderla bien; y no hay tal si en el principio, en el medio y en el fin de esa caridad encontramos un solo sujeto: yo.

J. M. R. G.

&

Maldad y malicia

El mal reviste en el hombre dos formas: maldad y malicia. La maldad ataca preferentemente a los actos y la malicia al ojo que los juzga. Podría decirse que aquélla es la tentación a que sucumbe el reo, y ésta la tentación a que sucumbe el juez.

Generalmente, sólo se ve y condena el mal cuando se presenta bajo especie de maldad. La malicia, la turbiedad del ojo que en todo ve mal –que en todo ve maldad– pasa por prudencia o por loable preocupación ética. Y, sin embargo, ¡qué profundo grado de connaturalidad, de convivencia estrecha y sucia con el mal hay en el malicioso alharaquiento, en el puritano, en la dama inquisitorial y beata!

El polo de la maldad, pura, sin mezcla de malicia, es el niño. El niño puede ser inmoral, pero con inmoralidad torpe y sencilla, sin espejos interiores que la reflejen y le hagan consciente de ella. El polo de la malicia pura es la dama inquisitorial y beata: no cometerá seguramente un solo acto malo ni aun tendrá acaso un mal pensamiento, pero estará llena de espejos interiores para reflejar –y para agigantar– la maldad ajena.

Los tipos nacionales –de esto ha hablado muy bien Lilí Álvarez– se distribuyen en las cercanías de un polo o de otro. El sueco o el alemán se parecen al niño. El ibero se parece un tanto –y esto debe darnos mucho que pensar– a la dama beata.

C.

Q

Colofón

¿Es difícil crear un estilo? ¿Hasta qué punto puede inventarse un «estilo nuevo»? (Permitidme que vuelva sobre un tema ya tratado. Alguien, al recordarme una cita oportuna, me mueve a ello.) La tarea de creación supone un comienzo en el campo de las ideas. Por lo mismo que el estilo es una categoría vital y no mental, es necesario que en el principio esté la idea o la teoría de ideas que han de ser unánimemente vividas por la colectividad. La secuencia debe ser rápida y continua: ni mera formulación de características de lo que debe de ser un estilo, ni simplísimo «echar a andar» para luego ver la línea del camino hecho.

Por todo esto parece necesario que existan en la comunidad miembros que carguen sobre sus hombros esta empresa creadora. A esto se refería José Antonio –y ésta es la cita recordada– cuando en momento fundacional hablaba de que una de las funciones a realizar era la ejercida por los que ostentasen «un magisterio de costumbres y refinamientos.»

L.

M

La crítica y Ortega

El último número de la revista Insula, dedicado a Ortega, me sugiere alguna consideración sobre el modo habitual de tratar entre nosotros la figura de este filósofo. A través de los varios artículos aparece diseñada la persona y descrita la repercusión emocional e intelectual de la obra, pero no comentado ni criticada ésta en ninguno de sus aspectos.

Los españoles que hasta hoy se vienen ocupando de la obra de Ortega están demasiado cerca de él –ejemplo, Julián Marías– o demasiado lejos –ejemplo, el padre Iriarte–. Unas veces se le mira con ojo miope y otras con ojo présbita; rarísimas con ojo normal. Sus antiguos alumnos le llevan dentro de sí, mezclado a la nostalgia de los años universitarios, y renunciar a él , o colocarlo al menos a una distancia que permita el juicio objetivo y mesurado, les es casi imposible. Sus enemigos ideológicos, por la otra banda, sólo saben contemplarlo fragmentaria y mezquinamente, sin percibir bajo el cuerpo literario el latido filosófico.

Esta extremada dualidad de posturas ha perjudicado indudablemente la asimilación eficaz y plena de la obra orteguiana. Todavía no ha surgido la promoción intelectual que, sin hacer un cock-tail de Marías e Iriarte, sepa mirar a Ortega como el buen discípulo mira siempre al buen maestro, como Aristóteles miraba a Platón: a la vez con amor y con crítica. Esta promoción debería haber surgido ya de las aulas de nuestras Facultades de Filosofía ¡Qué extraordinaria tesis podría escribirse sobre la razón vital!...

D. M.

Ç

Sobre Europa

Al definir a un ente histórico y cultural –pienso ante todo en las numerosas discusiones suscitadas estos años sobre el sentido y aun la existencia de Europa– se suele incurrir en un error: tomar como contradictorias las peculiaridades que son tan sólo contrarias. Por ejemplo, si se parte de la idea de que la esencia de Europa es la catolicidad, habrá que excluir de Europa a la Reforma. Si se conviene en que el europeo tipo es Dante, habrá que convenir que el antieuropeo tipo es Lutero.

Los entes históricos pueden considerarse en cierto modo como personas, o si queréis, cuasipersonas. Así como bajo el pecado y el acto virtuoso de la persona humana hay un sustrato común –su estilo vital, su alma, su psicología; su individualidad, en una palabra–, así bajo la desviación y la obra recta de la cuasipersona histórica hay una identidad previa, un único sujeto agente. Europa en estado de gracia es Dante: Europa en estado de pecado –tómense las palabras «cum grano salis»– es Lutero. Negar, en virtud de este contraste, la existencia de Europa como ente unitario equivale a negar la identidad del hombre porque ahora se inclina al pecado y luego a la virtud. El operar sigue al ser; y uno es el ser del que brota la operación, sea buena o mala.

R. F. C.

OE

«98»

En este año que corre estamos recordando –basta ver nuestras recientes publicaciones y sumarios de revistas– a la generación del 98.

Sólo como ligero apunte de las lecturas y relecturas a que los aniversarios incitan, surge una consideración que en otro lugar y con mas calma se podría ampliar: la importancia de poner en circulación, en forma adecuada, los grandes principios que de manera lenta, pero firme, hacen que de cuando en cuando cambie toda la mentalidad de una nación.

Puede analizarse desde distintos puntos de vista la labor de estos hombres: no faltará el «cazador de herejías» de todas clases, encargado de fulminar anatemas, ni tampoco el «beato» que en profundo éxtasis se siente transportado al tercer cielo de cualquier magisterio.

Por encima de estos dos extremos se abre otra posibilidad: la de ver la obra del 98 como un intento, logrado plenamente, de traducir a género literario, a metáfora, a símbolo, un estado de alma colectivo, una forma de ver los problemas que en un momento dado se plantean.

Más hicieron por la cultura española los del 98 creando nuevos instrumentos y formas mentales que los que a ellos se opusieron y se oponen desde sus posiciones inmutables, secas y simplistas.

En estos días de aniversario agradezcamos en ellos, ante todo, el estilo de pensar y la capacidad de hacer pensar; y procuremos, según su ejemplo, traducir en obra hecha –literatura, arte, política– la idea.

C. C.


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