Alférez
Madrid, octubre de 1948
Año II, número 21
[página 6]

La economía intervenida y la libertad

En esta postguerra, y desde los terrenos más diferentes y opuestos, viene desarrollándose una fuerte campaña que tiende a demostrar un pretendido antagonismo entre el intervencionismo, con sus múltiples variantes, y la libertad y dignidad de la persona humana.

Aunque sin la pretensión de ser exhaustivos, vamos a exponer una serie de casos en que la estatificación o socialización de ciertas actividades económicas no sólo no se contrapone a la libertad, sino que precisamente la salvaguarda.

Cuando en un sistema capitalista se produce una concentración de empresas privadas y un consiguiente monopolio, sabido es que el resto de la comunidad que no participa en él, queda perjudicada. El Estado puede procurar una vuelta a la normalidad por dos procedimientos: Uno, mediante una legislación antimonopolítica que tienda a llevar a esa organización económica de nuevo a la libre competencia; hoy en día sabemos, con la evolución de la estructura económica de Norteamérica, que en la práctica no tiene grandes probabilidades de triunfar. El otro método es el de, mediante una socialización del monopolio, hacerse cargo la Administración de sus beneficios exagerados, y poder así repartirlos a todo el pueblo. Sin dificultad se comprende que la desaparición de un monopolio, por cualquiera de estos dos procedimientos, llevará consigo un aumento en la libertad.

Otra clase de empresas que exigen una ineludible socialización, son aquellas que por su especial contextura controlan una parcela enorme de la vida económica de la nación, pudiendo usar –y en la realidad lo han usado– este poder en contra de la política que siga el Gobierno del país. Entre estas empresas están las ferroviarias, el Banco Central y la alta banca, fábricas de interés militar directo, &c.

Ciertas formas de la actividad económica, que repercuten enormemente en el bienestar general, tales como el comercio exterior, el cambio, los salarios, deberán controlarse por el Estado. Sabido es que gracias precisamente a una magistral intervención en los cambios, la Alemania nacionalsocialista consiguió imponerse en numerosos mercados exteriores. Con controles parecidos y una adecuada política de salarios y desvalorizaciones logró la Unión Soviética eliminar las crisis económicas, y conocida es la rapidez en la recuperación germana de la depresión de 1929 a la llegada de Hitler al poder, ¿Y existe una mayor privación de libertad que la que sienten todos los relacionados con la producción dentro de ese «círculo maníacodepresivo», como lo llamó un gran economista alemán, en el que se mueve la economía liberalcapitalista, con sus etapas alternas de prosperidad y caída?

Un peligro enorme para que sé pueda llevar a cabo una estatificación y planificación adecuada de ciertas actividades económicas del país, es el que corre si, por escrúpulos de diversa clase que ya expusimos al principio de este artículo, se confiere su dirección a organizaciones y asociaciones industriales de diversa índole. Si esto ocurre, las empresas que las constituyan conseguirán: primero, un monopolio dentro del cual el natural egoísmo de los empresarios hará los precios y beneficios, siendo difícil para el Estado controlar éstos, ya que el sistema lleva en sí la desaparición del mercado normal en el que se puedan formar, y por tanto la Administración no tiene base de comparación; y segundo, si la sindicación es obligatoria, la política de estas uniones de empresas será la de sostenerlas a todas, lo que sólo se puede conseguir con precios altos, que compensen los altos costes de las más retrasadas. Y todo esto que venimos diciendo con respecto a los empresarios, puede extenderse en lo que se refiere a las organizaciones. obreras o mixtas.

Hicimos particular hincapié en la crítica a este sistema, porque debido a las dificultades económicas que acarrean, puede poner en peligro movimientos, ideas y aún organizaciones de tipo religioso en los que es realmente adjetivo, si se confunde con la esencia de la doctrina.

Para terminar vamos a exponer una crítica que se hace con insistencia al intervencionismo: la que la economía debe ser independiente de la política. La economía en sí no puede ser independiente, porque no es un fin, sino un medio. Y este fin, ¿quién lo ha de determinar si no es la política?

Las consecuencias de un intervencionismo de la clase del que expusimos anteriormente, respecto a la libertad, son las siguientes:

Disminuye la de los capitalistas, que no son precisamente los elementos más aptos e inteligentes de la sociedad, que anteriormente la dirigían en el aspecto económico.

Aumenta la de los técnicos y capitanes de empresa, siempre capaces, por la fuerte selección intelectual a que se ven sometidos, los que en definitiva moverán la economía del Estado. Y en lo relativo a la libertad individual, sabido es que en sus horas de descanso se consideran mucho más «libres» los empleados de la Administración que los de las empresas privadas, y precisamente a las horas de descanso es cuando más se agradece la libertad.

Huyamos por tanto del tópico, y afirmemos la compatibilidad de libertad e intervención.

Juan Velarde Fuertes


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