Alférez
Madrid, noviembre-diciembre de 1948
Año II, número 22
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Nuestras aulas

En la misma medida que el campo de los conocimientos humanos ha venido haciéndose más asequible al tipo medio de hombre, se ha desarrollado la actitud –no siempre la aptitud– crítica.

Tan profundo es nuestro respeto hacia la dignidad personal del que asume la arriesgada misión del crítico –en el arte, la escena o la pantalla, desde el púlpito o desde el estrado forense, desde la tribuna o el periódico–, que exigiríamos para el ejercicio profesional las más severas garantías de probidad y capacidad, remediando de una vez la prevaricación, comercialización y desmoralización hoy existentes y desraizando implacablemente el deplorable hábito nacional del «sobre» o el «chantage» publicitario.

Pero ahora consideramos oportuno lanzar un toque de atención desde estas páginas, a quienes se crean con derecho a ejercer esta ineludible y constructiva función crítica cerca de nuestros medios universitarios. Ya estamos hartos de oír –y, naturalmente, de decirlo– que la Universidad española carece de vitalidad y no tiene la altura científica que le corresponde, que sus planes de estudios son rutinarios e inútiles y que los catedráticos practican el absentismo con mayor fervor que los hombres de nuestros campos.

Lo que hace falta ahora, lo que a nosotros directamente nos incumbe hacer, en cuanto a universitarios, es levantar la nueva Universidad sobre los escombros de la vieja. Ello no se logrará acumulando piedras sobre el solar en ruinas, sino construyéndose con nuestro esfuerzo personal los firmes cimientos de la Universidad que anhelamos. Toda crítica es nefasta, en cuanto resta un esfuerzo que se pierde para la tarea común. Lo que importa ahora es que se estudie con mayor rigor; una mayor exigencia en la calificación de cursos y severidad en la concesión de títulos profesionales, Hay que cerrar las puertas de la Universidad a las masas de ociosos que constituyen luego la preocupación de todos aquellos que se interesan por el nivel, el clima y el ambiente de nuestra Universidad.

Con las nuevas levas de jóvenes catedráticos, encargados de cursos y auxiliares, que ocupan a veces las plazas de los prestigios en excedencia, con una labor de equipo a través de seminarios, publicaciones, cursillos especiales, conferencias, &c., y con desprecio absoluto hacia las hueras críticas de los resentidos, incapaces e inútiles que quedan en la cuneta de la vida, cuando es tiempo de marchar adelante sin desmayo, se logrará que la Universidad recobre su antigua prestancia, con una eficiencia y auténtica categoría que pregone su modernidad científica.

Si se consigue decantar de la superficialidad universitaria la escoria flotante de la crítica negativa, y si, por otra parte, se aplican los verdaderos estudios a su formación y perfección intelectual, pronto se verá cómo al margen de planes equivocados y reformas en discusión, de discursos vacíos y campañas tendenciosas, la Universidad española va adquiriendo, poco a poco, el sello de una nueva personalidad y perdiendo estos defectos y vicios que, hasta el presente, ocupan el noventa por ciento de las preocupaciones propiamente universitarias de quienes –pocos, ciertamente– se sienten de verdad vinculados corporativamente y en espíritu a la Universidad.

Francisco Farreras.


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