Alférez
Madrid, enero de 1949
Año II, números 23 y 24
[página 5]

El Poeta

(Wie wenn am Feiertage...)

Como cuando en día de fiesta, a ver el campo
va un labrador, por la mañana, después
que en la noche tibia los rayos helados cayeron
sin cesar, y a lo lejos aun suena el trueno,
entra el torrente de nuevo en sus márgenes,
y fresco el suelo verdea,
y de la lluvia alegre del cielo
gotea la viña, y brillando
en el tranquilo sol se alzan los árboles del bosque:

así estáis bajo la tempestad fertilizadora
vosotros, los que no educa ningún maestro, sino
maravillosamente omnipresente, en leve abrazo,
la potente Naturaleza de hermosura divina.
Por eso cuando ella parece dormir, en ciertos tiempos del año,
allá en el cielo o bajo las plantas o los pueblos,
también se entristece el rostro de los poetas;
parecen estar solos, pero la presienten siempre.
Pues presintiéndose reposa ella misma.

¡Pero ahora amanece! Yo esperé y lo vi venir,
y sea mi palabra lo que vi, lo sagrado.
Pues la naturaleza, que, más antigua que los tiempos,
está sobre los dioses del occidente y del oriente,
ha despertado ahora con ruido de armas,
y desde lo sumo del éter hasta lo hondo del abismo,
según firmes leyes, como otrora, engendra en el sagrado Caos,
se siente de nuevo la exaltación,
de nuevo, la creadora de todo.

Y como brilla un fuego en la mirada del hombre
cuando se arroja a lo alto, así
por los nuevos signos y los hechos del mundo ahora
un fuego se enciende en el alma del poeta.

Y lo que ocurrió antes, pero apenas fue sentido,
ahora por fin se hace manifiesto,
y las que nos labraban riendo el campo,
en apariencia de siervo, son reconocidas,
las vivificadoras, las fuerzas de los dioses.

¿Les preguntas? En la canción clama su espíritu,
al crecer con el sol del día y la tibia
tierra, y los temporales que van por el aire y otros
que, más preparados en las honduras del tiempo,
y más henchidos de numen, y más comprensibles para nosotros,
marchan entre el cielo y la tierra
y entre los pueblos.
En paz están lográndose pensamientos
del espíritu común en el alma del poeta.

Para que súbitamente tocada ésta, conocedora
de lo infinito ha largo tiempo, sacudida
por el recuerdo e inflamados vosotros por sagrado rayo,
el fruto nacido en el amor, la obra de los dioses y los hombres,
el cántico encendáis, que de ambos dé testimonio.

Así cayó, según cuentan los poetas, su mirada en la casa
de Semele cuando ella anheló ver realmente al dios
y, divinamente tocada, parió
al fruto de la tormenta, el divino Baco.

Y por eso ahora beben fuego celestial
sin peligro los hijos de la tierra.
Pero a nosotros nos toca, bajo las tempestades de Dios,
¡oh poetas!, permanecer con la cabeza descubierta,
tomar el rayo del padre, a él mismo, con nuestra propia mano,
y entregar al pueblo, velados
en la canción, los dones celestes.
Porque sólo nosotros somos de corazón limpio
como los niños, y nuestras manos son inocentes;
participando del rayo del padre, que, puro, no lo quema,
y de los dolores de un dios, con hondo sacudimiento,
permanece empero firme el eterno corazón.

Friedrich Hoelderlin

(Versión de José Mª Valverde, según el texto de las «H. Sämtliche Werke», editadas por N. v. Hellingrath, t. IV, págs. 151-3.)


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