La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo XIX
Do el autor cuenta las virtudes que en la corte perdió y las malas costumbres que allí cobró.


Ya mi fortuna se fue, ya mis amigos se murieron, ya mis fuerzas se acabaron, ya mi vida pereció, ya mi juventud feneció, ya mis émulos se cansaron, ya mis apetitos cesaron y aun ya mis regalos se ausentaron. ¡Oh, si todo se acabara, y cuánto para mí mejor fuera!; mas, ¡ay de mí!, que no queda otra cosa en mí si no el traidor del corazón, que nunca acaba de desear cosas vanas, y la maldita de la lengua, que nunca cesa de decir palabras livianas. No lo sé por ciencia, sino por experiencia, que olvidar injurias, refrenar palabras y atajar deseos tres cosas son que con gran dificultad se despiden y que tarde o nunca del corazón se desarraigan. ¡Oh, cuánto va de quien yo fui a quien soy ahora!; porque me vi antes que fuese a la corte religioso, retraído, disciplinado y temeroso, y después acá me he tornado flaco, flojo, tibio, absoluto y atrevido, y aun de las cosas de mi alma no muy recatado.

¡Ay de mí!, ¡ay de mí!, que soy el que no era y no soy el que debiera; porque soy en los oídos sordo, soy de los ojos ciego, soy de los pies cojo, soy en las manos gotoso, soy en las fuerzas flaco, soy en las canas viejo y soy en las ambiciones mozo.

Quiero contar mis propósitos y verán cuán vario fui en ellos; porque era de tan mala yacija mi corazón, que en todas las cosas buscaba descanso y en todas ellas hallaba peligro y tormento. Propuse muchas veces de salirme de la corte y luego a la hora me arrepentía; proponía de estarme en casa y luego apostataba; proponía de no ir a palacio y luego iba otro día; proponía de no hablar en vacante y luego la pedía; proponía de más no me enojar y luego me apasionaba; proponía de a nadie visitar y luego me derramaba; hacía del enojado y luego me amansaba; capitulaba conmigo de estudiar y luego me cansaba; determinaba de irme a la mano y luego sobresalía; finalmente digo que se me han pasado todos mis años llenos de santos deseos y vacíos de buenas obras.

Conforme a lo dicho digo que en tener santos propósitos ningún santo me sobrepujó, y en ser muy pecador ningún pecador me igualó. ¡Oh, qué de cosas yo mismo a mí mismo me prometía, qué torres de viento hacía, qué vanas esperanzas tenía, qué hartazgos de pensamiento me daba, qué presunción de mis habilidades tenía, qué encarecimiento de mis servicios hacía, y aun de mi favor y privanza qué es lo que presumía!

Después de cotejados mis deméritos con mis méritos, hallé por cierto y por verdad que era vanidad todo lo que deseaba y muy gran liviandad todo lo que pensaba. Vamos adelante con la confesión, pues es todo para más mi confusión. Muchas veces en la corte, estando solo, me paraba a pensar qué iba de mí a los otros y de los otros a mí, y persuadíame a mí que en sangre ninguno era tan limpio, en ciencia tan docto, en doctrina tan gracioso, en aconsejar tan cuerdo, en hablar tan limitado, en escribir tan elegante, en crianza tan comedido y en conversación tan amoroso. Y después que tornaba sobre mí y veía las faltas que había en mí, hallaba por cierto y por verdad que en todo me levantaba falso testimonio, y que en otros y no en mí se hallaba todo aquello. Holgaba que todos me tuviesen por santo, todos por docto, todos por recogido, todos por desapasionado, todos por contento, todos por celoso y todos por asosegado; y por otra parte estaba mi voluntad hecha un piélago de deseos y mi corazón un mar de pensamientos.

¡Oh, cuánta diferencia va de lo que los cortesanos somos, a lo que éramos obligados de ser!; a causa que en la honra queremos ser muy estimados y en el vivir muy libertados, lo cual no se puede compadecer, porque la desordenada libertad siempre fue enemiga de la virtud. Yo mismo de mí mismo estoy espantado de verme que no era el que soy y ni soy el que era; porque solía desear que la corte se mudase cada día y ahora no he gana de salir de casa. Solía holgar de ver novedades y ahora no querría aun oír nuevas. Solía que no me hallaba sin conversación y ahora no amo sino soledad. Solíame placer con ver a mis amigos y ahora los tengo ya por pesados. Solía holgarme de ver los bobos, oír los chocarreros y hablar con los locos, y ahora ni he gana de ver al que es loco, ni aun ponerme a platicar con el cuerdo. Solía que en cazar con hurón, pescar con vara y jugar a la ballesta tenía algún pasatiempo, mas ahora ya en ninguna cosa de éstas ni de otras tomo gusto ni pasatiempo, si no es en hartarme de pensar en el tiempo pasado.

Si me acuerdo del tiempo pasado, no es por cierto del mundo que gocé, ni de los placeres que pasé, sino de la religión adonde Dios me llamó y del monasterio virtuoso de do César me sacó, en el cual estuve muchos años criado en mucha aspereza y sin saber qué cosa eran liviandades. Allí rezaba mis devociones, hacía mis disciplinas, leía en los libros santos, levantábame de noche a maitines, servía a los enfermos, aconsejábame con los ancianos, decía a mi prelado las culpas, no hablaba palabras ociosas, decía misa todas las fiestas, confesábame todos los días; finalmente digo que me ayudaban todos a ser bueno y me iban a la mano si quería ser malo.

Si en algo acertaba, luego lo aprobaban; si en algo erraba, luego me corregían; si en algo me desmandaba, luego me castigaban; si estaba triste, luego me consolaban; si andaba tentado, luego me remediaban; y si andaba alterado, luego me asosegaban. ¡Oh, cuánta más razón tengo yo de estar triste por la religión de do me sacaron que no alegre por la dignidad episcopal que me dieron!; porque en la religión parecíame estar en el puerto y en la dignidad episcopal parece que me voy a lo hondo.

He aquí, pues, en lo que he expendido mi puericia, gastado mi juventud y empleado mi senectud; y lo peor de todo es que ni he sabido a mí aprovechar, ni el tiempo emplear, ni a la fortuna conocer, ni aun de la corte gozar, porque entonces la venimos a conocer cuando es ya tiempo de la dejar. Ya podría ser que alguno leyese esta escritura, el cual dijese y afirmase que todo lo que aquí está escrito ha por él mismo pasado, y en tal caso le amonesto y ruego sepa mejor que yo aprovecharse del tiempo o si no dar con tiempo a la corte mano.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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