La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Capítulo XIX
Cómo la Emperatriz Faustina pidió al Emperador Marco, su marido, la llave del estudio, y lo que le dixo sobre ello.


Como sea natural a las mugeres menospreçiar lo que les dan y morir por lo que les niegan, teniendo el Emperador el estudio de su casa en un lugar de palaçio muy secreto, en el qual a muger ni familiares amigos allí dexava entrar, acontesçió que un día Faustina, la Emperatriz, importunó con todas las maneras de importunidad que pudo le amostrasse aquella cámara, diziéndole estas palabras:

Déxame, señor, ver tu cámara. Mira que estoy preñada y se me sale el ánima por verla. Ya sabes ser ley de romanos a las preñadas no les poder negar sus antojos. Y, si otra cosa hizieres, haráslo de hecho y no de derecho, porque yo moveré de este preñado y pensaré que tienes alguna amiga ençerrada en aquel tu estudio. Pues por quitar el peligro del parto y por assegurar mi coraçón de tal pensamiento, no es mucho me dexes entrar en tu estudio.

El Emperador, viendo que Faustina lo dezía de veras (porque cada palabra vañava en lágrimas), acordó de responderle de veras, y díxole estas palabras:

Cosa es muy cierta, quando está uno contento, que dize más por la lengua de lo que tiene en el coraçón, y por el contrario, quando está alguno triste no lloran tanto los ojos ni declara tanto la lengua quanto le queda ençerrado [84] en el coraçón. Los hombres vanos con palabras vanas pregonan sus plazeres vanos, y los hombres prudentes con palabras prudentes dissimulan sus passiones crudas. Entre los sabios, aquél es muy sabio que sabe mucho y muestra saber poco, y entre los simples aquél es muy simple que sabe poco y muestra saber mucho. Los prudentes, aun preguntándoles, no responden; y los simples, aun sin hablar, les hablan. Todo esto digo, Faustina, porque me han lastimado tanto tus lágrimas y desasosegado tus vanos juizios, que ni puedo dezir lo que siento ni tú podrás sentir lo que digo.

Muchos avisos escrivieron los que del matrimonio escrivieron, pero no escrivieron ellos tantos trabajos en todos sus libros, quantos una muger sola a un marido solo haze suffrir en un día solo. Por cierto, cosa es muy dulce gozar las niñerías de los niños, pero cosa es muy cruda suffrir las importunidades de sus madres. Los niños hazen de quando en quando una cosa con que ayamos plazer, pero vosotras jamás hazéis cosa con que no nos deis pesar. Yo acabaré con todos los hombres casados que perdonen los plazeres de los hijos por los enojos que les dan sus madres. Una cosa he visto, y jamás en ella me he engañado, que los iustos dioses a los iniustos hombres todos los males que hazen se lo remitten a las furias del otro mundo; pero si por plazer de alguna muger cometemos alguna culpa, mandan los dioses que de mano de esa mesma muger en este mundo (y no en el otro) recibamos la pena.

No ay más fiero y peligroso enemigo del hombre que es la muger que tiene el hombre, si no sabe vivir con ella como hombre. Anden y anden, que jamás hombre liviano estuvo con alguna muger aviçiado en algún vicio, que de esa mesma muger a cabo de poco tiempo con muerte o infamia no rescibiese castigo. De una cosa soy muy cierto, y no lo digo porque lo he leído, sino en mí experimentado: que el marido que haze todo lo que quiere su muger, su muger no ha de hazer cosa alguna de lo que desea su marido.

Gran crueldad es entre los bárbaros tener a sus mugeres [85] por esclavas, y no menor liviandad es la de los romanos tenerlas por señoras. Las carnes no han de ser tan flacas que pongan hastío, ni tan gruesas que empalaguen, sino entreveradas porque den sabor. Quiero dezir que el varón cuerdo, a su muger ni la enfrene tanto que parezca sierva, ni la desenfrene tanto que se alçe por señora. Mira, Faustina, sois en todo estremo tan estremadas las mugeres, que con poco favor crescéis en mucha sobervia, y con poco disfavor cobráis mucha enemistad. No ay amor perfecto donde no ay igualdad entre los que se aman, y vosotras, como sois imperfectas, vuestro amor es imperfecto.

Bien sé que no me entiendes. Pues oye, Faustina, que más digo que piensas. No ay muger que de su voluntad suffra a otro mayor, ni ay muger que se compadezca con otro su igual, porque si tienen mill sexterçios de renta en su casa, tienen diez mill de locura en su cabeça. Y lo peor de todo es que muchas vezes se les muere el marido y pierden toda la renta, pero no por eso se les acaba la locura. Pues oye, que más te diré. Todas las mugeres quieren hablar y que todos callen, quieren mandar y ninguna ser mandada, quieren libertad y que todos sean captivos, quieren regir y ninguna ser regida. Una cosa sola quieren, que es ver y ser vistas; y de aquí viene que a los livianos que siguen sus liviandades acoçean como a esclavos, y a los cuerdos que recuten sus appetitos persiguen como a enemigos.

En los Annales Pompeyanos hallé una cosa digna de saber, y es que quando Gneo Pompeyo passó en Oriente, a las vertientes de los montes Rifeos halló unas gentes por nombre masságetas, los quales tenían por ley que cada vezino tuviese dos cuevas, porque en aquellas montañas careçían de casas: en la una estava el marido, los hijos y criados, y en la otra la muger, hijas y moças. Comían las fiestas iunctos y dormían otra vez en la semana iunctos. Preguntados por el gran Pompeyo qué era la causa de vivir en este modo, como en todo el mundo ni se hallase ni se leyese tan gran estremo, respondióle uno: «Mira, Pompeyo, a nosotros nos dieron los dioses poca vida, que ninguno passa de sesenta años a lo más, y éstos trabajamos vivirlos en paz. Teniendo [86] a nuestras mugeres con nosotros, biviendo moríamos, porque las noches se nos passarían en oýr sus quexas y los días en suffrir sus renzillas. De esta manera, teniéndolas apartadas, críanse más en paz los hijos, evitamos los enojos que matan a sus padres.» Yo te digo de verdad, Faustina, que aunque a los masságetas los llamamos bárbaros, en este caso más saben que no los latinos.

Una cosa te quiero dezir que querría mucho la quisieses entender. Si los bestiales movimientos de la carne no forçasen al querer de los hombres a que quieran, aunque no quieran, a las mugeres, dubdo si muger fuese suffrida ni menos amada. Por cierto, si los dioses a este amor hizieran voluntario como le hizieron natural, de manera que queriendo pudiéramos, y no como agora, que queremos y no podemos, con graves penas al hombre avían de castigar que por qualquier muger se osase perder.

Gran secreto es éste de los dioses y gran miseria la de los hombres, que carne tan flaca haga fuerça al coraçón tan libre a que ame lo que aborreçe y procure lo que le dañe. Secreto es éste que los hombres le saben sentir cada hora como hombres, pero jamás le pueden remediar como discretos. No tengo embidia a los dioses vivos, ni a los hombres muertos, sino de dos cosas, y son éstas: a los dioses, que viven sin temor de maliciosos; y a los muertos, que huelgan ya sin neçessidad de mugeres. Dos ayres son tan corruptos, que todo lo corrompen, y dos landres tan mortales, que carnes y coraçones acaban. ¡O!, Faustina, es tan natural el amor de la carne con la carne, que quando de vosotras la carne huye de burla, hos dexamos el coraçón en prendas de veras; y si la razón como razón se pone en huyda, la carne como carne se hos da luego por prisionera. [87]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

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Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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