La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Capítulo XLII
De lo que respondió Marco el Emperador a Panuçio, su secretario. Dize muchas cosa dignas de notar, assí de la muerte como de la vida.


Bien aya la leche que mamaste en Daçia y el pan que comiste en Roma, el enseñamiento que huviste en Athenas y la criança que tomaste en mi casa, porque en la vida me serviste y en la muerte me consejaste. Mando a mi hijo Cómmodo te pague los serviçios, y a los dioses ruego te agradescan los consejos. Paga de muchos serviçios puede un hombre hazer, mas para un buen consejo pagar todos los dioses son menester. El mayor y más alto benefiçio que un amigo puede hazer a otro amigo es en algún arduo negoçio socorrerle con un buen consejo. Todos los trabajos de la vida son arduos, pero el de la muerte es muy arduo; todos son grandes, pero éste es muy grande; todos son peligrosos, pero éste es muy peligroso; todos al fin en la muerte han fin, sino el de la muerte, que no sabemos qué es su fin. El que está herido de muerte es como el que está de mal de modorra, que, teniendo el juizio bivo, a ninguno puede cognosçer, y offreçiéndosele muchas cosas, no puede terminarse en alguna. Torno a dezir otra vez que es fiel y verdadero amigo el que en tal tiempo a su amigo socorre con un buen consejo.

Y esto que digo todos los que lo oyeren dirán que es verdad, pero yo hos iuro que perfectamente ninguno lo puede cognoscer sino quien se viere como yo me veo agora morir. Sesenta y dos años ha que corro la posta de la vida y acabando agora de correrla mándanme de nuevo que a ojos çiegas corra la posta de la muerte. Con todo eso, como no cognosces [170] el mal, no açiertas en la cura. No está el humor do pusiste los defensivos, no es aquella la fístola do diste los cauterios, no estava allí la opilaçión a do applicaste los socroçios, no eran aquellas las venas ado me diste las sangrías; no açertaste bien la herida ado me cosiste los puntos. Quiero dezir que más y más adentro de mí en mí avías de entrar para mi mal cognosçer. Los sospiros que da el coraçón, y los da de coraçón, no piense el que los oye que luego los entiende: solos los dioses cognosçen las ansias del coraçón que criaron al coraçón. Por cierto muchas cosas ay en mí que no cognosco yo de mí, quánto más el que está fuera de mí.

¡O!, Panucio, accúsasme que temo mucho la muerte: el temerla mucho, niégolo, pero temerla como hombre confiéssolo. Por çierto negar yo que no temo la muerte sería negar que no soy de carne. Vemos que al león teme el elefante, y al elefante el osso, y al osso el lobo, y al lobo el cordero, y el ratón al gato, y el gato al perro y el perro al hombre, y sólo se temen porque no se maten. Pues si los animales rehuyen la muerte, los quales ni temen penar con las furias ni gozar con los dioses, quánto más nosotros que morimos en dubda si nos despedaçarán las furias con sus penas, o si nos acogerán los dioses en sus plazeres. Pero hágote saber que el brío del temor natural de morir le tengo domado con las sueltas y freno de la razón.

¿Piensas tú, Panuçio, que yo no veo que es agostada ya mi yerva, que es vindimiada mi viña, que se desmorona mi casa, y que ya no ay sino el hollejo de la uva y el pellejo de la carne y solo un soplo de toda mi vida? Bien sabes tú que dende la atalaya miras el exército, dende la ribera echas las redes, dende la talanquera corres el toro, a la lumbre te toma el frío y a la sombra el enojoso calor. Quiero dezirte que gorgeas de la muerte teniendo en salvo la vida. ¡Ay de mí, triste! que agora armado de la mortaja haré armas con la muerte, agora desnudo de la vida avré de entrar a somorgujo en la sepultura, agora entraré en el cosso adonde no de toros seré acossado, mas de gusanos seré comido. Y finalmente véome de donde no puedo huir, y si espero espero morir.

Esto digo porque sepas que lo sé, y sientas que lo siento, y, [171] porque no bivas engañado, quiérote descobrir el secreto. Las novedades que has visto en mí, que son aborresçer el comer, tener desterrado el dormir, amar la soledad, darme pena la compañía, tener descanso en los sospiros y passatiempos en las lágrimas, ya puedes pensar qué tormenta deve andar en la mar del coraçón quando tales terremotos y lluvias vemos en la tierra de mi cuerpo. ¿Quieres que ya te diga por qué está en passamiento mi cuerpo y tan desmayado mi coraçón?

Hágote saber que por eso siento tanto la muerte, porque dexo a mi hijo Cómmodo en esta vida en edad peligrosa para él y sospechosa para el Imperio. En flor se cognosçen las frutas, en çierna se cognosçen las viñas, de potro se cognosçe el cavallo y dende niño se cognosçe el moço: si será lerdo para la carga o desbocado para la carrera. Mi hijo Cómmodo en lo poco que es en mi vida, veo lo muy menos que será después de mi muerte. ¿No sabes por qué lo digo, que no lo digo sin causa? Es el príncipe mi hijo moço en la edad y moço y muy más moço en el seso, tiene la inclinaçión mala y no se haze fuerça en ella, rígese por su seso como si fuese hombre experimentado, sabe poco y no se da nada por ello, de lo passado no ha visto nada, en lo presente sólo se occupa. Finalmente por lo que veo agora con los ojos y sospecho con el coraçón, adevino que muy presto la persona de mi hijo ha de peligrar y la memoria y casa de su padre ha de peresçer.

Crióle su madre Faustina muy delicado, y por pedregales muy ásperos le queda de andar mucho camino. Entra agora en las sendas de la moçedad solo y sin guía: témome se quede emboscado en la espessura de los viçios. ¡O!, Panuçio, oye esto que te digo, que no sin lágrimas lo digo. Tú no lo vees que mi hijo queda rico, queda moço, queda solo, queda libre: de un viento, quánto más de quatro y tales, caerá tan tierno árbol. Riqueza, moçedad, soledad y libertad quatro landres son que emponçoñan al prínçipe, enconan la república, matan a los bivos e infaman a los muertos.

Créeme una cosa, que las muchas graçias requieren para sustentarse muchas virtudes. De las hermosas se pueblan los burdeles, los más dispuestos se hazen rufianes, los más esforçados son salteadores, los de muy bivo juizio se tornan [172] locos y los más sotiles vemos hechos ladrones. Quiero dezir que los que están vestidos de muchas graçias naturales, si les falta el afforro de virtudes adquisitas, podémosles dezir que tienen cochillo en la mano con que se hieran, huego a las espaldas con que se quemen, soga a la garganta con que ahorquen, puñales a los pechos con que se maten, abrojos a los pies con que se espinen, pedregales ante los ojos donde tropieçen y tropeçando caigan, y cayendo pierden la vida y baratan la muerte. Los árboles generosos de los quales esperamos frutas en el invierno y sombra en el verano, primero çimientan sus raýzes firmes en las entrañas de la tierra, que sus ramas locas aventuren por el ayre.

Nota, Panuçio, nota: el hombre que dende su infançia puso delante sí el temor de los dioses, la vergüença de los hombres, está habituado a virtudes y acompáñase de virtuosos, mantiene verdad a todos, bive sin periuyzio de alguno; al tal árbol poder podrá la herizada fortuna hender la corteza de su salud, tornar marchita la flor de su moçedad, secar las hojas de sus sabores, coger la fruta de sus trabajos, desrronchar algún ramo de sus offiçios, inclinar lo más alto de sus privanças, pero por mucho que de todos los vientos sea combatido, jamás por jamás será derrocado. Por çierto, el padre que tiene hijo muy dotado de graçias y el hijo por su ruindad las emplea todas en viçios, no avía de nasçer en el mundo, y después de nasçido, en vida avía de ser enterrado. ¿Para qué los padres sudan de día y se desvelan de noche por dexar honra a su hijo, el qual de los dioses compró su padre con sospiros y le parió su madre con dolores, y le criaron ambos con trabajos, y él sale tal que les ha de dar mala vejez en la vida y gran infamia después de la muerte?

Acuérdome que el príncipe Cómmodo, siendo moço, y yo siendo viejo, él siendo mi hijo y yo siendo su padre, contra su voluntad le destetávamos de los viçios: témome que yo muerto aborrezca las virtudes.

Acuérdome de muchos que de su edad heredaron el Imperio, los quales todos fueron tan atrevidos en la vida, que meresçieron renombres de tyrannos en la muerte.

Acuérdome de Dionisio, famoso tyranno de Tinacria, que [173] assí dava premio a los que inventavan viçios como nuestra Roma a los que vençían reynos. ¿Qué mayor tyrannía podía ser en el tyranno que los más viçiosos fuesen sus más privados?

Acuérdome de los quatro reyes que succedieron al Magno Alexandro: a Tholomeo, Antíocho, Seleuco y Antígono, a los quales también los llaman los griegos grandes tyrannos como a su señor gran emperador. Lo que Alexandro avía ganado con famosos triumphos, ellos lo perdieron por muy viçiosos, y de esta manera el mundo que partió Alexandro entre solos quatro, vino a manos de más de quatroçientos.

Acuérdome que Antígono, teniendo en poco lo que a su señor Alexandro avía costado mucho, era tan liviano en su moçedad y tan atrevido en su reyno, que por escarnio, en lugar de corona de oro, traýa unas ramas de yedra y en lugar de sçeptro traýa unas hortigas en la mano, y de esta manera se asentava a juizio con los suyos y a departir con los estraños. Escandalizóme el moço hazerlo, pero espantóme la gravedad de los sabios de Greçia soffrirlo.

Acuérdome de Calígula, quarto Emperador de Roma y moço en cuyo tiempo no sé quál fue mayor: la desobediençia que tuvo el pueblo al señor, o el aborresçimiento que el señor tuvo al pueblo. Y tan asenderado yva aquel moço en sus moçedades y tan desapoderado en sus tyrannías, que si todos no velaran por quitarle la vida, él se desvelava por quitarla a todos. En una medalla de oro traýa escripto este letrero: «Utinam omnis populus unam haberet precise cervicem, ut uno ictu omnes necarem.» Quiere dezir: «Pluguiese a los dioses que toda Roma no tuviese más de una garganta porque yo sólo los matase de una cochillada.»

Acuérdome de Tiberio, hijo adoptivo del buen Augusto (llámanle Augusto porque augmentó mucho en Roma), pero no augmentó el buen viejo tanto en su vida, quanto este moço su successor destruyó después de su muerte. El odio que tenía el pueblo romano con Tiberio en la vida después se lo mostró muy bien en la muerte. El día que murió Tiberio (o le mataron) el pueblo hazía muchas proçessiones y los senadores davan a sus templos grandes dádivas y los [174] sacerdotes offresçían a sus dioses sacrifiçios, porque al ánima del tyranno no la resçibiesen consigo, sino que la entregasen a las furias del infierno.

Acuérdome de Patroclo, rey segundo de Corintho, que heredó el reyno de edad de diez y seis años, y fue tan incontinente en la carne y tan desenfrenado en la gula, que do su padre tuvo el reyno quarenta años, no le posseyó el hijo sino treinta meses.

Acuérdome del muy antiguo Tarquino el superbo, séptimo rey de Roma, el qual en gesto fue muy hermoso y en armas esforçado, en sangre muy limpio. Este malaventurado todas sus graçias afeó con muchas maldades, que la hermosura tornó en luxuria, las fuerças empleó en tyrannías. Por la traiçión y fuerça que hizo a Lucrecia, castíssima romana, no sólo perdió el reyno, pero el nombre de Tarquinos para siempre de Roma fueron desterrados.

Acuérdome de Nero el cruel, que heredó y murió moço, en el qual se acabaron la memoria de los nobles Césares y se renovó la memoria de los antiguos tyrannos. ¿A quién piensas este tyranno diera la vida quando a su madre dava la muerte? Dime, te ruego: coraçón que mató a la madre que le parió, abrió los pechos que mamó, derramó la sangre de que nasçió, ató los braços en que se crió, vio las entrañas de do se formó, ¿qué no piensas que haría quando tal maldad cometía? El día que mató Nero a su madre dixo orando un orador en el Senado: «Por iustiçia meresçía la muerte Agripina, pues parió tan mal hijo en Roma.»

Pues en estos tres días que me has visto assí elevado y ageno de mi juizio, todas estas cosas se me han offreçido, y en lo profundo de mi coraçón comigo las he tractado. Tiéneme este hijo engolfado entre las olas del temor y las áncoras de la esperança. Tengo esperança que será bueno porque le he criado bien, y tengo temor que será malo porque su madre Faustina le crió mal y el moço es inclinado a mal. Y como vemos lo artifiçial peresçer y lo natural durar, reçélome que, después de yo muerto, el moço se torne a lo que con su madre le parió y no a lo con que yo le crié. ¡O, quién nunca tuviera hijo por no dexarle el Imperio, y entonces escogera yo [175] entre hijos de muy buenos padres y no estuviera atado a este que me dieron los dioses!

Pregúntote una cosa, Panuçio: ¿a quién llamarás más fortunado, a Vespasiano, padre natural de Domiçiano, o a Nerva, padre adoptivo de Traiano? Vespasiano fue bueno y Nerva muy bueno, y de los hijos Domiçiano fue summa de toda crueldad, y Traiano fue espejo de toda clemençia. Pues mira cómo Vespasiano en la dicha de tener hijos fue desdichado y Nerva en la desdicha de no tener hijos fue dichoso. No sé los padres por qué desean hijos, pues son occasión de tantos trabajos.

¡O!, Panuçio, quiérote dezir una cosa, como de amigo a amigo porque sepas quiénes somos y quién es el mundo. Yo he bivido sesenta y dos años, en los quales he leído mucho, he oído mucho, he visto mucho, he deseado mucho, he alcançado mucho, he posseído mucho, he suffrido mucho y he gozado mucho; y véome agora morir, y de todo no llevo algo, porque ello y yo somos nada. Gran cuidado tiene el coraçón en buscar estos bienes, gran trabajo siente el cuerpo en allegarlos; pero sin comparaçión es mayor a la hora de la muerte repartirlos. ¿Qué mayor enfermedad del cuerpo, qué sobresalto de enemigos, qué peligro de mar, ni pérdida de amigos puede ser igual con verse un hombre cuerdo al trago de la muerte dexar el sudor de su cara, la autoridad del Imperio, la honrra de su persona, el abrigo de sus amigos, el remedio de sus deudos y el pago de sus criados a un hijo que ni lo meresçe ni pudiendo lo quiere meresçer? En la nona tabla de nuestras leyes antiguas estavan escriptas estas palabras: «Mandamos y ordenamos que todo padre que en opinión de todos fuere bueno pueda desheredar al hijo que en opinión de todos fuere malo. Item qualquier hijo que huviere desobedeçido a su madre, robado algún templo, sacado sangre a muger biuda, huido de la batalla y hecho traiçión algún estrangero; quien en estos çinco casos fuere tomado, para siempre de la vezindad de Roma y de la herençia de su padre sea expellido.» Por çierto la ley fue buena y en el tiempo de Quinto Çinçinnato ordenada, aunque ya por nuestros hados está en olvido puesta. [176]

Estoy sin dubda, Panuçio, muy fatigado, y con el ahogamiento de los pechos no puedo tener el resuelgo. De otra manera, yo te contara por orden (si no me faltara mi memoria) quántos y quántos de los parthos, medos, assirios, caldeos, indos, egypcios, hebreos, griegos y romanos dexaron a sus hijos pobres pudiéndolos dexar ricos, porque eran viçiosos, y a hijos de otros dexaron ricos siendo pobres, porque eran virtuosos. Yo te iuro por los dioses immortales que, si (quando vine de la guerra de los parthos y a mí Roma dio el triumpho y a mi hijo confirmó el Imperio) a mí me dexara el Senado, yo dexara a Cómmodo pobre con sus viçios y al Senado hiziera heredero del Imperio, porque a él fuera castigo y a todo el mundo exemplo.

Hágote saber que çinco cosas llevo de este mundo atravesadas con gran lástima en mi coraçón. La primera, por no aver determinado el pleito que trae la noble biuda Drusia con el Senado porque, como es pobre, no avrá quien la haga iustiçia. La segunda, porque no muero en Roma, por dar un pregón antes que muriese a ver si tenía alguno de mí querella. La terçera, que como maté catorze tyrannos que tyrannizavan la tierra, no desterré los pyrratas o cossarios que andan por la mar. la quarta, porque dexo muerto al infante Veríssimo, mi querido hijo. Y la quinta, porque dexo bivo y por heredero del Imperio al prínçipe Cómmodo.

¡O!, Panuçio, el mayor hado que los dioses pueden dar al hombre no cobdicioso sino virtuoso es darle buena fama en la vida y darle heredero que se la conserve en la muerte. Finalmente con esto concluyo: que yo ruego a los dioses, si parte tengo en ellos, que si ellos se han de offender y Roma escandalizar y mi fama desminuir y mi casa se ha de perder, por su mala vida le quiten a él la vida antes que den a mí la muerte. [177]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

<<< Capítulo 41 / Capítulo 43 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org ~ pfe@filosofia.org