La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Prólogo
Comiença el Prólogo dirigido a la Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad del invictíssimo semper Augusto, el Emperador Nuestro Señor, don Carlos, Quinto de este nombre, por la graçia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón, etcétera. Embiado por fray Antonio de Guevara, de la Orden de los Frailes Menores de Observançia, Predicador en la Capilla de su Imperial Maiestad, sobre la translaçión que hizo de griego en latín, de latín en romançe, al libro llamado Áureo, el qual habla de los tiempos de Marco Aurelio, decimoséptimo Emperador de Roma.


La mayor vanidad que hallo entre los hijos de vanidad es, no contentos ser vanos en la vida, procuran aya memoria de sus vanidades después de la muerte. Parésçeles que, pues estando en la carne al mundo sirvieron con obras, desde la sepultura le offrezcan a más no poder sus voluntades. Yo iuraré iuren los tales que, si el mundo les diera perpetua vida, para siempre ellos permanesçieran en su locura. Paresçe que esto sea verdad, porque todo el tiempo que naturaleza los tuvo en esta vida sin occuparse en otra cosa, en serviçio del mundo emplearon la vida. Los que son del mundo, biviendo en el mundo, no es mucho que sirvan al mundo; pero lo que nos escandaliza es por qué después que les atajó los passos la muerte, sin que tome gusto la carne quieren oler a la vanidad del mundo en la sepultura. No se suffre que vean todos el fin de nuestra vida y ninguno jamás vea el fin de nuestra locura.

Tranquillo cuenta que, estando Iulio César, último dictador y primero emperador, en la Ulterior España, en la çiudad de Gades (que agora llamamos Cáliz) mirando en el templo esculpida la imagen del Magno Alexandro y sus victorias, dio de lo íntimo del coraçón un sospiro, y preguntado por qué sospirava, respondió: «¡O, triste de mí, que en los treinta años de la edad que yo tengo agora, ya tenía Alexandro sojuzgada toda la tierra y estava descansando en Babilonia. Yo, siendo romano, ni he hecho cosa porque merezca gloria en la vida ni dexe fama después de mi muerte.» Aulo Gellio, en el libro de las Noches áthicas dize que el noble Germánico, preguntado por qué primero la sepultura de Sçipión yva a visitar antes que a alguna guerra se huviese de partir, [6] respondió: «Visito la sepultura de Sçipión muerto, delante el qual temblava la tierra siendo bivo, porque mirando su ventura cobro esfuerço y osadía. Y digo más: gran ánimo pone herir en los enemigos tener memoria que ha de dexar de sí memoria en los siglos advenideros.» Dize Çiçerón en su Rhetórica que vino dende las Thebas de Egypto un cavallero a Roma sólo por ver si era verdad lo que dezían de Roma. Preguntado por Meçenas qué era lo que sentía, respondió: «Más me contenta la memoria que ay de los passados que no la gloria que tienen los presentes, y la causa de esto es que unos por passar a los bivos y otros por igualar con los muertos hazen tan estrañas hazañas en la vida, que meresçen renombres de immortales después de la muerte.» Toda aquella gentilidad antigua, como no temían furias del infierno con que penar, ni esperavan gloria en la gloria que gozar, sacavan de la flaqueza fuerças, de la covardía coraçón, para que con los bivos honra y con los muertos memoria alcançasen.

¡O, quántos y quántos se cometen a los baybenes de la fortuna sólo por dexar de sí alguna memoria! Pregunto: ¿quién hizo al Rey Nino inventar tantas guerras, a la Reyna Semíramis hazer tantos edifiçios, a Ulixes navegar tantas mares, Alexandro Maçedo peragrar tantas tierras y poner a las vertientes de los montes Ripheos sus aras, a Hércoles griego poner donde puso las columnas, a Cayo Çésar, el romano, dar çinqüenta y dos peligrosas batallas? Por çierto, no lo hizieron sólo por el dezir de los que entonçes eran, sino porque dixésemos lo que dezimos los que agora somos. En esto se conosçen los covardes y los de animoso coraçón, que los unos buscan occasión para hallar la muerte y otros inventar mill regalos para alargar la vida. Los ambiçiosos de fama tengan por averiguada esta sentençia: que el que tuviere en mucho su fama ha de tener en poco su vida, y el que tuviere en mucho su vida, de éste ternemos en poco su Fama.

Si los varones heroicos no hundieran sus vidas en el crisol de los peligros, no sacaran tan immortal memoria para los siglos advenideros. Aquel famoso capitán Marco Marçello, el qual fue el primero que vio las espaldas de Hanníbal en el campo, preguntóle uno por qué era tan denodado en las [7] batallas y atrevido en los combates. Respondió: «Amigo, yo soy romano, y pongo en peligro la vida porque de esta manera asseguro la fama.» Tornado a preguntar por qué con tanta feroçidad hería en los enemigos, y después con tanta clemençia llorava con los vençidos, respondió: «El capitán que no es tyranno, sino romano, con las manos ha de derramar sangre de sus enemigos, y iunctamente ha de derramar lágrimas de sus ojos proprios. (Y dixo más.) Quando estuviere en el campo, mírelos como enemigos, y que los puede vençer; pero después de vençidos, acuérdese que son hombres, y él puede ser vençido.» Por çierto fueron palabras dignas de tal varón.

A buen seguro osaremos dezir que todos los que esto oyeren, loarán las palabras que aquel romano dixo, pero muy pocos imitarán las obras que hizo. Los hombres que tienen los coraçones muy generosos y los pensamientos muy grandes, quando tuvieren embidia a los antiguos que alcançaron grandes triumphos, acuérdense qué trabajosos trabajos passaron antes que se viesen en ellos. Iamás por iamás famoso triumphador triumphó en Roma sin que primero mill vezes no arriscase la vida. Pienso que no me engaño en esto que quiero dezir, y es que la cañada de la fama todos la desean gustar, pero el peligro del hueso duro ninguno le quiere roer. Si por solos deseos se huviese de alcançar la honra (digo la honra que se tiene por honra), yo iuro que mayores los tiene un pajés de este tiempo que los tuvo en su tiempo Sçipión el romano. ¡O, quántos y quántos muy inflatos de sobervia con solo blasonar de la fama se les passa la vida sin fama! En aquella edad dorada hazían y no dezían; en este siglo maldito dezimos y no hazemos. Y pues ya todos los hombres vanos desean y procuran dexar de su vanidad memoria, tales cosas deven hazer en la vida por las quales fama gloriosa y no fama vergonçosa se les sigua después de la muerte. De muchos passados en las historias ay memoria a los quales, sabida la verdad, ternemos más compassión que embidia. Pregunto: ¿quién terná embidia a Semíramis peccando con su hijo; a Eneas y a Anthénor, que vendieron a Troya; a Medea, que mató a sus hijos; a Tarquino, que forçó a Lucreçia; a Bruto, [8] que mató a Çésar; a Catilina, que tyrannizó la patria; a Sylla, que derramó tanta sangre; a Calígula, que estupró a sus hermanas; a Nero, que mató a su madre; a Domiçiano, que no sabía sino matar hombres por mano agena y caçar moscas con su mano propria? Y como digo de estos pocos podría armar una flota de otros muchos. Yo siendo ellos, no sé qué quisiera; pero ellos siendo yo, más pena me diera cobrar la infamia que cobraron que perder la vida que perdieron. Dexada la ley divina, hablando según presumpçión humana, el que pierde la vida y no pierde la fama, haga cuenta que no pierde nada; mas el que pierde la fama, escapando la vida, téngase por dicho que ninguna cosa le queda.

Viniendo, pues, al propósito, Sereníssimo Prínçipe, dende agora adevino y iuro que iuraría Vuestra Magestad desear más immortal fama para la muerte que qualquier reposo para esta vida. Y si no me engaña la experiençia de las victorias passadas, y el exerçiçio de la guerra presente, y el indiçio que ay de conquistas futuras, caso que Vuestro Imperial Estado sea mucho y Vuestra Cathólica Persona merezca más, yo, Señor, hos miro con tales ojos, que son tan altos vuestros pensamientos para cosas altas desear, y tan animoso vuestro coraçón para las emprender, y tan determinada vuestra persona para la aventurar, y tan delicada vuestra consçiençia para ninguna cosa iniusta tomar, que Vuestra Magestad tiene en poco lo mucho que heredó de sus passados respecto de lo mucho más que entiende ganar y dexar a sus herederos.

Preguntado Iulio César por qué las noches prolixas del invierno trasnochava en tantas nieves y las fiestas del enojoso verano caminava con tan grandes calores, respondió: «Yo quiero hazer lo que es en mi mano; después hagan los hados lo que es en la suya. Por çierto, amigos, entre sabios en más es tenido el ánimo con que se da la batalla que no la dicha de alcançar la victoria, porque lo uno da la fortuna y lo otro guía cordura.» Fueron palabras como de capitán romano y prínçipe muy venturoso. Esto digo, Césarea Magestad, porque si Dios lo permittiendo, vuestros y nuestros peccados lo meresçiendo, fuese tan baxa vuestra fortuna como son altos los pensamientos, a lo menos los escriptores que escrevimos [9] de vuestro siglo para los siglos advenideros pornemos en nuestras escripturas que por hazer verdad la letra del Plus ultra que traéis en torno de vuestra divisa, intentastes conquistar toda la tierra. Por çierto, animoso coraçón Vuestra Magestad en su cuerpo vidriado devía sentir quando por estas palabras, Plus ultra, pregonadas por todo el mundo, a todos los passados hos obligastes passar.

No quiero, Señor, hazeros serviçio con aquello que ni queréis ni devéis ser servido, que es mostrarme lisongero. Muy iniusto sería que adulaçiones por orejas de tan alto prínçipe se osasen entrar, y por boca de mí, que predico las palabras divinas, las viesen salir. En Vuestra Çelsitud sería poquedad oírlas, y en mi poquedad sería sacrilegio inventarlas. En fee de saçerdote hablo: deseo más ser perseguido por dezir verdades que ser sublimado por servir con lisonjas. Muchas vezes me paro a pensar, y aun curiosamente me pongo a mirar, si la Magestad Eterna que dio a los emperadores Magestad temporal, si como hos hizo mayores que a todos en todas las grandezas, por ventura si hos hizo más exemptos que a los otros de las flaquezas humanas. Y al fin al fin veo que todos los prínçipes, como sois unos de los hijos de este siglo, no podéis bivir sino a la manera del siglo; veo que como andáis en este mundo, no podéis sino saber a cosas del mundo; veo que como bivís en la carne, siempre tenéis resabio a la pega della; veo que quando bivís en la vida, estáis como yo emplazados de la sepultura; y iuncto con esto veo que, como sois mortales por natura, hos queréis hazer immortales por fama. Muévome a esto dezirlo porque hos servís de vuestros vasallos, hos aprovecháis de vuestros amigos, gastáis sin rienda vuestros thesoros, exercitáis vuestras fuerças, cargáishos de mill cuidados, aventuráis vuestra persona y, teniendo en poco la vida, jamás formidáis de la hora de la muerte. Todas estas cosas holgáis ponerlas en almoneda por solo comprar la fama.

Los que desean ser prínçipes buenos miren a otros que fueron muy buenos. Es loado Licurguio, que dio leyes buenas a los Laçedemonios; Numa Pompilio, que honró los templos; el noble Marco Marçello, que lloró a los por él vençidos; Iulio César, que perdonó a sus enemigos; Octavio, por [10] ser tan amado de sus pueblos; Alejandro Magno, porque fue tan dadivoso de sus dones; Héctor el troyano, por ser tan esforçado en sus guerras; Hércoles el Thebano, por emplear tan bien sus fuerças; Ulixes el Griego, por aventurarse a tantos peligros; Hanníbal Carthaginense, por ir a ganar honra en tierras estrañas; Pyrrho, el Rey de los epirotas, por inventar tantos ingenios; Catulo Regulo, por suffrir voluntarios destierros; al buen Traiano, por su iusta iusticia; a Tito, por ser padre de huérfanos; finalmente, al presente Marco Aurelio, porque supo mas que todos y fue muy amigo de sabios. Toda esta flota de emperadores y varones famosos según la diversidad de las edades floresçieron en diversas proezas. Yo ni digo, Cesárea Magestad, que un emperador de los presentes esté obligado a cumular en sí todas las hazañas de los passados; pero también digo que, como un prínçipe seguir a todos en todo le sería imposible, assí no seguir a ninguno en ninguna cosa le sería infamia.

Un Romano muy sabio dixo una vez a Catón Censorino: «Padre Catón, ¿sería posible que toda la Filosofía se encerrase en una palabra?» Respondióle Catón: «Lee lo que está en este mi anillo, que solo de este consejo en mi vida me he aprovechado.» En el anillo estavan escriptas estas palabras: «Esto amicus unius et inimicus nullius.» Quieren dezir: «Sey amigo de uno y enemigo de ninguno.» Por çierto, debaxo de estas palabras están muchas y muy graves sentençias. Applicando, pues, a mi propósito, digo: el prínçipe que quiere governar bien su república, tener con todos iustiçia, gozar de su fama en la vida y dexar de sí eterna memoria, deve tener las virtudes de uno y caresçer de los viçios de todos.

Alabo y mucho alabo los prínçipes tener ánimo y deseo de igualar y pujar a muchos; pero consejo y mucho consejo que la maña y fuerça no la empleen sino en imitar a pocos. Los perros que van a caça donde ay mucha caça, pensando alcançarla toda no dan alcançe a alguna. Quiero dezir que los hombres que con su vida piensan passar a todos, las más vezes se mueren sin igualar con alguno. Por mucho que uno aya hecho y blasone más que ha de hazer, al fin al fin cada uno de los mortales no tiene más de un ser, un querer, un [11] poder, un nasçer, un bivir, un morir; y finalmente, pues no es más de uno, no presuma más de por uno. De todos los prínçipes buenos que arriba puse en el cartel de la iusta, nombré el postrero a nuestro Marco Aurelio porque quedase por mantenedor de la tela. Ha sido mi intençión, Sereníssimo Prínçipe, persuadiros a imitar y seguir no a todos, no a muchos, no a pocos, sino a uno; y si a uno, a este solo Marco Aurelio, con las virtudes del qual igualaron pocos o ninguno.

A este noble Emperador tome Vuestra Magestad por ayo en su moçedad, por padre en su governaçión, por adalid en sus guerras, por guión en sus jornadas, por amigo en sus trabajos, por exemplo en sus virtudes, por maestro en sus sçiençias, por blanco en sus deseos y por competidor en sus hazañas. Yo confieso que en la sagrada religión christiana fueron tantos y tales muchos emperadores en la tierra que fruyen oy de Dios en la gloria; pero quanto éstos me combidan a ser bueno, tanto Marco Aurelio me espanta en no aver sido malo. Por çierto éste para seguir la virtud o apartarse del viçio, ni temía infierno, ni esperava paraíso. La vida de éste que fue gentil, y no la vida de otro que fuese christiano, quise, Señor, escreviros, porque quanta gloria en este mundo tuvo éste pagado por ser bueno, tanta infamia en éste y tanta pena en el otro terná Vuestra Magestad siendo christiano, si fuerédes malo.

Veed, Sereníssimo Prínçipe, la vida de este prínçipe y veréis quán claro fue su juizio, quán recta su iustiçia, quán recatado en su vida, quán agradesçido a sus amigos, quán suffrido en sus enemigos, quán severo con los tyrannos, quán paçífico con los paçíficos, quán amigo de sabios y quán émulo de simples, quán venturoso en sus guerras y quán amigable en las pazes; y sobre todo quán alto en sus palabras y quán profundo en sus sentençias. Veo yo, Señor, que sois uno y tenéis de complir con muchos; sois solo, y no podéis estar siempre acompañado. Y véohos engolfado en muchos negoçios. Por cuya occasión los prínçipes tenéis neçessidad de muchos avisos. Como Vuestra Magestad es grande, si como hombre hacéis algun yerro, no se hos osa dar por ello castigo, por lo qual tenéis neçessidad más que nosotros de aviso y consejo. [12] Quánta sea la exçellençia de esta escriptura, no quiero lo escriva mi pluma, sino que lo confiessen los que lo leyeren la obra.

Diré lo que siento. Hablando con hombres sentidos de mi edad, pienso he leído mucho, pero fuera las Divinas Letras, jamás me espantó cosa tanto. Traduziendo este libro, muchas vezes me espantava ver la Divina Providençia que en juizio de un gentil tantas cosas ponía. Sacarle de griego en latín, y de latín en nuestro vulgar, y de vulgar grosero ponerle en estilo alto y suave, quántos sudores en el enojoso verano, quántos fríos en el encogido invierno, quánta abstinencia aviendo de comer, quánto trasnochar aviendo de dormir, quánto cuidado aviendo de descansar iúzguelo el que lo experimentare si a mí no me creyere. La intençión de mis trabajosos trabajos offrezco a la Magestad Divina, y a Vuestra Magestad de rodillas presento la presente obra. Yo pido a mi Dios, Sereníssimo Prínçipe, que la doctrina de este libro tanto provecho haga en vuestra vida quanto daño me ha causado en la salud corporal de mi persona.

He querido offresçer a Vuestra Magestad la suma de mis vigilias, y si no se acordare de mis trabajos, ni por eso dexaré, ni cesaré hazeros serviçios; y quando otra cosa fuere, en los siglos advenideros será mi fee loada de muchos y su olvido retraído de todos. Y porque va en pos de otras cosas mi pluma, al presente no le supplico sino que la rudeza de mi ingenio, la baxeza de mi estilo, la cortedad de mis palabras, el mal ordimbre de mis sentencias y la poquedad de mi eloqüencia no haga tener en poco tan exçellente obra. Yo he hecho lo que pude; Vuestra Magestad haga lo que deve, dando a la presente obra gravedad y a mí, su intérprete, autoridad. No digo más, sino que la Divina Clemençia, que dio a la Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad tal ser y poder en la tierra, le dé la fruiçión en el çielo de su essençia divina. Amén, amén, amén. [15]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

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Edición digital de las obras de
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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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