La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos

Capítulo XX
De cómo son muy peores las lenguas malas que hay en el mundo, que no la plaga de ranas que envió Dios a Egipto: y de lo que los autores dijeron en este caso.


Ego percutiam omnes terminos Egypti, dijo Dios a Moisés, en el capítulo VIII del Éxodo, y es como si dijera: Pues el rey faraón se burla de mi mandato, y no quiere dejar libre a mi pueblo, yo haré que todas las ranas que están en los charcos y en los ríos, todas se vayan a sus casas y pueblos: de manera, que hallen llenas de ranas las mesas, cuando quisieren comer: y llenas las camas, cuando se fueren a dormir. No vaca de alto misterio, que pues las ranas no tienen ponzoña con que dañar, ni dientes con que morder, ni uñas con que arañar, ni cuernos con que matar: porque Dios las envió por plaga principal a los egipcios, pues no podían ser ellos dellas damnificados: A esto respondiendo decimos, que si las ranas no tenían armas con que dañarlos, tenían lenguas con que fatigarlos: porque siendo ellas como son tan parleras, y tan gritadoras, allende que las casas y las camas estaban llenas dellas, teníanles las cabezas a poder de hoces tan atormentadas: que ni se podían los egipcios oír aunque se llamaban, ni entender aunque se hablaban.

No creo desacertaríamos mucho en decir, que la plaga de las ranas de Egipto, es la plaga de las malas lenguas que hay hoy en el mundo: la cual no es tan pequeña, que no es muy mayor que no era aquella suya: porque más fácil cosa es tolerar las voces de las ranas, que no las infamias de las malas lenguas. La condición de la rana es la condición de la mala lengua, en que así como la rana no se cría en agua limpia, ni canta sino en laguna sucia: así el hombre de mala lengua, calla lo bueno que ve, y no dice sino [XLIIr] lo malo que sabe. Ya pluguiese a Dios que solamente lo dijese, y no como rana a voces lo pregonase: mas ay dolor, que el hombre deslenguado ni lo que él hace sabe callar, ni lo que ve en sus amigos disimular. Propiedad también es de rana, vocear de noche como vocea de día, no durmiendo ella, ni dejando a los otros dormir: la cual condición y aun maldición conviene a la mala lengua: la cual nunca para de hablar, ni se cansa de murmurar. Séneca escribiendo a Lucilo dice: En llegándose la noche descansan los pájaros en sus nidos, y se meten los animales en sus cuevas, y se retraen los hombres cuerdos a sus casas, sólo el hombre de mala lengua es el que nunca para ni descansa: el cual muchas veces se adormece parlando, y se desayuna murmurando. Y dice más Séneca: Con Aldibio amigo tuyo y vecino mío me aconteció un donaire, y fue que como yo le viese muchas veces dejar de comer por parlar, e irse acostar muy tarde por murmurar, y sobre este caso yo le riñese, y aun se lo afease: respondió él. Calla tú Séneca por mí, que yo hablaré por ti: pues no sabe qué cosa es un rato de buen placer, el que no sabe qué cosa es murmurar.

El gran Plutarco loa mucho a Pitágoras el griego, y a Heracleto el tebano, y a Silaro el escita, y a Sertorio el romano, y a Licurgo el lacedemonio: los cuales fueron tan amigos de brevedad, y tan enemigos de prolijidad, que dijeron y enseñaron muy mayores cosas por señas, que no otros por palabras.

San Jerónimo sobre Amos profeta dice: Si miras bien en ello, no por más puso Dios a la lengua en lugar tan alto, sino porque le daba muy alto oficio: y púsola debajo del celebro ado está el entendimiento, y púsola encima del corazón ado está el dictamen de la razón: para que no hablase sino lo que el entendimiento le dijese, y no dijese sino lo que la razón le mandase. También es de advertir, en qué naturaleza dio al hombre dos pies, dos orejas, dos ojos, dos manos, y no más de una lengua: de lo cual podemos inferir, que tenemos licencia para ver mucho, para oír mucho, para obrar mucho, y para hablar muy poco. Sobre los ojos, sobre las orejas, sobre las manos, y sobre los pies, no puso naturaleza ninguna guarda: mas a la triste de la lengua cercóla de quijadas, de encías, de labios, de dientes, y de muelas: como cosa que tiene que estar muy encerrada, como lo suele estar una cosa muy loca. De los hombres muy cuerdos es, primero pensar, que no hablar: y de hombres locos es primero hablar, que no pensar: y por eso decía Macrobio, que cuando a la habla no predecía el pensamiento, le sucedía el arrepentimiento. Lo de suso es de Jerónimo.

Los antiguos lacedemonios, cuyas virtudes vencieron todos los reinos, y cuya memoria se celebrará por todos los siglos, aunque ellos era de Grecia, no quisieron recibir el arte de la retórica: diciendo, que no se perderían las repúblicas por falta de bien hablar, sino por falta de bien obrar.

Como al filósofo Licurgo le dijese un griego, que quería a los de su república leer alguna sutil retórica, a causa que hablaban en ella muy rústica habla, respondióle él: Vete hermano a Licaonia, ado son todos amigos de hablar con arte compuesta, que yo y los de mi república: más amamos la prudencia rústica, que no la elocuencia vana. Respuesta fue esta digna por cierto de tal varón: porque siendo como es tan vecino del engaño, lo que se hace [XLIIv] por artificio, deben las palabras de los buenos varones ser simplemente dichas, y no con alguna arte compuestas. El gran retórico Sofistes fue públicamente desterrado de Atenas: porque le fue acusado, y aun de su acusación convencido, que nunca en su academia dijo a sus discípulos, cómo habían de bien vivir, sino cómo habían de elocuentemente hablar. Si aquella ley de los griegos llegara hasta estos nuestros tiempos, bien podríamos creer, que serían hartos lectores desterrados: en cuyos estudios y academias tienen más cuidado, de enseñar cómo se defenderá un pleito dudoso, que no cómo se guardará la ley de Cristo. Como un embajador de los abderitas, hiciese un razonamiento muy prolijo al buen rey Agidis el griego, y después le pidiese respuesta de su gran embajada, respondióle el rey: Dirás de mi parte a los de tu república: que no por haber tú acabado de hablar, no he tenido yo tiempo de responder.

Como al filósofo Aristóteles dijese uno ciertas cosas que a su parecer eran cosas altas y delicadas, y quisiese saber de Aristóteles si las tenía en mucho o en poco, respondióle él: No nos maravillamos deso que dices, de lo que nos maravillamos es, cómo hombre que tiene pies para huir, osa tus largas pláticas esperar. En una cena muy solemne que daba el senado de Atenas a los embajadores de Licaonia, como todos con el regocijo hablasen, y sólo el filósofo Zenón callase: dijéronle los embajadores: Di Zenón, ¿qué diremos a vuestro rey de ti, si nos presgunta por ti? Respondióles él. Diréis a vuestro rey que vistes a un viejo en un convite regocijado, rodeado de jarros y no beber, y acompañado de parleros y no hablar. Quinto Curcio cuenta, que como un capitán del rey Darío murmurase del Magno Alejandro, no lo pudiendo sufrir Menón, privado que era del mismo rey Darío, hiriéndole con la lanza le dijo: Calla Mesipo calla, que yo no te doy sueldo para que de Alejandro murmures, sino para que con él pelees. Platón en una comedia dice, que como en un solemne convite parlase mucho un cocinero, díjole el señor que le había allí traído: Por tu vida firmo que nos dejes aquí hablar, y te vayas a cocinar: pues no te alquilamos la lengua para que hablases sino las manos para que cocinases. Muchas veces dicen que decía Epaminondas el griego: Entre los inútiles, no hay en el mundo hombre más inútil, que el que se aprovecha de la lengua, al tiempo que son menester las manos: porque de hombres cuerdos es, tomar en la paz el consejo, y buscar en el peligro el remedio. Séneca en los libros de ira dice: De mi consejo nadie debería atreverse a enojar con la lengua al que no es poderoso de resistirle con la lanza; porque de corazones muy apocados es, osar nadie emprender, con lo que sabe que no ha de salir. Como al capitán Alcibíades le diesen unos un consejo, y por el contrario le diesen otros otro: y las cosas de la guerra estuviesen a la sazón en muy gran peligro, díjoles él. Si la victoria que deseamos consiste en el hablar y no en el pelear, no desesperemos, sino antes nos esforcemos: pues hay aquí muchos capitanes que aconsejen, y pocos hombres que peleen: mas si el hecho de la guerra consiste en las armas y no en las palabras, comenzad de pelear, y dejad de aconsejar.

Plutarco dice de Tulio, que con ser tan gran orador y retórico como era, los amigos suyos que loaban su elocuencia, no [XLIIIr] osaban confiar de su lengua ninguna cosa de gran importancia: diciendo, que donde hay sobra de elocuencia, suele haber falta de prudencia y constancia: Dice Platón que todos los hombres que eran determinados en lo que hacían, y de mucha retórica en lo que decían, nacían por mucho bien de sus tierras, o por mucho mal de sus repúblicas: lo cual parece bien claro en Alcibíades, y en Temístocles, y en Catilina, y en Dionisio, y en César, y en Alejandro: unos de los cuales fueron tan malos, que no debieran nacer, y otros tan buenos, que no se hubieran de morir. Decía Salomón en los proverbios, que el sabio tenía la lengua en el corazón: y que el loco tenía el corazón en la lengua: en lo cual se nos da a entender, que entonces tiene uno el corazón en la lengua, cuando no sabe lo que dice: y entonces tiene la lengua en el corazón, cuando sabe lo que habla. San Agustín dice, que no hay en el mundo veneno tan ponzoñoso, que no haya hallado contra ello algún remedio: excepto contra la lengua mumuradora, contra la cual nadie ha podido hasta hoy hallarle traza. San Bernardo también dice a este propósito, muchas provincias hay que no saben qué cosa es veneno, mas de malas lenguas no hay rincón, de que no esté lleno todo el mundo. San Isidoro en sus Etimologías dice: Ningún animal que tenga ponzoña muerde a otro animal que sea ponzoñoso, excepto el hombre parlero y malicioso: el cual huelga antes de perder a un amigo, que no un dicho. Brias el filósofo decía, que todos los hombres viciosos gozaban de sus vicios, excepto los que eran maldicientes y parleros: de los cuales como de pestilencia huyen todos: porque queriendo ellos saber todas las cosas: nadie dellos confía ninguna. Como el rey Lisímaco amase mucho al poeta Filípides, y le dijese que le pidiese alguna merced que él se la otorgaría, respondióle él: No te pido otra merced en pago de mis servicios, sino que no me descubras ninguno de tus secretos: porque en casa del príncipe nadie corre más peligro, que el que sabe sus secretos. Muy alabado fue lo que Sócrates dijo a un mancebo muy hermoso: al cual como se lo trajesen delante para que por la fisonomía del rostro conociese a lo que se inclinaba su ingenio le dijo: Habla porque te conozca: dando en esto a entender, que más se conoce el hombre en el habla que no en la cara.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542). El texto sigue la edición de Valladolid 1545, por Juan de Villaquirán, 8 hojas + 110 folios.}

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