La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos

Capítulo XXVII
De una carta que escribió San Basilio a Juliano apóstata en favor de la abstinencia.


Serenísimo príncipe, y universal señor. Beatiqui persecutionem patiuntur propter iustitiam: quam ipsorum estregnum celorum, decía nuestro Cristo: y es como si más claro dijera: No tiene el mundo a hombres por más desdichados que a los que andan desterrados, y están desfavorecidos: y por el contrario, no hay hombres más bienaventurados, que los que son de los tiranos castigados, y de los malos perseguidos: con tal que su persecución sea por defender la justicia, y por no querer hacer alguna cosa mala. Muy grande bien tenemos los cristianos, en tener por Dios a Cristo: el cual muy por menudo mira lo que padecemos, y cómo lo padecemos, y por qué lo padecemos, y aun que tanto padecemos: porque veamos después en el día de la cuenta, que sin comparación es más un solo día que nos dará de gloria, que cuantos servicios le hacemos en toda nuestra vida. En cuanto la red no se llega a la ribera, y el trigo se está en la era, y la rosa no se coge de la espina, y en el lagar no se aparta el hollejo de la uva, y la oveja no se despega de la compañía de la cabra: buenos y malos todos andan revueltos, y mezclados: mas la señal con que se conocerán es, que a los malos almagra el demonio con regalos, y a los buenos señala Dios con trabajos.

Como nuestro Cristo no tuvo otra hacienda sino fue miseria y pobreza, excepto de trabajos que tuvo mucha abundancia: parte y reparte destos sus tesoros con los que él tiene por sus familiares y amigos: por manera, que el más azotado es el más regalado. Bien parece que no soy yo de los que él mucho ama, ni de los que él en su casa regala: pues es mucho lo que me disimula, y muy poco lo que me castiga: aunque es verdad, que ya parece quererme por suyo recibir, pues con los suyos me consiente atribular. Todo esto te digo universal señor, a causa que Amproniano, pretor de Capadocia, y questor mayor de Asia, me dio una letra tuya, y me explicó lo que querías por ella: y como mi Cristo sabe y Amprosiano lo ve también, que no puedo dar lo que él me pide, ni cumplir lo que tú me mandas: y esto no obstante me mandó prender, y con hierros encarcelar. Mándasme serenísimo príncipe que te sirva con mil libras de oro de los réditos de mi obispado: y por cierto que de buena voluntad te las diera, si yo las tuviera: porque Cristo nuestro Dios no nos manda que a los príncipes cristianos alcemos la obediencia, ni aun que les neguemos la hacienda. La hacienda de mi obispado es, una tierra sola, diez olivos, diez colmenas, un molino, una casa, cuarenta ovejas, ocho palmas, tres higueras, y un pequeño huerto: de lo cual todo, no me tengo por señor absoluto, sino por despensero apostólico: pues yo tengo cargo de granjearlo, y los pobres de comerlo.

Como nuestro Cristo nació pobre, vivió pobre, y murió [LIVv] pobre dejónos mandado, que todo lo que su Iglesia tuviese, y lo que a él se ofreciese, tuviésemos cargo sus ministros de repartirlo entre los huérfanos que lo han menester: y entre los pobres que no lo pueden ganar. Bien veo que no soy apóstol, mas también confieso que soy sucesor de los apóstoles, y que sino tengo el mérito, tengo sobre mí el cargo: a cuya causa soy obligado a usos estrechos, y a no tener tesoros: de lo cual está tu juliano bien seguro: pues no tengo licencia para tenerlos, ni aun tengo hacienda para allegarlos. Es tan estrecho este nuestro estado apostólico, en que si por caso alguno de nosotros los obispos se da a guardar, o se desmanda en gastar, en igual damnación está, el que mal lo gasta, como el que del altar lo hurta. Del altar lo hurtamos todo lo que a los pobres no damos: porque en nuestra ley cometería sacrilegio, y no sería siervo de Cristo, el que dos veces topase un desnudo, sin haberle dado la primera vez un sayo. Yo serenísimo príncipe de ser monje me precio, y no de ser obispo: y Dios perdone a quien me sacó del yermo y me tornó a los bullicios del mundo: porque siendo monje no tenía cargo sino de hacer espuertas, y ahora tengo cargo de gobernar ánimas. El tiempo que no puedo morar en el yermo, siempre traigo acá monjes santos conmigo: los cuales me ayudan con sus consejos a gobernar, y con sus oraciones a me salvar, y aun con sus manos a me mantener: pues los más que todos comemos es, de lo que todos trabajamos.

A mi Dios y a mi Cristo te juro alto príncipe, que ni en el estado monacal, ni en la dignidad episcopal jamás mis manos tocaron dineros, ni por mis puertas vi entrar oro: porque yo y todos los que conmigo están, en más tenemos una pila de lodo, para cerrar las celdas, que el oro de Nilo de que hacen las coronas. Si algo nos ofrecen de limosna, o algo se coge de nuestra hacienda, un santo monje tiene cargo de lo coger, y después entre los pobres y nosotros lo repartir: porque los ministros de nuestro Cristo no se osan asentar a la mesa, sin que primero hayan hecho alguna limosna. Si tú quieres algún panal de nuestras colmenas, o algunas aceitunas de nuestras olivas, o algunas cestillas de nuestras manos hechas, o algunas raíces de las que para comer sacamos, podrémoste con algo desto servir, y a tus oficiales lo entregar: mas oro ni plata, aun no lo sabemos conocer. ¿Cómo te pueden dar oro ni plata los que no encienden lumbre sino es en domingo, no comen carne sino es la Pascua, ni beben agua dulce sino un día en la semana? ¿Cómo te pueden pagar tributos los que no se mantienen, sino con lo que cogen en los campos? ¿Cómo es posible darte mil libras de oro, los que por falta de un oratorio comulgan los sábados en el hueco de un castaño? ¿Qué tan grande piensas que es nuestra despensa y comida: pues nunca hubo cocinero en nuestra casa? Aparejos de cocina, aparadores de mesa, provisiones de despensa, vino de Alejandría, y todo lo demás que satisface a la gula: cosas son muy extrañas de la vida monástica, y no muy seguras para la consciencia pura: ¿Cómo piensas que andarán a descubrir minas de oro, los que tienen por sumo deleite comer verdolagas con vinagre acetoso? Ymos en este yermo por el agua dulce a cuatro millas, y por la salobre a tres: y hacemos consciencia de guardar agua de hoy para mañana: ¿y hácente en creyente que atesoramos oro o plata?

No nos pidas serenísimo príncipe, no nos pidas plata ni oro, pues las riquezas que tú querrías, mas nos [LVr] preciamos mis monjes y yo de menospreciarlas, que no de atesorarlas: mayormente que en estos bravos y arenosos desiertos, ni consienten regalos aunque los quieran, ni se hallan tesoros aunque los busquen. Estamos tan avezados a tener pobreza, y tenemos tanta enemistad al vicio de la avaricia, que aconteció a un monje mío hallar en un camino una pella de oro, y no la osar levantar del suelo: porque si se la hallaran después en la celda, le privaran de sepultura eclesiástica. Todo esto te escribo muy alto señor, para que veas cuán a sin razón me prendó Amproniano pretor tuyo, y fatigó a los monjes de mi monasterio: los cuales te envían en recompensa de mi rescate, las cogullas con que se cubren, y las espuertas que de sus manos tejen. Sé te decir Juliano, que en enviarte estas espuertas, te envían todo el sudor de sus caras, y para mantenerse a sí y a mí, se desvelan muchas horas: y porque me aflojes estos hierros, huelgan de quedar desnudos, y sufren de andar hambrientos. Recibe señor esas pocas de espuertas de los que te las envían con buenas entrañas: pues los dones que se dan, y los servicios que se hacen, no son ricos por el valor que tienen, sino por el amor con que se envían. Si miras las espuertas que enviamos, parecerte han poco, mas si consideras las lágrimas con que se tejieron, tenerlas han en mucho: porque el oficio de que más en estos desiertos usamos es, tejer palmas para los pobres, y llorar culpas de los pecadores. Sé te decir serenísimo príncipe, que Pilato tuvo preso a Cristo, Herodes a San Pedro, y Sexto a San Pablo, y ahora tiene Amproniano a mí: y si el señor no fuere servido que tú no quieras libertarme, ni quiera tampoco tu pretor soltarme, podría ser que de un monje y obispo malo, hiciéseis un mártir bueno. Todo lo sobredicho es del gran Basilio.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542). El texto sigue la edición de Valladolid 1545, por Juan de Villaquirán, 8 hojas + 110 folios.}

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