La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo III
De muchas y muy varias leyes y costumbres que tenían los antiguos en contraer los matrimonios, no sólo en las electiones de las mugeres, mas aun en la manera de celebrar las bodas.


En todas las naciones passadas y en todos los reynos del mundo siempre fue el matrimonio aceptado y manifiesto; porque, de otra manera, ni el mundo se podría poblar ni el linaje humano continuar. En aprobar el matrimonio, en loar el matrimonio, en aceptar el matrimonio, jamás los de un siglo fueron contrarios al otro; mas en las cerimonias y manera de contraer el matrimonio, aquí uvo grandes diferencias entre los del tiempo passado; porque tantas diferencias tenían ellos en contraer los matrimonios quantas tienen oy en comer los manjares los golosos.

El divino Platón, en los libros de su República, amonestava y aconsejava que todas las cosas fuessen comunes, no sólo los animales y eredades, mas aun también fuessen comunes las mugeres, ca dezía él que si se quitassen estas dos palabras -«esto es mío», «esto es tuyo»- de por medio, no avría contiendas en el mundo. A Platón llámanle divino por muchas cosas buenas que dixo, pero agora justamente le pueden llamar humano por este consejo que dio tan profano; porque no sé yo qué ygual brutalidad se puede dezir, ni qué mayor bestialidad se puede pensar, que las vestiduras fuessen proprias y las mugeres fuessen comunes. Los brutos animales no conocen más a sus hijos por hijos del tiempo que los crían a sus pechos. Y desta manera (y aun peor) acontesciera entre los hombres si en la república las mugeres fuessen comunes; porque si [362] conociesse uno a la madre que le parió, desconocería al padre que le engendró.

La ciudad de Tharento, que entre los antiguos fue assaz bien nombrada y de los romanos no poco temida; tenían los tharentinos en ella por costumbre de casarse con una muger legítima para procrear fijos, pero junto con ella podían elegir otras dos mugeres para sus plazeres proprios. Sparciano dize que el Emperador Helio Vero era en cosas de mugeres muy absoluto y aun dissoluto; y como su muger fuesse moça y hermosa, y se quexasse dél que no hazía vida con ella, dixo él a ella esta palabra: «No tienes tú razón, ¡o! muger, de tener de mí quexa, pues hago vida contigo hasta que estás preñada; que en el restante de tiempo licencia tenemos los maridos de buscar con otras mugeres nuestros passatiempos; porque este nombre de llamar a una muger es nombre que trae consigo honrra, que en lo demás es una muy enojosa y penosa carga.» Lo que acontesció a este emperador romano acontesció al rey Tholomeo de Egypto, el qual tenía a la reyna su muger muy quexosa y a una amiga suya muy contenta.

Caso que todos los griegos son tenidos por sabios, entre todos ellos los athenienses fueron tenidos por sapientíssimos; y la causa desto era porque en Athenas residían los sabios que governavan la república y los philósophos que enseñavan la sciencia. Ordenaron los sabios de Athenas que todos los vezinos pudiessen tener dos mugeres legítimas, y junto con esto mandaron so graves penas que ninguno fuesse osado de tener concubinas, ca dezían ellos que por andar los hombres en pos de mugeres agenas dan mala vida a sus mugeres proprias. Según dize Plutharco en su Política,, el fin que tuvieron los griegos en hazer esta ley fue pensar que no podía ni devía el hombre bivir sin compañía de muger, y que por esso querían que se casassen con dos, para que si la una estuviesse mala o parida, oviesse en casa quien ocupasse la cama y sirviesse la mesa. Tuvieron los de Athenas otro respecto de hazer aquella ley; y fue para que, si aconteciesse que la una fuesse estéril y mañera, la otra procreasse hijos en la república; y en tal caso a la que paría tenían por señora y a la que no paría se tratava como sierva. [363]

Quando esta ley se fizo, ya Sócrates el philósopho era casado con Xantipa, y por complir la ley uvo de tomar otra muger que se llamava Mitra, nieta que era del philósopho Aristes; las quales dos mugeres, como tuviessen entre sí muchos enojos, de manera que escandalizavan a los vezinos, díxoles Sócrates: «Bien me veys vosotras, mugeres, que tengo los ojos vizcos, las piernas tuertas, los cabellos crespos, el cuerpo pequeño, la calva pelada, las manos vellosas y las barbas blancas. Pues si esto es verdad, ¿por qué vosotras, siendo hermosas, reñís y contendéys sobre un hombre feo?» Aunque Sócrates dezía burlando aquellas palabras, fueron ocasión a que cessaron las renzillas de veras.

Los antiguos lacedemonios, que en tiempo de paz y de guerra fueron siempre de los atenienses contrarios, ý tenían por legítima ley no que un hombre se casasse con dos mugeres, sino que una muger se casasse con dos hombres, y la ocasión que tomaron para hazer esto fue que, si el un marido se fuesse a la guerra, le quedasse otro en casa; porque dezían ellos que por ninguna manera se avía de consentir en la república estar una muger en su casa sola.

Plinio, en una epístola que escrive a Locracio, su amigo, y Sant Hierónimo, escriviendo a un monge llamado Rústico, dizen que los athenienses tenían en costumbre de casarse hermano con hermana, pero no se permitía casarse sobrino con tía; porque dezían ellos que casarse hermanos con hermanas era casarse con sus yguales, pero casarse tíos y sobrinos era casarse padres con hijas. Melcíades, que fue varón assaz famoso entre los griegos, tuvo un hijo que se llamó Cimonio, el qual se casó con su hermana, que avía nombre Pinicea; y, como preguntasse uno a Cimonio por qué se casava con Pinicea su hermana, respondió: «Mi hermana es hermosa, es sabia, es rica, es a mi condición hecha; y su padre y mío me la dexó muy encomendada; y como el ruego de los padres le han de tener por mandamiento los fijos, he acordado que, pues naturaleza me la dio por hermana, de mi voluntad la tome por muger.»

Diodoro Sículo dize que ante que los egypcios rescibiessen leyes cada uno tenía quantas mugeres quería y podía, y esto [364] con libertad de ambas las partes, en que libremente ella se despidiesse dél quando quisiesse y él despidiesse a ella quando no le contentasse; porque dezían ellos que era impossible vivir el hombre y la muger muchos años juntos sin que entre ellos oviesse muchos y muy grandes enojos. Una cosa dize Diodoro Sículo hablando en este caso, la qual jamás la leý en libros, ni la oý de los passados, es a saber: que entre los egypcios ninguna diferencia avía entre los hijos, sino que indiferentemente los tenían a todos por legítimos aunque fuessen de esclavas nascidos; porque dezían ellos el principal auctor de la generación era el padre y no la madre, y que por esso los hijos que nascían la carne solamente tomavan de las madres, pero la honra y dignidad eredavan de sus padres.

Julio César dize en sus Comentarios que en la Gran Bretaña (la qual agora se llama Inglaterra) tenían los bretones en costumbre de casarse una muger con cinco maridos, la qual bestialidad de ninguna nación se lee en los tiempos passados; porque si tener un hombre muchas mugeres es cosa escandalosa, ¿por ventura una muger tener muchos maridos no sería cosa escandalosa y vergonçosa? Las mugeres generosas y virtuosas por dos cosas han de ser casadas: la una porque el Señor les dé hijos de bendición en quien dexen su hazienda y memoria; la otra para que con sus maridos vivan acompañadas y honradas cada una en su casa; porque de otra manera dende agora digo y afirmo que la muger que no se contentare con un marido no se contentará con todos los del barrio.

Plutharco en su Apothémata dize que tenían en costumbre los cimbros casarse con sus propias y naturales hijas, la qual costumbre les quitó el cónsul Mario después que los venció en Alemania y triumphó dellos en Roma, ca el hijo que de tal matrimonio nascía era hijo y nieto de un solo padre; y era hijo y hermano de una sola madre; y era primo, y era sobrino, y era hermano de un solo hermano. Por cierto la tal costumbre más era de bestias silvestres que no de criaturas racionales; porque muchos o los más de los animales a los que antaño tuvieron por hijos, tienen ogaño por maridos.

Estrabo, De situ orbis, y Séneca, en una epístola, dizen que los lidos y los armenios tenían en costumbre de embiar a sus [365] hijas a los puertos y a las riberas de la mar a ganar sus casamientos, vendiendo a los estrangeros sus cuerpos proprios, por manera que las que se quisiessen casar primero su virginidad avían de vender.

Los romanos, que en todas las cosas eran sabios y moderados, muy mejor que todas las otras naciones usavan de los casamientos, ca tenían de ley muy antigua y costumbre muy usada que cada romano se casasse con una muger sola, de manera que assí como entre los christianos tener dos mugeres es conciencia, assí entre los romanos tener dos mugeres era vergüença y infamia. Entre los antiguos y famosos oradores de Roma, uno dellos fue Metello Numídico, el qual dixo estas palabras estando un día orando en el Senado:

«Padres Conscriptos, yo os fago saber que he mucho estudiado en pensar qué tales serían los consejos que os daría en esto de los casamientos; porque el consejo súbito y repentino no todas vezes suele salir provechoso. A que os caséys, yo no os persuado; pues dezir que no os caséys, yo no os lo aconsejo. La verdad es que si pudiéssedes sin mugeres vivir, de muchos enojos os podríades ahorrar; pero ¿qué faremos, ¡o! romanos, que nos hizo tal nuestra naturaleza que tener mugeres es muy gran peligro y vivir sin ellas es muy gran trabajo? Osaría yo dezir, si en este caso mi parescer se quisiesse tomar, que no sería mal consejo resistir al deleyte, pues es momentáneo; y no tomar muger, pues es un cargo perpetuo.»

Éstas, pues, fueron las palabras que dixo Metello Numídico, las quales no fueron gratas a los padres del Senado, ca no quisieran ellos que dixera lo que dixo contra el matrimonio; como sea verdad que ningún estado se puede elegir en esta vida en el qual no haga sus mudanças fortuna.

Es agora de saber que, si fueron varios los modos y maneras que tuvieron los antiguos en ordenar sus matrimonios, no por cierto uvo en ellos menor variedad y aun liviandad en contraerlos. Bocacio florentino, en un libro que hizo De nuptiis antiquorum, pone muchas y diversas costumbres que tenían los [366] antiguos en el modo de hazer los casamientos, de las quales diré algunas no para aprovarlas ni admitirlas, sino para condenarlas y burlar dellas; porque los escriptores no para más escriven los errores que tienen unos, sino para que se conozcan mejor las verdades que tienen los otros.

Los cimbros tenían en costumbre que, al tiempo que se querían casar, después ya que entre los parientes estava concertado el matrimonio, que el esposo se cortase las uñas y embiávalas a su esposa, y la esposa por semejante se cortava las uñas y embiávalas al esposo; y, si él rescibía las della y ella rescibía las dél, luego se davan por casados, y dende en adelante vivían como marido y muger juntos. Los teuthonios tenían por cerimonia que el esposo rayesse la cabeça a la esposa y la esposa rayesse la cabeça al esposo, y en la ora que consentían el uno al otro raerse las cabeças, luego celebravan las bodas. Los armenios tenían por ley que el esposo rompiesse la oreja derecha a la esposa y la esposa rompiesse la oreja yzquierda al esposo; lo qual hecho, ella se quedava por su muger y él se declarava por su marido. Los elamitas tenían en costumbre que el esposo punçava el dedo del coraçón de la esposa y chupávale la sangre que de allí salía; ella por semejante punçava el dedo del coraçón del esposo; y, después que ambos a dos se avían chupado la sangre de los dedos, luego fazían vida de casados. Los numidanos tenían por cerimonia que el esposo escupía en tierra, y la esposa por semejante, y de la escopetina de ambos se hazía un poco de lodo; y luego el esposo untava con aquel lodo la frente de la esposa y la esposa untava la frente del esposo, por manera que la señal del casamiento era ponerse el uno al otro del lodo. Los daços, quando se querían casar, careávanse en uno el esposo con la esposa; y, después que estavan assí juntos, el esposo ponía un nombre nuevo qual él quería a su esposa, y la esposa ponía otro nombre nuevo al esposo; de manera que, si consentían el uno y el otro los nombres nuevos, era señal que se davan por casados. Los pannonios, quando se querían casar, embiava el esposo a la esposa un dios familiar hecho de plata (que le llamavan ellos lares, que eran dioses de casa); y por semejante la esposa embiava otro dios de plata al esposo; y a la ora que [367] el uno rescebía el dios del otro se avía de dar por casado. Los de Tracia tenían una muy estraña costumbre en el modo de se casar, y era que la esposa tomava un hierro muy subtil ardiendo y en la frente del esposo hazía un carather; y el esposo en la frente de la esposa con otro hierro ardiendo hazía otro carather, por manera que en señalándose con aquellos hierros se avían de dar por casados. Los siciomios tenían por ley para averse de casar que el esposo embiasse un çapato a la esposa y la esposa embiasse otro çapato al esposo; y si el uno rescebía del otro el çapato, era señal que consentían en el casamiento. Los tharentinos tenían en costumbre que, quando dos se querían casar, assentávanse a comer; y el esposo no comía sino por mano de la esposa, y la esposa comía por mano del esposo; y si por descuydo alguno dellos comía alguna cosa de su propia mano, no era firme ni valedero el tal casamiento. Los scithas tenían por ley que al tiempo que se avían de casar hombres y mugeres, que assí como agora se dan las manos, se tocassen el esposo a la esposa los pies; y luego se tocassen rodillas con rodillas, y luego manos con manos, y luego codos con codos, y luego cabeças con cabeças; y al fin, después que se davan sendos abraçados, quedavan ya confirmados los casamientos. [368]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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