La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo X
Do el auctor pone otros desastrados casos que acontecieron a mugeres preñadas.


Acabadas las guerras de Taranto, luego se començó la primera guerra de Cartago, y fue la ocasión de aquellas tan prolixas y peligrosas guerras la possessión de las yslas Mallorquinas, en que sobre tomarlas los unos y defenderlas los otros duraron las guerras entre ellos por espacio de quarenta años; porque muchas vezes sin comparación es más el gasto y daño que se faze en la guerra que no el interesse sobre que se levantó la conquista. En estas guerras el primero capitán por parte de los romanos fue Gayo Duellio, y el primero por parte de los cartaginenses fue Haunón, los quales con sus flotas pelearon en el mar de Sicilia, y fue entre ellos muy cruda pelea, a causa de pelear en la mar; porque allí témese la furia del agua y la crueldad de la lança, do con qualquiera destas dos cosas peligra la vida. Fue en esta cruda batalla el capitán romano vencedor, en que echó a hondo quatorze naos, y prendió treynta, y mató tres mil hombres, y llevó cativos tres mil cartaginenses. Y fue la primera victoria que el pueblo romano uvo por la mar y de la que más los romanos tomaron plazer; porque en la tierra se hallavan los romanos invencibles y en las mares vencedores. El capitán Gayo Duellio, partiéndose de Sicilia, fuesse para Roma, y tenía allí una hermana no menos virtuosa que rica y hermosa, en casa de la qual se aposentó, y de allí dio una cena solemníssima a todos los senadores que estavan en Roma y a todos los capitanes que venían con él de la guerra; porque los hombres viciosos no saben con qué mostrar el amor a sus amigos sino con combidarlos a [398] manjares delicados. La hermana del capitán Gayo, con la alegría de la venida y con el regozijo de la cena, cenó más de lo que solía, y aun de lo que convenía a muger preñada, a cuya causa le tomaron entre los combidados unos vómitos, en que no sólo echó el manjar que tenía en el estómago y la sangre que tenía en las venas, pero aun malparió la criatura que traýa en las entrañas, y en pos della se le salió el ánima de las carnes. Fue por cierto este caso no menos que los otros muy lamentable, en perder Gayo a su hermana, en perder el marido a su hijo, en perder ella su vida, en perder Roma tan excelente romana y, sobre todo, en aver acontecido en tiempo de tanta alegría; porque no puede ser peor agüero que entre los grandes regozijos acontecer algún triste caso. Haze mención deste caso Blondo en el libro De declinatione Imperii.

El segundo bello púnico entre Roma y Cartago fue en el año de dxl ab urbe condita, en el qual fueron capitanes Paulo Emilio y Publio Varrón, y estos dos cónsules dieron la muy nombrada batalla de Canas, en la provincia de Apulla. Digo muy nombrada porque nunca Roma perdió tanta nobleza y juventud romana como perdió aquel día. Destos dos cónsules, el Paulo Emilio fue allí muerto; y Publio Varrón, vencido; y el animoso Aníbal quedó vencedor en el campo; y fueron muertos de los romanos treynta senadores, y trezientos oficiales del Senado, y quarenta mil peones, y tres mil de cavallo; finalmente aquel día fuera fin de todo el pueblo romano si Aníbal, como tuvo esfuerço para dar tan cruda batalla, tuviera cordura para seguir tan generosa victoria. Poco antes que Publio Varrón se partiesse a la guerra avíase casado con una romana moça y hermosa que se llamava Sofía, y quedó de siete meses preñada, y como le dixeron que Paulo Emilio era muerto y su marido vencido, súbitamente cayó allí muerta, quedando la criatura en el vientre viva. Fue este caso sobre todos muy lastimoso, en que después que Publio fue vencido, y vio muerto al cónsul su compañero, y vio tan gran estrago en el pueblo romano, queriendo la fortuna llegarlo fasta el cabo, llegó a tiempo que vio con sus ojos abrir las entrañas para sacar el hijo y vio abrir la tierra para enterrar a la madre. Dize Tito Livio que quedó tan lastimado Publio Varrón [399] de aver sido vencido y de avérsele muerto la muger en tan desastrado caso, que en todo el tiempo que le quedó de vida jamás quiso hazer la barba, ni menos dormir en cama, ni assentarse a comer en la mesa, y desto no nos maravillemos; porque muchas vezes es tan lastimado uno en espacio de una hora, que allí le queda que llorar toda su vida.

Si no podemos dubda en Tito Livio, los romanos tuvieron larga y prolixa guerra con los sannitas por espacio de sesenta y tres años continuos, fasta que el cónsul Anco Rútulo, que era varón pacífico y virtuoso, tomó un buen apuntamiento de paz con ellos; porque los varones generosos y virtuosos siempre han de combidar con paz a sus enemigos. Andando, pues, las guerras entre ellos muy travadas, Tito Venurio y Espurio Póstumo, capitanes que eran romanos, fueron vencidos de Poncio, valeroso capitán que era de los samnitas, el qual después de la victoria hizo una cosa jamás nunca oýda ni vista, conviene a saber: que a todos los romanos que tomó presos puso encima de sus cuellos unos yugos, y en los yugos estavan estas palabras escriptas: «Aunque pese a Roma, Roma estará so el yugo de Samnia.» Los romanos además sintieron esta injuria y trabajavan mucho por vengarla; porque los coraçones que son muy superbos no pueden sufrir que tengan otros aun pensamientos presuntuosos. Criaron, pues, los romanos para yr contra los samnitas a Lucio Papiro, el qual era más venturoso que hermoso, ca era muy vizco. Y diose en las armas tan buena maña, y fuele tan favorable la fortuna, en que no sólo venció, destruyó y assoló a los de Samnia, mas aun la injuria que recibió Roma de Samnia, muy mayor la recibió Samnia de Roma; porque es tan varia la fortuna, que a los que ayer vimos en la cumbre de la felicidad humana, oy los vemos echar a los muradales como vassura. Este Lucio Papiro finalmente venció a los samnitas y, no contento de tenerlos por prisioneros, no sólo les echó yugos a los cuellos, pero aun se los ató con coyundas y les hizo de hecho arar de dos en dos las tierras, aguijándolos y lastimándolos los romanos con las aguijadas. Si los samnitas uvieran piedad de los romanos vencidos, los romanos la uvieran dellos quando se vieron vencedores, y por esso tienen tanta necessidad los prósperos de [400] buen consejo como tienen los míseros de algún remedio; porque el hombre que en la prosperidad no fuere piadoso, no se maraville si en la adversidad no hallare algún amigo.

Tenía, pues, este Lucio Papiro una sola fija casada con un senador de Roma, y él se llamava Torquato y ella Ypólita; la qual, como estuviesse preñada y en días de parir, salió a rescebir a su padre, que no deviera; y como la gente del recebimiento era mucha y ella estava tan preñada, a la entrada de una puerta, como yva tan apretada, tomóle un desmayo a Ypólita, el qual quitó a ella la vida y a su padre el alegría. Sintió tanto Lucio Papiro la muerte de aquella única fija, mayormente como avía sido tan súbita, que del gran sentimiento que hizo se escandalizó toda Roma, y esto en caer como cayó sobre persona tan esforçada y tan cuerda, y que de su cordura no se aprovechava. Y no se deve nadie maravillar; porque muchos ay que tienen ánimo para derramar sangre de los enemigos y no tienen esfuerço para contener las lágrimas de los ojos. Dize Annio Severo, libro iii De infelice fortuna, que el día que esta desdicha aconteció a Lucio Papiro, que alçó los ojos al cielo y dixo estas palabras llorando: «¡O!, fortuna, engañadora de todos los mortales, hezísteme vencedor en la guerra por engañarme y agora quieres que sea vencido en la paz por lastimarme.»

He querido traer todos estos exemplos de las historias antiguas para que conozcan todos quán delicadas son las mugeres preñadas y quánta vigilancia han de traer sus maridos en guardarlas, pues no ay cosa tan líquida para ser regalada, ni tan vidriada para se quebrar; porque vidro ay que aunque cae en el suelo no le vemos quebrar, y a una preñada de sólo trastornarse un chapín la vimos malparir. [401]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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