La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XXXI
De quién fue la gran muger Cornelia, y de una epístola que embió a Tiberio y a Gayo, sus hijos, que por otro nombre se llaman los Gracos, en la qual los persuade a que no dexen los trabajos de la guerra por venirse a gozar los plazeres de Roma. Es letra muy notable para entre madres y hijos.


Annio Rústico, libro De antiquitatibus romanorum, dize que cinco linages eran entre los romanos los más preeminentes, conviene a saber: los Fabricios, los Torcatos, los Fabios, los Brutos y los Cornelios. Caso que en Roma avía otros nuevos linages, en los quales avía muy excellentes hombres, siempre los descendientes destos cinco linajes eran conservados y en los oficios de la república a todos antepuestos; porque Roma de tal manera honrava a los presentes que fuesse sin perjuyzio de los passados. Entre estos cinco linajes, el linaje que los romanos tenían por más bienaventurado era el de los Cornelios, los quales fueron tan esforçados en el pelear y tan recatados en el vivir, que jamás se halló en su familia hombre covarde ni muger infame.

Dizen que en este linaje de los Cornelios, entre otras muchas, fueron quatro mugeres muy señaladas, y entre estas quatro fue la más principal la madre de los Gracos, cuyo nombre era Cornelia, assaz bien conoscida en Roma, la qual se vio muy más honrada por las sciencias que leýa en Roma que por las conquistas que sus hijos hizieron en África. Antes que sus hijos fuessen aviessos al Imperio no se hablava sino de su esfuerço en todo el mundo. Por esta causa le preguntó una vez un romano a esta muger Cornelia que de qué tenía más [528] vanagloria: de verse maestra de tantos discípulos o verse madre de tales hijos. Respondióle Cornelia:

«Más me precio yo de la sciencia que he deprendido que no de los fijos que he parido; porque al fin los hijos sustentan en honra la vida, mas los discípulos perpetúan la fama después de la muerte. (E dixo más.) Yo soy cierta que los discípulos cada día han de yr de bien en mejor, y mis hijos puede ser que cada día vayan de mal en peor; porque son tan varios los desseos de los moços, que cada día tienen propósitos nuevos.»

Uniformiter loan mucho todos los escritores a esta muger Cornelia, en especial de sabia y de honesta, y que públicamente leýa una cáthedra de filosofía en Roma, y a esta causa después de su muerte le pusieron una estatua en Roma encima de la puerta que dizen vía Salaria, y encima de la estatua estava este epigrama: «Ésta es Cornelia, madre que fue de los Gracos, la qual fue muy fortunada en los discípulos que enseñó y muy infelice en los fijos que parió.»

Entre los latinos, Cícero fue el príncipe de la retórica romana y el que en escrevir epístolas mejor tuvo cortada la péñola; dizen que no sólo las escrituras que esta Cornelia escrivió Cícero las vio, mas aun que las leyó; y no sólo las leyó, pero de sus sentencias se aprovechó. Y esto no se lo han de tener a mal, porque no ay hombre en el mundo tan sabio, que no se aproveche del parecer ajeno. Cícero engrandece tanto aquellas escrituras, que dize en su Retórica estas palabras: «Si el nombre de muger a Cornelia no la abatiera, entre todos los filósofos merescía ser única; porque jamás vi de carnes flacas proceder sentencias tan graves.» Pues Cícero dixo de Cornelia estas palabras, no puede ser sino que en su tiempo devrían las escripturas desta muger estar vivas y no perdidas, pero no ay dellas memoria si no es que algún auctor para su propósito relata alguna epístola, y desta manera Sexto Cheronense, en el libro De laudibus mulierum, pone la siguiente carta, la qual ella embió a sus hijos desde Roma estando ellos en África. [529]

Comiença la carta de Cornelia a sus dos hijos, los Gracos

Cornelia romana, que de parte del padre es de los Cornelios y de parte de la madre es de los Fabios, a vosotros los mis dos fijos los Gracos, que estáys en la guerra de África, aquella salud vos embía que madre a hijos dessea. Bien avréys oýdo, hijos, en cómo mi padre murió teniendo yo edad no más de tres años; y ha xxii años que soy biuda; y ha xx años que leo aquí en Roma rethórica; y ha vii años que carezco de vuestra vista; y ha xii años que en la gran pestilencia se murieron vuestros hermanos y mis hijos; y ha viii años que yo fui a veros a Sicilia a causa que vosotros con desseo de verme no dexássedes la guerra; porque para mí no podía susceder ygual pena con veros apartados del servicio de la república. He querido, hijos míos, contaros los trabajos que he passado en mi vida para que no penséys passar con descanso la vida vuestra, ca si a mí, estando en Roma, no me faltan trabajos, sed ciertos que a vosotros en la guerra de África no os faltarán peligros; porque jamás en la guerra se vende la fama si no es a peso o a troque de la vida.

Fabio el moço, hijo de mi tía Fabia la vieja, de las tres calendas de março me traxo una carta vuestra, y a la verdad la carta era algo más corta de lo que yo desseava, y no quisiera que lo hiziérades assí; porque no se sufre entre hijos tan queridos y madre tan anciana que la absencia de veros sea larga y la letra con que nos escrevimos sea corta. A los que van de acá siempre les doy recomendaciones, y a los que vienen de allá siempre les pregunto nuevas; y como me dizen unos que os han visto y me dizen otros que os han hablado, con esto toma mi coraçón algún reposo; porque bien se sufre entre los que mucho se aman que sea la vista rara con tal que la salud sea cierta.

Yo estoy sola, yo soy biuda y soy ya vieja; es muerta ya toda mi parentela; han passado por mí muchos trabajos en Roma, y el mayor de todos es tener de vosotros mis fijos absencia; porque mayor guerra haze a la persona la soledad de los amigos que no el furioso ímpetu de los enemigos. Como soys moços, como soys no muy ricos, como soys bolliciosos y como os veys criados con trabajos aý en África, no dubdo sino que [530] dessearéys venir a Roma, y esto no para más de ver y reconoscer lo que vistes en vuestra infancia; porque los hombres no aman tanto a su patria porque es buena, sino porque es su propria naturaleza.

No ay persona que en los tiempos passados vio o oyó dezir de Roma que no tome lástima de ver agora a Roma; porque los coraçones, como son piadosos, y los ojos, como son tiernos, no pueden mirar sin mucha lástima lo que en otro tiempo vieron con mucha gloria. ¡O!, si viéssedes, hijos míos, y quán trocada está Roma de ser la que solía ser Roma; porque leer lo que leemos della, ver lo que veemos agora, o es burla lo que escrivieron los antiguos, o la miramos entre sueños. No ay otra cosa que ver agora en Roma sino ver la justicia opressa, ver la república tyranizada, ver la mentira suelta, ver la verdad abscondida, ver los satíricos que callan, ver los lisonjeros que hablan, ver los escandalosos ser señores, ver a los pacíficos ser siervos; y (sobre todo y peor que todo) viven los malos contentos y los buenos descontentos.

Renegad, hijos míos, de la tierra do los buenos tienen ocasión de llorar y los malos tienen libertad de reýr. No sé en este caso cómo lo aya de dezir, según lo mucho que tengo de dezir. A la verdad está oy tal esta triste de república, que toda persona sabia sin comparación terná más embidia a la guerra de África que no a la paz de Roma; porque en la buena guerra vee hombre de quién se ha de guardar, pero en la mala paz no sabe de quién se ha de fiar. Pues soys, hijos míos, naturales de Roma, quiéroos dezir qué tal está Roma. Hágoos saber que las vírgines vestales ya son dissolutas, la honra de los dioses ya es olvidada, en bien de la república no ay quien entienda, del exercicio de las armas ya no ay memoria, por los huérfanos y biudas no ay quien responda, de administrar la justicia no se les da nada, la dissolución de los mancebos no tiene medida; finalmente Roma, que fue en otro tiempo recetáculo de todos los buenos, es agora hecha una cueva de ladrones. Gran miedo tengo que nuestra madre Roma está en víspera de dar una muy gran caýda, y no sin causa digo que será grande la caýda; porque las personas y las ciudades que de la cumbre de su felicidad cayeron, muy mayor es la infamia [531] que cobraron con los advenideros que no la gloria que tuvieron con los passados.

Por ventura os tomará gana, hijos, de venir a ver los muros y edificios de Roma; porque las cosas que los niños veen primero en la infancia, aquéllas aman más y las tienen en la memoria. Según están destruydos los edificios antiguos, y según los pocos que han hecho nuevos, querría que perdiéssedes la gana de venir a verlos; porque a la verdad los coraçones generosos y piadosos afrenta les es yr a ver una cosa quando no pueden poner remedio en ella. No penséys, hijos, que si Roma está dañada en las costumbres, que por esso está mejorada en los edificios; porque os hago saber, si no lo sabéys, que si cae un muro, no ay quién le repare; si se derrueca una casa, no ay quien la levante; si se ensuzia una calle, no ay quien la limpie; si se lleva el río una puente, no ay quien la funde; si se gasta una antigualla, no ay quien la mejore; si se pierde una fuente, no ay quien la busque; si se tala un bosque, no ay quien lo guarde; si se envejecen los árboles, no ay quien otros plante; si se estragan los caminos, no ay quien los empiedre; si se toma el suelo de la república, no ay quien lo defienda. Finalmente no ay en Roma oy cosa más maltratada, que son aquellas cosas que tienen boz de república. Todas estas cosas, hijos míos, aunque las encarezco acá mucho, podéyslas tener allá en poco, ca esto sólo se ha de estimar y para siempre con gotas de sangre llorar, conviene a saber: que los edificios en Roma se caen a pedaços y los vicios en Roma se entran todos juntos. ¡O!, triste de nuestra madre Roma, que quanto más va, menos tiene de los muros antiguos y más se puebla de vicios nuevos.

Por ventura como estáys, hijos míos, en essa frontera de África, ternéys gana de ver a los parientes que tenéys acá en Roma, y desto no me maravillo; porque el amor que nos dio naturaleza no nos le puede quitar la tierra estraña. Todos los que vienen de por allá no nos traen otra más cierta nueva que es de la muchedumbre de los que mueren y matan allá en África. Pues las nuevas que en este caso nos embiáys de allá, no esperéys sino que os embiaremos otras semejantes desde acá; porque tiene tanta libertad la muerte, que a los armados [532] mata en la guerra y a los desapercebidos mata en la paz. Hágoos saber que Licia, vuestra hermana, es muerta; Drusio, vuestro tío, es muerto; Silvano, vuestro primo, es muerto; Torquato, nuestro vezino, es muerto; su muger, nuestra prima, y sus tres hijas, nuestras sobrinas, son muertas; Fabio, vuestro íntimo amigo, es muerto; Evandro y sus dos hijos son muertos; Bíbulo, el que leyó por mí la cáthedra el año passado, también es muerto; Cornoveca, vuestro maestro, también es muerto; finalmente son tantos y tan buenos los que son muertos, que es vergüença y afrenta vivir los que vivimos. Sabed, hijos míos, que a todos éstos y a otros muchos que dexastes vivos en Roma comen ya los gusanos debaxo de tierra y a mí me tiene emplazada la muerte para la sepultura. Si, oýdo esto, consideráredes, hijos míos, que será de vosotros lo que ha sido de aquéllos, por mejor ternéys llorar mil años con los muertos que no reýr una hora con los vivos.

Acordándome que os parí con mucho dolor, y os crié con mucho trabajo, y que nacistes de mis proprias entrañas, querría como madre teneros cabe mí para mis angustias, pero al fin, mirando las proezas de los passados, que dexan en obligación a sus erederos, yo soy contenta de sufrir tan larga absencia sólo porque cumpláys vosotros con la cavallería; porque más quiero, hijos míos, oýr que vivís como cavalleros en África que no veros andar perdidos por Roma. Como estáys, hijos míos, en los trabajos de África, no dudo sino que ternéys desseo de los plazeres de Roma; porque no ay hombre en el mundo tan prosperado que no tenga embidia a la prosperidad de su vezino. No tengáys embidia a los viciosos, ni menos desseéys veros entre los vicios, que a la verdad son de tal calidad los vicios, que no traen tanto plazer quando vienen como dexan pesar quando se van; porque el verdadero plazer no está en el deleyte, que passa presto, sino en la verdad, que dura mucho.

Hago muchas gracias a los inmortales dioses por todas estas cosas, conviene a saber: lo primero; porque me hizieron sabia y no nescia; porque a una muger harto le abasta que sea flaca sin que la noten de simple. Lo segundo, hago gracias a los dioses a causa que en todos mis trabajos siempre me [533] dieron esfuerço para passarlos; porque a la verdad aquéllos se pueden llamar verdaderos trabajos do no ay paciencia para sufrirlos. Sólo aquel hombre se puede llamar malaventurado en esta triste vida al qual los dioses en sus trabajos no le dieron paciencia. Lo tercero, hago gracias a los dioses a causa que en lxv años que me dieron de vida jamás me vi con una hora de infamia; porque la muger no puede con razón quexarse de la fortuna si en todos sus trabajos no le quitan la honra. Lo quarto, hago gracias a los dioses en que ha xl años que soy casada y biuda, y todos éstos he vivido en Roma, y jamás hombre ni muger de mí tuvo querella; porque según lo poco que las mugeres aprovechamos en la república, la muger que tiene la conversación mala, con razón por justicia le devrían quitar la vida. Lo quinto, hago gracias a los dioses en que me dieron hijos, y tales hijos que son más contentos de sufrir los trabajos de África que no gozar los plazeres de Roma. No me tengáys por madre tan desamorada, a que no querría yo, hijos míos, teneros siempre delante mis ojos; pero, considerando quántos hijos de buenos padres se han perdido sólo por averse criado regalados con sus madres, conórtome de vuestra ausencia por no veros andar perdidos por Roma; porque el hombre desseoso de fama perpetua, aunque no le destierren, él se deve desterrar de su tierra propria.

Mucho os ruego, hijos míos, siempre os alleguéys a compañía de buenos; y de los buenos, a los más ancianos; y de los más ancianos, a los de mejores consejos; y de los de mejores consejos, a los más expertos; y de los más expertos, a los más sufridos; y de los más sufridos, a los que han visto más mundo. Y no entendáys más mundo por los que han visto más reynos; porque no procede el maduro consejo del hombre que ha passado por muchas tierras, sino del que se ha visto en graves fortunas. Como la naturaleza de la tierra al coraçón del hombre siempre toque al aldava, tengo recelo, hijos míos, que por venir a ver a vuestros deudos y amigos siempre estaréys desasossegados; y, estando desasossegados, siempre viviréys mal contentos y no haréys lo que devéys a cavalleros romanos; y, no siendo buenos cavalleros romanos, prevalescerán vuestros enemigos; y, prevalesciendo vuestros enemigos, yrán [534] de caýda vuestros negocios; porque de los hombres desasossegados siempre proceden enojosos servicios.

Mucho os ruego, y por la presente letra os aviso, de venir a Roma no tengáys desseo, que, como dixe, a muy pocos hallaréys de los que conocistes que no sean ya muertos, o desterrados, o pobres, o enfermos, o viejos, o abatidos, o lastimados, o descontentos; de manera que, para no venir a remediar sus daños, el mejor expediente es no venir a verlos; porque ya ninguno viene a Roma sino a llorar con los bivos y a sospirar por los muertos. Por cierto, hijos míos, yo no sé qué plazeres ay en Roma para que ningún bueno cobdicie dexar a África por ella, que, si allá tenéys enemigos, acá nos faltan amigos, que es peor; si allá os faltan regalos, acá nos sobran enojos, que es peor; si allá tenéys el cuchillo que mata al cuerpo, acá tenemos la lengua que mata la fama, que es peor; si allá estáys enojados de los ladrones de África, acá estamos lastimados de los lisonjeros de Italia, que es peor; finalmente digo que, viendo lo que veo acá y oyendo lo que oyo de allá, loo a vuestra guerra y reniego de nuestra paz. Si tenéys en mucho lo que he dicho, tened en más lo que quiero dezir, y es que de vosotros siempre oýmos que soys vencedores de los africanos y de nosotros siempre oyréys que somos prostrados de los vicios. Pues, si yo soy verdaderamente madre, más querré veros de inmortal memoria entre los estraños, que no veros publicar por infames entre los vuestros.

Por ventura con pensamiento de heredar alguna hazienda tomaréys ocasión de veniros a Roma, y, quando esto os viniere a la memoria, acordaos, hijos míos, que a vuestro padre le sobrava poco siendo bivo y a vuestra madre le falta mucho siendo biuda; y acordaos que, como dél no eredastes sino las armas, sabed que de mí no ay qué eredar sino los libros; porque a mis hijos más quiero dexarles buena criança con que vivan que no mala hazienda con que se pierdan. Yo no soy rica, ni he trabajado por tener hazienda, y fue la causa que vi a muchos hijos de nobles romanos andar por Roma perdidos, y esto no por más de que como no tenían puestos los ojos sino en lo que avían de eredar de sus antepassados, ývanse a rienda suelta en pos de los vicios; porque muy pocas vezes suelen [535] hazer grandes hazañas los que desde niños eredaron grandes haziendas. Siendo, pues, como es verdad esto, no digo yo que velaré como se desvelan otros por aver thesoros; pero si tuviesse algún thesoro, antes que darosle le echaría en el fuego; porque más quiero yo a mis hijos pobres y virtuosos en África que no ricos y viciosos en Roma. Bien sabéys vosotros, hijos míos, que era ley muy usada entre los tharentinos que los hijos no pudiessen eredar de sus padres sino las armas para pelear y las hijas solas eredassen toda la hazienda para se casar. Y de verdad la ley era muy justa, ca el hijo que siempre pone los ojos en la herencia no deven tener dél sus padres buena esperança; porque aquél sólo se puede llamar buen cavallero romano que con la vida ganó la honra y con la lança ganó la hazienda.

Pues estáys en reynos estraños, mucho os ruego os tratéys como buenos hermanos, acordándoos siempre que soys mis hijos, y que ambos a dos os crié a mis pechos, y que el día que oyesse vuestra discordia, aquel día sería fin de mi vida; porque en una ciudad más daño hazen dos parientes enemistados que un exército de enemigos. Bueno es tener concordia entre vosotros mis hijos; y muy necessario es tenerla con todos los otros cavalleros romanos, los quales con vosotros y vosotros con ellos, si no os tenéys amor en la guerra, jamás de los enemigos alcançaréys victoria; porque a los exércitos gruessos más daño les viene de las discordias que entre sí levantan que no de los enemigos contra quien pelean.

Bien pienso, hijos míos, que por saber de mí estaréys muy cuydadosos, conviene a saber: si estoy sana, si estoy enferma; si estoy rica, si estoy pobre; si estoy contenta, si estoy descontenta; y en este caso no sé para qué lo queréys saber, pues devéys presumir, según los trabajos que he passado y las lástimas que por mis ojos he visto, ya estoy harta deste mundo; porque a la verdad las personas cuerdas de cincuenta años arriba más han de ocupar los pensamientos en cómo han de rescebir la muerte, que no en buscar regalos para alargar la vida. Como es flaca la naturaleza humana, siempre dessea ser bien tratada hasta la sepultura, y, como yo soy de carne y de huessos, siento como sienten todos los mortales los trabajos; pero [536] con todo esto no penséys que estar enferma o ser pobre es suprema pena, ni penséys tampoco que ser sana o ser rica es suprema gloria; porque no es otra gloria de los padres viejos sino ver a sus hijos que son virtuosos. A mi parescer, muy gran gloria es en la policía humana tener los padres tales hijos que sepan aprovecharse de sus buenos consejos, y por contrario los hijos tengan tan cuerdos padres que sepan dárselos; porque muy fortunado es el hijo que tiene padre sabio y muy fortunado es el padre que caresce de hijo loco.

Muchas vezes os escrivo, hijos míos, sino que es ley en Roma que ninguno sea osado escrivir a la gente de guerra que está en el campo sin que primero registre las cartas en el Senado, y como yo escrivo más cartas de las que ellos querrían, assí ellos embían menos de las que yo desseo. Aunque esta ley para las madres que tenemos hijos en la guerra es penosa, no puedo negar sino que es buena; porque, si le escriven al que está en la guerra que su casa está mala, querría dexar la guerra y venir a remediarla; si le escriven que está próspera, tómale desseo de venir a gozarla. No toméys pena, hijos míos, si todas las letras mías no aportan a las manos vuestras, que ni por esso no dexo yo por vuestra salud visitar los templos y ofrecer a los dioses muchos sacrificios; porque, si los dioses están contentos, no cale en la guerra temer a los enemigos.

No digo más en ésta, mis hijos, sino que a los inmortales dioses ruego que, si vuestra vida ha de ser para el bien de la república, quiten de mis días y añadan en los vuestros; pero si vuestra vida ha de ser en daño de la república, a essos inmortales dioses ruego primero oya yo el fin de vuestros días que no los gusanos se apoderen de mis entrañas; porque en peligrar la fama de nuestros passados yría mucho y en perder la vida vosotros yría muy poco. La gracia de los dioses, la fama entre los hombres, la buena mano en los hados, la fortuna de los romanos, la sabiduría de los griegos y la bendición de Scipión y de todos los otros vuestros padres y abuelos, sea con vosotros mis hijos. [537]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

<<< Capítulo 30 / Capítulo 32 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org ~ pfe@filosofia.org