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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XXXV
De los hijos que tuvo Marco Aurelio Emperador, uno de los quales, que era el su más querido, se le murió; y de los ayos que buscó para el otro hijo, que era el príncipe Cómodo; y de la fiesta que celebravan los príncipes romanos al dios Genio, que era el dios de los nascimientos. Toca aquí el auctor la costumbre de jurar entre los antiguos, en especial que en Roma ninguno podía hazer juramento sin que primero pidiesse licencia al Senado para hazerlo.


Marco Aurelio, xvii Emperador que fue de Roma, en el tiempo que estuvo casado con Faustina, hija única que fue del Emperador Antonio Pío, solos dos hijos tuvieron, el mayor de los quales se llamó Cómodo y el segundo uvo nombre Veríssimo. Destos dos hijos, el que eredó el Imperio fue Cómodo, el qual fue tan malo en xiii años que governó el Imperio, que pareció más ser discípulo de Nero el cruel que no ser nieto de Antonio Pío y hijo del buen Marco Aurelio. Fue este malaventurado Cómodo tan suelto en la lengua, tan desonesto en su persona, tan cruel con su república, que muchas vezes él siendo vivo apostavan en Roma que no avría una sola virtud que en él se hallasse ni se hallaría un vicio de que él careciesse. Por contrario, el segundo fijo, que fue el infante Veríssimo, era además hermoso en el gesto, elegante en el cuerpo y de seso muy reposado, y (lo que es más) era por su buena conversación de todos muy quisto; porque los príncipes hermosos y virtuosos con la hermosura atraen a sí los ojos de los que les miran y con la buena conversación roban los coraçones de los que los tratan. Era este infante [573] Veríssimo esperança del pueblo y gloria del viejo su padre, de manera que tenían determinado que fuesse eredero del Imperio este infante Veríssimo y quedasse deseredado el príncipe Cómodo, y desto no se deve nadie maravillar; porque muy justo es que, pues el hijo no emienda la vida, tenga libertad el padre de mudar la erencia.

Como los buenos desseos y los hijos regalados muchas vezes se manquen con los hados desdichados, siendo Marco Aurelio de edad de cincuenta y dos años, acaso el infante Veríssimo, que era gloria de Roma y esperança de su padre, murió en el puerto de Hostia de una muy repentina dolencia, y fue de todos tan llorada su muerte quanto era de todos desseada su vida. Era lástima de ver al padre lo que sintió de la muerte del hijo, y era compasión ver al Senado quán de coraçón sentía la muerte del príncipe eredero, ca el viejo con la lástima no salía al Senado y el Senado por algunos días estuvo retraýdo en el alto Capitolio. Y que por la muerte de aquel príncipe moço se hiziesse tan gran sentimiento no se maraville ninguno; porque si los hombres supiessen qué pierden en perder un príncipe virtuoso, jamás por jamás cessarían sus ojos de llorarlo. Quando muere un cavallero, quando muere un escudero, quando muere un oficial, o quando muere un plebeyo, no muere más de uno; y, no muriendo más de uno, no le han de llorar más de por uno; pero quando muere un príncipe, el qual era bueno para todos y vivía en provecho de todos, entonces han de hazer cuenta que mueren todos, y hanlo de sentir todos, y hanle de llorar todos; porque algunas vezes acontece que en pos de dos o tres príncipes buenos luego les suscede una flota de tyranos.

Pues Marco el Emperador, como hombre heroico y de alto juyzio, aunque no podía del todo desraygar las raýzes del dolor de dentro, acordó a lo menos de escamondar las ramas de la tristeza de fuera; porque (hablando la verdad) ninguno por ninguna cosa deve mostrar sobrada tristeza si no es por aver perdido la honra y por tener en peligro la conciencia. Este buen Emperador, como hombre que se le apedreó toda su viña, en el fructo de la qual tenía toda su esperança, y después a más no poder se contenta con la rebusca; muerto el [574] infante Veríssimo, su muy querido hijo, mandó traer al palacio al príncipe Cómodo, su único eredero. Julio Capitolino, que fue uno de los que escrivieron de los tiempos de Marco, dize en este passo que, como viesse el padre la demasiada desemboltura y poca vergüença que traýa consigo el príncipe Cómodo, arrasáronsele los ojos de lágrimas al buen viejo, y esto porque le vino a la memoria la vergüença y reposo que tenía consigo el infante Veríssimo; porque los coraçones lastimados lloran con los ojos la prosperidad passada y lloran con el coraçón la calamidad presente.

Aunque Marco, el Emperador, estava por la muerte del hijo muy lastimado, no por esso se descuydó cómo avía de ser criado el príncipe Cómodo, y esto antes que en edad y cuerpo fuesse más crescido; porque al fin al fin no podemos negar sino que tales son los príncipes quando hombres, quales fueron criados quando niños. Conociendo, pues, el buen padre que las malas inclinaciones de su fijo avían mucho de dañarle para la governación del Imperio, mandó buscar en toda Italia para ayos de Cómodo a los más sabios en letras, a los más famosos en fama, a los más virtuosos de hecho, y a los honbres ancianos y de más reposado juyzio; porque assí como el polvo no se sacude del paño fino sino con el palo seco, assí las liviandades de los moços muy moços no se remedian sino con las duras disciplinas de los viejos.

Promulgado el edicto en Roma, y derramada la fama por toda Italia, concurrieron al mandamiento del Emperador muchos y muchas maneras de sabios, a los quales mandó todos examinar, aviendo información de la sangre de sus passados, de la edad de sus personas, del govierno de sus casas, del trato de sus haziendas, del crédito entre sus vezinos, de las sciencias en que eran enseñados; sobre todo fueron examinados no menos de la pureza de sus vidas que de la gravedad de sus personas; porque muchos hombres ay los quales son graves en las palabras públicas y son muy livianos en las obras secretas. Hablando más en particular, mandó que examinassen a los astrólogos en astrología, a los philósophos en philosophía, a los músicos en música, a los oradores en oratoria; y assí de las otras sciencias por orden, en que cada uno dezía ser instruydo. [575] No se contentó el buen Emperador hazer esto una vez, sino muchas; no un día, sino muchos días; no sólo por manos agenas, mas aun por las sus manos proprias. Finalmente, assí fueron examinados todos como si todos fueran uno y aquel uno uviera de quedar solo por ayo.

Para el perfecto conocimiento de las cosas, y para que no erremos en la eleción dellas, a mi parecer no sólo es menester la experiencia propria y tener el juyzio claro, mas aun es necessario el parecer ajeno; porque el conocimiento de las cosas en confuso es fácil, pero la eleción dellas en particular es difícil. Esto se dize a causa que el buen Emperador mandó elegir para ayos de su hijo de muchos, pocos; y, de pocos, los más sabios; y, de los más sabios, los más expertos; y, de los más expertos, los más cuerdos; y, de los más cuerdos, los más reposados; y, de los más reposados, los más ancianos; y, de los más ancianos, los más generosos. Por cierto digna es de loar la tal eleción; porque aquéllos son verdaderos ayos de príncipes que son generosos en la sangre, ancianos en la edad, honestos en la vida y hombres de poca locura y mucha experiencia. Según las siete artes liberales, eligiéronse dos maestros de cada una, de manera que era el príncipe uno y los ayos y maestros eran quatorze, pero con todo esto las obras del príncipe Cómodo salieron muy aviessas de lo que desseava Marco; porque el fin del padre fue enseñar al hijo todas las sciencias, y el estudio del fijo fue darse a todos los vicios.

A fama de tan gran cosa como era querer dar ayos al príncipe Cómodo, el qual era del Imperio único eredero, y que los tales ayos avían de ser no los más favorescidos, sino los que paresciessen ser más sabios, acudieron en breve tiempo tantos philósophos a Roma, como si resuscitara el divino Platón en Grecia. Y no nos maravillemos que los sabios deseassen tener con el Emperador aquella privança; porque al fin no ay hombre tan sabio ni tan virtuoso, que alguna vez no se vaya en pos de los favores del mundo. Como eran muchos los sabios, y solos xiiii se eligieron de todos, fue necessario despedir a los otros. Fue tan prudente el buen Marco Aurelio en este caso, que a unos con alegre cara, a otros con dulces palabras, a otros con cierta esperança, a otros con dones y [576] presentes, fue despedida aquella hueste de sabios sin que viesse ni oyesse nadie que yvan quexosos; porque no conviene a la generosidad del príncipe el hombre que vino a su casa por solo su servicio se aparte de su cara con algún dessabrimiento.

Este buen Emperador mostróse sabio en buscar tantos sabios, mostróse prudente en la electión de los unos, mostróse muy cuerdo en despedir a los otros contentos, que como vemos cada día por experiencia, aunque las electiones sean buenas, suélense engendrar dellas muy crudas passiones; porque los tales de no ser electos están lastimados y de ver que eligeron a los otros están afrentados. En semejantes casos no se tenga en poco buscar un espediente bueno; porque el platero muchas vezes pide más por la obra que fizo que no por la plata que puso. Quiero dezir que algunas vezes más honra merecen los príncipes por los buenos medios que tuvieron en los negocios que no por los buenos fines que alcançaron en ellos; porque lo uno guía la ventura, mas lo otro encamina la cordura.

No contento con esto, proveyó que aquellos quatorze philósophos posassen en su casa, anduviessen y comiessen a su mesa, acompañassen a su persona. Y esto hazía él por ver si su vida era conforme a su sciencia y sus palabras conformavan con sus obras; porque ay muchos hombres que son dulces en la lengua y infames en la vida. Julio Capitolino y Cina Catulo, que fueron escriptores deste hecho, dizen que era cosa maravillosa ver cómo el buen Emperador los mirava, ver si eran sobrios en el comer, si eran templados en el bever, si eran reposados en el andar, si se ocupavan en el estudiar y, sobre todo, si eran cuerdos en el hablar y honestos en el vivir. Pluguiesse a Dios que los príncipes de nuestros tiempos fuessen en esto curiosos y cuydadosos, y no que en fiar los negocios no se les dé nada fiar de unos más que de otros; porque, hablando con devido acatamiento, no le sobra mucha sabiduría al príncipe que comete cosa de importancia al hombre que no sabe si tiene abilidad para ella. Muchos se escandalizan y murmuran cómo los príncipes y grandes señores yerran tantas cosas, y por el contrario yo me maravillo cómo aciertan ninguna, ca si ellos los graves negocios encomendassen a [577] hombres expertos, si acaso errassen una cosa, acertarían ciento; pero como los príncipes se fían de personas no espertas, y aun a las vezes a ellos incógnitas, si aciertan en una, yerran ciento. En este caso digo que no ay cosa que más destruya a los príncipes nuevos que es no fiarse de sus antiguos y fieles criados; porque al fin no sale el amor verdadero sino del que come el pan continuo.

Razón es que tomen aquí exemplo deste príncipe todos los príncipes en buscar para sus fijos buenos ayos; y, si los ayos son buenos y los discípulos salieren aviessos, en tal caso no serán los padres culpados; porque muy gran disculpa es de los príncipes y grandes señores ver que si se pierden sus hijos no es por falta de criança, sino por sobra de malicia. Tenían por costumbre los príncipes romanos de celebrar la fiesta del dios Genio, el qual genio era el dios de su nacimiento, y esta fiesta se celebrava cada año el día en que el Emperador avía nascido, y era la fiesta tan regozijada por toda Roma, que aquel día se perdonavan todos los presos de la cárcel mamortina. Pero es de saber que si avía alguno amotinado los pueblos, o hecho trayción en los exércitos, o avía robado o hecho algún desacato a los templos, jamás por jamás estos tres delictos eran en Roma perdonados. Assí como en la religión christiana el supremo juramento es jurar sobre la ara bendita o sobre los Evangelios consagrados, assí entre los romanos no avía otro mayor juramento que era jurar por el dios Genio. Como era éste supremo juramento no podía ninguno jurarlo sin licencia del Senado, y esto avía de ser en manos de los sacerdotes del dios Genio, y si acaso se jurava este juramento por cosa ligera, el que le jurava caýa en pena de la vida; porque en Roma era ley muy usada que ninguno osasse hazer solenne juramento sin que pidiesse primero licencia al Senado. No permitían los romanos que los hombres mentirosos ni tramposos fuessen creýdos por sus juramentos, y tampoco consentían que los tales hiziessen juramentos, ca dezían ellos que los hombres perjuros blasfeman de los dioses y engañan a los hombres.

El sobredicho Emperador Marco Aurelio nasció en el mes de abril, a veynte y siete días andados. Y, como él nasciesse en [578] Roma en el monte Celio, acaso un día celebrávase la fiesta del dios Genio, que era el día que nasció Marco. Vinieron allí a solazar la fiesta gladiatores, y estriones, y pantomimos, y (como si dixéssemos) dançadores de espadas y atabales y juglares; porque los romanos en sus grandes fiestas toda la noche se ocupavan en ofrecer a los dioses sacrificios y después todo el día espendían en plazeres y juegos y juglares de plazer. Hazían, pues, aquellos juglares tales y tantas cosas de burla, que a todos los que las miravan provocavan a risa. Y eran los romanos tan estremados en las cosas de burla y en las cosas de veras, que en los días de plazer no avían de parecer los que tenían pesar y por contrario en el día de pesar no avían de parecer los que tenían plazer, por manera que en los actos públicos todos avían de llorar o todos avían de reýr. Dize Cina Catulo que este buen Emperador era tan bien acondicionado, que holgava que se holgassen todos, y regozijávase si se regozijavan todos; y siempre quando el pueblo romano hazía alguna gran fiesta, él salía en persona a auctorizársela, y mostrava en ella tanta alegría como si él solo y no otro gozara de aquella fiesta; porque de otra manera, teniendo el príncipe triste la cara, ni deve, ni osará ninguno mostrar alegría. Dizen deste buen Emperador sus historiadores que en las fiestas y grandes regozijos jamás le vieron menos alegre de lo que convenía a la fiesta, ni jamás en él vieron tan sobrada alegría, que excediesse a la gravedad de su persona; porque el príncipe que de virtud y generosidad es presuntuoso, gran falta le es si en las cosas de veras no es pesado y en las cosas de burla le notan de liviano.

Como agora andan los príncipes rodeados de hombres armados, assí andava este buen Emperador acompañado de muy sabios philósophos; y lo que más es y en más se ha de tener, que en las fiestas y grandes regozijos van los príncipes cargados de hambrientos truhanes, yva entonces Marco Aurelio acompañado de hombres prudentes. De verdad él fazía como prudentíssimo varón; porque teniendo el príncipe cabe sí buena compañía, impossible es que murmuren dél en su república. Dize Sexto Cheronense que un senador, llamado Fabio Patroclo, viendo que Marco el Emperador sienpre yva [579] al Senado y a los theatros rodeado de sabios, díxole jocosamente: «Di, señor, ¿por qué no vas al theatro como al theatro y al Senado como al Senado; porque al Senado han de yr los sabios a que nos den consejo y al theatro han de yr los locos para que nos den algún passatiempo?» Respondióle a esto el buen Marco Aurelio: «Amigo, hágote saber que vives muy engañado, ca al Sacro Senado, do están tantos sabios, querría yo llevar a todos los locos porque allí los tornassen cuerdos; y al theatro, do están todos los locos, querría yo llevar a todos los sabios porque no me dexen tornar loco.» Fue por cierto esta sentencia como de la persona que fue dicha. Amonesto y mucho amonesto a los príncipes y grandes señores que, quando trataren con truhanes y con locos, huelguen de tener cabe sí algunos hombres sabios, en especial si los locos son maliciosos; porque en los coraçones generosos más lastima una palabra con malicia que no una saetada con yerva.

Viniendo, pues, al caso, como el buen Emperador estuviesse en la fiesta del dios Genio, y juntamente estuviessen allí los quatorze ayos que avían de ser del príncipe Cómodo, un truhán más gracioso que todos hizo lo que los semejantes en semejantes lugares suelen hazer; porque en las semejantes liviandades el hombre que dize mayores desatinos, aquél comúnmente es más amado de todos. Marco Aurelio, como era tan sabio, más empleava los ojos en mirar a los quatorze maestros que no en cevarlos en ver lo que hazían los locos; y acaso vio que los cinco de aquellos maestros, con el gran regozijo que hazían los locos, pateavan con los pies, ladeávanse en las sillas, hablavan algo alto y reýanse demasiado, lo qual todo en varones muy estimados cierto fue desonesto; porque la honestidad y compostura del cuerpo gran testimonio es de estar el coraçón reposado. Visto por el Emperador la liviandad de los cinco sabios, y que todos los graves romanos estavan escandalizados dellos, sintiólo muy de coraçón, assí por averlos allí traýdo, como por aver en la electión errado; pero aprovechóse allí tanto de su sabiduría, a que no sólo no mostró estar afrentado, pero aun dissimulava que no lo avía visto; porque los príncipes sabios han de sentir las cosas como hombres, pero hanlas de dissimular como discretos. [579]

No quiso el Emperador luego en la hora allí amonestarlos, ni menos delante de otros reprehenderlos, sino que dexó passar la fiesta, y aun algunos días después della, los quales passados, el Emperador los habló mucho en secreto, no diziéndoles cosa alguna en público, en lo qual él se mostró príncipe clementíssimo; porque a la verdad muy injusta es la correción pública a la qual no ha precedido amonestación secreta. Las cosas que Marco Aurelio dixo a estos cinco ayos quando los echó de su compañía escrívelas él mismo en el tercero libro, capítulo quinto, so el título Ad stultos pedagogos, y dize que les dixo estas palabras. [580]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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