La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo X
En el qual Marco Aurelio prosigue su plática contra los juezes crueles, y pone una muy notable plática que un embaxador del reyno de Judea fizo en el Senado de Roma, quexándose de los juezes que governavan aquella tierra.


En el año tercero después quel gran Pompeyo tomó a la ciudad de Helia, que agora se llama Hierusalén, a la sazón era adelantado en aquella tierra por los romanos un romano que avía nonbre Valerio Graco, el qual era diestro en las armas, mañoso en los negocios y honesto en la vida; pero junto con esto en la conversación era dessabrido y en el administrar de la justicia era muy riguroso. Como los judíos se vieron no sólo subjectos, mas aun maltratados de los romanos, acordaron de embiar su embaxada a Roma para que informassen al Senado de las tyranías que passavan en aquella tierra. Y para este efecto embiaron a un judío, hombre anciano según parecía en sus canas, y muy docto en las letras hebraycas, griegas y latinas; porque los hebreos son de su mismo natural para las sciencias muy ábiles y para las armas muy covardes. Venido, pues, aquel hebreo de Judea a Roma, habló en el Senado desta manera:

«¡O!, Padres Conscriptos, ¡o!, pueblo venturoso; vuestros venturosos hados lo permitiendo o, por mejor dezir, nuestro Dios a nosotros nos desamparando, Hierusalem, que de todas las ciudades era señora en Asia y de todos los hebreos era madre en Palestina, vémosla agora ser sierva y tributaria de Roma, del qual caso ni nosotros nos hemos [675] de maravillar, ni vosotros os avéys de ensobervescer; porque los árboles más altos, aquéllos son de los vientos más combatidos. Grandes fueron los exércitos con que fuemos por Pompeyo enseñoreados, pero muy mayores fueron nuestros pecados, pues por ellos merescemos ser de nuestro Dios desamparados; porque nosotros, los hebreos, tenemos un Dios que no nos pone debaxo del bien o del mal de fortuna, sino que nos govierna con su misericordia y justicia.

Quiero que oygáys una cosa de mi boca, y más quisiera que la viérades por experiencia, y es que tenemos nosotros un Dios tan bueno, que si entre cincuenta mil malos uviera de nosotros solos diez mil buenos, viérades los romanos como lo vieron los egypcios quánto valía y podía más nuestro Dios solo que todos los dioses vuestros juntos. Nosotros los hebreos un solo Dios tenemos, un solo Dios adoramos, en un solo Dios creemos, y a Éste desseamos servir, aunque no le servimos. Y, caso que no le serviéssemos, con tal que no le ofendiéssemos, Él es tan bueno, que ni nos haría provar a qué sabe su rigurosa mano, ni a nuestro triste pueblo pornía como puso en captiverio. Ni nuestro Dios nos puede engañar, ni lo que dizen nuestras escripturas pueden mentir, y es que no más de quanto nosotros fuéremos pecadores, tanto vosotros seréys nuestros señores; y quanto durare la yra del Dios de los hebreos, tanto durará la potencia de los romanos; porque al nuestro desdichado reyno no os le dio nuestro Dios por vuestros méritos, ni aun porque érades dél legítimos erederos, sino porque fuéssedes verdugos de nuestros pecados. Después que la voluntad de nuestro Dios fuere complida, después que fuere alçada su yra, después que nosotros uviéremos purgado la culpa, después que él nos mire con sus ojos de clemencia; nosotros cobraremos lo que emos perdido y vosotros perderéys lo que avéys mal ganado. Y podría ser que, como agora nosotros de vosotros somos mandados, verná tiempo que nosotros de vosotros seamos obedescidos. Y porque en esta materia los ebreos sienten uno, y vosotros, los romanos, sentís otro, y ni vosotros me avéys de poder hazer [676] adorar a muchos dioses, ni yo seré tampoco bastante de atraeros a creer en un Dios; remítolo todo al Dios y Criador de todas las cosas, con cuya potencia somos criados y con cuya bondad somos regidos.

Veniendo, pues, al caso de mi embaxada, ya sabéys cómo desde inmemorable tiempo acá siempre Roma ha tenido paz con Judea y Judea ha tenido amistad con Roma, por manera que nosotros os favorescíamos en la guerra y vosotros nos conservávades en la paz. No ay cosa más desseada de todos en general que es la paz, y no ay cosa más aborrescida que es la guerra, y con todo este presupuesto vémoslo con nuestros ojos, y aun leémoslo de nuestros passados: que siempre el mundo estuvo en contienda y sienpre la quietud estuvo desterrada; porque a la verdad, si vimos a muchos sospirar por la paz, a muchos más vemos emplearse en la guerra. Si vosotros desechássedes a los que os remotinan a mal nos querer, y nosotros no creyéssemos a los que nos incitan para nos rebelar, ni Roma sería tan cruel con Judea, ni Judea aborrescería tan de coraçón a Roma. La mayor señal y la mayor coluna de la paz es quitar de por medio a los perturbadores de la paz; porque muchas vezes se pierden las amistades y se incitan las guerras no tanto por el interesse de los unos ni de lo otros, quanto por la indiscreción de los medianeros. Quando una república está levantada contra otra república, es impossible que duren mucho los enojos si los que se atravessaron de por medio son cuerdos; pero si acaso el que tomó la mano es más apassionado en el negocio, que no lo es el enemigo con quien yo me combato, al tal dirémosle que mayor maña se da a echar en la lumbre leña, que no traer agua para matarla.

Todo esto digo, romanos, a causa que, después que fue desterrado Archelao, hijo del gran rey Erodes, de Judea, avéysnos embiado en su lugar a Pomponio, y Marco, a Rufo, y Valerio para que fuessen adelantados y juezes nuestros, los quales han sido quatro landres o plagas, la menor de las quales abastava emponçoñar a toda Roma, ¡quánto más al pobre reyno de Palestina! ¿Qué mayor monstruosidad puede [677] ser, que los juezes que embía Roma a quitar las costumbres malas de los malos sean ellos inventores de nuevos vicios? ¿Qué mayor afrenta se puede hazer a la justicia, que los juezes que avían de castigar las mocedades de los moços se glorían de ser capitanes de livianos? ¿Qué mayor infamia para Roma, que los que han de ser justos en toda justicia y dar de sí exemplo en todas las virtudes sean malos en toda maldad y sean mollidores para todos los vicios? ¿En qué se paresce más vuestro descuydo y su tyranía, sino que públicamente dizen todos en Asia que los ladrones de Roma ahorcan a los ladrones de Judea? ¿Qué más queréys que os diga, ¡o! romanos, sino que ya tenemos en poco a los ladrones que saltean en las fieras montañas en comparación de los juezes que nos roban en nuestras casas proprias?

¡O!, quán tristes fueron nuestros hados el día que a los romanos fuimos subjectos, en que ya ni tememos a los ladrones que nos roban en los caminos, ni tememos al huego que nos quema la hazienda, ni tememos a los tyranos que nos hazen guerra, ni tememos a los assirios que nos saquean la tierra, ni tememos a los ayres corruptos que nos traen pestilencia, ni tememos a la pestilencia que nos quita la vida; pero tememos a vuestros crudos juezes que nos perturban la república y nos roban la fama. No sin causa digo que perturban la república, ca dexado lo que dizen, dexado lo que intentan, dexado lo que roban; luego escriven al Senado por congraciarse con él no lo bueno que hallan en los ancianos, sino las mocedades que veen en los moços, y como acá los senadores lo oýs y no lo veys, days más crédito a uno que ha tres meses sólo que entró en la provincia, que no a los que ha treynta años que goviernan a la república. Catad, senadores, que en este Senado os han puesto por más sabios, por más honestos, por más esperimentados y por más cuerdos. Pues en esto más que en todo se verá si soys cuerdos: en que no creáys a todos; porque si son muchos y de muy varias naciones los que a vosotros tratan, muy más varias son las intenciones y fines con que os hablan.

Miento si no han vuestros juezes tanto torcido en la justicia y afloxado en la disciplina, que han a la juventud de Judea [678] enseñado invenciones de vicios, que ni de nuestros padres fueron oýdas, ni en los libros leýdas, ni aun en nuestros tiempos vistas. Vosotros, los romanos, como soys valerosos y poderosos, desdeñáysos tomar consejos de los hombres que pueden poco, lo qual no devríades hazer, ni aun a vuestros amigos aconsejar; porque saber y tener no todas vezes se suelen parear. De quantos consejos ha tomado Judea de Roma, tome agora éste Roma de Judea, conviene a saber: que si ganaron vuestros capitanes muchos reynos derramando sangres, hanles de conservar vuestros juezes no con rigurosidad derramando sangres, sino con clemencia juntando coraçones. ¡O! romanos, amonestad, mandad, rogad y avisad a los juezes que embiáys a governar las provincias estrañas que empleen más sus coraçones en el bien del reyno que no las manos en aumentar vuestro fisco; porque de otra manera infamarían a los que los embían y dañarían a los que goviernan. No por otra cosa vuestros juezes no son obedescidos en las cosas justas, sino porque mandaron primero muchas cosas injustas. Los mandamientos justos hazen los coraçones blandos, y los mandamientos injustos tornan a los hombres duros. Es la malicia humana tan inclinada a mandar, y esle tan enojoso venir a ser mandada, que aun mandándonos bien obedescemos mal, ¡quánto más, mandando mal, querer ser obedescidos bien!

Creedme, romanos, una cosa, y no dubdéys en ella. Y es que de la mucha liviandad y poca madureza en los juezes ha nascido el poco temor y la mucha desvergüença en los súbditos. Todo príncipe que diere cargo de justicia al que vee no ser ábile para ella (y esto no tanto porque sabe bien administrar la justicia, sino porque se da buena maña en aumentar la hazienda) téngase por dicho que, quando no catare, verá su honra en infamia, su crédito perdido, su fazienda desminuyda y algún notable castigo en su casa. Y porque tengo otras cosas para en secreto, quiero concluyr esto que es público, en que finalmente digo que, si queréys conservar nuestro reyno (por el qual os pusistes en muchos peligros), guardadnos en justicia y teneros emos en reverencia; mandad como romanos y obedesceremos como [679] hebreos; dadnos un presidente piadoso y ternéys a todo el reyno seguro. ¿Qué más queréys que diga, sino que, si no soys crudos en castigar nuestras flaquezas, seremos muy obedientes a vuestras premáticas? Antes que nos provéys a mandar, tened por bueno de nos rogar; porque rogando con mansedumbre y no mandando con presumpción hallaréys en nosotros el amor que suelen hallar los padres en los hijos, y no la trayción que suelen hallar los señores en sus siervos.» [680]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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