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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XVII
En el qual el auctor amonesta a los príncipes y grandes señores en que, quanto más les cargaren los años, tanto más son obligados a afloxar en los vicios.


Aulo Gelio, en el segundo libro De noctibus acticis, dize que fue costumbre entre los romanos antiguos de honrar y tener en gran veneración a los viejos, y era ésta tan inviolable ley entre ellos, en que ninguno que fuesse generoso en sangre, ni que fuesse poderoso en riquezas, ni que fuesse venturoso en vencer batallas, podía preceder a los muy viejos ya cargados de canas, por manera que como a dioses los adoravan y como a sus padres los honravan. Entre otras, estas preeminencias tenían los viejos, es a saber: que en los combites ellos se assentavan en cabecera; en los triumphos ellos yvan delante; en los templos ellos se assentavan solos; en el Senado primero hablavan que todos; en el vestir ellos tenían los vestidos doblados; en el comer ellos solos podían cenar ascondidos; en los testimonios sólo por su palabra avían de ser creýdos. Finalmente digo que a los viejos en todas las cosas los servían y en ninguna cosa los enojavan.

Después que el Pueblo Romano emprendió guerra en Asia, luego afloxaron las buenas costumbres de Roma, y fue la ocasión desto que, como no tenían gente para sustentar la república a causa de la mucha gente que moría en la guerra, ordenaron los romanos que se casassen todos los mancebos, y todas las donzellas, y todas las biudas, y todos los biudos, y todos los libertos, y todos los esclavos; y que la honra que hasta allí se hazía a los viejos, dende en adelante se hiziesse a los hombres casados, aunque fuessen moços, por manera que el [718] más honrado en Roma era no el que tenía muchos años, sino el que tenía muchos hijos. Esta ley se hizo poco antes del primero bello púnico, y llámase primero bello púnico la primera guerra que uvo entre Roma y Carthago. Duró esta costumbre de ser más honrados los casados que no los viejos hasta el Emperador Augusto, el qual fue tan enemigo de novedades, que renovó en Roma todos los muros de piedras nuevas y renovó en la república todas las buenas costumbres antiguas. Ligurgo ordenó en las leyes que dio a los lacedemonios que, quando passassen cabo los viejos, los moços hiziessen gran reverencia a los viejos; y ordenó que, doquiera que hablassen los viejos, fuessen obligados de callar los moços; y ordenó que, si por caso algún viejo perdiesse la hazienda y viniesse a estrema pobreza, que el tal pobre viejo fuesse sustentado de la república, y que en la tal sustentación se tuviesse respecto no sólo de socorrerle para sustentar, mas darle para se regalar.

Plutarco en su Apothémata cuenta que, andando Catón Censorino visitando los barrios de Roma, halló a un viejo a la puerta de su casa solloçando y de sus ojos muchas lágrimas llorando; y, preguntado por Catón cómo estava tan maltratado y por qué a la sazón estava tan lastimosamente llorando, respondióle el viejo:

«¡O!, Catón, los dioses consoladores te consuelen en toda angustia, pues te has hallado en poderme consolar en esta tan triste hora, que, como tú mejor que yo sabes, las consolaciones del coraçón son como las melezinas del cuerpo, las quales aplicadas en un tiempo sanan, y a las vezes usando dellas en otro tiempo dañan. Pues ves a mis manos enclaviiadas, a mis pies hinchados, a mi boca sin dientes, a mi cara arrugada, a mi barba blanca, a mi cabeça pelada; siendo como eres discreto, escusado sería preguntarme por qué lloro; porque los hombres ya de mi edad, aunque no lloren por lo poco que tienen, devrían siempre llorar y sospirar por lo mucho que viven. El hombre que está cargado de años, atormentado de enfermedades, perseguido de enemigos, olvidado de sus amigos, visitado de infortunios y rodeado de disfavor y pobreza; el tal yo no sé para qué [719] quiere larga vida, porque los dioses no ay cosa con que más se venguen de los vicios que cometimos, que es con darnos muchos y muy largos años. Si, como agora soy viejo, fuesse moço, y algún moço me hiziesse alguna injuria, por cierto yo no rogasse a los dioses que le diessen la muerte, sino que le alargassen la vida; porque al hombre que vive mucho lástima es oýrle lo que ha passado. Sabe si no lo sabes, Catón, que yo tengo edad de setenta y siete años, y en este tiempo he enterrado a mi padre y a mi madre, y a una abuela, y a dos tías, y a cinco tíos. Después enterré a nueve hermanas y a onze hermanos; en pos dellos enterré a tres mugeres legítimas y a cinco esclavas que tuve por amigas. Enterré assimismo a quatorze hijos varones y a siete hijas casadas. No contenta con esto la muerte, enterré treynta y siete nietos y quinze nietas, y (lo que es más lastimoso de todo) enterré a dos amigos míos, uno que morava en Capua y otro que residía aquí en Roma, la muerte de los quales sentí más que toda la de mi casa y parentela; porque no ay en el mundo ygual pérdida con perder hombre al que de coraçón ama y dél es amado. Contentarse devieran los tristes hados con aver poblado a mi casa de tan grandes infortunios, sino que, después de todo y sobre todo, dexáronme un maldito nieto que me eredasse, y dexáronme a mí para que toda mi infelice vida llorasse. ¡O!, Catón, por lo que deves a bueno te ruego, y por los immortales dioses te conjuro que, pues eres romano virtuoso y eres censor del pueblo, proveas una de dos cosas, es a saber: que este mi nieto me sirva o des orden en que yo muy presto me muera; porque muy gran crueldad es que me persigan los que son vivos, pues ha quarenta y dos años que no hago sino llorar muertos.»

Informóse muy bien Catón de lo que el viejo se quexava y, como hallasse ser verdad lo que le dezía, llamado en su presencia el moço, díxole Catón esta palabra:

«Si fueras tú, hijo, el que avías de ser, a mí escusaras de pena y a ti de trabajo; mas, pues assí es, ruégote que tengas en lo que te mandare paciencia, y sey cierto que no te [720] mandaré cosa que no sea conforme a justicia; porque los moços viciosos como tú mayor vergüença han de tener por las mocedades que cometieron que no pena por la pena que por ellas les dieron. Mando lo primero que seas públicamente açotado, porque traes a tu abuelo roto y suzio. Mando lo segundo que de todos los confines de Roma seas desterrado, y esto porque eres moço vicioso. Mando lo tercero que seas de todos los bienes que eredaste deseredado porque no obedesces a tu abuelo; y la causa porque doy esta tan cruda sentencia es porque de aquí adelante no se atrevan los moços a desacatar y desobedescer a los viejos, y aun también porque no piensen los que eredaron muchos dineros les han de consentir sean más viciosos que otros.»

Phálaris, el tyrano, escriviendo a un amigo suyo que era viejo, dízele una palabra, la qual paresce más de philósopho que no de tirano, y es ésta: «Maravillado (y aun escandalizado) estoy de ti, amigo mío Verto, en saber como sé que en los años eres muy viejo y en las obras eres no poco moço; y, aunque me pena que ayas perdido el crédito de saber en la Academia, más me pesa en que por ti se perderá el privilegio que suelen tener los viejos en Grecia, conviene a saber: que todos los salteadores, todos los ladrones, todos los fementidos y todos los homicianos, más seguros estavan quando se asían de las canas de los viejos que no quando se acogían a las aras de los templos.» ¡O!, quánta bondad, ¡o!, quánta integridad, ¡o!, quánta prudencia, ¡o!, quánta cordura, ¡o!, quánta innocencia devían tener en sí antiguamente los hombres viejos, pues en Roma los honravan como a dioses y en Grecia se acogían a sus canas como a los templos.

Plinio, en una epístola que escrive a Fábato, dize que Pirro, rey de los epirotas, preguntó a un philósopho que traýa consigo que quál era la mejor ciudad del mundo. Respondió aquel philósopho: «La mejor ciudad de todo el mundo es Molerda, lugar que es de dozientos fuegos en Achaya, porque los muros todos son de piedras negras y los que la goviernan tienen todos las cabeças blancas. (E dixo más.) ¡Ay de ti, Roma!, ¡ay de ti, Carthago!, ¡ay de ti, Numancia!, ¡ay de ti, Athenas!, [721] ¡ay de ti, Egypto!; cinco ciudades que se tienen por las mejores del mundo, de cuya opinión yo soy contrario, porque en ellas se precian tener los muros muy blancos, y no han vergüença de tener en sus senados senadores moços.» Bien habló este philósopho, y pienso que ninguno dirá menos de lo que yo digo. Este nombre senex es nombre latino y quiere dezir viejo, y deste nombre senex desciende este nombre senador, que assí se llamavan los que governavan a Roma; porque el primero rey que fue Rómulo eligió cien hombres viejos para governar la república y mandó que toda la otra juventud romana se empleasse en la guerra.

Pues emos dicho la honra que en los tiempos antiguos se hazía a los hombres antiguos, razón es de saber agora desde qué año en adelante contavan a los hombres ser viejos para que los honrassen por viejos; porque los dadores de las leyes, como establescieron las honras que a los viejos se avían de hazer, también ordenaron desde qué día y año avían de començar. Muchos de los philósophos antiguos pusieron seys edades, desde que el hombre nace hasta que el hombre muere, es a saber: puericia, que dura hasta los siete años; infancia, que dura hasta los dezisiete; juventud, que dura hasta los treynta; viril edad, que dura hasta los cincuenta y cinco años; senetud, que dura hasta los setenta y ocho; decrépita edad, que dura hasta la muerte; y desta manera llamavan a uno viejo desde que cumple los cincuenta y cinco años. Aulo Gelio, libro x, capítulo xxvii, dize que Tulio Hostilio, rey que fue de los romanos, acordó de contar todos los viejos y mancebos que avía en el pueblo, y sobre averiguar quáles se llamarían infantes, y quáles se llamarían moços, y quáles se llamarían viejos, uvo no poca contienda entre los philósophos romanos. Finalmente determinóse por el rey y por el Senado que los hombres hasta los dezisiete años se llamassen infantes, y hasta los quarenta y seys se llamavan moços, y que desde los quarenta y siete se llamassen viejos.

Si queremos guardar la ley de los romanos, ya sabemos desde qué tiempo somos obligados de llamar y honrar a los hombres por viejos, mas junto con esto es razón que sepan los viejos a qué proezas y virtudes son obligados para que con [722] razón y no con fictión sean servidos; porque (hablando la verdad) si cotejamos obligación con obligación, más obligación tienen los viejos a la virtud que no los mancebos a la servidumbre. No podemos negar que, de todos los estados, de todas las naciones, grandes y pequeños, viejos y moços, son obligados a ser virtuosos, pero en este caso más culpa ternían los unos que no los otros; porque muchas vezes el moço, si peca, es porque le falta experiencia, mas el viejo, si peca, es porque le sobró malicia. Séneca, en una epístola, dize estas palabras: «Hágote saber, Lucilo, amigo mío, que estoy muy enojado, estoy muy quexoso, y estólo no de algún amigo o enemigo, sino de mí mismo y no de otro. Y la razón que para esto tengo es que me veo en los años viejo y me siento en los vicios moço, por manera que es muy poco lo que he servido a los dioses y es muy menos lo que he aprovechado en los hombres. (E dize más Séneca.) El que se precia de ser viejo y quiere por viejo ser honrado deve ser templado en el comer, honesto en el vestir, sobrio en el bever, atentado en el hablar, prudente en el aconsejar; finalmente deve ser muy paciente en los dolores que le combaten y muy limpio de los vicios que le tientan.» Digno es de mucha loa el gran Séneca en dezir tales palabras, pero mucho más lo serán los viejos si conforme a ellas hazen las obras; porque si de los contrarios vicios los viéssemos apartados y de tales virtudes los viéssemos compuestos, dexar los ýamos de servir y començarlos ýamos de adorar. [723]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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