La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo LI
Do el secretario Panucio sigue su plática, y persuade a los que se mueren que por ninguna cosa que dexan en esta vida deven llevar en la muerte pena.


Pues la vida queda sentenciada por mala, no resta sino que aprovemos todos la muerte ser buena. ¡O!, si pluguiesse a los immortales dioses que, como yo te vi muchas vezes esta materia discutir, assí te supiesses agora della aprovechar; pero ¡ay, dolor! que al hombre muy sabio a las vezes le falta más aýna el consejo. Ninguno ha de ser tan amigo de su consejo proprio, que no se deva dexar al parescer ageno; porque el hombre que quiere dar de cabeça y en todas las cosas seguir su parecer téngase por dicho que en todas o en las más ha de errar. ¡O!, Marco, señor mío, pues eres sabio, eres agudo, eres experimentado y eres anciano, ¿por ventura no tenías adevinado que, como enterraste a tantos, alguno avía de enterrar a ti? ¿Qué pensamientos eran los tuyos en pensar que, viendo tú el fin de sus días, no avían de ver otros el fin de tus años? Pues mueres rico, mueres acompañado, mueres honrado, mueres anciano y, sobre todo, mueres en servicio de la república, ¿por qué temes entrar en la sepultura? Siempre fueste amigo de saber assí cosas passadas como cosas ocultas; pues tú has provado ya a qué saben las honras y las deshonras, la riqueza y la pobreza, la prosperidad y la adversidad, el alegría y la tristeza, el amor y el temor, los vicios y los regalos; parésceme que no te queda ya qué saber sino saber a qué sabe la muerte, y aun te juro que aprendas más en una hora de muerte que en cien años de vida. Pues tú eres bueno, presumes de bueno y has vivido como bueno, ¿no vale [904] más que mueras y te vayas para tantos buenos, que no que escapes y vivas entre tantos malos?

Que sientas la muerte no me maravillo, porque eres hombre; pero maravíllome que no la dissimulas, pues eres discreto. Los hombres cuerdos muchas cosas sienten en el coraçón que les dan pena, pero dissimúlanlas de fuera por el pundonor de la honra. Si toda la ponçoña que en un triste coraçón está opilada se derramasse hecha granos por la carne, ni abastarían paredes para arrimarnos, ni uñas para rascarnos. ¿Qué otra cosa es la muerte sino una trampa con que se cierra la tienda ado se venden todas las miserias desta mísera vida? ¿Qué perjuyzio nos hazen los dioses quando nos llevan para sí, sino que de casa pagiza nos mudan a casa nueva? ¿Y qué otra cosa es la sepultura sino un castillo en que nos encastillamos contra los sobresaltos de la vida y contra los baybenes de la fortuna?

Por cierto que te ha de poner más cobdicia lo que hallamos en la muerte, que lástima lo que dexarás en la vida. Si te da pena Helia Fabricia, tu muger, a causa que está moça, no te fatigues, porque bien descuydada está agora ella en Roma del peligro en que tienes tu vida; y al fin, de que lo sepa, pues ella no se congoxará por tú te morir, no te fatigues tú por ella embiudar. Las mugeres moças como ella, y que son casadas con viejos como tú, al tiempo que se les mueren los maridos, los ojos tienen en lo que han de hurtar y el coraçón con el que se han de casar, y (hablando con devido acatamiento) quando más muestran llorar con los ojos, entonces les retoça más la risa en los pechos. No te fíes en pensar que la Emperatriz, tu muger, es moça, y que no hallará otro emperador con quien se case; ca las tales trocarán brocado raýdo por sayal con pelo. Quiero dezir que más quieren a un pastor moço que no a un emperador viejo. Si te pena por los hijos que dexas, yo no sé por qué, que a la verdad, si a ti pesa agora porque mueres, más les pesava a ellos porque vivías. Unica ave fénix es el hijo que no dessea la muerte a su padre, en que si es pobre, por no le mantener; y si es rico, por más presto le heredar. Pues si esto es assí, como de verdad es assí, no me paresce cordura que canten ellos y llores tú. Si te pena dexar los palacios hermosos y los edificios superbos, no te congoxes [905] por ellos, que yo te juro por el dios Júpiter que, pues la muerte acabó a ti a cabo de sessenta años, que el tiempo consuma a ellos a menos de quarenta. Si te congoxa dexar la compañía de tus amigos y vezinos, no tomes tampoco pena por ellos, pues ellos no la tomarán por ti; porque, entre las otras, una de las lástimas que se han de tener a los muertos es que apenas son enterrados quando son olvidados. Si tomas mucha pena por no morir como murieron otros emperadores en Roma, parésceme que deves de ti sacudir esta tristeza; porque bien sabes tú que suele ser Roma con los que más le sirven tan ingrata, que aun el gran Scipión no quiso en ella tener sepultura. Si te pena el morir por dexar tan gran señorío como es dexar el Imperio, no puedo yo pensar que tal vanidad cupiesse en tu juyzio; porque los hombres no bulliciosos y retraýdos, quando escapan de los semejantes oficios, no piensan que pierden la honra, sino que sacuden de sí una muy enojosa carga.

Pues si ninguna destas cosas te han de poner cobdicia de la vida, ¿qué te pena a ti en que se entre por tus puertas la muerte? Por una de dos cosas se les haze de mal a los hombres morir, es a saber: por el amor que tenemos a lo que dexamos o por el temor que tenemos a lo que esperamos. Pues si no ay cosa en esta vida que se deva amar, y tampoco ay cosa en la muerte que con razón se pueda temer, ¿por qué ninguno se teme morir? Según lo que suspiras, según lo que lloras, según la pena que muestras; para mí yo creýdo tengo que la cosa que en tu pensamiento estava agora más olvidada era que te mandassen los dioses pagar esta deuda; porque, dado caso que todos piensen que se les ha de acabar la vida, ninguno cree que verná por ellos presto la muerte. De pensar los hombres que nunca se han de morir, jamás comiençan de sus culpas se emendar, por manera que la vida y la culpa todo ha fin en la sepultura. ¿E tú no sabes, Sereníssimo Príncipe, que en pos de la noche prolixa viene la mañana húmida? ¿E tú no sabes que tras la mañana húmida viene el sol muy claro? ¿E tú no sabes que en pos del sol claro se suele añublar el cielo? ¿Y tú no sabes que en pos del ñublado obscuro viene el bochorno pesado; y en pos del bochorno pesado vienen los [906] truenos espantosos; y en pos de los truenos espantosos vienen los relámpagos repentinos; y en pos de los relámpagos repentinos vienen los rayos peligrosos; y en pos de los rayos peligrosos viene el pedrisco importuno? Finalmente digo que después del tienpo muy tempestuoso suele hazer claro y sereno. La orden que llevan en encruelescerse y en amansarse los tiempos, aquélla llevan en vivir y morirse los hombres; porque en pos de la infancia viene la puericia, y en pos de la puericia viene la juventud, y en pos de la juventud viene la senectud, y en pos de la senetud viene la edad decrépita, y en pos del remate de la edad decrépita viene la muerte temerosa; finalmente tras la muerte temerosa esperamos la vida segura. Muchas vezes lo he leýdo, y no pocas a ti lo he oýdo, que solos los dioses como no tuvieron principio no ternán fin.

Tampoco me paresce, Sereníssimo Príncipe, ser condición de hombres cuerdos dessear vivir muchos años; porque los hombres que mucho dessean vivir, o es porque no han sentido los trabajos passados de puros bovos, o es que dessean más tiempo para darse a los vicios. No deves tener tú esta quexa, ni menos morir con esta lástima, pues no te cortaron en flor de la yerva, ni te apartaron verde del árbol, ni te segaron en la primavera, ni tampoco te comieron en agraz de la viña. Quiero por esto que he dicho dezir que, si al tiempo quando te era más dulce la vida llamara a tu puerta la muerte, aunque no tuvieras razón de te quexar, tuviérasla de te alterar; porque muy de mal se le haze a un moço dezirle que se ha de morir y dexar el mundo. ¿Qué es esto, señor mío? ¿Agora que está la pared desmoronada, la flor marchita, la uva podrida, el diente de neguijón, la ropa apolillada, la vayna seca, la lança embotada y el cuchillo boto, assí tienes desseo de tornar al mundo, como si nunca conoscieras al mundo? ¿Sessenta y dos años has estado preso en la cárcel del cuerpo y ya de antiguos se te quieren caer los grillos, y tú agora de nuevo quieres hazer otros nuevos? Quien no se harta en sessenta y dos años de vivir en esta muerte o de morir en esta vida, no se hartará en sessenta mil.

El Emperador Augusto dezía que, después que los hombres viven cincuenta años, o de su voluntad se avían de morir, [907] o por fuerça se avían de hazer matar; porque todos los que han tenido alguna felicidad humana hasta allí es la cumbre y término della. Lo demás que los hombres viven de aquella edad todo se les passa en enfermedades graves, en muertes de fijos, en pérdidas de hazienda, en importunidades de yernos, en enterrar amigos, en sustentar pleytos, en pagar deudas, en suspirar por lo passado, en llorar lo presente, en dissimular injurias, en oýr lastimosas nuevas y en otros infinitos trabajos, los quales valiera más a ojos cerrados esperarlos en la sepultura, que no teniéndolos abiertos sufrirlos en esta mísera vida. Al que a los cincuenta años llevan los dioses desta triste vida lo más enojoso ahorra de ver della, por manera que todo lo demás que un hombre vive, va cuesta baxo, no caminando sino rodando, y aun tropeçando y cayendo.

¡O!, Marco, señor mío, ¿y tú no sabes que por el camino que va la vida viene la muerte? ¿Y tú no sabes que ha sessenta y dos años que la vida anda huyendo de la muerte y la muerte ha otro tanto que anda en busca de tu vida; y la muerte partiendo del Illírico (do dexa una grave pestilencia) y tú partiendo de tu casa os avéys aquí topado en Pannonia? ¿E tú no sabes que quando de las entrañas de tu madre saliste a enseñorear la tierra, luego la muerte salió de la sepultura en busca de tu vida? Tú siempre presumiste no sólo ser honrado, mas aun honroso; pues si esto es assí, ¿por qué como honravas a los embaxadores de los príncipes que te los embiavan por su provecho, por qué no honras a ésta que te embían los dioses más por tu provecho que no por su servicio?

Bien te acordarás que, quando Vulcano, mi yerno, me entoxicó, y esto más con cobdicia de mi hazienda que no con desseo de mi vida, tú, señor mío, me fueste a la cama a consolar; y me dixiste que los dioses eran crueles en matar a los moços y eran piadosos en llevar a los viejos; y aún me dixiste más: «Consuélate, Panucio, y no te congoxes en dexar al mundo; porque si naciste para morir, agora mueres para vivir.» Pues, Sereníssimo Príncipe, lo que me dixiste, te digo; lo que me aconsejaste, te aconsejo; y lo que me diste, te torno; finalmente de aquella vendimia toma esta rebusca. [908]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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