Nicola Abbagnano, Diccionario de filosofía [1961]
Fondo de Cultura Económica, México 1963 (2ª 1974)
páginas 774-778

Materia

(gr. u5lh; lat. materia; ing. matter; franc. matière; alem. Materie; ital. materia). Uno de los principios que constituyen la realidad natural, o sea los cuerpos. Las definiciones principales que se han dado de la materia son las siguientes : 1) la materia como sujeto; 2) la materia como potencia; 3) la materia como extensión; 4) la materia como fuerza; 5) la materia como ley; 6) la materia como masa; 7) la materia como densidad de campo. Las primeras cuatro son definiciones filosóficas, las dos últimas, científicas.

1) La definición de la materia como sujeto alterna, en Platón y Aristóteles, con la de la materia como potencia. Según este concepto, la materia es receptividad o pasividad y Platón, en este sentido, la denomina madre, de las cosas naturales ya que ella «acoge en sí todas las cosas pero no toma nunca forma alguna que semeje a las cosas en cuanto es codo la cera que recibe la impronta» (Tim., 50 b-d). En este sentido, la materia es el material ordinario, amorfo, pasivo y receptor del que se componen las cosas naturales. Aristóteles denomina a este material sujeto (u2pokeíenon). «Denomino materia –dice– al sujeto primero de [775] una cosa, o sea del sujeto del cual se genera la cosa no accidentalmente» (Fís., I, 9, 192 a 31). Como sujeto, la materia «es lo que permanece a través de los cambios opuestos, como por ejemplo, en el movimiento lo móvil permanece igual aun encontrándose aquí o allá, a intervalos, y en el cambio cuantitativo permanece igual lo que resulta más pequeño o más grande, y en el cambio cualitativo permanece igual lo que a veces está en buena salud y a veces no» (Met, VIII, 1, 1042 a 27). En su aspecto de sujeto, la materia carece de forma, es indeterminada, por lo tanto, de suyo incognoscible (Ibid., VII, 11, 1037 a 27; VII, 10, 1036 a 8), caracteres poseídos de modo eminente por la «materia prima», o sea por la materia que no constituye el material (el bronce o la madera, por ejemplo) de que está hecha la cosa, sino el sujeto común e incognoscible de todos los materiales (Ibid,, IX, 7, 1049 a 18 ss.). El concepto de la materia como concepto pasivo fue adoptado por los estoicos que caracterizaron justo así a la materia (Dióg. L, VII, 134). Por este carácter de pasividad, que la dispone a recibir la acción creadora de la Razón divina (el principio activo), los estoicos denominaron «sustancia primera» a la materia (Dióg. L., VII, 150; cf. Séneca, Ep., 65, 2). Plotino no hizo más que llevar al límite esta concepción de la materia afirmando que «no es alma, ni intelecto, ni vida, ni forma, ni razón, ni límite (ya que es ausencia de límite), ni potencia (¿qué es lo que podría crear?). Privada, como está, de todos los caracteres, no puede ni siquiera serle atribuido el ser en el sentido, por ejemplo, en que se dice que existe un movimiento o quietud; es, en verdad, el no ser, una imagen ilusoria de la masa corpórea y una aspiración a la existencia» (Enn., III, 6, 7). Este concepto de la materia fue constantemente usado con fines teológicos. En la patrística lo repiten Orígenes (Contra Cels., III, 41; De Princ., II, 1) y San Agustín. Este último la considera, conforme al concepto clásico, como «absolutamente informe y exenta de cualidad» y «próxima a la nada», pero, sin embargo, como existente en cuanto dotada de la capacidad de poder ser formada (Conf,, XII, 8; De nature boni, 18). Santo Tomás a su vez niega que la materia sea «potencia operadora» (S. Th., I, q. 44, ad. 3º) e insiste acerca de su imperfección o incumplimiento con relación a la forma (Ibid., I, q. 4, a. 1). La escolástica agustiniana, aun reconociendo cierta realidad actual a la materia y negando, por lo tanto, que fuera una «casi nada» o una pura «posibilidad de ser», no innova el concepto. Duns Scoto, por ejemplo, a pesar de reconocer a la materia cierta realidad (entitas) la considera, sin embargo, como «receptora de todas las formas sustanciales y accidentales», según el concepto aristotélico (Op. Ox., II, d. 12, q. 1, n. 11) y le niega potencia activa, negando también la presencia en ella de las razones seminales (Ibid., d. 18, q. 1, n. 3). Desde este punto de vista, la pasividad o receptividad sigue siendo la característica fundamental de la materia. A esta característica recurrieron también algunos naturalistas del Renacimiento como, por ejemplo, Paracelso (Meteor., 72) y Telesio, para quien la materia es la «masa corpórea» destinada a sufrir la acción de las dos «naturalezas operantes», el calor y el frío (De rer. nat., I, 4). Esta concepción fue compartida por Locke que concibió la materia como «una masa muerta e inactiva» (Essay, IV, 10, 10) y aún hoy reaparece con frecuencia en la filosofía y en el pensamiento común. Vuelve, por ejemplo, en Bergson, para quien la materia es la detención potencial del movimiento de la vida y la considera definida por su «inercia» que la opone a lo «viviente» (Evol. Creatr., 8ª ed., 1911, pp. 216 ss.).

2) El concepto de la materia como potencia se entrecruza, en Platón y Aristóteles, con el de la materia como sujeto. Platón dice que la materia «no pierde nunca la propia potencia» (Tim., 50 b). Aristóteles identifica la materia con la potencia. «Todas las cosas producidas ya sea por la naturaleza o por el arte tienen materia, ya que la posibilidad que cada una tiene de ser o de no ser es, para cada una de ellas, su materia» (Met., VII, 7, 1032 a 20). Pero la potencia no es, según Aristóteles, sólo esta pura posibilidad de ser o de no ser; es una potencia operativa y activa: «Una casa existe potencialmente si no hay nada, en su material, que le impida resultar una casa y si no hay algo que deba ser agregado, eliminado o cambiado... Y las [776] cosas que en sí mismas tienen el principio de su génesis existirán por sí cuando nada externo se los impida» (Met., 9, 7, 1049a 9 ss.). Esta autosuficiencia de la potencia para producir la cosa, por la cual la materia no es sólo el tosco material, sino una capacidad efectiva de producción, expresa un concepto que ya no es el de la materia como pasividad o receptividad. Como potencia operadora, la materia no es un principio necesariamente corpóreo. Plotino que, según se ha visto, reduce la materia por un lado al no ser, por otro la identifica, como potencia, con el infinito (En., II, 4, 15). Y admite (al lado de la materia sensible, una materia inteligible que permanece siempre idéntica a sí misma y posee todas las formas y de tal manera le falta la razón de transformarse (Ibid., II, 4, 3). De esta doctrina surge la tradición que insiste acerca de la actividad de la materia, tradición que pasa a través de Scoto Erigena (De Divis. nat., III, 14) y que muestra una nueva fase en la doctrina de Avicebrón acerca de la composición hilomórfica universal. Según Avicebrón, también las cosas espirituales están compuestas de materia y forma y la materia se identifica con la primera de las categorías aristotélicas, la sustancia en cuanto «sostiene» a las otras nueve categorías (Fons vitae, II, 6). Sobre el fundamento del carácter activo o creador de la materia, David de Dinant pudo identificar a Dios con la materia (San Alberto Magno, S. Th., I, 4, q. 20; Santo Tomás, S. Th., I. q. 4, a. 8). Pero la materia conserva su carácter de actividad también en la escolástica agustiniana, que al mismo tiempo insistía en reconocer una realidad positiva a la materia y su presencia de ella aun en los seres espirituales, conforme con el concepto de Avicebrón. San Buenaventura, por ejemplo, dice: «La razón seminal es la potencia activa ínsita en la materia, y esta potencia activa es la esencia de la forma, ya que de ella se genera la forma mediante el procedimiento de la naturaleza que no produce nada de la nada» (In Sent., II, d. 18, a. 1, q. 3). Este concepto de la materia se trasmitió al Renacimiento a través de Nicolás de Cusa, que considera a la materia como la «posibilidad indeterminada» en la cual existen, en forma contraída todas las cosas del universo. «La disposición de la posibilidad –decía Nicolás de Cusa– debe estar contraída y no debe ser absoluta ya que si la tierra, el sol y las otras cosas no estuvieran escondidas en la M como posibilidades contraídas, no habría razón para que llegaran al acto en vez de no llegar» (De docta ignor. II, 8). En otros términos, sólo por la presencia, en estado contraído, de posibilidades determinadas en la materia, llegan estas posibilidades con la creación. Es un concepto sobre el cual Giordano Bruno habría de fundar el de la materia como principio activo y creador de la naturaleza: «Esa materia para ser actualmente todo lo que puede ser, tiene todas las medidas, tiene todas las especies de figuras y de dimensiones y ya que todas no tienen ninguna, porque lo que es tantas cosas diferentes, es necesario que no sea cosa alguna en particular.» En este sentido la materia coincide con la forma (De la causa, IV).

3) El concepto de la materia como extensión fue defendido por Descartes. «La naturaleza de la materia o la de los cuerpos en general –decía– no consiste en ser una cosa dura, pesada, coloreada o que de algún otro modo toca nuestros sentidos, sino solamente en ser una sustancia extensa, en ancho, largo y profundidad» (Princ. phil., II, 4). Este concepto fue muy aceptado en el siglo XVIII. Hobbes, por ejemplo, identifica la materia primera de los aristotélicos con el cuerpo en general, esto es, con el «cuerpo considerado prescindiendo de cualquier forma y de cualquier accidente, exceptuando sólo el tamaño o extensión y la actitud para recibir forma y accidentes» (De Corp., VIII, 24). Este mismo concepto del cuerpo en general como materia es aceptado por Spinoza, que también lo identifica con la extensión (Eth, II, def. 1).

Hay motivos para creer que esta definición de la materia sea la implícita en la hipótesis atomista. El término «materia» se encuentra, según es evidente, por primera vez en Aristóteles en su significado filosófico, pero el propio Aristóteles habla, con referencia a Demócrito, del «cuerpo común de todas las cosas» y afirma que, según Demócrito, tal cuerpo difiere, en sus partes en magnitud y figura (Fís., III, 4, 203 a 33-203 b 1). Ahora bien, «magnitud y figura» no son más que extensión. Por [777] lo demás, Aristóteles enumera tres diferencias entre los átomos, o sea la figura, el orden y la posición (Met., I, 4, 985 b 15), pero figura, orden y posición no son más que extensión. Extensión es también la figura, a la cual, según Epicuro, se reducen todas las cualidades del átomo (Dióg. L., X, 54). Por lo tanto, la hipótesis atomista implica el concepto de la materia como extensión. Acerca de tal concepto, por lo demás, insistió Guillermo de Occam en el siglo XIV: «Es imposible que haya materia sin extensión, ya que no es posible que haya materia que no tenga las partes distantes una de la otra, de donde, si bien las partes de la materia pueden unirse como se unen las del agua y las del aire, no pueden hallarse, sin embargo, en el mismo lugar» (Summulae physicorum, I, 19; Quodl., IV, q. 23).

4) El concepto de la materia como fuerza o energía es defendido, por vez primera, por los platónicos de Cambridge del siglo XVIII y más tarde aceptado por Leibniz y muchos filósofos del siglo XVIII. Según Cudworth, la materia es una naturaleza plástica, o sea una fuerza viviente que es directa emanación de Dios (The True Intellectual System of the Universe, I, 1, 3). H. More a su vez reduce, con Descartes, la materia a extensión, pero identifica la extensión misma con el espíritu, disolviéndola en partículas indivisibles que denomina mónadas físicas y que nada tienen de material (Enchiridion metaphysicum, I, 8, 8; I, 9, 3). Estas consideraciones metafísicas tomaron un significado más preciso por obra de Newton y Leibniz. Newton consideró imposible admitir que «la materia esté vacía de toda tenacidad, roce de partes y comunicación de movimiento» y la consideró, por lo tanto, en muy estrecha relación con las «fuerzas» o «principios» que se manifiestan en la experiencia (Opticks, 1704, III, 1, q. 31). Leibniz considera que la materia está constituida, además de la extensión, por una fuerza pasiva de resistencia que es la impenetrabilidad o antitipia (véase) (Op., ed. Erdmann, pp. 157, 463, 466, 691). La misma doctrina fue aceptada por Wolff, que definió la materia como «un ente extenso provisto de fuerza de inercia» y consideró que poseía por sí misma una fuerza activa (Cosmol., § § 141-42). Esta interpretación de la materia resultó uno de los temas comunes de la Ilustración y de la polémica de los iluministas contra Descartes. Decía Diderot: «No sé en qué sentido los filósofos han supuesto que la materia sea indiferente al movimiento y al reposo. Es cierto, en cambio, que todos los cuerpos gravitan unos sobre los otros, que todas las partículas de los cuerpos gravitan unas sobre las otras, que en este universo todo está en traslación o in nisu o en traslación e in nisu al mismo tiempo» («Principes phil. sur la Matière et le Mouvement», en Euvr. phil., ed. Vernière, p. 393). Ésta fue también la concepción aceptada por Kant. «La materia –decía– llena un espacio no por su pura existencia, sino mediante una particular fuerza motora»: una fuerza repulsiva de todas sus partes (Metaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft, II, Lehrsatz, 2, 3; trad. esp.: Principios metafísicas de las ciencias naturales, Madrid, 1921). El concepto romántico de la materia como fuerza o actividad, como se encuentra expresado en Schelling, por ejemplo, no es más que la amplificación de esta doctrina. Las tres dimensiones de la materia están determinadas, según Schelling, por las tres fuerzas que la constituyen, o sea, por la fuerza expansiva, por la fuerza de atracción y por una tercera fuerza sintética, que en la naturaleza corresponden al magnetismo, a la electricidad y al quimismo, respectivamente (System der transzendentalen Idealismus [Sistema del idealismo trascendental], III, cap. II, Deducción de la materia; traducción italiana, páginas 109 ss.). Más genéricamente Schopenhauer identificó a la materia con la actividad (Die Welt, I, § 4; trad. esp.: El mundo como voluntad y como representación, Madrid, 1928). En el dominio científico este punto de vista se ha realizado como energismo (véase Energética). G. Ostwald sostuvo, a fines del siglo pasado, la inutilidad perfecta, para la ciencia de la naturaleza, del concepto de materia y su sustitución por el concepto de energía (Die Überwindung des wissenschaftlichen Materialismus [«La superación del materialismo científico»], 1895).

5) Mientras que la reducción realizada por Berkeley de la materia a percepciones o ideas no se puede denominar [778] un concepto de la materia, por ser su simple negación, se puede considerar, en cambio, como definición de la materia la dada por Mach, como la de una «determinada relación de los elementos sensibles en conformidad con una ley» (Analyse der Empfindimgen, XIV, 14; trad. esp.: Análisis de las sensaciones, Madrid, 1925). Esta definición, en efecto, no tiende a negar la materia ni a reducirla a elementos subjetivos y psíquicos, sino a sustituir por la estabilidad relativa de una ley la rigidez e inercia tradicionalmente atribuidas a la materia. El concepto fundamental es, en esta definición, el de ley, que se entiende como la expresión de una relación constante. La materia sería precisamente la relación constante en la cual se presentan reagrupados los elementos últimos de las cosas, esto es, las sensaciones.

6) Los usos precedentes del término son todos ellos de naturaleza filosófica, aunque a veces hayan sido propuestos o sostenidos por científicos. En el dominio de la ciencia, y más precisamente en el de la mecánica, la noción de materia se identifica con la de masa (definida por el segundo principio de la dinámica como relación entre la fuerza y la aceleración impresa). La masa puede ser entendida como masa inerte o como peso. El principio de la «conservación de la materia» que la ciencia del siglo XIX consideraba como uno de sus pilares, junto al de la «conservación de la energía», se refiere a la materia entendida como peso, ya que su significado específico le fue dado por las célebres experiencias por las cuales Lavoisier demostró (1772) que en las reacciones químicas (comprendida la combustión) el peso de los compuestos es la suma de los pesos de los componentes.

7) En la ciencia contemporánea el concepto de materia tiende a reducirse al de densidad de campo. «Una vez reconocida la equivalencia entre masa y energía, la división entre materia y campo aparece como artificiosa y no claramente definida. ¿No podremos, entonces, renunciar al concepto de materia y edificar una física del campo puro? Lo que impresiona nuestros sentidos como materia es, en realidad, una gran concentración de energía en un espacio relativamente limitado. Parece, por lo tanto, lícito asimilar la materia a regiones espaciales en las cuales el campo es extremadamente fuerte» (Einstein-Infeld, The Evolution of Physics, cap. III; trad. esp. La física, aventura del pensamiento Buenos Aires, 1943, Losada). Esta dirección de la física contemporánea no se puede confundir, sin embargo, con el energismo porque no implica la reducción de la materia a energía, sino más bien la reducción de los dos conceptos de materia y de energía al de campo (véase).


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