Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Fragmento
(Del discurso pronunciado en el teatro Alhambra el Domingo de Ramos último)
X, Año I, nº 20, 21 abril 1900

 

Somos harto desgraciados los desvalidos de esta sociedad.

Nuestra propia razón, ayudada por la ciencia, arranca de nuestras almas el engañoso suelo de creencias infantiles; cuando llegamos a hombres, gastamos nuestra energía intelectual en rectificar la defectuosa educación que penosamente recibimos cuando niños; los refinamientos de la civilización adelgazan nuestros nervios, que hacen retemblar con sus continuas vibraciones nuestro cerebro; embótase o se exaspera nuestro sentido moral, por la contemplación de la inmoralidad reinante y de la injusticia, que nos da la ley; nos revolvemos airados contra las diversas autoridades, todas abusivas, algunas irrisorias, pero autoridades, poderes que coartan nuestra actividad... y las conveniencias y usos y costumbres sociales nos sujetan con múltiples ligaduras. Queremos luchar por la vida con nobleza y valentía, aceptando ya el campo que se nos depara y los jueces que lo presiden, y entonces, ¡oh! entonces nos encontramos, con que, sobre tener que luchar uno solo contra todos,hay sobre nuestras cabezas una pesadísima plancha formada por la compacta cristalización de todas las injusticias de que acabo de hablar; plancha que pesa sobre nosotros, que baja, baja aplastándonos más, mientras más débiles somos, mientras menos resistencia oponemos.

Y para consuelo de nuestra situación, nos llegamos a enterar de que, sobre la losa que nos oprime, hay otra más pequeña, que se mueve, merced al tornillo de los privilegios en sentido contrario; que sube, sube, elevando a los que sobre ella han caído por la ley del azar; y si queremos en ella colocarnos, para también subir y respirar el aire de la dicha y el sol de la fuerza, tenemos que pasar por algunos agujeros que esa máquina ofrece; agujeros que se abren a la explotación, que la hipocresía, al engaño, aceptados y favorecidos por alguno de los poderosos de arriba. Si en esos agujeros por los que se asciende a las alturas sociales, hay que dejar pedazos del corazón, jirones de vergüenza, caudales de ideas, todo: todo lo grande.

Y si no pasamos, seguimos cada vez más débiles, y, por tanto, cada vez más oprimidos; hasta que, inútiles ya, cansados, heridos, destrozados, aniquilados, habiendo regado con nuestro sudor, adornado con nuestras ideas, y tal vez fecundado con nuestra sangre el campo de batalla, unos delegados de los señores que han presidido la lucha, impasibles, nos cogen, como a un pingajo ensangrentado y sucio, y nos llevan a los grandes spoliarios modernos; al hospicio, al hospital, quizás a la cárcel, tal vez al patíbulo... y, luego, a la fosa común del cementerio, en donde ni aún la igualdad ante la muerte se verifica; pues si nuestros restos tuvieran conciencia, si nuestros ojos, ya secos, pudieran brillar con la luz e la mirada, verían a su alrededor soberbios monumentos destinados a perpetuar a los que habían estado arriba, sobre la plataforma chiquita, mientras ellos se veían envueltos y cegados por el polvo de la anónima miseria de ultratumba, por el polvo de la tierra.

Blas J. Zambrano

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  Edición de José Luís Mora
Badajoz 1998, páginas 89-90