Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Fines sociales de la educación {1}
Reseña de la Conferencia pronunciada en el teatro Alhambra
X, 18 abril 1900

 

Aludió al estado psicológico y social de los que padecen las injusticias sociales:

«Y no creíais que hay por de pronto para nosotros, personalmente, para esta generación, no hablo del porvenir lejano, sino del presente y del porvenir próximo, no creíais que hay redención para nosotros.»

«El período de transición que atravesamos aun no toca a su fin.»

«Estamos todavía en la continuación de la edad media. Instituciones parecidas, cuando no iguales; la misma fe; el mismo modo de crear el derecho las naciones, la guerra; el mismo modo de violarlo las personas, las leyes injustas, de un lado, y las leyes incumplidas, de otro; la propiedad antigua aun subsistente; reyes que reinan y algunos que «gobiernan por la gracia de Dios»; el papa, en el Vaticano; el rey de España, si no en Sevilla, Valladolid o Burgos, en Madrid, es igual; todo está, en cuanto a la organización de las fuerzas humanas, casi como estaba hace siglos.»

«¿Que todo va a cambiar pronto, en seguida, de un día a otro? No; «va cambiando todo», sí, pero lenta, muy lentamente. No con la lentitud antigua; pues la vida moderna es muy acelerada, y este siglo representa en la historia del progreso humano más que siglos y siglos pasados. Pero nunca se justa la vida real a los deseos ideales. Y en cuanto a la esperada ¡ojalá viniera mañana mismo! revolución social, que encarne en la vida los principios aceptados por la razón...»

Aquí el conferenciante hace una digresión que le servirá para entrar de lleno en el tema de su discurso, diciendo que considera a los obreros granadinos «como una parte de la gran masa de oprimidos de todo el globo, masa que hoy como siempre, forma en las avanzadas de los ejércitos del progreso.»

«Y el progreso humano, añade, no realiza nunca una sola idea. Así, es preciso que sepamos a dónde hemos de ir y que mostremos nuestro propósito con lo que luego ha de resultar.»

«Preciso es declararlo, añade; la satisfacción de nuestras ansias de mejora, la realización de nuestro «derecho al bienestar» es un paso de la Humanidad tan gigantesco, que supone la previa destrucción de todo el orden social presente y la construcción de un orden social nuevo.»

«Venimos, pues, a atacar el mal social en su raíz, en su fundamento, en el conjunto de instituciones, que habrán cumplido un día su misión, pero que ya estorban.»

«No venimos, por tanto, a conseguir un aumento en los jornales, que no transforma la naturaleza injusta del salario, aunque disminuya la extensión de sus consecuencia; ni a fundar unas cuantas cajas de ahorro, mendrugos de la miseria, endurecidos y fríos, al pasar por las manipulaciones propias del capitalismo; no venimos a pedir un día de descanso cada siete días; porque si no se asegura el trabajo de los otros seis días, con el aumento proporcional de los jornales, tal descanso será en muchos casos y para muchos un descanso también del estómago; no venimos a pedir el servicio militar obligatorio, porque entendemos que, lejos de ser universal esta inicua prestación del individuo en pro de intereses antihumanitarios, debiera abolirse en todos casos y para siempre; no venimos, los de España, a procurar una regeneración que, según lo que por ahí muchos predican, no es otra cosa que el perfeccionamiento del actual régimen capitalista y la perpetuación, a título de indiferente, de una alta institución política, de una baja política, y digo baja, porque la monarquía fue engendrada por el monstruo de la fuerza en la noche de la ignorancia, de una institución política, por cuyo beneficio se ha voluntariamente sacrificado la vida de 100.000 españoles, y por cuya conservación se mantienen y se tienen que mantener mil corruptelas, mil injusticias, mil infamias. Esto, aparte de que siendo contrapuestos los intereses de las naciones y padeciendo, por tal motivo, la humanidad toda, nosotros miramos a la humanidad por encima de las fronteras, líneas caprichosas, trazadas por el interés de los reyes y las pasiones de los pueblos, y decimos, como decía un célebre escritor: «No hay patria; desde el uno a otro polo, sólo vemos tiranos y esclavos, opresores y oprimidos.»

«Y, claro está, que, si no venimos a nada de esto, tampoco queremos, tampoco consentiríamos un cambio de personas en la sociedad. No deseamos que los ricos de ahora sean pobres y los pobres ricos; porque no somos enemigos de las personas, sino del régimen.»

Hablando luego de la futura victoria del proletariado dice que «será la más grande y la más hermosa de todas las hasta ahora alcanzadas en el planeta; porque no serán vencidos los hombres, sino los intereses; y no intereses secundarios, sino todos los que se opongan a la realización de una gran palabra que cada día va extendiendo un significado: igualdad, igualdad, igualdad».

«No, no somos exclusivistas las grandes masas de obreros que hoy se juntan en todo el globo, como atraídas por la electricidad que el destino engendra para producir la tormenta. No miran sólo su presente. Tienen fija la vista, con la fijeza del profeta, con el sublime transporte del que, colocado en la cima de augusta montaña, recibe los rayos de un sol que aún no se ha levantado en el horizonte, que aún no ha sido visto por los que viven en la llanura, tienen fija la vista con hipnótica fijeza, en el porvenir de la Humanidad. Porque ese sol, que aún no ha asomado, cuando se asome y traspase la línea del horizonte universal del humano espíritu y se eleve por el cielo de la justicia, más alto que el cielo material de los soles que nos alumbran y llegue hasta la mitad de ese cielo y de allí no se mueva, porque allí quedará clavado perdurablemente por la razón humana, alumbrará con sus esplendorosos rayos a la humanidad entera. Será entera entonces la Humanidad una gran familia, y la tierra, un magnífico jardín.»

«Dice luego que ese destino de que antes habló es el conjunto de causas y efectos que agrupados y dirigidos según las leyes de la evolución dan a la Humanidad un formidable empuje hacia adelante, empuje que, o se obedece voluntariamente como seres racionales, o se obedece sin saberlo, como los árboles a la actividad que les hace crecer y dar flores y frutos, o se obedece a la fuerza, como las olas del Océano en una tempestad al embate del viento que las mueve y las riza de espuma.

«La gran masa proletaria del globo va empujada por el soplo que se cree misterioso, como se cree misterioso todo lo grande y difícilmente comprensible, va empujada hacia adelante, marcha vertiginosamente hacia el porvenir, haciendo que el tiempo vuele más aprisa y llenando todo el espacio de la tierra de la inmensa red que forman todos los individuos con las manos fraternalmente entrelazadas.»

«Pero no va como clase obrera, no va desligada del resto de la humanidad; va como fuerza impulsiva de todo, como máquina que arrastra tras sí el convoy humano... del que será preciso ir arrojando las grandes impedimentas históricas, que todos sabéis.»

«Pertenecemos, pues, a la Humanidad; somos parte integrante del proletariado de todo el globo. Somos solidarios de los intereses de todos los obreros; porque lo que forma parte de un todo, vive, necesariamente, la vida de ese todo.»

«Y debernos pensar que no estamos aquí solamente para mejora nuestra condición y la condición social de nuestros hermanos. Nos debemos también al porvenir. Debemos elevar nuestro espíritu al ideal de progreso y estar apercibidos de que somos los encargados de cumplirlo.»

«Entre los problemas cuya solución ha de construir el inmediato y general progreso de la Humanidad hay uno de radicalísima importancia: el problema de la educación.»

«La plena educación de todos los hombres será el único medio de que se acelere la revolución social.»

«Recordaréis que dije al principio que veníamos las fuerzas progresivas a atacar el mal social en su raíz, en lo falso, que produce lo injusto. Y ¿cuál es si no la raíz la tierra de que esa raíz se nutre? ¿Cuál es el plano en que asienta el cúmulo de las cosas que estorban? Las cosas viejas que se agarran a la vida, pretendiendo eternizarse, aprovechan la ignorancia de unos individuos, de otros, la falta de voluntad, las pasiones de otros, es decir, procuran aliarse con las cosas que armonizan con su existencia; y de aquí que pretendan evitar el progreso; porque cumplido este les falta tierra y caen, desaparecen, mueren con muerte irredivible.»

«Si lográramos producir una generación de hombres fuertes de espíritu y de cuerpo, de hombres que, sin saber muchas ciencias, conocieran los principios fundamentales de la ciencia, que, sin ser políticos, tuvieran clara noción de sus derechos; que, sin ser artistas, amaran la belleza; que, sin saber todas las artes manuales, poseyeran los fundamentos científicos y tuvieran el desarrollo de los sentidos adecuados a cualquiera; que, sin creerse dioses, sintieran con toda su intensidad y en toda su extensión la dignidad de la humana naturaleza; libres, por otro lado, de necias preocupaciones, que llevan la confusión al espíritu y la perturbación a la vida, si lográramos producir una generación de hombres así educados ¿sería posible la continuación del actual orden de cosas? No sería posible.

Dice luego que si se cambiara la constitución social, al variar las condiciones del medio de cada persona, también resultarían estas modificadas; serían sus actos distintos. Pero que en la vida real se verifican ambas cosas, actuando el individuo sobre la sociedad y esta sobre el individuo.

«Pues atengámonos a esto. Mientras los adultos mantenemos la protesta colectiva contra la presente, plantemos un jalón en el porvenir educando a las generaciones que han de sucedernos en la vida».

(...) «Vicioso, absurdo, deformador y corruptor de la naturaleza humana es el excesivo respeto a la autoridad del padre y la autoridad del emperador y a las instituciones, costumbres y ciencia propias del país, que imponen los habitantes de China a sus hijos. Así está petrificada aquella civilización, y así, los padres de familia, investidos de tan alto, de tan absoluto predominio sobre sus hijos no tienen inconveniente hasta en matarlos: ¡de tal modo el desquiciamiento del orden natural de las cosas en un lado solamente, las perturba y las trastorna en todos sus lados!

«Viciosa, absurda y deformadora de la naturaleza, era la educación de las repúblicas griegas y del pueblo romano, en donde el estado lo era todo y los individuos sólo eran considerados como hombres, en tanto en cuanto eran ciudadanos; es decir, en tanto en cuanto servían al estado.

Viciosa, absurda y deformadora era la educación que la Iglesia propinaba a sus fieles, en la dilatada noche de edad media; el hombre también desaparece aquí bajo el creyente.

Viciosa, absurda y deformadora es, también, la educación caballeresca, que pone ante la voluntad del hombre, como supremas reglas de conducta, preceptos antirracionales, y muchas veces ridículos.

Viciosa, absurda y deformadora de la naturaleza humana, la educación que, desarrollando exageradamente los sentimientos religiosos, hace que el espíritu se pierda en laberínticas fantasmagorías.

Más viciosa, todavía, más perjudicial, más funesta es la educación jesuítica que, a pretexto de que lo primero es la gloria de Dios y la salvación eterna de los glorificadores, inculca en el ánimo de quien la recibe un soberano desprecio al bienestar terreno... de los demás hombres; pues ellos, como servidores de Dios, se lo merecen todo. Además, cuanto conduzca a la mayor gloria de Dios es bueno y como uno de los mejores medios, el mejor de todos, el único, es la obediencia a los superiores de la orden...; figuraos a qué consecuencias prácticas no lleva el «santo» principio de la educación jesuítica.

También, desgraciadamente, es viciosa, incompleta, si no absurda, y grandemente perturbadora la educación general que por ahí se da a todo el mundo.

Se desconoce por la inmensa mayoría de los padres de familia, y aun por la inmensa mayoría de los educadores oficiales los más elementales principios que rigen el desenvolvimiento del hombre.

Mientras que la educación del cuerpo es deficientísima; mientras ni se alimenta, ni se abriga al niño como es debido, unas veces porque no se puede y otras porque no se sabe; mientras en la educación de la inteligencia se comete el ridículo funesto de querer inculcar al niño ideas que no puede comprender, haciéndole que se aprenda aquellas verdades –o mentiras– que son producto de toda una evolución prolongada del espíritu humano, en cuanto a la educación moral, en cuanto a la formación del carácter del niño, en cuanto a enseñarle a obrar rectamente, se sigue en las casas cada día un principio y de hora en hora se le obliga a seguir al niño máximas contrarias.

«Y conste, prosigue el conferenciante, que no me he parado a especificar, que no he dicho cómo se llena los cerebros de los niños y de los jóvenes de doctrinas en las que nadie cree y que luego no han de practicar ellos, tampoco, preparándolos así a ser falsos, hipócritas, despreciadores de sí mismos. Ni he aludido a las mil antiguallas perniciosas, atavismos disfrazados que les trasmiten unos a otras generaciones; el honor caballeresco, la caridad en pequeño, sin perjuicio de la explotación en grande, la intransigencia en las opiniones, el odio de razas, el respeto a lo presente y la veneración al pasado, como si la humanidad caminara hacia atrás y hubiera que sujetarla.

Bien es verdad que la razón se impone; pero a costa de grandes luchas, ya en lo interior de los individuos, ya entre unos y otros en la sociedad.

¿Y qué efectos inmediatos, personales, producen esas restricciones en la educación?»

Contéstase el orador, diciendo, en resumen, «que si el individuo que recibe una educación falsa, es débil, sucumbe a ella convirtiéndose en autómata defectuoso, incompleto por prescindir, en algo o en mucho de su racionalidad, que no puede sujetarse a moldes impuestos; si el educando posee un exceso de energía sobre la empleada en someterlo, se desvía la actividad espontánea, porque los caminos naturales se le han cerrado por la educación; desviaciones que se llaman el vicio, la corrupción; perversión, en suma.»

Cita nuestro amigo dos ejemplos en confirmación de esta teoría. «Los niños son aficionados a los dulces, porque su organismo, que pierde más calor que un organismo ya desarrollado, necesita del azúcar, que al descomponerse en nuestro interior produce calor.

Se le prohibe al niño comer dulces. En primer lugar se le priva de un alimento que necesita; en segundo, el día que el niño ve ante sí muchos dulces, se atraca de ellos y le hacen daño. En otro orden de cosas suceden hechos semejantes con el ascetismo de los conventos: desequilibrio y enfermedad, si se siguen las reglas de las órdenes rígidas; si la corrupción de un siglo traspasa los muros de un convento, centuplica allí su fuerza; la reacción es igual y contraria a la acción.»

Hablando ya de la educación primaria que, por ser la más general y la más decisiva, es la que con mayor urgencia reclama una mejora y aludiendo a los términos contradictorios que hoy se debaten en Pedagogía, promete hacer una memoria o libro sobre ello, que dedicará a La Obra y entregará allí el original para que se estudie y debata.

«Aceptemos, ahora, lo que todos aceptan. Es indudable que la verdadera educación tiene por fin preparar al hombre para que viva su vida completa, como hombre y como miembro de una sociedad civilizada.

Sienta luego el conferenciante el derecho del niño a la educación, y pregunta enseguida:

«¿Quién es el encargado de realizar ese derecho?»

«Los padres de familia, se me dirá. ¿No son, por la ley de la naturaleza, por preciso resultado de constitución de la familia, por imposición de la sociedad los llamados a criar y a educar a sus hijos?»

«¿No los han traído a la vida? ¿por qué no prepararlos para la vida?»

«Pues no, compañeros. Los padres, dado el actual estado social, no «pueden» educar a sus hijos y lo que «no se puede no se debe». Sobre lo que es imposible no puede establecerse ningún precepto».

«Y no pueden, porque la obra educativa no es obra del instinto ni debe ser guiada por la rutina ni practicada por la ignorancia.»

«La obra educativa es obra científica: es la aplicación de los conocimientos adquiridos sobre la naturaleza del hombre, en el hombre mismo, con el fin de que pueda realizar su naturaleza humana en la vida social.»

«Decía un célebre escritor francés que el padre que no ha de saber educar a sus hijos no tiene derecho a engendrarlos.»

Pero resulta, compañeros, que aunque no tenga derecho, los engendra.»

«¿Y qué hacemos luego con esos pobres seres, que, cualesquiera que sean los derechos y deberes de sus padres tienen ellos el derecho a seguir viviendo, desde el momento mismo en que viven?»

«El derecho del niño a la educación está por encima de todo derecho, porque el derecho a la educación no es sino la ampliación, el complemento del derecho a la vida.»

«Y si no los padres ¿quién es el encargado de hacer que se cumpla ese derecho y cómo ese derecho ha de realizarse?»

«¿El Estado, quizá? ¡Ah! No compañeros. Ninguna de las cosas que hace el estado resulta bien hecha. El Estado es como el caballo de aquel guerrero, que donde ponía la planta no nacía más yerba.»

«Mirad lo que hace el Estado en las Escuelas, institutos y universidades.»

«Verdad es que hoy no se abroga el Estado el imperio absoluto de la educación primaria pues las escuelas de primeras letras no son centros de educación completa sino de instrucción deficiente, con la menor cantidad posible de educación intelectual.»

«Pero es que si quisiera abrogarse por completo la facultad educadora no podría hacerlo. Porque ¿sabéis lo que supone la educación completa, y la educación si no ha de ser completa, vale más que no sea ninguna otra que la espontánea, porque la educación incompleta deforma la naturaleza, como antes he dicho?

Pues la educación completa o integral es la educación del cuerpo, la educación de la inteligencia, la educación de la voluntad y de los sentimientos.

Al cuidar del desarrollo físico ha de intervenir en el alimento, ha de proporcionar el vestido, ha de velar el sueño, ha de presidir el juego, ha de regular el trabajo fortaleciendo los aparatos del organismo físico, conservando la salud, y previendo las enfermedades; al excitar el desarrollo intelectual, ha de dirigir y fijar la atención, ha de aclarar el juicio, ha de racionalizar la memoria y la fantasía, y ha de libertar en lo posible la razón del influjo de las pasiones, constituyendo al mismo tiempo, la enseñanza en el cerebro del educando de tal modo, que se haga propiedad del individuo para que puede hacer de ella un uso libre y consciente; al encauzar el desarrollo moral, ha de despertar y regular las emociones, ha de guiar los afectos, ha de contribuir a la formación del carácter y ha de poner en claro la peculiar vocación del individuo con lo cual se establece el compromiso ineludible, de darle su lógica satisfacción en la práctica; al dirigir el desarrollo estético ha de perfeccionar los sentidos, ha de alimentar y depurar el gusto de lo bello, ha de despertar la aspiración a lo sublime, ha de provocar y auxiliar las manifestaciones del arte; sin que pueda perderse de vista en punto alguno de esta inmensa labor, las condiciones generales de la naturaleza humana y las particulares de cada educando, pues hay que aplicar en todo y en cada momento la máxima suprema de seguir a la naturaleza.

¿Cómo van los estados modernos a decretar esa educación?

Tendrían que crear grandes establecimientos adecuados a esa tarea, tendrían que formar un profesorado competente, y se verían obligados luego, a imponer una contribución progresiva, para que los hijos de los pobres pudieran recibir la educación con la misma plenitud que los hijos de los ricos.

¿Cómo van los estados modernos a alzar una institución tan vasta, tan compleja, tan perfecta?

Los estados modernos tienen que mantener, por la corrupción y la mutua complicidad de las clases directoras en todos los órdenes de la vida, el gran cúmulo de enormes injusticias, de absurdos privilegios, de estúpidas rutinas, que son como el sedimento del egoísmo de mil generaciones; sedimento que al fermentar en la sociedad, convierte el dulce juego de la vida en áspero vinagre.

¿Ni cómo habíamos de consentirles a los estados actuales, que ejercieran un cesarismo mucho más peligroso que el cesarismo político, pues que se ejercería en las fuentes mismas de la corriente social?»

«Yo he defendido, otras veces, que mientras exista el Estado, y puesto que es, según dicen, el encargado de hacer que se realice el derecho de todas las personas sin pretender por su parte derecho alguno, fuera el encargado de realizar el derecho del niño a la educación.

Pero esto, que tal vez lo haría un estado socialista, aun sabiendo sus representantes que tal legislarán que era un acto suicida del estado no puede hacerlo, ni queremos que lo haga, aunque pudiera el estado actuar.

¿Quién, entonces, va a encargarse de preparar para la vida a las nuevas generaciones?

La sociedad, no por sí misma, porque la sociedad cuando educa sin saberlo, cuando educa la masa anónima, la brutal mayoría, el medio pesado de la vulgaridad dominante, educa mal, muy mal; como es mala madre, es pésima maestra; no, pues, la sociedad en masa, sino grupos sociales penetrados de las ideas educativas, y delegando en quienes sepan y puedan cumplir esa misión: que los que sepan y puedan cumplir esa misión no han de ser los representantes de la sociedad, sino de la ciencia; los mandatarios del vulgo, sino sus guías; no los discípulos de toso, sino los maestros de cada uno.

Y de este modo se perfecciona la educación de la familia, prescindiendo de la instrucción del estado.

Por eso habéis pensado bien al proponeros la creación de escuelas para educar a vuestros hijos.

Pero cuidad lo que hacéis. No vayáis a erigir una institución ridícula, unas escuelas al molde y patrón de las escuelas oficiales.

Es preciso estudiar y pensar bien esto.

Yo os pido que la comisión que para ese objeto ha nombrado la directiva oiga las opiniones de quienes puedan darla de entre nosotros y aun pida consejo a aquellas personas que más han demostrado en España conocer estas materias: a Rafael María de Labra, el político que más ha pensado y ha dicho sobre educación; a González Serrano, filósofo y demócrata, autor de libros magistrales sobre los asuntos que estoy tratando; a Agustín Sardá, hombre cultísimo, de limpia historia en los partidos republicanos, director de la E.N. de Madrid; a Azcárate, Pedro Dorado, Altamira, Unamuno, sapientes catedráticos, fustigadores de la enseñanza oficial; a Alcántara García, gran difundidor en España de la cultura pedagógica europea y director de una importante revista de educación y enseñanza; a Giner de los Ríos y a López Catalán, en suma, cuantas personas están penetradas de la ciencia de educar. Ninguna negará su concurso a tan grande obra como la que aquí proyectáis.

Y si tenéis que levantar grandes edificios, adquirir útil mobiliario, costear buenos maestros, si es necesario que sacrifiquéis algo de vuestro escasísimo bienestar en beneficio de vuestros hijos ¿por qué cosa mejor?

¿Seréis peores que los burgueses, que se pasan la vida acumulando riqueza para legarla a sus descendientes?

Legadles vosotros a los vuestros la riqueza que más vale: «cuerpo sano en alma sana».

Recordando lo antes dicho sobre la solidaridad de los obreros, dijo el conferenciante que si los de Granada hacían algo grande y duradero, no dejarían de tener imitadores.

Pensad, continuó, «que si, en general, educación es perfeccionamiento y perfeccionamiento es felicidad, educación significa para nosotros la revolución de la paz acercada, la ciencia aproximada a la vida, la vida realizándose en la justicia.»

Termina nuestro compañero su conferencia con una alegoría de este período de transición por que atraviesa la humanidad en todas las direcciones de su vida, de la terminación del mismo período gracias al trabajo y la ciencia, y del estado de la humanidad y del planeta después del triunfo.»


{1} Aunque se trata del resumen ofrecido por X, consideramos de interés su publicación por ser el primer artículo sobre educación. La crónica comienza así: «El domingo de Ramos explicó a los socios de La Obra nuestro compañero Zambrano su anunciada conferencia Fines sociales de la educación.
Como el número de socios aumenta de día en día y las conferencias anteriores han sido muy interesantes, el teatro estaba literalmente atestado de socios.
La conferencia empezó a las tres y cuarto y terminó a las cuatro y media.
Comenzó el conferenciante diciendo que no iba a mostrar su contento por el hermoso espectáculo que ofrecen en La Obra los trabajadores granadinos; que le entristece todo lo presente y también el próximo porvenir que se aproxima; que los explotados no deben estar satisfechos nunca; porque la satisfacción indebida es causa del quietismo, igual al retroceso.
Añadió que se debe protestar de continuo y combatir siempre que haya oportunidad, no contra las personas que están por encima de nosotros, porque todos los hombres poseernos igual naturaleza, sino contra el régimen social, político y económico.»
Publicamos los textos que figuran entrecomillados. (N. del E.)

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  Edición de José Luís Mora
Badajoz 1998, páginas 97-107