Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Nuevos horizontes
El hombre
I. El señorito de hoy

La Tierra de Segovia, 18 junio 1919

 

Una de las más perniciosas enfermedades engendradas por la decadencia española es la plaga endémica del señoritismo.

El señorito español es la condensación de todas las ignorancias, alentadas por todas las bajezas. El señorito no sabe nada. El señorito no aspira a nada.

Y como el espíritu humano, más aún que la naturaleza, según los físicos del diecisiete, «tiene horror al vacío», quien no posee grandes pasiones, es un nido de pasioncillas; quien ignora, yerra; quien no ama, odia; quien no siente caridad, respira envidia; quien no labora, destruye; quien no da calor, da frío; quien no es cortés, amable, tolerante, es grosero, intransigente y agresivo.

Lo justo, lo abnegado, lo heroico y, sobre todo, lo delicado, lo humilde, lo ingenuo, tienen en el señorito su más acérrimo enemigo. Le ofende lo grande y menosprecia lo pequeño. La desdicha, si no se muestra aparatosamente, como no la ve, la escarnece, si por tales derroteros le lleva su vario humor. Un sabio modesto, un artista campechano, son para el señorito motivos de risa, objeto de groseras burlas. Las infelices que harto lo son con tener que vivir del dinero de ellos, son tratadas con crueldad tan repugnante, con menosprecio tan absoluto, que hacen dudar de la eficacia de la religión y del progreso. Cuarenta siglos casi ininterrumpidos de civilización fracasan, se anulan, no son nada frente a un señorito borracho en una mancebía.

Claro es que hablamos del señorito perfecto. Los hay mejores. Hay algunos que sufren un contagio transitorio y cuyo fondo de nobleza y dignidad reacciona pronto y los aparta de esa vida infame.

Pero todos, hasta esos que luego no pertenecerán al gremio; hasta los que han ingresado en él por debilidad de carácter y en él están con repugnancia, todos, mientras sean señoritos, son perjudiciales por lo que dejan de hacer y funestos por lo que hacen.

¿Y qué es el «señorito»? El «señorito» es el señorito a secas; el joven de la clase media o alta, que, no ejerciendo profesión alguna, consume tanto o más que cualquier hombre útil de su clase; o, de otro modo, el vago no ha descendido de jerarquía, o el inútil voluntario superconsumidor.

El señorito viste bien; suele haber estudiado algo, aunque de nada se acuerda; desprecia al hombre del pueblo, por tener una cierta educación más refinada, y al hombre culto de trabajo, precisamente por eso, porque él, el señorito, «?no tiene que trabajar!».

Y esta es una de las causas del señoritismo: la antigua creencia de que el trabajo indignifica. El señorito es el heredero degenerado, muy degenerado, del caballero antiguo. Es un caballero sin misión caballeresca, y, por consiguiente, sin caballerescas virtudes.

Hay también señoritos honorarios. Son aquellos que, teniendo alguna ocupación y ningún noble anhelo, malgastan el tiempo que su quehacer les deja libres en francachelas –¡oh, las juergas aburridísimas!– juegos de azar, tertulias de taberna, o casino...

Estos, aunque nunca llegarán a nada grande, son fáciles de reducir, si tienen algo en el corazón y la cabeza. Basta con suscitar en ellos un interés determinado, o proporcionarles un suplemento de trabajo, bien retribuido, y la transformación es fácil.

Y es fácil esta transformación, porque el señorito español tiene en su favor la raza. Si no es un completo degenerado, la probada nobleza española –no es un tópico vacío, jóvenes iconoclastas, jóvenes protestantes de cuanto os rodea y os precede– la nobleza española y esa perspicacia natural, esa imaginación pronta y dócil que distingue a nuestro pueblo, son virtudes latentes, virtudes dormidas bajo el peso de los vicios y de la ociosidad mental y física, pero virtudes, al fin, que despertadas y puestas en acción, pueden arrojar de sí el fardo hediendo del señoritismo.

Hay una región española de suelo hermoso y fecundo, de cielo purísimo, de grandes virtudes sociales –la hospitalidad, la cortesía, la esplendidez– que tiene sobre sí, a más de otros males colectivos –ignorancia, pauperismo, frivolidad política– esta plaga del señorito.

Sería una obra de saneamiento moral, utilísima y prolífica, la que, por varios medios y con exquisito y persistente cuidado, tuviese por objeto la desaparición del señorito.

<<< >>>

La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto filosofía en español
© 2001 www.filosofia.org
  Edición de José Luís Mora
Badajoz 1998, páginas 249-250