Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

¡Si viviéramos otra vida!
Nuevos Horizontes, páginas 146-151

 

¡Si viviéramos otra vida temporal, teniendo el recuerdo de esta vida!... En ella seríamos amantes tú y yo. Seríamos amantes, porque la fuerza de mi amor te penetraría y porque ¿no lo sabes? hay una atracción entre nosotros y por encima de nosotros, que nos hace aproximarnos, aun sin pretenderlo: cosas que igualmente nos agradan, ideas que nos iluminan, ideales que nos guían. No creo que haya una disparidad en nuestros gustos, ni una variación en nuestras repugnancias. Tu espíritu y mi espíritu tienen de iguales cuanto deben tener, y de opuestos, cuanto es necesario para que se fundan en uno; y tu boca ¿no parece hecha para los besos de la mía?

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Nos querríamos mucho. Yo a ti, con todo el amor pleno, el amor único y definitivo, el grande y verdadero amor de toda mi vida; pues era a tí a quien presentía en mis sueños de adolescente, en mis delirios de amor, cuando mi juventud recibía los cálidos efluvios, los penetrantes aromas, las oleadas de aquellos espacios paradisiacos, que tu amas desde lejos; cuando mi alma se cernía sobre la intensa y múltiple (que magnificaba mi vida y llenaba mi existencia) de aquel espléndido jardín vernal, regado por el más grande de los ríos, de nombre antiguo, que pueden reflejar en sus aguas ramos de olivo y flores de azahar...

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Penetras ¡oh divina! en mi alma como aroma de magnolias, como música de cuerdas finísimas y tensas, como rojo de incendio crepitante, como blancor de inmaculada. Te ofreces a mi adoración con el prestigio del misterio y la poesía de los sueños que fueron. Ejerces sobre mi espíritu exaltado la sugestión de lo altivo, que no huye al ocultarse, como cima de augusta montaña tocada de nubes; el encanto de la belleza, como claro de jardín rodeado de plantas en flor; la atracción de lo profundo defendido por lo diáfano, como fondo de un mar de aguas transparentes... Es tu espléndida belleza, que impone respeto, severa, delicada y suave, como todo lo virgen; como la nieve de las alturas que nadie escala, como la fuente del desierto que nadie cruza, como las flores de los prados solitarios...

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Tú eres la soñada en esas horas melancólicas en que nos invaden nostalgias de cielos no vistos, anhelos de cosas no conocidas, ansias de besos que no sean como los demás, y que nunca ¡ay! recibiremos; ambiciones de alturas inaccesibles ¡para alcanzar desde ellas lo prohibido por el destino!; la soñada en esas horas en que, conociendo confusamente lo que sería nuestro bien, lo presentimos tan alejado y remoto, que no haremos sino verlo cuando ya sea tarde, como si un hado maléfico quisiera añadir a la certeza desoladora de que está perdido para siempre, el tormento de saberlo próximo: fuente sellada cabe un moribundo de sed.

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He soñado:

Ascendía hacia la cumbre de altísima montaña de un cálido país. Amanecía. La luz suave, que henchía el espacio, dejaba en discreta penumbra alturas menores y valles estrechos, y diseñaba a lo lejos, como una grandiosa corona, la línea del horizonte inmenso. Pálido azul en el dosel del cielo; verde oscuro, con manchas verde claro, en el valle, cola del regio manto de la sierra, y franjas siena, rojo y ocre en los bullones de las colinas, que el valle rodeaban. A mi alrededor, aromas de romero y de tomillo, y, dominándolo todo, impresionando como una sensación positiva, el silencio; un silencio solemne, que se oía como la más dulce y penetrante de las músicas. Sonaron a lo lejos las esquilas de un rebaño, y fue una elocuentísima sinfonía, que hizo surgir en mi alma otra sinfonía de recuerdos. Continuaba percibiéndose el silencio, como fondo de un cuadro maravilloso de figuras que palpitaran: las múltiples sensaciones que despertó el sonar de las esquilas.

Muy cerca ya de la cima, vi sobre ella la imagen corporizada de mis ensueños. Era tu figura, tu expresión... ¡Oh! eran tus ojos, cuya mirada es un enigma de luz, tus ojos negros, serenos, centinelas, más que puertas de tu alma.

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...Estaba en una gruta iluminada por luz clarísima y al par suave, como por luz hecha en tus ojos. Aureas estalactitas y ricas gemas desconocidas irisaban la luz. En el fondo de la gruta, un lago de aromáticas aguas trasparentes. Tú estabas en el lago como una ondina; tus cabellos, de un negro perfecto, tus cabellos señoriles, incopiables, flotaban sobre el agua, dando sentido a su claridad, y el agua se apretaba junto a ti, como si todas sus partículas quisieran besarte, y te levantaban en un trono vivo y perenne. Y estaba en la orilla en extática adoración, y cuando tú mirabas hacia allí, mi cuerpo se hacía ingrávido y mi alma se extravasaba de él para envolverte y llenar con vibraciones de anhelo el ámbito de la gruta sagrada...

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...Era un magnífico jardín a orillas de un río. El suelo, cubierto de espesa alfombra de hojas de rosa, de rosas de te y de Alejandría. Tú, castamente desnuda, estabas recostada en el blando lecho perfumado; los árboles inclinaban su copa ante tí; las aguas del río parecían no correr; bandadas de palomas te rodeaban. Yo, en suprema exaltación de vida, fuí a tus brazos, y en ellos moría dulcemente.

* * *

Porque es elevado tu espíritu y grande tu corazón y sutil tu rica inteligencia: por tu distinción impecable, por tu total belleza (alma, cuerpo, gesto, voz) por tu bondad magnánima, que dispensas pródigamente, como una diosa protectora, no fruncirás el ceño al conocer estas palabras, grito de pasión, que podría ser lamentable despedida, a poco que en tus bellos ojos asomase el desprecio, o la ira; a poco que tu diáfana, purísima frente se nublase.

Mira benévola estas líneas. Deja que en tu alma excelsa prenda una chispita, no más, del fuego que tú, sin querer, has encendido. Así, puede que la inclines a que en otra vida vivamos en amor intenso e inextinguible, en un magnífico palacio, rodeado de un jardín maravilloso, a orillas de aquel río... ¡En otra vida!...

¿En otra vida? ¿Por qué?

Dí. ¿En otra vida?

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  Edición de José Luís Mora
Badajoz 1998, páginas 278-281