Nuestra Bandera, revista teórica y política del partido comunista de españa
Madrid, enero 1965
número 40
páginas 38-41

Documento-plataforma fraccional de Fernando Claudín,
acompañado de las «notas críticas» de la redacción de «Nuestra bandera»

El papel del capitalismo monopolista de Estado

En uno de los aspectos que ha tenido más repercusión el sistema de capitalismo monopolista de Estado, ha sido en los efectos de la ley de desarrollo desigual del capitalismo, haciendo que esta desigualdad acelere sus ritmos, se traduzca en cambios mucho más rápidos y espectaculares en la situación relativa de los diferentes países capitalistas. Sin la Intervención de este factor no pueden explicarse fenómenos tales como el avance espectacular en los ritmos de crecimiento de los países de Europa occidental y del Japón en relación con los Estados Unidos después de la segunda guerra mundial. Y en España sucede algo parecido, como vamos a ver más adelante.

Un aspecto importantísimo de la evolución del sistema de capitalismo monopolista de Estado en España son los cambios internos en su estructura, en sus formas. En el período que abarca desde el 39 al plan de estabilización, las formas que toma ese sistema corresponden, en lo esencial, salvando una serie de peculiaridades, a las que tuvo en Italia y Alemania bajo el fascismo. Es decir, a las que tuvo en países que por razones interiores y exteriores pretendieran forzar en un plazo breve su retraso en relación con otros países capitalistas, retraso absoluto en el caso de Italia, relativo, midiéndolo en escala de la explotación mundial, en el caso de Alemania.

Estas formas se caracterizaban por una reglamentación e intervención a ultranza del Estado como instrumento de los monopolios en toda la vida económica, y por una orientación autárquica. Pero este sistema, llegado a un cierto punto, entra en contradicción con las mismas exigencias del desarrollo económico capitalista, que, aun en esta fase de alta concentración monopolista, necesita como motor fundamental la acción de las leyes del mercado, de la competencia, &c. Y las teorías keynesianas, en sus diferentes variantes, no hacen más que reflejar esa exigencia.

Las formas actuales del sistema de capitalismo monopolista estatal, imperantes en todos los países capitalistas desarrollados, se caracterizan por esa mayor flexibilidad y utilización de los resortes específicamente económicos. Análogo proceso ha tenido lugar en España. Estamos en él. Con la diferencia de que entre el paso de unas a otras formas del sistema de capitalismo monopolista de Estado no ha mediado la guerra y la catástrofe militar como fue el caso en Alemania e Italia, sino la maduración del proceso interno y la influencia fundamental de que esas nuevas formas son las que imperan en todos los países capitalistas de Europa occidental y en EE. UU.

Cuando en el seno del mismo capitalismo monopolista español, de sus economistas y hombres representativos, se intensificó años atrás la crítica contra los monopolios, contra los instrumentos y prácticas monopolistas, lo que estaban criticando, en realidad, eran esas formas del capitalismo monopolista de Estado, que fueron típicas de la Alemania e Italia fascistas y de España, desde el 39 hasta el plan de estabilización, y estaban reclamando el paso a nuevas formas del capitalismo monopolista de Estado, a las formas liberales, entre comillas, imperantes en Europa occidental y en Estados Unidos.

Y tal vez, el aspecto, más importante del Plan de Desarrollo es esa intención de perfeccionar, aprovechando la experiencia internacional acumulada por el capitalismo, el sistema de capitalismo monopolista de Estado español, sus instrumentos de organización, planificación y dirección de la economía, para aumentar sus posibilidades de desarrollo a través de las contradicciones, que al mismo tiempo son motor y obstáculo, aunque al fin y a la postre estas contradicciones y ese desarrollo lo lleven, al capitalismo monopolista de Estado, a su fin, bajo la acción de la fuerza de la clase obrera y de sus aliados.

 
Nota crítica

De nuevo F. C. pone de manifiesto la debilidad, la inconsistencia de su análisis. Resulta que es el capitalismo monopolista de Estado el que «ha hecho» que se aceleren los ritmos en la ley del desarrollo desigual del capitalismo. Sólo así puede explicarse el avance espectacular de los ritmos de la Europa occidental y del Japón en relación con los EE. UU.

La ley del desarrollo desigual del capitalismo es una ley típica del imperialismo, refleja y expresa la agudización de las contradicciones interimperialistas. Por añadidura, es la Revolución de Octubre, al poner fin al dominio incontestado del capitalismo, la que está en la base de la aceleración del desarrollo económico-social e histórico actual, al hacer entrar al capitalismo en su fase de crisis general y al agudizar todas las contradicciones.

Tal es el motor de la aceleración de los ritmos. El capitalismo monopolista de Estado –sin disminuir ni un ápice, ni su alcance, ni su importancia–, no es, sin embargo, otra cosa que el intento del capitalismo de sobrevivir, de hacer frente a las nuevas condiciones creadas.

Según el esquema de F. C. resultaría que en la Europa occidental y en el Japón el capitalismo monopolista de Estado está más adelantado que en los Estados Unidos. Pero esto no se tiene de pie. Naturalmente es también en los EE. UU. donde el sistema del capitalismo monopolista de Estado ha alcanzado mayor envergadura; díganlo, si no, el papel que juegan en su economía los gastos de guerra y la llamada «ayuda americana», formas típicas del capitalismo monopolista de Estado. La diferencia de ritmos se explica por otras razones: distinta posición y consecuencias de la guerra y, sobre todo, manifestación en los EE. UU., antes y con más vigor dado su mayor avance, del proceso de putrefacción del capitalismo. Precisamente los resultados de todo ese «perfeccionamiento» del capitalismo de que habla [40] F. C. son hoy, allí, bien visibles crisis más frecuentes, períodos de auge más limitados; incremento de la capacidad productiva no utilizada; paro crónico, &c., &c. Ahí residen las verdaderas causas de la diferencia de ritmos.

Para F. C. el fascismo aparece en aquellos países que pretenden forzar en un plazo breve su retraso; retraso absoluto, como Italia y España, o «relativo, midiéndolo en escala de la explotación mundial» (?), en Alemania.

El fascismo se impone por las clases dominantes allí donde ven directa y muy gravemente amenazada su dominación. Es una tremenda batalla de clase, en el curso de la cual el capital monopolista derrota, recurriendo al terror –o a la guerra civil, como en España–, a las fuerzas revolucionarias. En esos momentos, al capital monopolista le importan un bledo las fuerzas productivas y no tiene el menor reparo en destrozarlas y en retrasar durante 20 años su ritmo de aumento –como ha ocurrido en España–, con tal de salvar sus privilegios.

Por otra parte, ¿dónde está el retraso relativo de Alemania? La fórmula camelística de F. C. no hace más que vaciar de contenido marxista la cristalina tesis de Lenin. Precisamente porque el rápido desarrollo y el poderío económico logrado por Alemania no correspondían con la distribución existente del mundo colonial entre los diversos imperialismos, estallaron las dos guerras mundiales.

En no menor embrollo se mete F. C. cuando analiza «los cambios internos en su estructura y en sus formas» del «capitalismo monopolista de Estado», el paso de unas a otras. Tan ferviente partidario de la manipulación de los resortes del capitalismo monopolista de Estado era el liberal británico Keynes, como el fascista Schacht, «el mago de las finanzas» de Hitler. Lo que pasa es que actuaban en regímenes políticos diferentes. Si por autarquía se entiende el repliegue del país sobre sí mismo y el tratar de ser autosuficiente, esa situación se presenta en todos los países en el período posterior a la gran crisis de 1929. La reglamentación y la intervención, a ultranza en la vida económica se dio en todos los países beligerantes y, en general, ha persistido en todos ellos en tanto predominaba la inflación aguda. Muchas de esas diferencias de formas están directamente ligadas al carácter del régimen político y, sobre todo, a la posibilidad de éste de impedir u obstaculizar la lucha reivindicativa de los trabajadores.

F. C. hace intervenir o no intervenir, a su guisa, la ley del mercado y de la competencia como «motor fundamental» del desarrollo, «aun en esta fase de alta concentración monopolista». Resulta que intervenían en la República alemana de Weimar, dejan de intervenir en 1933 cuando los camisas pardas de Hitler instauran el fascismo, precisamente –según F. C. para acelerar el desarrollo y recuperar el retraso relativo de Alemania; y vuelven a intervenir de nuevo gracias a un hecho tan ajeno a las fuerzas productivas como es el asalto de Berlín por el Ejército soviético y el hundimiento de la Alemania nazi. Por el contrario, en España el cambio de formas se produce como consecuencia de «un proceso interno» y de la influencia de las potencias occidentales.

Sería necesario todo un ensayo para hacer claridad en el confuso análisis de F. C. Digamos aquí, simplemente, que el carácter político del régimen tiene, naturalmente, su influencia sobre las formas de intervención económica del capitalismo monopolista de Estado, fundamentalmente por la utilización de la represión para intensificar la explotación de los trabajadores y de las capas no monopolistas; pero que, en cuanto a los instrumentos de esa [41] intervención, éstos están íntimamente ligados a fenómenos económicos que se producen en la esfera de la producción.

Cuando la producción escasea, cuando domina la demanda, sea por la guerra, la preparación de la guerra o la inflación, el capital monopolista tiende a utilizar la forma rígida de intervención. En los períodos de escasez se venden todas las mercancías, aun las producidas por fábricas mal equipadas y con costes de producción más elevados. Las grandes empresas de la oligarquía que tienen costes de producción más bajos, se aseguran así una «renta diferencial» a su favor y están interesadas en el mantenimiento incluso de las industrias más atrasadas. En ese momento no necesitan que rijan «las leyes del mercado y de la competencia».

Por el contrario, cuando desaparece la escasez, cuando domina la oferta, la oligarquía se acuerda de las leyes del mercado y de la competencia porque, gracias a ellas, en las nuevas condiciones, se favorece la eliminación de las industrias pequeñas o peor dotadas. En uno y otro caso, el objetivo es el mismo: aumentar sus ganancias, aunque cambien las formas.

Esto es lo que ha sucedido también en España, en la medida en que ha ido desapareciendo la escasez en uno u otro sector.

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