Nuestra Bandera, revista teórica y política del partido comunista de españa
Madrid, marzo-abril 1965
número 42-43
páginas 163-172

Los grupos políticos no comunistas
y el nuevo movimiento obrero

El nuevo movimiento obrero es una creación de los trabajadores mismos, originada por las necesidades de su lucha y por las condiciones políticas existentes en el país. Los comunistas consideramos dicho movimiento no como el patrimonio propio de tal o cual partido o grupo, sino como el instrumento de lucha de todos los trabajadores, sin distinción, que debe ser dirigido por todos los trabajadores de forma democrática.

Los partidos y grupos políticos pueden –y deben– sostener, apoyar, impulsar el nuevo movimiento obrero; pueden y deben velar por su carácter independiente, democrático, de clase. Pero de ninguna manera tienen derecho a pretender «controlarlo» ni a determinar su orientación con medidas exteriores al propio movimiento. Esa es la regla que rige la actitud de nuestro Partido. Son los trabajadores mismos, y sus dirigentes elegidos, quienes deben decidir en cada caso de las iniciativas y de la orientación de las Comisiones Obreras.

En el contexto de este número monográfico de Nuestra bandera interesa examinar de la manera más objetiva, sobre la base de informaciones obtenidas en diversas provincias, el comportamiento de los grupos políticos no comunistas ante el nuevo movimiento obrero, su influencia real en la actividad de éste y entre las masas, tal como se presentan en el día de hoy.

Los grupos políticos no comunistas que, históricamente –o en este período–, prestan una atención al movimiento obrero y tratan de influirle, son esencialmente el Partido Socialista, la CNT y los católicos. Hay otros grupos más reducidos, casi insignificantes, que se esfuerzan por lo mismo con nulos resultados.

Veamos cuáles son las posiciones y las actitudes de unos y otros.

Los católicos

De las tendencias no comunistas quienes desarrollan una actividad más intensa y extensa en el nuevo movimiento obrero son, incuestionablemente, los católicos, y de éstos, las HOAC y las JOC. Las HOAC y las JOC aunque sufran ciertas persecuciones gozan de un estatuto legal que les proporciona una libertad de movimientos privilegiada por contraste con otras fuerzas, y tienen, en general, la protección de la jerarquía de la Iglesia. Quiere decirse que su dinamismo –comparado con el retraimiento, cuando no la pasividad, de otros grupos no comunistas– se ve favorecido por su legalidad, puesta en tela de juicio, infructuosamente, en ciertos momentos, por los burócratas verticalistas. [164]

Sin embargo conviene sentar que las de las HOAC y las JOC no son hoy las únicas actividades, cubiertas bajo el apelativo católico o cristiano, hacia el movimiento obrero. Hay otros grupos que se prevalen de aquel apelativo aunque revistan una importancia menor.

En Euzkadi, por ejemplo, existe la Solidaridad de Obreros Vascos (SOV), organización que tuvo importancia antes del fascismo y que era el desdoblamiento sindical del Partido Nacionalista Vasco y de Acción Nacionalista. En aquella época Solidaridad de Obreros Vascos era la organización rival de la U.G.T. y el Partido Socialista, y entre ellos la lucha llegó a adquirir en ocasiones tonos de violencia fratricida. En la actualidad la SOV posee una cierta organización y bastante audiencia en un sector de la clase obrera vasca influido por la ideología nacionalista; SOV está oficialmente coaligada a los núcleos del PSOE que se presentan bajo la forma de UGT, en lo que se llama Alianza Sindical de Euzkadi (ASE), y constituye la fuerza más efectiva de esta ASE.

Pero a la vez, la misma SOV se halla dividida por lo menos en dos tendencias principales. Por un lado, el núcleo de dirigentes más directamente controlado por la dirección del PNV en el exilio, núcleo más sometido, por tanto, la influencia burguesa, que tiende a frenar la lucha de clases y se halla muy a gusto en la ASE; por otro, los núcleos de dirigentes y militantes más combativos, más impregnados del espíritu de lucha de las masas trabajadoras, que sostienen resueltamente el nuevo movimiento de las Comisiones obreras y desempeñan en él un considerable papel. Una parte de estos últimos está relacionada con el grupo nacionalista ETA, más combativo que el PNV.

En Euzkadi mismo aparece hoy otra sigla de tendencia cristiana, la USO (Unión Sindical Obrera) organización cuya importancia es difícil discernir en los momentos actuales, en la que figuran algunos miembros de las HOAC.

Por lo que hace a Madrid, en los últimos tiempos, tras las manifestaciones obreras de septiembre de 1964, ha hecho acto de presencia, a través de algunos boletines multicopiados, otra sigla, la FST (Federación Sindical de Trabajadores), que se declara adherida a la Confederación Internacional de Trabajadores Cristianos. A diferencia de la HOAC y la JOC, esta FST manifiesta tendencias anticomunistas y una abierta coincidencia con la versión «peseoísta» de la UGT; sus boletines han publicado in extenso resoluciones de los congresos del Partido Socialista en el extranjero, lo que parecería también indicar su origen de exilio.

En Cataluña, además de las HOAC y las JOC ha surgido recientemente otro organismo clandestino que se titula «Sindicatos Obreros Cristianos de Cataluña» (SOCC); participa en la ASO (Alianza Sindical Obrera) formada además por el Movimiento Socialista Catalán y por una representación de la CNT. Los SOCC parecen constituir la fuerza principal de la ASO y en general ésta aparece representada exclusivamente por aquéllos.

De todo ello se desprende que el apelativo católico o cristiano es compartido hoy por diversos grupos, con diversa orientación.

Entre ellos, repetimos, el más importante e influyente lo constituyen sin disputa las HOAC y las JOC, aunque esta importancia sea considerable en algunas provincias y casi inexistente en otras. Declaradamente, las HOAC y las JOC no son ni organizaciones políticas ni organizaciones sindicales, [165] sino simples instrumentos del apostolado seglar en los medios obreros; ésa es la base de su existencia legal. Sus militantes repiten a menudo que, como tal organización, ellos no pueden tomar posiciones que directa o indirectamente –como sucede con las del movimiento de las Comisiones Obreras– revisten un carácter político; pero, personalmente, son libres de asumir la posición que determine su propia conciencia.

De hecho –y al decir esto no descubrimos nada– la HOAC y la JOC son bastante más que simples organizaciones de apostolado –aunque también sirvan a este fin–; actúan prácticamente como una tendencia organizada del movimiento obrero.

Este carácter viene determinado, seguramente, por el hecho de constituir dichas organizaciones la única forma legal de agrupar a los trabajadores de que dispone la Iglesia, y por las reales y profundas inquietudes sociales de la mayor parte, si no de todos, sus componentes.

Así, de las HOAC y las JOC la Iglesia ha hecho una auténtica escuela de cuadros sindicales católicos, a lo largo de años, preparando a los hombres que pueden llevar su influencia al movimiento obrero. Los periódicos de la HOAC y la JOC, sobre todo en el último período, trazan de hecho una orientación sindical opuesta a los sindicatos verticalistas del régimen y favorable, con unos u otros matices, a la libertad sindical y al derecho de huelga. Particularmente «Juventud Obrera» ha publicado, a veces, críticas notables por su agudeza contra los Sindicatos Verticales y ha tomado posiciones positivas de apoyo a las luchas de los trabajadores, críticas y posiciones que coinciden con las que hacemos los comunistas.

Por otra parte la HOAC y la JOC han confeccionado, más o menos directamente, en diversas ocasiones, candidaturas opuestas a las de los jerarcas para las elecciones de jurados, vocales y enlaces sociales y realizado campaña para hacerlas triunfar.

De esa orientación y esa actividad surge el enfrentamiento, ya antiguo, de las jerarquías verticalistas contra dichas organizaciones, la denuncia pública de sus actividades en la prensa falangista, la recogida frecuente de sus órganos periodísticos por las autoridades; una pugna que ha contribuido a dar a HOAC y a JOC un color antifranquista y una autoridad cierta. Sin embargo, repetimos, estas características, claras en algunas provincias, son imperceptibles en otras –la mayor parte– donde el comportamiento de dichas organizaciones no ha sido igualmente positivo.

La HOAC y la JOC llevan, pues, una acción –desigual, según las zonas–frente a las estructuras sindicales del régimen, acción que naturalmente toma un cierto cariz político oposicionista. Pero también en su seno ha habido en estos años luchas, entre las que la más sobresaliente resulta la librada frente a las presiones reaccionarias de la alta jerarquía eclesiástica. Esta, si por un lado ha fomentado la actividad de carácter sindical, buscando afirmar la influencia de la Iglesia en los actuales sindicatos, por otro se ha esforzado, con iniciativas diversas, en frenar el deslizamiento de HOAC y JOC hacia posiciones de clase, combativas; actitud contradictoria ya que ¿cómo luchar por la influencia sin deslizarse hacia posiciones de clase, sin participar en la lucha de uno u otro modo?

En esta acción frente a las estructuras fascistas y frente a las posiciones reaccionarias de la alta jerarquía, se [166] ha formado un tipo de militante hoacista y jocista –al lado de otros, menos positivos– liberado del lastre clerical, resueltamente antifranquista, convencido de la necesidad de la lucha para defender los intereses obreros, opuesto a las injusticias de la sociedad capitalista, e incluso en ciertos casos inclinado favorablemente a las formas económicas y políticas del socialismo. Un militante, que sin dejar de ser sincero creyente, considera a los comunistas con respeto e incluso simpatía.

Cierto que en la evolución de este tipo de militante ha influido la existencia del campo socialista y su peso mundial, la descolonización, la crisis del sistema imperialista; la política de aggiornamento del papa Juan le ha encontrado espiritualmente predispuesto al nuevo curso que los tiempos demandan, y, a la vez, ha acelerado su evolución.

No es posible dejar de señalar el papel positivo que en estas modificaciones –que dejan muy atrás la época en que católico era, en el movimiento obrero, sinónimo de amarillo– han desempeñado una serie de sacerdotes, jóvenes en su mayor parte, en ruptura con las tradiciones integristas dominantes históricamente en la Iglesia española, inquietos por el porvenir de la Iglesia en el mundo actual y sublevados contra las injusticias escandalosas de nuestra sociedad. A la vez, las nuevas características de los militantes hoacistas y jocistas han contribuido a la evolución positiva de otros sacerdotes.

Por una vía casi espontánea, a través de un proceso lógico y natural que se desprende de su labor de oposición sindical frente a las estructuras verticales, los militantes hoacistas y jocistas se han encontrado participando, desde su aparición, en el nuevo movimiento obrero, en las Comisiones Obreras. Puede decirse que, conjuntamente con comunistas y simpatizantes, ellos son los elementos más activos e influyentes en el nuevo movimiento. A él aportan no sólo su contribución personal valiosa, sino el apoyo de un considerable número de sacerdotes, cuya actitud está facilitando la acción obrera en ciertos centros importantes del país.

Juzgando esa actitud, en su conjunto, como positiva, no pueden desconocerse ciertos aspectos de ella que en ocasiones pueden constituir un freno. Las críticas que en este orden merece hacerse a algunos momentos de la actividad católica en el nuevo movimiento obrero son la tendencia a volver rápidamente a las formas legales, cuando se han superado éstas y se han tomado iniciativas de tipo extralegal; a resistir irrazonadamente al recurso a las formas extralegales de lucha, que sin embargo hoy son las más eficaces y decisivas, como la práctica demuestra; a veces, falta de tenacidad para mantener consecuentemente una acción por los cauces extralegales; excesiva inclinación al compromiso; vacilaciones a la hora de consolidar y mantener las Comisiones Obreras, frente a la presión gubernamental o de otro tipo.

Se observa algunas veces, en plena acción, al militante hoacista atenazado entre su misión formalmente exclusiva –el apostolado–, de un lado, y de otro, su condición de militante obrero; entre las presiones de ciertas jerarquías y las exigencias de su situación de clase; entre los aspectos alienantes de la religión y sus sentimientos progresistas.

Lo que no impide en muchos casos al militante católico portarse como podría hacerlo cualquier obrero de vanguardia, ni niega el carácter positivo de la actividad obrera católica en algunas zonas del país. Esas vacilaciones son comprensibles y sólo la acción [167] conjunta, el diálogo, la discusión constructiva que tome pie en las experiencias reales y sepa desentrañarlas, permitirá irlas superando en cada momento. El militante obrero católico sabe, además, que la filiación confesional ostentosamente alegada por el Estado fascista, el catolicismo de fachada de los representantes de ésta y de las clases dominantes, los compromisos de altas jerarquías de la Iglesia con el régimen y los explotadores, demandan de él una actitud inequívoca, combativa y resuelta, si quiere mantener los valores de que se considera portador y casi apóstol.

Los otros grupos católicos, éstos ya de tipo clandestino –Solidaridad de Obreros Vascos (SOV) y Unión Sindical Obrera (USO) en Euzkadi, Sindicatos Cristianos en Cataluña y Federación Sindical de Trabajadores (FST) en Madrid– difieren ya bastante de hoacistas y jocistas, aunque a veces estén nutridos por militantes de ambos orígenes. En realidad se trata de grupos abiertamente políticos, no ligados a ninguna labor de apostolado, portadores de una u otra línea política al movimiento obrero. No se les puede meter en el mismo saco ni juzgar de la misma manera. Tampoco puede estimarse la forma y la postura en que se presentan hoy como cosas definitivas. Algunos de ellos son simples embriones que incluso pueden no superar ese estado. Otros se hallan en plena crisis de formación. Tienen, sí, en común, el intento de presentarse como sindicatos clandestinos. De hecho no son tales, ni pueden serlo, pues hoy un sindicato clandestino es un puro artificio, todo lo más una sigla cubriendo unas decenas de militantes que tratan de tomar pie hoy para proyectarse realmente como tales Sindicatos hacia el futuro. Su importancia reside no tanto en lo que son hoy como en lo que pretenden ser mañana.

De este juicio cabe hacer una excepción: los Solidarios Vascos. Aunque su organización real sea reducida tienen una efectiva influencia entre sectores obreros de tendencia nacionalista. Mientras la parte de sus dirigentes más sometida a la férula del Partido Nacionalista Vasco trata de mantenerles alejados del movimiento de las Comisiones Obreras, la parte más avanzada, más ligada a las masas, más moderna –por así decir– participa activamente en las Comisiones, desempeñando un papel importante y positivo. La solución que tendrá la crisis interna de los SV el tiempo lo dirá: cabe suponer que la consolidación y los éxitos crecientes del nuevo movimiento obrero ayudará a decidirla en favor de los elementos mejores.

En Cataluña los llamados Sindicatos Obreros Cristianos, de reciente aparición –y cuya importancia no puede compararse en modo alguno con la de los S.V. de Euzkadi– mantienen, en general, una actitud positiva ante las Comisiones Obreras, en las que participan y a las que apoyan. La USO, también muy reducida hace lo propio en Vizcaya. En cambio la FST en Madrid ha adoptado actitudes más bien hostiles, animada de un anticomunismo negativo,

Aunque es muy difícil resumir la cuestión en una sola frase, puede concluirse que el apoyo católico y el apoyo comunista al nuevo movimiento obrero, son los más eficaces, y que ese apoyo encierra una actitud de diálogo e incluso de colaboración entre las dos corrientes fundamentales hoy en España: el marxismo y el cristianismo. [168]

Los socialistas

En cambio la presencia socialista en el nuevo movimiento obrero tiene mucha menos entidad y peso; éste es también un fenómeno característico del actual momento. ¿A qué se debe ello, habida cuenta de la anterior influencia socialista?

Un primer aborde de la cuestión permite luminar la razón aparente: la división y el desperdigamiento socialistas. En efecto, mientras en Vizcaya y Asturias existen grupos organizados, adictos a la disciplina de la Comisión Ejecutiva de Toulouse –a la vez que otros grupos disidentes– en las demás provincias la organización adicta a la Comisión Ejecutiva, cuando existe, casi se reduce a una delegación, sin base, o a unos simples corresponsales. En ningún caso la organización del PSOE se encuentra verdaderamente engranada al movimiento obrero. Influye sin duda en esta situación, la escasa penetración socialista entre las generaciones posteriores al 39 que hoy constituyen el grueso de la clase obrera. La mayor parte de los que aparecen como socialistas son veteranos, marcados por la edad, muy pasivos y con mucho recelo a la juventud.

La Comisión Ejecutiva trata de paliar estos obstáculos poniendo en línea el apoyo de la CIOSL, que presta bastante atención a lo que pasa en España, y facilita fondos considerables. Pero lo cierto es que la CIOSL no goza de un prestigio particular entre los trabajadores españoles, que la juzgan reformista y pro yanqui.

Frente a la Comisión Ejecutiva, otro grupo socialista, que cuenta por su parte con el apoyo económico de una importante sección de la CIOSL (la Federación internacional de obreros metalúrgicos, FIOM) se esfuerza por desarrollar otro tipo de sindicato clandestino, que englobe a viejos cenetistas y viejos socialistas, sin éxito, a pesar de los fondos que ha recibido.

Por otra parte, en Madrid, entre los nuevos reclutas del PSOE, pueden distinguirse casi tres grupos diferentes, que coinciden únicamente en su oposición a la Comisión Ejecutiva.

El PSOE ha entrado también en conflicto con el Movimiento socialista catalán.

No cabe duda que esta dispersión real en el interior –aunque no se refleje con la misma agudeza entre los socialistas emigrados– supone una seria dificultad a la hora en que el PSOE trata de lograr una posición dentro del movimiento obrero actual. Pero quedarse en este primer enfoque sería no pasar de la superficie del problema, contentarse con ver los efectos sin remontar a las causas.

La razón profunda es que el PSOE no ha sido capaz de analizar y asimilar la experiencia del período histórico que viene desde la guerra del 36-39. Por no remontarnos aún más atrás hasta el día de hoy. Esto le ha impedido elaborar una política adaptada a la realidad actual. El PSOE, su núcleo dirigente, actúa hechizado por los recuerdos y las glorias de su pasado y por los éxitos electorales de sus correligionarios en ciertos países europeos; así ha encontrado, en política, la cuarta dimensión, es decir, se ha evadido del tiempo y del espacio, mecido por el ambiente mixtificado de la emigración.

Lo más claro en la orientación del PSOE es su anticomunismo pernicioso, su incomprensión ante el estado de ánimo de las nuevas generaciones, su desfase de la realidad española [169] combinado con una desaforada voluntad ele hegemonía en el movimiento obrero. Tal voluntad de hegemonía la apoya no en una fuerza real, sino en una especie de derecho de prioridad, de fuero tradicional, que podría formularse –más o menos– así: «Puesto que hasta 1936 el PSOE compartió con la CNT la hegemonía en el movimiento obrero, ¿por qué no hacer tabla rasa de la guerra y los cambios producidos durante ella en la correlación de fuerzas? ¿Por qué no hacer tabla rasa de veinticinco años de dictadura franquista durante los cuales esa nueva correlación de fuerzas se ha acentuado? ¿Por qué no trazar una raya sobre los últimos treinta años y recomenzar como si estuviésemos al principio de la década del 30?» Si fuera posible trazar esa raya, los comunistas volverían a ser una fuerza minoritaria, no determinante, en el movimiento obrero. Es difícil dar con un voluntarismo subjetivista tan exagerado como el que muestran los dirigentes socialistas españoles. Animados por él han resuelto implantar dentro del país la UGT reconstruida a su medida en la emigración. Para reforzar su acción, han creado en la emigración, conjuntamente con la CNT, la Alianza Sindical (AS), que tratan de llevar también al interior.

Prácticamente la AS se ha convertido, de este modo, en un instrumento de los intentos hegemónicos del PSOE. La CNT, en la AS, no es más que un pariente pobre, destinado a hacer bulto.

Pero he aquí que en Madrid, presuntos militantes ugetistas y cenetistas se oponen al intento de la AS de la emigración de implantarse en el país, y anuncian la creación de una Alianza Sindical Obrera (ASO), que de hecho disputa el terreno y rivaliza con la AS. Aunque todo parece indicar que el grupo madrileño no representa ninguna fuerza real, su presencia supone un obstáculo más –aunque no el fundamental– a la implantación de la AS en el interior. En realidad todas estas disputas transcurren al margen de la acción y la lucha de los trabajadores, sin conexión con ésta, tomando el aspecto de una querella por el generalato de un ejército inexistente.

Hasta ahora la AS sólo significa algo –fuera de la emigración– en Vizcaya. Allí se ha constituido la ASE (Alianza sindical de Euzkadi), un Comité en el que participan formalmente la UGT –socialistas–, Solidarios Vascos y CNT. La fuerza esencial de la ASE la constituyen los solidarios vascos: la UGT se reduce a un grupo de socialistas, en su mayor parte veteranos, y la CNT, que siempre ha carecido de importancia en el país vasco, no es prácticamente más que una sigla.

En el último tiempo la ASE hace acto de presencia pública a través de algunos llamamientos. La política de la ASE, dictada por sus dirigentes socialistas y por los solidarios vascos más ligados al Partido Nacionalista ha consistido más que en desarrollar la lucha obrera –para lo que también su concepción de sindicatos clandestinos constituye un obstáculo– en contrarrestar y en oponer obstáculos a la acción de la Comisión provincial obrera y al movimiento que ésta encabeza. Y cuando éste, a pesar de todo, se ha afirmado como una realidad potente, el Comité de la AS, prevaliéndose de ese supuesto derecho de prioridad, de ese fuero histórico a que aludíamos, ha exigido que el nuevo movimiento obrero se someta a la dirección del Comité de la ASE. Al ser rechazadas sus exigencias, la ASE en vez de apoyar, de participar en el movimiento de las Comisiones Obreras, lo combate, coincidiendo, desgraciadamente, con la orientación gubernamental.

Pese a todo, el nuevo movimiento obrero ha desplegado múltiples [170] esfuerzos por convencer a la ASE de la necesidad de colaborar. Dentro de la ASE, de su Comité, los Solidarios Vascos han planteado, a veces, la misma cuestión, teniendo en cuenta que su organización y los militantes que influencia están participando en las Comisiones Obreras. El grupo de la FIOM también aporta su apoyo a las Comisiones Obreras, y en las empresas, participan en las Comisiones Obreras trabajadores conocidos como de tendencia socialista. Así es que el intento de mantenerse al margen del nuevo movimiento obrero y de combatirlo encuentra dentro de los trabajadores que podría Influir la ASE una resistencia creciente. Una de las debilidades de la ASE reside en su estructura jerarquizada y burocrática; es un Comité por arriba, con delegados en ciertas empresas, es decir, una estructura que pretende dirigir burocráticamente a los obreros, mientras que las Comisiones designadas por éstos son un movimiento de las masas que nace y se desarrolla de abajo hacia arriba.

El intento de imponer ASE como la dirección del movimiento obrero está condenado al fracaso.

Si esto sucede en Vizcaya, en Cataluña las cosas difieren. Allí el Movimiento socialista catalán participa en la ASO (Alianza sindical obrera) junto con la CNT y con los llamados Sindicatos cristianos. El principio de organización es el mismo de la ASE: una estructura dirigente creada por arriba. Pero la política del MSC es más abierta que la del PSOE, y la ASO en Cataluña apoya al nuevo movimiento obrero, y participa aunque a veces dé la impresión de querer sustituirse a él en su seno. Así ha sucedido en relación con la manifestación obrera de Barcelona el 23 de febrero. La ASO se negó a participar en la asamblea de las Comisiones Obreras que acordó realizar la manifestación. Después de llevarse ésta a cabo ha circulado, sobre todo en la emigración, una hojita de la ASO pretendiendo atribuirse la responsabilidad y organización de aquella acción. Fuera de estos maquiavelismos infantiles, en general, la postura del MSC es más abierta y positiva que la del PSOE hacia el nuevo movimiento obrero.

En Asturias, los socialistas utilizan mucho menos la AS. Siguen la misma orientación de organizarse al margen del nuevo movimiento obrero; sin embargo en la base colaboran con éste y participan en los movimientos de lucha.

En el resto del país los socialistas, como tales, están ausentes del nuevo movimiento obrero y carecen de una actividad organizada entre la masa de los trabajadores, lo que no significa que no haya antiguos socialistas que participen en las acciones de aquéllos.

La verdad es que la falta de una apreciación realista de la situación, de una valoración justa de los cambios habidos en la composición de la clase obrera, del papel que ocupan las generaciones proletarias crecidas en la postguerra; la ausencia de una política de lucha y de una táctica centrada en las realidades actuales han reducido el papel del PSOE en el movimiento obrero, papel que hoy está por detrás del de los católicos.

El anticomunismo enfermizo de la dirección del PSOE ha indispuesto con ella, además, a muchos antiguos miembros de la UGT y del PSOE, que hoy se sienten más cerca de las posiciones del Partido Comunista.

Para superar esta situación, que amenaza seriamente su futuro, el PSOE necesitaría reconsiderar toda su política e incluso su concepción del movimiento obrero, aceptando las [171] nuevas realidades. Omer Becu, secretario de la CIOSL, decía en un Congreso de la UGT de Toulouse:

«La importancia de los primeros meses subsiguientes al retorno a España no será nunca bastante subrayada. El nuevo movimiento sindical puede tomar rápidamente una forma definitiva y las ocasiones favorables perdidas al principio lo serán seguramente para siempre.»

Pero Omer Becu se equivocaba, pues los importantes no son «los primeros meses subsiguientes al retorno», sino los últimos meses, los últimos años de la lucha contra la dictadura, en los que se perfilan las nuevas formas, el nuevo contenido, y en los que se forman los nuevos dirigentes del movimiento obrero. Lo importante es todo el proceso de luchas de los últimos treinta años. El «retorno» no va a ser un comienzo, sino una continuación, un desarrollo; lo que vaya a ser, ya estará entonces decidido.

La CNT

La opinión unánime de cuantas personas hemos consultado a todo lo largo del país coincide en que si bien se conoce la actividad de antiguos militantes del anarcosindicalismo en el nuevo movimiento obrero, junto con sus compañeros de trabajo, la CNT, como tal organización no desempeña actualmente ningún papel. Formalmente aparece participando en la ASE y en la ASO; de hecho su organización es una entelequia. La crisis histórica del anarcosindicalismo se refleja en esa situación y en que no ha logrado alcanzar influencia en las generaciones de postguerra que hoy forman el grueso de la clase obrera. Este fenómeno se produce también en zonas como Cataluña y Aragón, donde antaño fue muy grande la influencia cenetista.

La organización de la CNT en la emigración no ha logrado encontrar eco en el país; los antiguos militantes cenetistas que todavía viven, que han sufrido la derrota y que han comprobado la ineficacia del anarquismo en estos años no comprenden ni comparten el anticomunismo y la actitud reaccionaria en muchos aspectos de sus correligionarios del exilio.

Hay, evidentemente, una cierta parte de ellos que conserva la adhesión sentimental a la CNT, pero que en relación con los grandes problemas de la época, la lucha por la paz, la democracia y el Socialismo están muy próximos a las posiciones de los comunistas, mientras otros han derivado hacia posiciones abiertamente reformistas.

Es siempre aventurado predecir el porvenir. Pero si juzgamos por su peso hoy, parece claro que la CNT ya no volverá a ocupar el gran papel que tuvo antaño en el movimiento obrero.

Ninguna conclusión...

De este análisis no queremos sacar ninguna conclusión apresurada sobre la nueva correlación de fuerzas que se manifestará claramente una vez recuperada la libertad. Hemos dejado de referirnos a algunos pequeños grupos que, de tanto en tanto, aparecen con hojas o documentos dirigidos a los trabajadores, porque de ellos, quizá con la única excepción del FLP, [172] ninguno ha conseguido mantenerse. La influencia real del FLP es insignificante entre los obreros, y sin subestimar algunos de sus elementos, honestos y activos, parece que el destino del FLP sea en definitiva integrarse a otras corrientes más poderosas y fundamentales.

Si este análisis que hemos hecho en el presente artículo corresponde, en lo esencial, a la actitud y al papel real de los diversos grupos no comunistas en el movimiento obrero actual, aun no sacando ninguna conclusión, lo que sí se puede decir es que comunistas y católicos son las dos fuerzas mejor y más sólidamente implantadas actualmente entre la clase obrera española.


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