La Hora, semanario de los estudiantes españoles
Madrid, 5 de noviembre de 1948
II época, número 1
página 1

Nuestra actitud crítica

Estamos cayendo desgraciadamente –y tú lo sabes mejor que nadie, camarada– en una posición absurda y que no nos corresponde. Porque de nada sirve pedir a los demás que ocupen su puesto si nosotros andamos invadiendo terrenos.

Estamos al borde de la más inoperante de las vejeras a fuerza de afilar dentro de nosotros el sentido más puro de la crítica. De acuerdo, totalmente de acuerdo, en que nos toca enfrentarnos con un mundo político, con un panorama nacional que no es el nuestro. De acuerdo conque nos movemos en un clima de viejos conceptos que se nos dieron superados, que nosotros entendemos superados. Pero en lo que no estamos de acuerdo que nuestra tarea sea la de «gritar» que esta España no es la que nosotros queremos, que tal cosa no ha de ser así, que tal persona no está a la altura del momento político. Las cosas, para la juventud, deben ser aceptadas o rechazadas, pero no vueltas del revés, analizadas al microscopio... y nada más. Esto es una tarea destructora que, si en algún caso puede tener justificación es en la primera fase de otra tarea mucho más importante, pero no en el momento actual en que esta fase no está cumplida sino completada por otra posterior en que se nos mercaron rumbos doctrinales y se nos dieron una verdades fundamentales que servir. Lo que no es lícito es que nos pasemos la juventud repitiendo hasta la saciedad esas verdades, detenidos al borde del camino que hay que recorrer, con lo cual hemos conseguido la esterilidad más absoluta en el orden de las ideas y de las realizaciones, el que se nos oiga como quien oye llover y el que, cada vez más, seamos los descontentos que se encierran en su castillo y mueren dándose cabezadas unos contra otros.

Y en el fondo esto es miedo. Miedo y comodidad. Mal que nos pese, en este desvelo crítico, en este consumirse analizando, lo que hay es miedo al mundo y ganas de desperezarse un sueñecito.

El 18 de julio de 1936, un viento derribó, en ambas zonas españolas, una España mediocre, y la juventud se esforzó por elevarla encima de las ruinas, o mejor, en el viejo solar, algo nuevo y distinto, algo que hoy tiene una concreción y un delimitado perfil que entonces no tenía. Entró así España en una fase constructiva que exige de nosotros un esfuerzo creador. La España que surgía era un esfuerzo de la juventud, y las primeras piedras del edificio que empezaba a edificarse eran carne y sangre de la juventud. Pero luego asomaron su cabeza los viejos y sobre aquellos cimientos montaron el tinglado de su «experiencia» y construyeron con materiales de derribo. Las juventudes nos perdimos entonces, continuamos perdidos aun en el maremagnum de la crítica.

La juventud tiene que aceptar o rechazar de plano las cosas. Lo que no puede es detenerse a analizarlas. Si las aceptas, edificará junto a ellas y en el ellas, clavará su bandera revolucionaria. Si las rechaza, las arrollará y las sustituirá de una manera tajante, violenta y eficaz. Lo que importa verdaderamente es traerse aprendidas unas lecciones de táctica y estrategia políticas y en la sangre unas verdades que servir. Y con arreglo a esa táctica y a esa estrategia hacer desaparecer todo lo nefasto, lo inútil y lo cretino del mapa de la política española. Sino cabe más camino que el de la violencia física, por ese. Si ahora no podemos seguirlo, callémonos que «en el silencio de hoy germinará nuestro ímpetu».

Quiero creer en la existencia de una nueva generación española, con perfiles ya delimitados y concretos. Quiero creer y creo. Pero pido que todos y cada uno de nosotros meditemos si de seguir así no estamos siendo algo que nunca debemos querer ser: Una juventud castrada e incapaz de algo bello, positivo y constructor.

M. Arroitia-Jauregui


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