La Hora, semanario de los estudiantes españoles
Madrid, 5 de noviembre de 1948
II época, número 1
página 3

Aguja de marear. La polar es lo que importa
Octubre

Aguja de marear, de marcar; eso es lo que pretendemos ser desde este rincón de La Hora. Semana a semana buscaremos los rumbos sobre el cuadrante para mostrárselos a la juventud de España, iluminando y orientando su rosa de los vientos.
España, abierta a la vez a cierzos, solanos, alisios y mistrales, necesita de esta brújula juvenil que señale el norte al timonel. Sólo las voces juveniles pueden hacer que sorteen sin peligro los escollos que cierran nuestras singladuras. Y esta va a ser nuestra misión: Marcar caminos, señalar rutas que salven los arrecifes de cada día, ordenar el viraje, a la voz de aviso del mastelero, ante la amenaza sombría y negra de la desilusión o del error. Para que la aguja de marear deje de buscar el norte es necesario destruirla, desintegrar su esencia física. Por eso no nos importará nunca ser reos del pecado de tozudez. Y si algún día la nave llega a puerto por nuestros caminos, podremos dar por bien empleadas todas las borrascas.

Octubre trae todos los años un sabor de comienzo. Pero este año el comienzo es más auténtico qué todos los demás. Este octubre, es más octubre que ningún otro. Si miramos cada uno en nuestro interior nos veremos peregrinos al comienzo de jornada inicial, gentes dispuestas al partir que impacientemente hacen recuento de sus bagajes. Impacientemente, porque la hora es avanzada y hay que echar a andar con el alba. A España misma la sentimos en nuestros corazones en trance de comienzo. Toda la circunstancia presente es una circunstancia inaugural.

Y al hacer el recuerdo de nuestro bagaje de marcha hallarnos que está casi exclusivamente compuesto de fe. Es cosa segura que los hombres falangistas de nuestra generación somos gentes con una gran capacidad para la fe. Quien lo dude, mírese en su interior y asómbrese de su extraordinaria aptitud para seguir creyendo por encima de todas las realidades. Pero esta fe quisiéramos verla acompañada de otras cualidades que no están, ni mucho menos, tan a punto como fuera de desear. Nos referimos concretamente a nuestro clima universitario. Es también cosa clara y fuera de toda discusión que la vibración universitaria del estudiante español es bastante escasa. La Universidad se está convirtiendo en un aparato de aprobar asignatura tras asignatura y curso tras curso, sin proporcionar, no ya una formación, sino ni siquiera unos conocimientos indispensables. Y no vale ante esto hacer lo que solemos: echar la culpa de todo a instituciones o legislaciones, escurriendo hábilmente la parte que tengamos en ello. El estudiante español clama porque se le dé un libro de texto que corresponda exactamente al cuestionario de su asignatura, con objeto de ir preparando éste como quien aplica una receta. Cuando ya tiene el libro, pide unos apuntes que lo resuman, con objeto de ahorrarse aun esfuerzo, y más tarde aún quiere que las explicaciones sean píldoras que compendien aún más los apuntes. Todo esto es desvirtuar la principal de nuestras obligaciones: el estudio. No olvidemos que estudiar es nuestro primer acto de servicio. En este comienzo de hoy es preciso imponerse un nuevo estilo ante los libros. Ciertamente ha pasado mucho tiempo desde que los universitarios españoles eran el centro intelectual del mundo, hasta hoy, en que dedicamos a la Universidad los ratos libres de nuestras demás ocupaciones. Pero sólo una integridad universitaria alejará de nosotros ese signo de generación ineficaz, que ya amenaza.


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