Historia del Partido Comunista de España 1960

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Capítulo segundo
La República

La lucha por evitar la guerra civil

Frente a los deseos de las fuerzas obreras y democráticas –y en primer lugar del Partido Comunista– de hacer que la democracia se consolidase y se desarrollase en España por vías pacíficas, se alzó la voluntad de las fuerzas reaccionarias y fascistas, de la oligarquía financiera latifundista, de su instrumento armado –la casta de generales africanistas–, de recurrir a la violencia, sumiendo a España en una sangrienta guerra para impedir el progreso democrático, para conservar sus odiosos privilegios.

No había más que un camino para evitar la guerra civil: maniatar a los que preparaban la sublevación militar. Había, pues, un aspecto concreto del Programa del Frente Popular cuyo cumplimiento era inaplazable: la depuración del Ejército [120] de los elementos fascistas, en particular de los que habían demostrado ya su odio al pueblo en la brutal represión contra los trabajadores asturianos.

La lucha por privar a la reacción fascista de su base material, por eliminar del Ejército a los generales fascistas, por poner coto a las provocaciones reaccionarias, presidió toda la actividad política del Partido Comunista, hasta el día mismo en que estalló la sublevación.

En vísperas de las elecciones del 16 de febrero, en su discurso en el teatro de la Zarzuela, José Díaz advirtió que si, una vez establecido un Gobierno de izquierda, «se deja que el Ejército esté dirigido por generales fascistas y monárquicos... el triunfo del Bloque Popular no será más que relativo, y nos va a durar el tiempo que tarde en reponerse la reacción».

El Partido Comunista designaba personalmente, con sus nombres, a los generales que estaban preparando un golpe para instaurar en España una dictadura fascista. El título de primera página de «Mundo Obrero» del 27 de febrero decía: «En los altos mandos del Ejército español están los Goded, Franco, Fanjul, Martínez Anido y numerosos jefes y oficiales fascistas. ¡Exigimos su separación inmediata y la democratización del Ejército!».

En su discurso ante las Cortes, el 15 de abril, el camarada José Díaz decía:

«No queremos que puedan estar dentro del Ejército elementos de destacada tendencia reaccionaria como Franco, Goded y otros de la misma calaña».

En la crisis del 12 de mayo –provocada por la elección de Azaña a la presidencia de la República– la nota oficial del Partido Comunista subrayaba que éste colocaba en un primer plano de las tareas que debía asumir el nuevo Gobierno la depuración del Ejército de los elementos fascistas que estaban conspirando contra la República.

A la vez que desplegaba esta campaña pública, en la calle y en el Parlamento, para alertar y preparar a las masas, para pedir al Gobierno medidas drásticas, el PCE realizaba gestiones directas, personales, cerca de los ministros [121] responsables, les daba pruebas de los preparativos del levantamiento y exigía medidas radicales.

Un mes antes de estallar la sublevación, dirigentes del Partido Comunista visitaron a Casares Quiroga para denunciar los preparativos militares de los carlistas en Navarra. El jefe del Gobierno respondió despectivamente que los comunistas «veían sublevaciones hasta en la sopa»...

Si el Gobierno hubiese aplicado las medidas que el Partido Comunista reclamaba día tras día contra los generales y otros elementos fascistas que conspiraban contra la República, la sublevación militar del 18 de julio hubiese sido ahogada antes de estallar.

Las denuncias del PCE no fueron tenidas en cuenta por el Gobierno republicano. Este no tomó las medidas que eran imprescindibles para la defensa de la República. Pese a las pruebas concretas que demostraban sus actividades conspirativas, nombró a Franco Capitán General de Canarias; a Goded, Capitán General de Baleares, y envió a Mola a Navarra.

Pero las denuncias del Partido Comunista no fueron inútiles. Si el Gobierno no hizo caso de ellas, en cambio el pueblo sí las tuvo en cuenta. La intensa labor de explicación política llevada a cabo por los comunistas para hacer sentir al pueblo el peligro de la sublevación fascista, puso en tensión a las más amplias masas de todas las tendencias obreras y republicanas. Gracias a esa gran acción política y organizativa del Partido entre las diversas capas de la población, el pueblo español era cada vez más consciente de las amenazas que le acechaban, y se fortalecía cada vez más su inquebrantable decisión de oponerse por todos los medios a cualquier intento del fascismo de derribar la democracia recién reconquistada. En esa conciencia del pueblo, fruto sobre todo del trabajo del Partido Comunista, está el secreto de lo que sucedió el 18 de julio.

Mientras tanto, con su actitud de vacilaciones y de ceguera ante los preparativos de la sublevación fascista, el Gobierno republicano dejaba de hecho las manos libres a quienes se disponían a lanzar a España al abismo de la guerra. [122]

Esas vacilaciones, esa ceguera, ese «empacho de legalismo» con el que se pretendía justificar el retraso en la aplicación del Programa del Bloque Popular, no eran hechos casuales. Tenían una raíz de clase. Demostraban que la pequeña y mediana burguesía, por, miedo a la clase obrera, no estaban dispuestas a liquidar la base material de la reacción, no estaban dispuestas a llevar adelante la revolución democrática en España.

Y en su negativa de marchar hacia adelante, llegaban al extremo de dejar a la República casi indefensa ante sus más encarnizados enemigos.

No se escuchó al Partido Comunista en aquellos momentos tan decisivos para España. Y porque no se escuchó al Partido Comunista, la sublevación fascista pudo estallar.

La reacción fascista y monárquica se entregaba a toda suerte de provocaciones para preparar la sublevación. Desde la tribuna parlamentaria y desde la prensa, realizaba una campaña desenfrenada de excitaciones a la violencia armada contra el pueblo y contra la República. La Falange y otros grupos reaccionarios multiplicaban los atentados contra personalidades republicanas, civiles y militares, causando la muerte de numerosos demócratas, lo que no podía dejar de provocar la respuesta indignada de las izquierdas. Un clima de guerra civil se extendía por España.

A comienzos de julio, la agresividad de las fuerzas reaccionarias que preparaban el levantamiento llegó a su punto culminante. Los chispazos del complot fascista iluminaban trágicamente la vida política y social de España. La muerte violenta del dirigente político monárquico, Calvo Sotelo, en la que, contrariamente a lo que ha reiterado la propaganda fascista, el Partido Comunista no tuvo ni arte ni parte, ni de cerca ni de lejos, fue el pretexto para desencadenar la sublevación.

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  Historia del Partido Comunista de España
París 1960, páginas 119-122