Historia del Partido Comunista de España 1960

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Capítulo cuarto
La dictadura franquista

La política de Reconciliación Nacional

A principios de febrero de 1956 empezó a circular por Madrid un manifiesto firmado por universitarios y conocidos intelectuales que solicitaban la convocatoria de un Congreso Nacional de Estudiantes, con el fin de crear una organización estudiantil liberada de la tutela de Falange.

A las provocaciones y amenazas con que ésta acogió el manifiesto respondieron los universitarios con huelgas y manifestaciones. Los días 8 y 9 de febrero cerca de dos mil jóvenes recorrieron las calles de la capital al grito de: «¡Abajo el SEU! ¡Abajo Falange! ¡Queremos un Congreso democrático!». Falange trató inútilmente de llevar la lucha al terreno de la violencia armada.

Los sucesos de febrero de 1956 pusieron de relieve que la crisis política del régimen, iniciada en 1951, entraba en una fase más aguda y abierta. El proceso de disgregación que venía destruyendo a Falange había llegado, en lo fundamental, a su culminación. Falange había dejado de existir como Partido político dirigente: era un cadáver en pie. Paralelamente comenzaba el proceso de formación de nuevos partidos burgueses. El rasgo más característico de aquellos acontecimientos fue que, al lado de un movimiento estudiantil impregnado de rebeldía, hacía acto de presencia públicamente una oposición liberal burguesa. La aparición de estas fuerzas políticas antifranquistas de nuevo cuño, dentro de España, era un hecho de importancia, un cambio sustancial en toda la situación.

La nueva oposición antifranquista, aunque incipiente todavía, iría tomando formas de expresión cada vez más precisas y cristalizando en diversas corrientes políticas, entre las que se distinguirían, bien pronto, dos predominantes: una [256] corriente liberal, que abarcaba diversos matices que iban desde el liberalismo clásico hasta el neoliberalismo progresista de una parte de la juventud intelectual; y otra que pudiera llamarse de la Democracia Cristiana, la más importante por la previsible vastedad de su base social. En su ala derecha estaban los hombres y grupos que creían servir mejor a las clases dominantes con un deslindamiento, aunque fuera tardío, de las posiciones políticas de la Iglesia respecto a las de la dictadura, y que se inclinaban claramente a la restauración monárquica. En el centro, se situaban fuerzas más afines a los grupos liberales y adictas a las formas parlamentarias, que se declaraban accidentalistas en cuanto a los problemas institucionales. Y a la izquierda se iba desarrollando un movimiento nuevo en la trayectoria del catolicismo español, un movimiento progresista que se esforzaba en comprender y defender las aspiraciones de las masas trabajadoras.

Al mismo tiempo, intensificaban su actividad los monárquicos que aspiraban a impedir cambios democráticos profundos en el país, a fin de garantizar a la oligarquía monopolista el disfrute de las riquezas amasadas en los años de fascismo.

De esta suerte, España asistía nuevamente a un proceso de reagrupación de las fuerzas políticas en el campo burgués, reflejo del aumento de la presión de las masas trabajadoras y de la agudización de las contradicciones de clase. Este reagrupamiento, que se operaba al margen del régimen y frente a él, constituía una de las manifestaciones externas inequívocas de la descomposición política del franquismo. Con la dictadura discrepaban fuerzas sociales que antaño habían integrado el campo franquista o se habían mantenido en actitud expectante. Una parte de los hombres que dirigían las nuevas formaciones políticas procedían de Falange o de distintos sectores del llamado «Movimiento Nacional».

Esto significaba que una nueva línea divisoria deslindaba los campos: ya no era la de la guerra civil, la divisoria entre «nacionales» y «rojos» o entre «vencedores» y «vencidos; era la que había trazado la dictadura franquista durante diecisiete años de dominación, en el curso de los cuales la [257] mayoría de los españoles que habían combatido al lado de Franco sufrieron también, en mayor o menor grado, del despotismo de la oligarquía monopolista y terrateniente. En esos años, la contradicción entre la oligarquía y el resto de la sociedad había ido acentuándose hasta colocarse en primer plano: en función de ella fueron enfrentándose con la dictadura capas sociales que un día la apoyaron.

Analizando este cambio, el Partido llegó a la conclusión de que maduraba la posibilidad de un entendimiento para la lucha contra la dictadura entre fuerzas que veinte años antes habían combatido en campos opuestos. La posibilidad de suprimir la dictadura sin pasar por una nueva guerra civil se convertía en algo hacedero.

Estas conclusiones llevaron al Partido a formular la política de Reconciliación Nacional, expuesta en la declaración del Comité Central de junio de 1956, en vísperas del XX aniversario del comienzo de la guerra civil.

La política de Reconciliación Nacional representaba una propuesta de compromiso entre la clase obrera y otras clases y sectores sociales, a fin de sustituir la dictadura franquista por un régimen de libertades cívicas sin abrir un nuevo período de luchas sangrientas y guerras intestinas.

Una condición imprescindible para este compromiso era cancelar las responsabilidades de la guerra civil y las derivadas de ella en ambos campos.

La declaración decía:

«El Partido Comunista representa sin duda a la parte del pueblo que más ha sufrido en estos veinte años; a la clase obrera, los jornaleros agrícolas, los campesinos pobres, la intelectualidad avanzada. Si de hacer el capítulo de agravios y duelos se tratase, nadie lo tendría mayor que el nuestro... Nosotros entendemos que la mejor justicia para todos los que han caído y sufrido por la libertad consiste, precisamente, en que la libertad se establezca en España... Una política de venganza no serviría a España para salir de la situación en que se encuentra. Lo que España necesita es la paz civil, la reconciliación de sus hijos, la libertad». [258]

Así pues, lo que daba sentido a la política de Reconciliación Nacional, era, en primer lugar, el hecho de que la lucha de clases en nuestro país había entrado en una etapa en la que pasaba a primer plano la contradicción que enfrenta a diversas clases de la sociedad –desde el proletariado hasta la burguesía nacional– con la oligarquía monopolista, que tenía en la dictadura del general Franco su instrumento de opresión; en segundo lugar, el que España había sido teatro de una dolorosa y larga guerra civil cuyas consecuencia, había que liquidar.

Con la política de Reconciliación Nacional, el Partido Comunista presentaba a todo el país una propuesta de poner punto final a la dolorosa sucesión de guerras intestinas, pronunciamientos y violencias sangrientas que estremecieron el último siglo y medio de la historia de España. Para lograrlo era fundamental forjar la unidad de las masas populares frente a la oligarquía monopolista, de manera que ésta no pudiera jamás recurrir a la violencia ni enfrentar de nuevo a una parte del pueblo contra otra.

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  Historia del Partido Comunista de España
París 1960, páginas 255-258